sábado, 7 de noviembre de 2015

Danza de Mariposas y otras historias de brujería.




Cuando supe que mi tia M. tendría un bebé me desconcertó la idea. Tenía petulantes diez años y no se me ocurría una buena razón para que nadie quisiera tener un recién nacido. Lloraban, pateaban, babeaban y además, ¡Eran tan pequeños y frágiles! Pequeñas criaturas de rostro de mejillas sonrojadas que no parecían encajar en ninguna parte del mundo, a no ser entre los brazos de alguien más. Mi abuela me escuchó muy asombrada cuando le dije aquello.

- Un bebé siempre es una bendición - me explicó - una buena noticia que celebrar. Una esperanza.
- Pero ¿Para qué quiere uno mi tia? ¿No tiene ya una hija grande?

En mi imaginación, un bebé era una idea utilitaria, que cumplía una función. Una pieza que completaba el paisaje de las familias. Por ese motivo, no podía entender por qué tía, que era madre de mi prima C. querría tener otro hijo. Sobre todo, siendo prima una chica divertida, amable y bonita. ¿Era realmente necesario que deseara otro niño en la familia? me pregunté con cierta impaciencia más de una vez, mirándola pasearse de un lugar a otro con su enorme y redonda panza de embarazada. Sobre todo, porque parecía incómoda, cansada, un poco desbordada. ¿Por qué nadie querría pasar por algo semejante?

- Una vida no es algo que sobre o falte. Calza como una pieza espléndida en el mecanismo de todas las historias - me explicó mi abuela - la sabia, la bruja - cortando la verdura para la sopa del mediodía - por eso, todos en casa estamos muy contentos que tia haya decidido tener otro niño. Es pura esperanza.

Pero claro está, con diez años, no entendía muy bien esas cosas.  Me parecían venidas de otro mundo, de un lugar distante donde tener un bebé era una idea misteriosa y compleja. Confusa, me quedé sentada en la silla frente a la mesa de la cocina, intentando ordenar en mi mente las palabras que quería decir. Todas las explicaciones y razones, comprensibles y coherentes -o que a mi me lo parecían - acerca de esa cosa tan rara y para mi sin mucho sentido, de tener un bebé. Abuela me miró desde la profundidad líquida de sus anteojos de lectura.

- ¿Qué te molesta? Pareces muy incómoda con el pensamiento de tener un nuevo primito - me preguntó intrigada. Me encogí de hombros.
- Oye, es que no se por qué alguien querría tener un bebé - insistí. Pero se trataba de algo más que no sabía explicar - por qué...?

Sacudí la cabeza. Pensé en el enorme y redondo vientre de tia, redondo y tenso que parecía doler. El esfuerzo que le llevaba caminar, sus manos de dedos hinchados. El rostro un poco sudoroso. La recordé antes, cuando sólo era mamá de prima, delgada, esbelta y ágil. Una mujer extrañamente vigorosa y con una vitalidad que en ocasiones, no comprendía bien.  Tia era una gran nadadora y más de una vez, me había llevado para acompañarla mientras daba vueltas en la piscina del gimnasio cerca de la casa. Me asombraba la ligereza y rapidez de sus movimientos. Los brazos esbeltos apareciendo y desapareciendo en la superficie del agua, el rostro todo ángulos flotando sobre las breves ondulaciones de la superficie. Debía ser duro para ella, sentirse ingrávida, torpe, pensé. Como si de pronto, su cuerpo no fuera suyo, sino del futuro bebé.

Pero ¿Como explicarle eso a mi abuela? ¿Cómo describirle la manera como me hacia sentir esa noción de perdida, de ir un poco a la deriva, que un bebé me producía? Además, no se trataba sólo de la manera como tia se veía, sino todas las cosas que el nuevo miembro de la familia traería consigo. No era cosa sencilla, traer un niño al mundo, pensaba. Había cientos de cosas nuevas, inexplicables e indescifrables que provocaba su nacimiento. Era algo definitivo, que te cambiaba para siempre. La idea me venía a la cabeza mientras miraba la habitación de la nueva prima o primo, con ese aire de expectativa, como si esperara una nueva historia que contar. Y de eso se trataba ¿No? de toda una nueva vida que comenzaría y que su madre tendría que proteger, llenar de alegrías y mimos, de esperanzas y lecciones. Secar lágrimas, consolar miedos. Mostrar lo bonito y lo desagradable de cada día y de todas las experiencias pequeñas y grandes con las que te tropiezas al crecer. Era un labor ardua, que no acababa nunca. Como si el mundo fuera el Bebé. Era un pensamiento bonito y raro que por alguna razón me producía miedo de verdad.

- Un bebé es como...si tu vida ya no es tuya - intenté explicarle a mi abuela - como si ya no pudieras decidir sólo lo que quieres, sino que el bebé...fuera todo. Como si la mamá desapareciera. O como si su vida no fuera sólo de ella.

Me asombró escucharme decir aquello. La verdad se parecía mucho a lo que había estado pensado desde que me había enterado que tia M. iba a ser madre, otra vez. Pero ahora, como palabras, el pensamiento era incluso más duro, menos llevadero. Me pregunté si algo estaba mal en mi, si había una pieza rota en el mecanismo de mi mente por hacerme pensar de esa manera. Por no mostrarme las maravillas de ser mamá que al parecer todo el mundo notaba, menos yo.

