sábado, 27 de agosto de 2016

La voz en la luz y la sombra y otras historias de brujería.



Hace poco, ordenando mis libros de las Sombras - que ya son veinte y espero sigan aumentando en número - encontré  entre las páginas de uno de los primeros que escribí, una vieja carta del tarot que había escondido entre ellas. Con esa torpeza de la niña de once años que comenzaba su largo aprendizaje como hija de la Diosa, dibujé a la Emperatriz como una silueta borrosa que apenas podía distinguirse en medio de la Luz de una Luna irregular. Me hizo sonreír el pequeño boceto - no recordaba haberlo dibujado - y me pregunté si por entonces, había sospechado cuantos años me llevaría aprender y madurar en el arte de la brujería, de mirarme como creadora espiritual de mi propias creencias y más allá, mi manera de soñar. Supongo que no, me digo con una sonrisa, acariciando el dibujo con la punta de los dedos. Y es que nadie puede prever la belleza de un camino de aprendizajes que decides, por aspiración y creencia personal, emprender.

Mi abuela llamaba al aprendizaje de la brujería "el trayecto del arte", un frase simbólica y hermosa que me llevó sus años entender.  Lo hacía con una de sus sonrisas enigmáticas, que parecían anunciar un misterio dentro de un misterio. Con los colores de mi imaginación,  estaba convencida que algún poder portentoso me esperaba a no tardar, en algún conocimiento arcano que heredaría por el mero hecho de haber nacido en una familia de brujas. Ese era un pensamiento emocionante, que tenía con tanta frecuencia que  cuando cumplí los diez, era casi una obsesión. El día de mi cumpleaños número once, recuerdo haber despertado para dibujar a la Emperatriz en mi recién estrenado libro de las sombras. Un dibujo tembloroso, infantil, pero que resumía toda la sincera impaciencia y emoción que la posibilidad de aprender brujería - como imaginaba podía serlo - me provocaba.

- Abuela, ¿Ya este año seré bruja? - le pregunté esa mañana, durante el desayuno. Abuela me dedicó una de mis miradas humorísticas.
- ¡Qué impaciencia! ¿Ya decidiste sería este año?
- Lo llevo esperando toda la vida - dije con toda solemnidad - ya quiero aprenderlo todo.


No recuerdo exactamente el momento en que decidí deseaba aprender brujería. O mejor dicho, cuando supe que era lo único que deseaba hacer luego de asombrarme con los conocimientos de mi abuela o llenarme de curiosidad antes los secretos que parecían esperar por mi como herencia familiar. Pero no todo es tan sencillo supongo. La decisión existió y además, tuvo un motivo, solo que parece mezclarse con tantas otras cosas que forman parte de mi visión de las cosas, que en ocasiones resulta indiferenciable. Pero al mirarlo a la distancia, estoy convencida que hubo un momento en que la decisión fue inevitable, y de hecho, la única que pude tomar.

Tenía unos diez años cuando por primera vez supe que podría ser bruja, pertenecer a las creencias en las que se habían educado todas las mujeres de mi familia. Hasta entonces, tenía la idea un poco difusa, que quizás podría serlo, de quererlo. Pero no sabía exactamente cómo o de que manera. Era una idea que me inquietaba de vez en cuando. Miraba a mis primas y tías, sonrientes y concentradas, cuando realizaban un ritual y me preguntaba si en alguna ocasión, yo podría formar parte de esa cofradía de mujeres sabias. El círculo de velas titilando a nuestro alrededor, el viejo caldero ardiendo en medio del circulo, los cánticos ondulando en la oscuridad sedosa de la noche. Y ellas, las brujas, las mujeres de mi casa, con su cabello trenzado y manos llenas de flores, celebrando el extraño misterio que las unía, que parecía llenarlas de poder y sabiduría y que por el momento, yo desconocía de qué podría tratarse.

- ¿Crees que alguna vez podemos aprender todo lo que deseamos? - preguntó mi abuela. Tomó uno de los libros de su enorme escritorio de madera y lo llevó a uno de los anaqueles de la biblioteca. Lo puso en el lugar vacío que esperaba por él - ¿Qué podemos abarcar todo lo que el conocimiento que deseamos puede ser?

