martes, 17 de noviembre de 2015

La puerta abierta al horror: ¿Por qué el ataque a París simboliza un nuevo paradigma de la violencia?






Leí la primera noticia sobre lo ocurrido en París en el Timeline de Twitter de un conocido, unos minutos antes que la información se difundiera masivamente. “Algo está ocurriendo en la ciudad esta noche”, escribió, “al parecer alguien disparó en plena calle”. Me sobresaltó la frase, que parecía resumir algo más profundo y peligroso de lo que podía imaginar de inmediato sólo leyéndola. Eso, a pesar que vivo en la tercera ciudad más peligrosa del mundo y conozco ese tipo de violencia. La vivo a diario. Pero la cortísima descripción de mi amigo sobre el miedo, en un lugar donde no es común ni parte de la cultura, me preocupó. Unos minutos después, la noticia — su envergadura y gravedad — se difundió a la vertiginosa velocidad de las redes sociales alrededor del mundo y se transformó en una tragedia de preocupantes proporciones. En una mirada al mundo que describe un mapa geopolítico que sorprende por su multitud de grietas.

Porque no se trata sólo de un ataque a la ciudad considerada la capital cultural del mundo — que ya sería lo suficientemente simbólico como para inquietar — sino las connotaciones que trae consigo este tipo de violencia casi novedosa, nacida de la combinación de arenga religiosa, tecnología y exclusión social. Lo ocurrido en París — y en Beirut, unas horas antes — demuestra que el terrorismo mundial liderado por ISIS se transforma en algo más que agresión en armas. Se trata de una destrucción elemental y meticulosa de los valores occidentales, de la manera como comprendemos nuestra sociedad — como la concebimos — y sus alcances.

Quizá, lo más sorprendente sea el hecho que con toda probabilidad, los atacantes que perpetraron los numerosos ataques que sufrió París la noche del 13 de noviembre, no sean extranjeros. Tampoco hombres que atravesaron el continente europeo desde algún poblado polvoriento y radical para ensañarse contra la llamada Ciudad Luz, sino parisinos. Hombres que con toda seguridad, encontraron atractivo la extraña mezcla de religión, fanatismo e identidad étnica que ISIS usa para captar adeptos. Hombres, que encontraron en la doctrina de la violencia del grupo islámico, un ideal mucho más poderoso y atractivo que cualquiera que pueda brindarle el mundo occidental, sus valores o incluso, su mera perspectiva sobre la libertad. Un pensamiento preocupante, si tomamos en cuenta que ISIS más que un grupo terrorista, es también, una doctrina religiosa por derecho propio.

— Aquí no hay duda que fueron musulmanes quienes atacaron la ciudad — me cuenta F., mi amigo a quien leí la noticia sobre lo ocurrido en París por primera vez—. Ya Hollande los señala como única posibilidad. Esos monstruos.

Son casi las 5:00 am en París y en la ciudad nadie ha dormido, según lo que F. me cuenta. Hay un clima de zozobra desconocido, que mantiene en una silenciosa y aterrorizada expectativa a sus casi dos millones y medio de habitantes. Y es que el ataque encarna no sólo los peores temores que Francia ha sufrido desde el ataque al semanario Charlie Hebdo en enero, sino que también, demuestra que hay una definitiva ruptura de la tranquilidad ciudadana y la noción de Paz nacional que hasta ahora, han sido parte de la cultura del país desde la Segunda Guerra Mundial. Para mi amigo, nacido y educado en Caracas hasta los veintitrés, la sensación de miedo no es desconocida, aunque sí, la incertidumbre que la acompaña.

— Un acto terrorista no se trata sólo del malandro que saca la pistola y te asalta. Es algo peor, que te hace sospechar de todos y de todos. Que te cierra la garganta de miedo y te acosa a toda hora — me explica, mostrándome a través de la pantalla de la portátil una imagen de su ventana: ala distancia, la imponente Torre Eiffel se encuentra a oscuras, aunque F. me aclara que sucede cada noche; pero hoy, tiene una connotación distinta. — Y eso que eres sobreviviente venezolano — le digo. Suspira y su imagen en la ventana del Skype parece desaparecer un momento para luego aparecer más clara. La expresión de su rostro es una mezcla de amargura y dolor. — Lo soy. Y es irónico que piensas no tendrás miedo de nuevo, hasta que ocurre algo así. Desde enero, nadie puede vivir tranquilo en la ciudad.

A diferencia del ataque a la redacción de Charlie Hebdo a principios de año, lo ocurrido en la noche del 13 de noviembre transforma el ataque y asedio terrorista ya no en una discusión sobre posturas políticas, sino en un problema nacional para Francia. Ya nadie discute sobre la “provocación” a los radicales y tampoco, los “excesos” de la libertad de expresión. Ya es bastante claro para Francia y el resto del mundo que la violencia terrorista busca destruir los cimientos de la cultura que el país galo representa y más allá de eso, la visión occidental sobre el mundo. Un concepto no sólo peligroso sino además, que conlleva un tipo de amenaza continuada de preocupantes implicaciones.

