jueves, 4 de agosto de 2016

Crónicas de la “Nerd” entusiasta: La amenaza silenciosa e invisible en Mr. Robot.



Quizás el nombre de Sam Esmail no te resulte conocido. Pero si es bastante probable que conozcas a su hijo televisivo más popular: Mr. Robot, una serie que no sólo asombra por su insólito ritmo sino también, pero una perspectiva novedosa en el ya muy machado tema de los informáticos acosados por el poder. En plena época de Halt and Catch Fire, Silicon Valley y Casual, Mr. Robot es toda una nueva dimensión sobre el miedo a la nueva tecnología y sus implicaciones. Una visión renovada sobre la enorme soledad moderna pero más allá de eso, un análisis sobre esa nueva maldad como lo es el paisaje desconocido del hombre aislado por un mundo anónimo. Una visión distópica que no llega a serlo, gracias a su milagrosa combinación de elementos.

Tal vez por ese motivo, Mr. Robot es uno de los productos más curiosos de la llamada “época dorada” de la televisión. A medio camino entre la teoría conspirativa y la paranoia social que acentúa la adicción a la tecnología contemporánea, la serie es una mezcla curiosa de una multitud de referencias e implicaciones de la cultura pop. A pesar de eso, la historia de Mr. Robot continúa siendo original y sorprende por su frescura y solidez. El motivo es quizás una confluencia de factores afortunados: desde la inteligente construcción narrativa del productor Sam Esmail (que sorprende por su pulso preciso) hasta los enormes conocimientos, recursos e imaginación de su nutrido grupo de colaboradores. El resultado es una obra única, insólita y que cumple con holgura quizás el propósito esencial de cualquier propuesta actual que se precie: sorprender a su público.

Más allá de eso, Mr. Robot es una mirada refrescante a nuestra cultura, un análisis sobre los elementos y piezas de la identidad colectiva, que la serie desmenuza desde la ambigüedad. Nada es real o irreal en medio de una narración que disfruta en jugar con los planos secuencias confusos y el punto de vista del observador. Lo hace además, desde la perspectiva de la desconfianza elemental que el hombre actual siente hacia el Sistema (ese gran miedo invisible que se hace cada vez más real) y que lo engloba todo como un trauma colectivo. El guión de Esmail se basa en una combinación precisa de imágenes y sonidos, en un híbrido consistente donde el guión avanza con una rapidez desconcertante. Cada movimiento de cámara, secuencia y acento músical, sirve a un propósito específico y es entonces cuando la serie alcanza su mayor apuesta: comunicar a través de un lenguaje concreto el submundo que dibuja con una eficiencia que asombra por su sutileza. El estado mental del héroe, las forma como los personajes se relacionan unos con otros, la mirada conjuntiva que lo une todo en un único arco narrativo, construye un mapa de ruta a través de la historia. Y aunque no se trata de un espectáculo sutil — Mr. Robot no intenta serlo y lo deja claro desde sus créditos — demuestra que hay un equilibrio entre la imagen y la palabra que pocas veces se logra en un guión. Y eso sin duda, es el mayor éxito de la serie.

Pero siendo como es, un híbrido entre esta búsqueda de identidad propia y esta recombinación de elementos exitosos ¿De donde proviene esa rapidez visual y argumental de Mr. Robot? ¿Qué hace a la serie no sólo un fenómeno de masas sino con toda seguridad un experimento creativo llamado a convertirse en objeto de culto? Quizás valga la pena analizar su estructura para comprender lo que sustenta a la serie y que sin duda, la convierte en referencia inmediata para todo un nuevo universo televisivo:

Mr. Robot, el doble espejo cinematográfico y el mundo alterno:



Mr. Robot es una historia que bebe de una cuidada colección de visiones cinematográficas, algunas más obvias que otras: desde Stanley Kubrick, David Fincher (y su estupenda interpretación sobre la ambigüedad y el doble discurso en el Club de la Lucha) hasta Martin Scorsese (Taxi Driver en particular) la serie incorpora múltiples elementos que sostienen el discurso dual y subjetivo. Un juego de espejos en el que la narración atraviesa varios estadios interpretativos. El ejemplo más obvio es uno de los arcos narrativos más sorprendentes de la primera temporada, cuando Elliot Alderson (interpretado por Rami Malek) descubre la identidad real de Mr. Robot. La forma como el guión trasciende sí mismo y encuentra en esa notoria ruptura de la realidad un vehículo para contar una historia alterna, es una herencia directa del legendario Tyler Durden de la versión cinematográfica del Club de la Pelea. Con la misma inteligencia de Fincher para jugar con los extremos y anudar las líneas narrativas para crear un desenlace sorpresivo, Esmail atraviesa un terreno delicado del que sale airoso. Su personaje no sólo atraviesa las aguas movedizas de la locura con una elegancia bien construida, sino que el conjunto de la trama le acompaña con algunas pequeñas pistas bien pensadas. Para la ocasión Esmail trae una versión para piano de Maxence de los Pixies “Where is my Mind?”, que flota de un lado a otro la trama y los créditos, para brindar al espectador toda la información que necesita.