Me encogí de hombros. La verdad, no estaba muy segura de lo que podía ser eso que mi abuela llamaba "conocimiento". Cada vez que escuchaba la palabra, imaginaba un libro colosal con las páginas abiertas repletas de palabras y dibujos cada vez más abigarrados, imposible de leer con una sola mirada. ¿Se trataba de todas las ciencias del mundo? ¿De todo lo que había sido escrito o imaginado? ¿O quizás de las cosas que aprendíamos a diario, ese pequeño conocimiento cotidiano? Pensé en la brujería como una rama muy vieja de conocimiento, brotando firme y misteriosa desde un árbol majestuoso en mitad de mi mente. Me pregunté si podría aprender todo lo que simbolizaba.

- Creo que lo podemos intentar, al menos - dije titubeante - aprender es una manera de crecer, siempre me lo dices. ¿No debería al menos intentar?

Mi abuela no respondió de inmediato. Tomó otro de los libros desperdigados por la habitación y lo llevó también al anaquel.  La miré con fascinada atención. La biblioteca de mi abuela - la sabia, la bruja - siempre estaba desordenada y eso, siempre me encantó. Era una habitación amplia, llena de anaqueles de madera combados por la vejez y el peso, todas repletas de libros en diferentes estados de deterioro. Las paredes estaban cubiertas por un feo papel tapiz color castaño que con los años, comenzó a despellejarse y a cuartearse: pequeñas lunas y estrellas que parecían flotar desdibujadas en el yeso húmedo. También había fotografías enmarcadas de miembros de la familia tan remotos como para que nadie reconociera sus rostros, tapices tejidos con motivos nocturnos, plumas de pavo real colgado de las esquinas. Todo tenía un aire envejecido y un poco olvidado que me parecía melancólico y antes que aprendiera esa palabra, simplemente bello.

Pero sobre todo, era un lugar misterioso o así lo creía yo, al menos. Podía pasar horas escondida entre los montones de muebles con patas rotas y cojines con el relleno salido por los bordes, leyendo cualquier libro que estuviera al alcance de la mano. Libros infantiles con delicados dibujos en tinta y las páginas rotas que habían pasado por las manos de muchas generaciones, libros recién comprados olorosos a plástico. Libros en idiomas que no reconocía, libros con historias tristes y risueñas. Al final del día, eso no tenía tanta importancia. La biblioteca era un lugar perfecto para mirar

- Aprender es una manera de crecer, sin duda - respondió entonces - pero también, es una mirada hacia nuestro interior, hacia los paisajes de nuestro espíritu. De manera que aprendemos a medida que nos conocemos mejor. La primera lección que una bruja aprende es que no encontrará nada fuera de si misma que no encontró primero en algún lugar de su mente. Una bruja es una mujer que crea, que aprende, que ama y se enfrenta al miedo. Y eso hace que aprender sea un trayecto personalísimo, que se construye a diario. De manera que para aprender sobre brujería, una bruja primero debe mirarse a sí misma y comenzar a hacerse preguntas. A encontrar los límites del miedo y la esperanza. A recorrer un trayecto complejo hacia una búsqueda sincera de sus motivos para aprender.

Parpadeé desconcertada.   La conversación comenzaba a ponerme incómoda. Esa idea sobre el aprendizaje interior me ponía nerviosa, aunque no supiera con exactitud por qué. La había escuchado en varias ocasiones en casa, dicha por varias de las mujeres de la familia. La sabiduría de lo sencillo, el recorrido mental hacia nuestro espíritu, pero en realidad no tenía idea sobre lo que eso podía ser. Allí, en la biblioteca de abuela, en esa tarde polvorienta con olor a albahaca me lo pregunté de nuevo. ¿Qué necesitaba aprender para comenzar mi aprendizaje en brujería? ¿Qué era ese "conocimiento interior" que se suponía debía tener? Durante meses,  había estado pensando mucho sobre la brujería y las brujas, haciéndome preguntas muy concretas que no sabía si alguien podía responder. En ocasiones, me despertaba a medianoche, mirando la oscuridad con el corazón latiendo muy rápido. ¿Y si yo no podía pertenecer a esa larga herencia de cultura y creencias? ¿Y sí yo, hija de una descreída que había abandonado toda convicción por las viejas creencias, carecía de algún elemento para formar parte de ellas? La idea me entristecía hasta lo indecible. Temblando, apretaba los labios contra las sábanas y me repetía que no, que y abuela insistían que yo formaba parte de la brujería incluso antes de recordarlo. Pero ¿Y si no era así? ¿Si debía hacer algo que aún no sabía? ¿Y si no podía seguir ese camino invisible de aprendizaje que se suponía debía conocer casi por instinto? ¿Y sí madre debía enseñarme algo que había olvidado? ¿O simplemente no había hacerlo? Casi siempre, terminaba sentada sobre la cama, apretando la sabana entre las manos, atormentada por aquel pensamiento fugitivo y sin saber cómo consolarme.

