martes, 29 de junio de 2010

Del dolor de la cotidianidad: Coetzee


Cuando leí "Desgracia" de Jonh M. Coetzee, el autor aun no había ganado el premio Noble de literatura que recibiría unos 6 años más tarde. Recuerdo, que terminé en libro en una sola y por días enteros me sentí desconcertada, asustada, simplemente descorazonada de la vivencia cotidiana. Y es que Coetzee fue capaz de crear en un argumento en apariencia sencillo, una poderosa manifiestación literaria sobre las emociones humana, sobre ese límite en sombras que envuelve el horror y el temor. De hecho, sigo recordando el libro como una sucesión de imagen desconcertantes, levemente oníricas de un mundo privado que se concatena con la realidad más atroz a través de la violencia, el odio, la caída de los principios y el triunfo del prejuicio y el dolor. Un panorama que se define así mismo a medida que la sencillez de la expresión del autor recrea la complejidad de un tiempo anecdótico devastador.

Un sencillo tributo al dolor.

No obstante, el mayor mérito de Desgracia es esa unión de patrones y formas filosoficas, que crean en si mismo un valor silencioso, poderoso. Inquietante. Algunas de las escenas más crudas y terribles, están resueltas a través de leves gestos de asentimiento, de un lenguaje profundamente triste y Universal. Los personajes cruzan miradas transidas de un discreto pánico - al borde mismo de la locura existencial, más allá de la compresión del hecho mismo - y se dejan llevar por la caótica sucesión de eventos que en apariencia no guardan relación alguna entre sí, a no ser la misma naturaleza humana de la angustia y de la desazón. Los ojos de los personajes - punto focal en ciertos parráfos de la historia, donde el presente alternativo pierde por completo su objetividad para dar sentido a una subjetividad soterrada y terca, elusiva - dan sentido a las imagenes más crudas de racismo; de machismo; del sentido de la vida; del orgullo; del sentido de la justicia. Lentamente, comprendemos que toda emoción del hombre se manifiesta a través del hombre, que toda miseria y virtud se crea a través de toda una serie de anecdotas sencillas en apariencia pero que estructuran una base de valores inabarcable, una consecuencia de infinita variables y desgarrador contenido emocional.


Como mencioné antes, La prosa es sencilla y por momentos poética, estética y visual. De hecho, muchas de las escenas están construidas en cortos trazos, pero de una manera tan vívida, que la intepretación personal parece envuelta en todo momento por la voz del autor. La Sudáfrica de principio de los Noventa, Una Ciudad del Cabo al borde de la idea más crasa sobre una sociedad dividida. El personaje principal, humano, errático, contradictorio, luchando en silencio con la diatriba de su propia moral y la concresión más sólida - y quizá más hipócrita - de su vida. La vida de los campos estériles, las pequeñas idiosincracias - incompresibles, brutales - de una sociedad que se desdibuja en un significado torvo. Un míriada de elementos que se unen para dar forma a un Universo cuántico profundamente sentido y real.

Un suspiro de pura indignación y soledad.

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