— Después de lo de Charlie Hebdo, hubo miedo. Pero lo que habrá después de esto, de la pesadilla que significó lo que pasó, será algo por completo distinto — me dice mi amigo que se inclina sobre la pantalla, me dedica una mirada cansada—, es como que si la ciudad entera estuviera herida.
Me aterrorizan sus palabras, sobre todo porque sé que son ciertas. Se trata del mayor ataque terrorista sufrido por Francia en toda su historia. La ola de atentados comenzó en el Estadio de Francia en el que se llevaba a cabo un partido entre Francia y Alemania, donde dos terroristas suicidas se inmolaron y desataron el pánico. El presidente François Hollande, presente en el evento, fue evacuado de inmediato.

La violencia de inmediato se esparció por la ciudad: La sala de fiestas Bataclan, fue atacada por un grupo de asaltantes que disparó contra los asistentes a un concierto que se llevaba a cabo en el lugar. Al menos cien personas murieron durante el ataque, que se prolongó durante casi seis horas. Luego, fueron atacados dos restaurantes, que dejaron un centenar de heridos y el Centro Comercial Les Halles, en el centro de París. En un tercer restaurante, dos desconocidos abrieron fuego directo contra los clientes que cenaban en la terraza.

François Hollande, visiblemente afectado, no dudo en responsabilizar de la autoría de los hechos al Estado Islámico: “Es un acto de guerra que ha sido cometido por ISIS contra los valores que defendemos”, insistió, para luego agregar que está convencido que el ataque se planeó desde el exterior y tuvo cómplices en el país. Una idea que parece aterrorizar más que cualquier otra cosa a una Francia que aún se debate en debates sobre la pluralidad étnica e incluso, la islamofobia que parece extenderse con preocupante rapidez en un irrespirable ambiente xenófobo.

Para ejemplo, baste un botón: El 20 de octubre del 2015, Marine Le Pen, destacada líder del ultraderechista Frente Nacional, compareció en un tribunal de Lyon acusada de “incitar al odio racial” contra los musulmanes. La acusación provenía de una serie de comentarios hechos por la líder durante el año 2010 en que comparaba las invasiones acaecidas durante la Segunda Guerra Mundial, con la inmigración musulmana. Le Pen, al igual que su padre, defiende una durísima postura sobre emigración y la presencia de extranjeros en suelo Francés, que hasta ahora había obtenido muy poca repercusión y apoyo. Y sin embargo, luego del ataque a Charlie Hebdo, la situación parece haberse vuelto un poco más confusa y menos tolerante, con respecto al hecho musulmán en Francia, algo que ISIS ha sabido aprovechar a su conveniencia.

Eso, a pesar que el año pasado, Barack Obama aseguró que el Estado Islámico “no es islámico” y por tanto no representa los intereses de la comunidad Musulmana alrededor del mundo. No obstante, el fanatismo de ISIS, que parece combinar no sólo las nociones generales del radicalismo religioso sino también del conocido fundamentalismo islámico tan temido en nuestra época, ha creado algo por completo nuevo y tan poco previsible, que construye una percepción sobre la violencia que ha sorprendido no sólo al Presidente norteamericano sino también, a buena parte de los líderes mundiales.

Y es que la pregunta obligada que cualquier ciudadano Francés — y del mundo, quizá — se hace desde comienzos de año, es: ¿qué es ISIS? ¿Por qué le resulta tan sencillo la infiltración y ataque de objetivos militares y civiles a una organización terrorista tan contradictoria y confusa? ¿O justamente por esa incapacidad para definirlo es que está sumando una fructífera campaña de terror que tiene como principal objetivo el modo de vida occidental? ¿Qué hace que ISIS pueda instrumentar ofensivas basadas en el reclutamiento de nacionales y en la infiltración de la radicalización en el centro mismo de los países que anuncia como sus objetivos? La respuesta a cualquiera de esas cuestiones parece mucho más intrincada e inquietante de lo que supone a primera vista.

Para empezar, ISIS basa su estrategia en el desconocimiento que occidente tiene sobre su actuación y orígenes. La primera ofensiva conocida del grupo se llevó a cabo en junio del 2014 y dos años después, controla un territorio más grande que Inglaterra. Liderados por el autoproclamado Califa, Abubaker al Bagdadi, ISIS no sólo se sostiene por el fanatismo de los tradicionales grupos levantísticos de oriente medio sino también, del flujo constante de yidahistas de todo el mundo que acuden al territorio controlado por el Estado Islámico. Se trata de un hecho inédito: Hombres y mujeres alrededor del mundo acuden para enrolarse en sus filas y además, se convierten en miembros a pleno derecho. Como si de una asimilación cultural se tratara, Musulmanes de segunda y tercera generación de docenas de Países europeos, parecen haber encontrado la reivindicación a la zona blanca de su identidad étnica — a mitad de camino entre la herencia cultural familiar y el modo de vida del país adoptivo — en la propuesta violenta y profundamente radical de ISIS.