- ¿Y como sé cual es ese camino interior? - dije con cierta impaciencia - ¿Cómo lo encuentro? ¿A donde me llevará?

Me levanté para caminar por la biblioteca, incapaz de estarme quieta por más tiempo. Miré los libros olvidados en las pequeñas mesas de madera de tapas rotas en una de las esquinas. La biblioteca siempre había sido mi refugio desde que había ido a vivir en casa de mi abuela. Me gustaba rozar las viejas solapas de cuero de los libros con los dedos, pasar sus páginas con cuidado, repitiendo en voz alta sus frases y pensamientos. ¿Eso era parte del conocimiento? me pregunté con un sobresalto. ¿Leer y estudiar podían ayudarme en esa sabiduría que me llevaría a entenderme mejor.  La frustración me cerró la garganta. De hecho, me sentí mucho más agobiada, como si pudiera entrever un misterio maravilloso que no podía tocar.

Y nada de eso podía explicárselo a mi abuela. Ella pertenecía al circulo al cual quería entrar sin saber aún si podría. Ella llevaba la estrella de plata y en los rituales, levantaba la daga ceremonial para invocar y crear belleza. ¿Podría hacerlo yo alguna vez? ¿Sería yo en alguna ocasión quien sostuviera la daga y cantara para el resto de las mujeres de mi familia?

- El conocimiento intimo, sobre quienes somos, nuestras motivaciones, dolores y terrores es la mayor fortaleza de cualquiera que aspire a cierta madurez espiritual - me explicó mi abuela - y en Brujería, no es diferente. La magia, la creencia sobre todo lo invisible que puede influir sobre nuestra vida, comienza precisamente por la idea que nuestra mente es tan poderosa como nuestra capacidad para intentar entenderla. Toda bruja sabe que su voluntad, su pasión, sus conocimientos pero sobre todo, su necesidad de aprender y crecer son elementos esenciales para construir su propia visión del mundo. Y ese es el principio del camino del arte. De esa noción de conocer tus límites y romperlos a cada oportunidad posible.

Sacudí la cabeza, un poco desalentada. La verdad era que mucha veces, no entendía muy bien lo que abuela insistía en llamar "el autoconocimiento esencial". El término parecía abarcar cualquier cosa y a mis impaciente once años, eso me irritaba mucho. En ocasiones me preguntaba si no era mucho más simple explicarme las cosas punto por punto, sin palabras filosóficas de por medio o aquellas largas discusiones sobre ideas incomprensibles. Era un pensamiento muy poco caritativo, claro pero era el más sincero que podía tener por entonces.

- Creo que tengo un libro que podría gustarte - dijo entonces abuela. Me desinflé un poco. Por lo visto, no habrían explicaciones sencillas.
- ¿Cual?
- Ya lo verás.

Cruzó la habitación con su paso lento y se detuvo frente a una estantería muy pequeña, junto a la puerta que daba al jardin. Estaba llena de libros muy viejos, cosidos a manos y con las solapas agrietadas que nunca había mirado bien. Era como pequeñas libretas sin mayor importancia, o eso había pensado, cuando los ojeé de pasada, en mi insistente hábito de explorar la biblioteca. Mi abuela tomó uno con un especial mal aspecto: tenía una viejísima solapa azul, le faltaba un buen fajo de hojas al centro y tenía manchones de tinta por aquí y por allá. Cuando me lo extendió,  o sostuve con cuidado, un poco desconcertada.

- ¿De quién es?

- Nadie lo sabe - respondió - ninguno de estos libros lleva el nombre de su autora. Por alguna razón que nadie conoce, se perdieron, fueron olvidados y luego encontrados por alguna de nosotras. Pero no sabemos a quien pertenecieron o que historia cuentan.

- ¿Y cómo llegó aquí?