Pero no todo se basa en esa dinámico juego de puntos de vista. Esmail se toma el atrevimiento de versionar la narración al estilo Kubrick y Scorsese, incorporando además todo tipo de guiños sobre la cultura cinematográfica actual que el espectador podrá reconocer con suma facilidad. Además, se divierte haciéndolo: Con su Darlene tan parecida a la Lolita de Sue Lyon y las máscaras de la FSociety gravitando sobre la obvia referencia de Eyes Wide Shut, hay una insistencia en el doble recurso de las asociaciones libres como una forma de sostener un guión tramposo y bien armado.

Las referencias a todo un entramado cultural underground no terminan allí: “Elliot” también es el nombre del héroe de la novela “Dios le bendiga, Mr. Rosewater” de Kurt Vonnegut, que cuenta la historia un héroe anónimo que trata de cambiar la sociedad y que también, sufre de un grado de locura. Apenas una consonante separa a Aldenson del apellido del recordado “Neo” de la trilogía “Matrix” de los hermanos Wachowski. El corte cabello de Elliot además, es casi exacto al de Travis Bickle en Taxi Driver. Una y otra vez, estas referencias casi invisibles definen al personaje y lo sostienen en un juego a medio descubrir de capas de información oculta.

La serie se toma muy en serio su propio Universo y lo construye alrededor de una base argumental esencial: la narración transcurre en medio de un metalenguaje profundo y bien planteado. Con una capacidad brillante para bucear en puntos de vista muy precisos, Mr. Robot investiga y profundiza en líneas argumentales de películas como la sátira “Red” de Sidney Lumet (con guión de Paddy Chayefsky) y del suspenso paranoico “El último testigo” de Alan J. Pakula, que analiza las intrincadas relaciones del poder y el crimen. De la misma forma que las películas que intenta reflejar, el guión de Mr. Robot se analiza así mismo como un reflejo de los miedos y enemigos culturales escondidos entre las sombras. Con sus largos monólogos reflexivos, la serie desmenuza a la palabra — la idea — como herramienta sociológica y lo hace con una acertada noción de esa mezcla inevitable de medios e interpretaciones de la realidad que toma prestada del cine.

Todo lo anterior, aderezado además con la actuación de un actor capaz de mostrar la tensión emocional e intelectual que el desconcertante Elliot Alderson requiere. Nominado al Globo de Oro y posteriormente al Emmy 2016, Rami Malek asombra por su capacidad de brindar profundidad a la improbable combinación de hacker, sociópata Yonqui y algo a mitad de camino entre un filósofo nihilista y un demente funcional que su personaje requiere. Quizás, la mayor parte de ese tono creíble, inquietante y sobre todo incómodo de la serie, recae sobre la actuación de este jovencísimo actor que sin duda es la revelación del año en una serie llena de sorpresas.

Esmail es un productor que toma riesgos y lo hace quizás, por su corta carrera televisiva y el hecho que Mr. Robot no fue planeada desde origen como un producto masivo. De manera que se toma todo tipo de licencias y las entrecruza para crear un mix levemente distópico sobre lo que nuestra época puede ser. Para Esmail, Mr. Robot es una reinterpretación del héroe — construido para mostrar al nuevo hombre tecnológico y abrumado por la fragmentación de la identidad moderna — y lo hace sin temor a perder el tino o la forma. Ese ojo que todo lo ve, ese Dios discursivo que acompaña al héroe en todas partes y que aún así no conoce sus secretos. Un misterio dentro de un misterio, creado a la medida de la enigmática tensión de maestros del género. Para Mr. Robot la gran disyuntiva es como mantener la frescura de su ambigua propuesta. Y lo logra con grandes diálogos y momentos claves, con su tensión entrecruzada con golpes de efecto, pero sobre todo confiando en la inteligencia de su espectador, quizás la mejor decisión de una estructura construida para sostenerse sobre ese gran misterio que llamamos inteligencia colectiva.

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