Porque ISIS no es sólo un grupo terrorista con tendencia militar, sino una congregación religiosa, que asume una corriente del Islam, que asegura y promueve una peculiar concepción del fin del Mundo y el día del Juicio Final que lo coloca en la categoría de secta. Y esa justamente esa diferencia entre un grupo terrorista tradicional e ISIS, lo que le hace tan peligroso. Una amenaza política directa basada en aspiraciones religiosas, que transforma los ataques en proclamas de principios y sobre todo, en una manifestación de reivindicaciones religiosas muy claras. Una combinación explosiva.

No de extrañar por tanto, que el clima xenófobo en París — cada vez más acentuado y preocupante — sea también uno de los elementos que beneficia a ISIS en el desarrollo de una estrategia violenta contra los gobiernos que considera enemigos naturales. No se trata sólo que ISIS ataca a ciudades y ciudadanos como una forma de infundir terror, sino que lo transforma en un llamamiento racial, étnico y religioso que comienza a tener una considerable repercusión. Y aunque resulta casi inevitable analizar a ISIS como otro grupo terrorista con preocupaciones políticas medibles que utiliza el barniz religioso para justificar la violencia, la realidad demuestra que hay un ingrediente importante de identificación y arraigo que lo transforman en algo mucho más peligroso.
Porque ISIS es de hecho, no sólo islámico sino muy islámico. Y aunque no represente a buena parte de la comunidad Musulmana mundial, si basa sus actuaciones en una idea común que se alimenta de la desigualdad y la marginación. Como todo elemento religioso que se precie, cada una de sus actuaciones deriva de interpretaciones distorsionadas del Islam, basadas en la asimilación de la violencia como arma inmediata de lucha intelectual. ¿Qué ocurre cuando esta explosiva combinación de emoción, religión, esperanza y objetivo se mezclan? ¿Qué ocurre cuando hombres y mujeres tradicionalmente discriminados por el hecho racial y étnico encuentran la visión reivindicadora del grupo islámico? Quizá la respuesta más clara para eso sea lo que ocurre en París ahora mismo.
¿Cómo comprende lo anterior un continente donde la religión es accesorio anecdótico sin verdadera sustancia política? Hace ya varios siglos que no existe una guerra religiosa en Europa y quizá, ese olvido selectivo es justamente lo que beneficia a ISIS. Y es que la doctrina mitad religiosa-mitad terrorista de ISIS ejerce una influencia notoria en un sector de la población Europea, la más pobre, discriminada. La que sufre los prejuicios. Y quizás allí, es que radica su éxito.

Pienso en todo lo anterior mientras las redes sociales se llenan de mensajes de solidaridad. Hay una reacción unánime de repudio por lo ocurrido y muy pronto, la intolerancia y los ataques de odio comienzan a surgir. En Calais, un campamento de refugiados fue atacado y quemado, dejando varios heridos. Se insiste contra la plaga “musulmana” y a quien recuerda una y otra vez, que “esto podía evitarse con precauciones contra la religión islámica”. Se habla de un repunte de la islamofobia y sobre todo, de un recrudecimiento del extremismo de ultraderecha. Un panorama complicado y durísimo al que mundo se tendrá que enfrentar en los meses venideros.

Pienso también en Pegida, ese grupo de ultraderecha que recorre las calles de Alemania con cierto éxito. En los ataques xenófobos en varios lugares de Italia el años pasado. Pienso en el temor, en la incertidumbre. En la angustia de una ciudad que llora y las consecuencias que tendrá su ataque. Y me pregunto que ocurrirá después, a donde nos conducirá este nuevo paisaje geopolítico. Esta nueva visión sobre el mundo que el ataque París dejó en un mundo frágil y confuso.

Mi amigo se despide con semblante preocupado. Intentará dormir, me dice, con los labios apretados. En la ventana que miro a través de su ventana de Skype, se perfila el amanecer luego de una noche de pesadilla, que quizás cambiará el paisaje político del mundo de manera irreparable. Y yo también siento miedo. Uno amargo, desesperado, imposible de definir aún. Por lo que vendrá, por lo que deberemos afrontar. Por este nuevo tipo de violencia que aún no logro comprender a cabalidad. La agresión en forma de reinvidicación política. O algo peor.

C’est la vie.

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