- Cada uno tiene su historia - explicó abuela - ese que tienes entre las manos, lo encontró tu tía E. en un viejo mercado de pulgas, pudriéndose al fondo de un cajón. Nadie lo había abierto hacía mucho tiempo. Quizás pensaron era un cuaderno sin valor. Pero tu tía lo encontró fascinante y no dudo en comprarlo.

- Un libro de las Sombras - dije asombrada. Abuela se encogió de hombros.
- Sí. O el diario de una mujer solitaria en busca de la magia. O quizás, la colección de sueños e imágenes fantásticas de algún espíritu solitario. Lo que fuera, merecía un mejor lugar que donde estaba desmigajando de puro olvido. Aquí, encontró un nuevo lugar para envejecer.


Sostuve el libro con un nuevo respeto. Lo abrí con cuidado. Una de las hojas estaba desgarrada a la mitad y en ella se podía leer: "porque el Don de la Luna habita en ti". La letra era pequeña, casi ilegible. La tinta comenzaba a desdibujarse por los bordes, y en algunas partes, manchones de humedad hacían ilegible el texto. Acaricié las páginas con la yema de los dedos, fascinada por la historia que mi abuela me contaba y la incertidumbre que parecía manchar las hojas del viejo libro. Pensé en todos los lugares en donde había estado. En su largo recorrido de la mesa de alguien hasta el rincón donde había acabado olvidado. Y sobre todo, pensé en la mano que había escrito las palabras en él. La mujer - sin duda era una mujer ¿verdad? - que había soñado con palabras.

- ¿Lo puedo leer? - pregunté entusiasmada.
- Es tuyo, te lo obsequio. Sólo te pido algo: cuida de él y su conocimiento.

En ocasiones, abuela utilizaba al hablar un tono solemne y casi severo que me sorprendía. Era muy diferente a su habitual jocosidad y sobre todo, esa corriente simpatía que tanto me gustaba de ella. Y cuando lo hacía, era porque tenía algo muy importante que decir. Lo suficiente como resultar incluso misteriosa.  Sostuve el libro con cuidado, con los dedos un poco temblorosos por el nerviosismo. Sentí que sostenía un pequeño tesoro inexplicable o que al menos, yo no comprendía muy bien.

***


Lo llevé a todas partes a partir de entonces. Era, sin duda, el libro de las Sombras de alguna bruja: Estaba lleno de pequeñas anotaciones sobre rituales, mancias y aprendizaje mágico, pero sobre todo, de ese proceso espiritual que toda bruja lleva a cabo a medida que aprende sobre sí misma y su relación con lo trascendente, ese poder de crear y soñar al que la brujería brinda especial importancia. Y mi bruja anónima, parecía muy interesada en comprender su propia visión de las cosas: dedicaba largos párrafos casi ilegibles, a reflexionar sobre la bondad y la crueldad, sobre el tiempo que transcurre y el poder del espíritu. Alguna de sus ideas me resultaban incomprensibles, a mis torpes once años, pero la gran mayoría me maravillaban. Había algo cercano en esa visión amable y desordenada del mundo, en el puño y letra de esa desconocida mujer que llamaba a la Luna Madre y a la Tierra ensoñación que me fascinaba. Quizás porque podía brindarle una historia imaginaria o porque su pensamiento se parecía mucho al libro, la bruja V, como solía firmar sus rituales, siempre me hacía sonreír.

Y es que para ella, la brujería tenía un ingrediente profundamente trascendental, que parecía rebasar la mera idea de creencia y dogma. De hecho, los rechazaba. Con un enorme ingenio y un encantador sentido del humor, insistía: "Nadie debería creer en nada a menos que se tropiece con su propio corazón en la calle. Es una idea extraña ¿verdad? Pero dicen que las mejores cosas, llegan a nuestra vida por carambola. Entonces, imaginad esto: caminas por vuestra calle favorita y de pronto, al cruzar hacia un lado en lugar de otro, encuentras una moneda brillante. Te inclinas, la levantas y justo entonces, escuchas un estruendo. La calle por donde debiste haber pasado, está llena de humo. Cuando corres a mirar entre la multitud, encuentras que en el lugar donde debiste haber estado de pie, un automóvil acaba de estrellarse. Te palpita el corazón muy rápido, apretando la moneda. Y de pronto, entiendes algunas cosas sobre la vida. El olor de la brisa que te golpea la cara, el sabor de la sangre que te bombea en el pecho nervioso. La sensación de recorrer un camino nuevo gracias al azar. ¿Lo ves? ¿Lo entiendes? Las grandes lecciones siempre deben caber en la palma de la mano".

