lunes, 22 de agosto de 2016

ABC del fotógrafo curioso: Sí, la ‪‎fotografía‬ se lee y no sólo se trata de cámaras costosas o de alta tecnología.




¿Qué es la teoría fotográfica? Es una pregunta que muy poca gente se realiza. Y no lo hace, porque en realidad no lo necesita o lo que es aún peor, no lo considera necesario. Para la mayoría de los fotógrafos en la actualidad hablar de fotografía se limita a la idea de comparar la eficacia de un equipo de mayor o menor gamma, la calidad de la óptica que posee y cualquier otro debate técnico, que tenga como protagonista la cámara y sus implicaciones. En contadas ocasiones, el fotógrafo analiza la fotografía como una consecuencia intelectual y de hecho, como un argumento filosófico que se analiza como una visión muy amplia sobre sus decisiones, interpretaciones de la realidad y revisiones sobre lo que puede o no ser la imagen como documento.

Esa indiferencia sobre el tema, se debe sobre todo a que la teoría fotográfica no es algo simple ni que pueda aprenderse a través de un manual de instrucciones. Se trata de un recorrido cognoscitivo y esencial a través de lo que nos hace fotografiar o mejor dicho, lo que sustenta lo que intentamos expresar a través de nuestra producción fotográfica. Siendo así, la fotografía como elemento académico debe atravesar varias ideas subjetivas que disminuyen su importancia hasta el menosprecio. ¿Quién desea debatir sobre la cuestión referencial, la importancia de la noción estética, el uso de símbolos constructivos dentro del lenguaje fotográfico si se puede analizar las bondades técnicas de la cámara que se sostiene? ¿Quién dedica atención a la búsqueda de coherencia referencial y conceptual si puede sostener sus conocimientos fotográficos sobre algo mucho menos complejo y sobre todo automático como puede serlo el conocimiento técnico?
De manera que la teoría fotográfica — ese análisis académico de la imagen como recurso expresivo — a menudo resulta sepultado sobre todo tipo de nociones evidentes y discutibles sobre la fotografía como resultado de un medio técnico. Después de todo — y es la argumentación de un considerable número de fotógrafos — la fotografía no existiría de manera física a no ser por la cámara. No obstante, la cámara tiene el mismo valor incidental que un buen pincel o un instrumento musical bien afinado: mejora lo evidente y sustancial del arte que se crea. Por lo tanto, la fotografía es mucho más que la cámara como herramienta — de la misma manera que la pintura es mucho más que los pinceles o el óleo que se utiliza o la música que las cuerdas del instrumento que la crea — y se basa en esa noción del concepto como sustento inevitable de lo que expresa como ideario personal. Y es que la fotografía es una forma de arte y por lo tanto, se analiza también desde lo intelectual, lo evidente y lo consistente que sustenta su trayecto cognoscitivo.

La fotografía, es además una combinación de ideas que se sustentan unas con otras y hacen necesario el manejo de la creación visual a través de conceptos. Una teoría que además sustenta sus condiciones de existencia y las posibilidades que ofrece el medio fotográfico para expresar un conjunto de ideas complejas. Desde lo estético, lo socio — cultural (que además incluyen un componente psíquico) y lo filosófico (que analiza las implicaciones emocionales y hasta religiosas de una pieza visual) la teoría fotográfica analiza de manera consistente el motivo y sobre todo, la conclusión de la fotografía como idea que se asume necesaria y constructiva. Una lectura que va más allá del contenido obvio y directo — lo que la imagen muestra — y que asume el valor directo de los campos intelectuales que puede manejar y que forman parte de la percepción del documento como un conjunto de reflexiones consistentes. La teoría fotográfica es además una noción sobre la necesidad de profundizar la fotografía luego del hecho mecánico de la captura de la imagen.
Por supuesto, la fotografía como documento e idea es algo más que el recurso conclusivo de la imagen como resultado técnico — proceso tecnológico que produce un hecho concreto — se trata de un pretexto válido y necesario para pensar en la historia y la cultura que protagoniza. Para analizar, desde un punto de vista organizativo, la importancia de la imagen como parte de la historia artistica de nuestra época. Y eso supera la mera intención de los medios y herramientas que utilicemos, de la noción básica y estructural de la imagen como reflejo de lo que le rodea. La fotografía además, supone el primer paso en la creación de imágenes que deben atravesar un filtro tecnológico para su existencia y su aparición es emblemática: destronó a la pintura como medio de expresión primario para el recuerdo colectivo y elaboró toda una nueva percepción de lo que es el arte como medio de recurrencia de ideas paralelas y formales sobre la identidad.

Quizás, el triunfo de la teoría fotográfica radica en que dota a la inmediata de significado y la capacidad para abstraer formas y crear un lenguaje personal. Siendo así, la imagen funciona como extrapolaciones de lo abstracto y cumple una función simbólica — lo que vemos es un recurso visual que se sostiene sobre la capacidad del hombre para imaginar — y crean todo un recurso lingüístico y epistemológico sobre lo que la fotografía puede ser. En otras palabras, asume que la fotografía es un mapa de ruta a través del conocimiento seminal y personal, que atribuye significado a lo que pudiera no tenerlo. Visto así, una imagen elabora una versión de la realidad alterna, subjetiva y simbólica: una connotación congruente y elaborada sobre lo que somos y lo que podemos ser.

