lunes, 15 de agosto de 2016

De luz y de sombras: El debate interminable ¿Que tanto importa la cámara en una buena fotografía?





El debate empezó casi de manera casual. Le mostraba una de mis fotografías a un conocido del mundo fotográfico cuando me hizo la pregunta que suele irritar de manera fulminante a cualquier amante de la imagen que se precie:

- ¡Que buena fotografía! ¿Cual es tu cámara?

Silencio. Me contuve de responder en medio de ramalazo de ira que me golpeó la sien, de manera que guardé la fotografía dentro del sobre con gestos deliberadamente lentos. Mi interlocutor espero, mirándome con lo que juzgué era sincero interés.

- ¿Importa eso? — pregunté.
- Si, claro.
- ¿Por qué?
- Porque una buena cámara te permite mejores imágenes — me respondió de un tirón mi interlocutor. Una frase que he escuchado tantas veces que comienzo a preguntarme si es una especie del mantra del fotógrafo digital, de ese que parece obsesionado con la óptica, la electrónica y los píxeles. Me pregunto porque yo no lo estoy.
- ¿Por qué te gustó mi fotografía? — pregunto. Vuelvo a sacar la imagen impresa, la coloco sobre la mesa, bien visible e iluminada. La mujer que soy yo, me mira desde el papel con cierto cansancio. ¿Otra vez vas a empezar esta discusión Aglaia? parece decir. Sí, la empiezo otra vez — ¿Que te hace querer mirarla?
El chico parece incómodo. Desde luego no se esperaba aquel interrogatorio por una simple frase amable. Y siento un poco de verguenza por insistir, por continuar con esta historia de nunca acabar, que surge cada vez que lo esencial de la fotografía se debate. ¿Que fotografiamos? ¿Por qué lo hacemos? ¿Que es la fotografía? ¿es simplemente la imagen que se toma o la historia que se cuenta? ¿Que es la imagen más allá de un documento veraz de un segundo eternizado? ¿es historia, es arte, es realidad deformada? ¿Que buscamos al fotografiar? ¿Con qué soñamos al hacerlo? ¿Que esperamos al crear un discurso de luz y de sombra? ¿Que necesitamos decir al sostener la cámara y buscar ese elemento único que queremos traer a nuestro mundo? ¿Quienes somos detrás de la cámara? ¿Quienes somos frente a ella? ¿Es la fotografía arte o simplemente una combinación de tecnología y precisión? Aguardo, con los dedos apoyados sobre la fotografía, mientras el chico aprieta los labios un poco.

- Me gusta la luz — comienza, con voz titubeante — me gusta la manera como usaste la luz, la forma como ilumina tu rostro. Me gusta también el encuadre, la manera como lograste que todo parezca encajar.
- ¿Eso lo hizo la cámara?
- ¿Como dices?
- ¿Esas decisiones la tomó la cámara?
- No — ahora además de incómodo parece un poco furioso. Toma la fotografía y la mira de nuevo, analizandola, al parecer. ¿Qué buscas? me pregunto ¿Qué estás tratando de encontrar en la imagen? ¿Que hace la diferencia en una fotografía? ¿Que hace a una fotografía olvidable y a otra perdurable? ¿Que impregna a un documento visual de poder, de belleza, de fuerza? ¿Que haces que la recuerdes? ¿Que hace que una imagen trasciende lo común y se transforme en algo más, en una idea tan trascendente que la atesores, que puedas paladear en tu mente una y otra vez? ¿Tiene relación con la herramienta? ¿Con el metal y el cristal del lente que captó el momento o con algo más intangible, imperecedero? ¿Cual es el secreto de la fotografía que perdura, que captura la imaginación, que desconcierta, enamora, asusta, conmueve? ¿Cual es su poder genuino, esencial? ¿Donde radica?
- Entonces ¿Por qué me preguntas cuál cámara utilicé?
- Porque con una buena cámara obtendrás mayor absorción de luz, un buen lente que la imagen sea más nítida. Un buen equipo es necesario para una gran fotografía.
- ¿Quién utiliza el equipo? — insisto. El chico deja la fotografía sobre la mesa, un gesto seco. Duro. Ya estamos disgustados, entonces, pienso. Aguardo y mientras lo hago, pienso en las cámaras que he tenido durante mi vida: aquella primera de rollo que compré en una farmacia, la bella Yashica que heredé de abuela, la fiel Canon EF que tanto quise. La primera Digital, que sufrió tanto por mi torpeza y descuidos, la que le siguió, que soportó cada uno de mis arrebatos y experimentos. La más reciente, fuerte y profesional. ¿Que tanto me ha cambiado cada una de ellas? ¿Que tanto ha influido en mis decisiones como fotógrafa la herramienta que sostengo? Me recordé colgando la cámara de las paredes, luchando con los dientes apretados por lograr el ángulo que deseo, estudiando la luz obsesivamente. Mirando la noche con atención, asombrándose del resultado de pequeñas decisiones artísticas. ¿La cámara me ha permitido sea más sencillo construir la imagen que deseo? Me lo pregunto con toda seriedad mientras aguardo que me interlocutor me responda. Me lo pregunto descarnadamente ¿Soy mejor fotógrafo porque mi cámara es mejor?