Como mi libro, pensé sonriendo. Me gustaba la manera de aquella desconocida de contar las cosas. Me encantaba esa mirada suya, limpia y radiante de todo lo cotidiano. Había preguntado a la tia E. si conocía algo sobre su autora, pero me repitió lo que la abuela me había contado: el libro había estado guardado veinte o treinta años en mitad de un baúl húmedo y ella lo había encontrado casi por...casualidad. La escuché sonriendo, con el libro bien sujeto entre los dedos.

- ¿Qué ocurre? - preguntó un poco desconcertada. Sonreí.

- Las grandes lecciones siempre deben caer en la palma de la mano.

Y seguí leyendo aquel libro por semanas anteras, a pesar que la mayor parte de él estaba tan deteriorado que me llevaba un considerable esfuerzo hacerlo. Pero valía la pena: siempre encontraba algo hermoso que leer, alguna nueva idea que pensar. De pronto V., con sus carcajadas silenciosas desde las palabras escritas con tinta azul, parecía responder a mis preguntas silenciosas una a una. Me reía con sus pequeños chistes, con sus invocaciones que parecían más bromas pesadas que solemnes ejemplos de magia antigua. Pero sobre todo, amaba que para ella la brujería era parte de un todo, de ese Universo vasto y extraordinario que yo solía mirar a través de la ventana abierta y concebir como el manto cuajado de estrellas que se extendía más allá. Porque para V., la brujería era un asunto de corazón y perseverancia, de amor y de convicciones. No importaba tu nombre, no tenía mucho que ver con las dagas o como repitieras viejos rituales. La brujería, la de verdad, era parte de ese páramo radiante y preciado que llamamos espíritu personal.

De pronto, me encontré pensando en mi propio camino, en ese lento devenir por entre lo que deseaba aprender y todo lo que esperaba por mí, entre libros, conversaciones, pequeños conocimientos guardados en los lugares más inesperados. Comencé a pensar que quizás, la brujería era algo más que los símbolos enigmáticos que tanto me obsesionaban, que los calderos brillantes, que las elegantes dagas en la pared. Que la brujería - la de verdad, esa línea de conocimiento heredada de generación en generación - era algo más que una simple mirada hacia el mundo sino una forma de interpretar su belleza, de soñar con su poder, de crear una nueva forma de entender cada pequeña cosa e idea que formaba parte de nuestro mundo. Y la idea me asombró, me cautivó. Me encontré sentada en la oscuridad de la madrugada, ya no apretando las sábanas de pura frustración, sino recordando las palabras de mi bruja anónima. Consciente de su poder latente y sobre todo, de esa perspicacia suya para encontrar la magia en todas partes. Un misterio más grande que todos los misterios. Una mirada hacia el infinito que abarcaba el mundo entero. La capacidad para creer y crear.

Para soñar con la esperanza.

***

"¿Qué es una bruja? Es una mujer que canta a todo pulmón, que abre las manos para elevarlas en plegaria. Pero no canta como le enseñaron: la magia brota de ella como un sueño, como un deseo, como una palabra que acaba de inventarse. Una bruja es la del espíritu curioso, la que hace preguntas sin cesar. Una bruja es la que baila en la noche, aunque no sepa porque. Una bruja es..."

La página se volvía ilegible después. Frustrada, me incliné sobre el libro, intentando descifrar la letra de V, abrirme paso entre los océanos de tinta diluida y de palabras perdidas, para conocer quien era para ella una bruja. Pero no lo logré. Entristecida, leí muchas veces aquel pasaje, intentando completarlo en mi imaginación, darle el tono y la alegría de V. sin que nada me pareciera lo suficientemente bueno, profundo o significativo. Por último frustrada, se lo mostré a abuela, explicándole mi pequeña frustración.

- Y quisiera saber que opina V. sobre lo que es una bruja - le expliqué - pero no puedo. ¿Conoces alguna forma de intentar limpiar el borrón de tinta tia? ¿O imaginas que pudo querer decir?