La fotografía: una forma de replantear el mundo y la forma como lo comprendemos.
A propósito del día mundial de la fotografía, he leído una buena cantidad de artículos celebrando la creación visual como parte de una idea intrínseca de la cultura moderna. Lo hace desde el punto de vista que la fotografía refleja esa nuevo optimismo tecnológico tan propio de la vida contemporánea. Se habla de inmediatez, de la proliferación de tecnología de punta para la toma de imágenes, de la variedad de recursos que ponen a disposición de cualquiera la fotografía. Como si la imagen fotográfica fuera solamente una combinación de variables técnicas. Como si la fotografía fuera sólo el hecho de sostener una cámara frente al ojo y disfrutar de las bondades de esa captura mecánica.

En muy pocas ocasiones, leí reflexiones sobre el hecho que la compulsión fotográfica actual refleja la enorme soledad moderna. Que la necesidad de dejar testimonio sobre nuestra permanencia — ese “ser” y “estar” imprescindible en la actualidad — es parte de la identidad fotográfica de una acelerada carrera por la impronta egocéntrica. Que la fotografía dio el vuelco definitivo para convertirse de un documento inmediato en estado puro a una herramienta artística por derecho propio. A una elaborada visión sobre el mundo interior de su autor y los símbolos temporales y personales que lo identifican.

Tal vez por eso, muchísima gente sueña con tener una cámara LEICA y debaten sobre la idoneidad de un equipo Canon o Nikon, pero muy poca analiza la fotografía desde el concepto. Muchísima gente se esfuerza por ser reconocido, por difundir su trabajo y hacerlo lo más visible posible, sin ahondar en lo que hará definitivamente perdurable un documento fotográfico: el lenguaje que utiliza para expresar sus ideas. Por ese motivo, es muchísimo más probable que alguien haga un considerable esfuerzo económico en procurarse un equipo fotográfico de alta gama, que leer la fotografía desde lo esencial. Conocer su historia, recorrido, fundamentos. De analizar desde el origen sus implicaciones y su contenido. De trabajar por construir una estructura semiótica y referencial que pueda sostener no sólo la forma como se expresa sino la opinión concluyente que elabora a través de ideas personales.

Por ese motivo también, poca gente se hace preguntas sobre la fotografía. Pocas veces un fotógrafo se toma la molestia de preguntarse sobre el motivo, significado y tema recurrente de la fotografía. Poca gente elabora teorías sobre lo que crea, asume el hecho que la imagen es una elaborada confrontación de ideas entre la realidad, la visión que tenemos de ella y una sólida comprensión sobre lo que deseamos crear a través de la imagen. Una gran cámara fotográfica o nuestra habilidad técnica para manejarla no nos hará mejores fotógrafos. Sólo hará mucho más visible nuestro lenguaje.

La cámara es accesoria a pesar de lo primordial e imprescindible que pueda parecer. La cámara es una herramienta que hará tus errores o las virtudes del discurso que expresan sean más claro. Mayor tecnología sólo te permite decir lo que siempre has dicho en cualquier medio de manera más clara, de manera que si esa historia fotográfica y visual que acarreas junto con tu historia simbólica carece de asidero, la nueva tecnología no sólo lo hará más obvio sino que además, dejará en evidencia esa ausencia de significado y sustancia sobre lo que se dice y lo que se crea. Porque la fotografía como cualquier arte, necesita sostenerse sobre una idea que la contenga. Que la sostenga y la profundice. O la imagen sólo será el reflejo de un vacío conceptual lamentable.

Más allá del obturador: La fotografía como forma de arte.
Vilém Flusser fue quizás el primer investigador fotográfico en analizar la fotografía como subproducto social de su época, entorno y visión creadora. Para el escritor , la fotografía separa la época pre y post Histórica — la imagen directa y la imagen que se crea a través de la técnica — y construye una consistente visión de la fotografía como discurso y documento. Se trata de un texto ideal para todos los que conciben la fotografía no sólo como una comprensión de valor artístico, sino también como un manifiesto de ideas visuales esenciales que crean una noción profunda sobre la realidad.

Leer a Flusser es además, encontrar un tipo de reflexión sobre la fotografía que excede la opinión mecanicista más frecuente sobre el documento inmediato. Esa insistencia en asumir que el hecho visual comienza y termina en la cámara, en la inmediatez de la producción fotográfica y sobre todo, en el hecho que la imagen es algo más que el resultado de una serie de decisiones artísticas y conclusivas sobre lo que deseamos mostrar y expresar a través de un conjunto de imágenes.

Y es en los textos de Flusser — como en los Barthes y Sontag — que encontramos la justificación de la fotografía como pieza argumentativa, que es en realidad lo que es la imagen inmediata en su origen. Una pieza de arte destinada a la discusión, al debate, la incomodidad, pero sobre todo al análisis del reflejo de su entorno que pretende ser. Una fotografía es un documento que se crea a partir de las referencias que lo nutren, de la capacidad expresiva que contiene y sobre todo, lo que asume como elemento esencial del discurso que propone.

De manera que cada vez que un fotógrafo prima la cámara sobre el mensaje, el espacio virtual y cognoscitivo continúa menospreciandose en favor de la técnica. La fotografía es mucho más que un mecanismo de altísima eficiencia técnica. Es una creación formal que intuye la importancia de la capacidad creativa y narrativa de su autor en el momento de construir una hipótesis válida sobre lo que la fotografía puede ser. Más allá de eso, la fotografía jamás será inocente: es una comprensión ideal sobre lo que hacemos y comprendemos a través de la mirada esencial que supone la imagen que se elabora a través de una percepción sensorial e intelectual.

La imagen es una mezcla compleja de percepciones, una idea que crea y elabora un sistema de símbolos y metáforas personalísimas que sostienen la identidad visual. Una forma de expresión. Una obra de arte en pleno crecimiento. Algo que lamentablemente, olvidamos con enorme frecuencia.

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