Rotundamente, no.

- Tu lo utilizas, pero un buen lente capta el efecto que quieres. ¡No puede ser que el equipo no sirva para nada! — insiste el chico. Esta enfurecido, incómodo. ¿Que le estoy queriendo decir? imagino que piensa ¿Que tanto esfuerzo por aprender sobre el equipo, por comprar herramientas visuales más exactas y potentes sirve de poco? ¿Que tengo que buscar entonces en la fotografía? Recuerdo que una época también me atormentaban temas similares. El mundo de la fotografía es un competitivo, duro y egoísta. Todos luchan por mostrar la mejor imagen, la más impactante, la más hermosa. Y los equipos son una buena manera de hacerlo, o eso piensa la mayoría cuando empieza, en esa época donde admiras tanto las fotografías que aún no puedes lograr, con las que sueñas en tu mente. Recordé la frustración, la sensación de aspirar a eso que no podía definir en esas imágenes radiantes. ¿Un buen equipo me permitiría rozar esa idea, esa sustancia radiante que construye una buena fotografía? Me facilitaría el camino sin duda, aprendí después de muchos momentos de angustia, de rencor incluso. No obstante, descubrí y eso solo lo logré luego de años de paladear la fotografía, de llorarla, de reír con ella, de tomarla entre mis manos como una idea abstracta y comenzar a darle forma, de escupirla a base de paciencia y esfuerzo, que la fotografía es algo más. Mucho más que el cristal del lente, de la precisión de la cámara. Es poder crear, es la capacidad de hablar un lenguaje tan misterioso e intimo, que trasciende lo meramente visual para rozar lo conceptual, para construir un tipo de experiencia personal tan devastadora como hermosa. Eso es la fotografía, eso es el deseo, esa es la intención esencial.

- Sirve para ayudarte a hablar, pero no es el lenguaje mismo — respondo. Guardo mi fotografía. Pero antes, la miro otra vez. Recuerdo lo mucho que la soñé, los días que me costó construir la idea a poco. El boceto, escoger la tela, los colores, el lugar donde la tomaría. Y luego la emoción de verla nacer, mirarla real, sentir esa emoción nítida, dura, que me produce una imagen, que me despierta encontrar esa manera de comunicar una idea — hay una diferencia entre ver y mirar. Eso es la fotografía.

En una ocasión, una de mis profesoras de fotografía favoritas comentaba que todos los fotógrafos pasamos por la etapa de acumular equipos: Si lo sabría ella, que lleva casi cinco años educando a las nuevas generaciones de fotógrafos, a toda esta entusiasta y bulliciosa multitud de niños de la fotografía de todas las edades que recorren el mundo contando historias. Y sin embargo, poco a poco, todos esos niños que fuimos, deslumbrados por la cámara, asombrados por el lente, fascinados por el resultado nítido, de pronto comenzamos a mirar no solo a través del visor de última tecnología sino hacia el espejo, hacia nosotros mismos, hacia lo que queremos decir y expresar. Allí nace la verdadera fotografía, allí encontramos la respuesta a ese lenguaje visual que nace, que se construye, que toma forma cada vez con mayor profundidad. Una aventura que comienza en un deseo y concluye en sueño de luz y sombra.

Una manera de crear.

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