Abuela tomó el libro en la página que le mostraba y lo leyó. Como yo, miro el borrón ilegible atentamente, intentó rasparlo con los dedos, y por último, lo extendió sobre la mesa, con un gesto tenso en los labios. Aguardé, impaciente. Al cabo de unos minutos, abuela soltó una exclamación apenas susurrada que sonó como "Ah, vaya" y  Después hizo algo muy extraño: le dio la vuelta y miró atentamente la hoja, acariciando las esquinas, mirando los pliegues envejecidos y amarillentos.

- ¿Qué ocurre? - pregunté. Abuela me dedicó una de sus largas miradas amables. Luego levantó el libro y lo sostuvo frente a mi cara.

- ¿Qué ves?

- Las páginas del cuaderno - respondí con impaciencia - no veo otra cosa...

Me callé. Observé las hojas al revés y de pronto, noté que abierto de esa manera, los intricados dibujitos que V. había hecho en las esquinas de las páginas tomaban un nuevo sentido. Cada uno parecía extenderse en suaves lineas delicadas hacia el otro ángulo hasta crear una forma muy definida que reconocí, asombrada.

- ¿Eso es un...marco de un cuadro?

- Un espejo - contestó abuela - tu amiga desconocida pintó en la página final de su libro un viejo símbolo de poder: el espejo mágico. Y no hay nada escrito en el borrón de tinta porque la respuesta a su frase está delante de quien la lee. Lo mira todos los días.

Tomé una furiosa bocanada de aire. Quise decir algo pero no supe que. Los ojos se me llenaron de lágrimas y cuando tomé el libro de nuevo, esta vez mirando el espejo con toda claridad, entendí muy bien que había querido decirme V. con su humor revoltoso y sus sonrisas de palabras. La bruja eres tu, que lees esto.

Apreté el libro contra mi pecho, riendo y llorando como solo una niña puede hacerlo. Y recordé todo lo que V., desde su anonimato me había enseñado: que la bruja es un alma libre e indómita, que ama la creatividad, construye con alegría y crea con pasión. Que la bruja baila al ritmo de su corazón y sueña con estrellas, con la Madre Luna que susurra su nombre y el viento que le besa las mejillas. Y reí, al comprender la última broma - lección - de esta bruja poderosa, que escribió un libro que después perdería, que nunca sospecho - ¿O quizás sí? - que iría a parar en manos de una muchachita delgaducha y pálida llena de temor. Acaricié el libro, casi con cariño mientras mi abuela me miraba enternecida.

- La bruja es el espíritu libre del conocimiento, es esa individualidad que cada mujer construye y la eleva por encima de todo convencionalismo - mi abuela se inclinó y me besó en la frente. Tuve la extraña sensación que ella también había comprendido cuánto significaba para mi ese pequeño gran mensaje que acababa de recibir - la bruja vive en ti antes de nacer, porque la bruja, el poder de soñar, te pertenece y te crea. Eres tu.

***

Pensé en esas palabras, doce meses después, frente a otro espejo. Uno de plata labrado, muy hermoso y que había pertenecido a la familia por décadas, quién sabe si mucho más. Me miraba, con el cabello trenzado, las mejillas pálidas de miedo y el gesto tenso de quien está a punto de afrontar un momento que soñó pero nunca creyó pudiera hacerse real. Me miro, fijamente, la niña con pecas, pálida y de ojos asustados y pienso en V., a quien nunca conocí, pero que sonríe para mí de entre las páginas de su libro, que sostengo entre las manos. Cuando tia E. entra en la habitación, la miro, entre temblores de nerviosismo.

- Ya debes venir - me dice. Detrás de ella, la casa de mi abuela está a oscuras. Solo el breve tañido de las velas resplandece en medio de la oscuridad. Dejo el espejo y el pequeño libro a un lado y me levanto, el vestido blanco flotando a mi alrededor. Y a pesar del temor, del nervioisimo y de la incertidumbre, sonrío cuando tomo su mano, siento una emoción que se desborda y brilla, al seguirla y unirme al grupo de mujeres vestidas de blanco que me esperan en el jardin. La noche de mi iniciación ha llegado, pienso, mirando la Luna Madre, brillando entre los páramos de estrellas púrpuras. Aprieto la mano, donde me escribí una simple palabra: crear. Porque todas las grandes lecciones deben caber entre los dedos.

Y yo estoy a punto de extender la mano para recordar, que llevo el nombre que me esperó desde antes de nacer.

Bruja.

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