- O sea que te preocupa el hecho que el bebé sea tan tuyo que tu vida y la suya se confundan - me preguntó  mi abuela. Lo hizo con su acostumbrado tono amable, pausado. No se había irritado  por lo que le había dicho, a pesar que seguramente le parecía extraño e incluso, un poco irrespetuoso. Eso me animó a continuar.
- Bueno...sí. Es como desaparecer, dejar de vivir. El bebé se convierte en todas las cosas, las buenas y las malas, las tristes y las alegres. El bebé es el rostro de la mamá, sus manos y sus piernas. Cada cosa en su vida. ¿Es que ella no existe más?

Abuela suspiró y siguió revolviendo la sopa con gesto diestro y firme. Una de las cosas que más me gustaba de mi abuela, era justamente esa: siempre respondía las preguntas. Se las tomaba en serio, las analizaba con cuidado. Y claro está, sus respuestas eran dignas de escucharse. A pesar que yo apenas era una niña, siempre se tomaba la molestia de explicarme las cosas lo mejor que podía. A su manera profunda, poética y por supuesto mágica. Las palabras de una bruja, supongo.

- Claro que existe, todos somos individuales incluso cuando el amor nos hace creer que no - me respondió por último. Se secó las manos en el delantal, se sentó en la silla a mi lado y me dedicó una de sus largas miradas color miel - porque de eso se trata, mi niña. De amar y querer. Cuando una mujer se convierte en madre, descubre un tipo de amor que le sorprende. Una forma de donar y crear que probablemente, hasta entonces no había pensado posible. No se trata de un sentimiento nuevo, por cierto. Todos estamos capacitados para querer con furia, con alegría, con pasión. Pero pocas veces, hay tan buenas razones para hacerlo como por un hijo.

No supe que decir.  Como hija única y la más pequeña de una casa de brujas, la idea de perderme de esa manera en el amor hacia alguien más me parecía desagradable. Por supuesto, era muy joven para pensar en términos tan complejos. Pero no podía imaginar como sería el poder de ese sentimiento, esa completa compresión de mi misma a través de alguien más.

- ¿Y que pasa con mi vida? - insistí - ¿Con todas las cosas que yo soy?
- Siempre eres tu misma, a donde sea que vayas y como sea que lo comprendas. Pero cuando amas, todo lo que sueñas, piensas y asumes como propio tiene un segundo significado. Existes y a la vez, eres gracias a esa sentimiento.
- ¿Cómo? - parpadeé.
- Amar no es para cobardes, dice tu tatarabuela y es verdad - se río - pero no se trata que amar te da miedo o que querer, pruebas que eres valiente. Sino que para amar de verdad, hay que aprender a renunciar, aceptar, avanzar, destruir y construir. Nadie ama y permanece siempre igual. Nadie ama y sobrevive así mismo. Todos amamos para renacer.

Traté de encajar sus palabras en el mapa de mi mente, ordenalas de alguna manera que tuvieran sentido en mi vida de niña, en mi pequeña e inocente visión del mundo. No lo logré. Mi abuela hablaba del amor, pero de una forma en que jamás lo había escuchado. Y no sólo del amor de madres e hijos, sino algo más enorme, profundo y sincero. ¿Que quería decir?

- ¿Pero eso es el amor de las mamás por sus bebés o el que siente todo el mundo? - pregunté. Sonrío.
- Hija, el amor es una única cosa: es un tipo de energía que construye. No importa su intensidad, a quien lo profeses. El amor tiene la capacidad de brindarte una visión por completo nueva del mundo. Porque el amor es quizás, la magia más antigua de todas.

Como yo aún no tenía mucha idea sobre qué era realmente la magia - y no la tendría en muchos años más - me confundí. Me quedé sentada muy quieta mientras mi abuela se levantaba para ir de un lado a otro de la cocina con su acostumbrada impaciencia y energía. Paladeé sus palabras una a una, las saboreé como si se trataran de un nueva sensación visceral. Pero no logré entenderlas.

- ¿Magia? - dije por último - ¿Como...volar y esas cosas?

Mi abuela soltó una de sus carcajadas rotundas. Me miró sobre el hombre, parada junto al viejo horno de la cocina.

- ¿Puedes volar brujita?
- Se supone que las brujas pueden.
- Ah, sí. El mundo supone tantas cosas de las brujas - me hizo un guiño malicioso - pero sí, es la misma magia que nos hace soñar e imaginar. El amor, mi niña, es nuestra capacidad creativa más fuerte, más primitiva y más poderosa. Es energía personal pero construida para unirte a todo lo que te rodea. Para ennoblecer y construir algo tan preciado a tu alrededor como para que sea inolvidable.

"Hace siglos, se decía que las brujas podían crear pociones y hechizos de amor. Porque se suponía aún que el amor era algo que podía forzarse y empujarse. Pero, toda bruja sabe que el amor es esa infinita fuerza natural que te hace abrir los ojos cada mañana. Que te hace reir a todo pulmón y llorar a lágrima viva. Que te hace desear con tanta fuerza que te deja confusa, pero deseando comprender más. El amor es ese hilo invisible que nos une a las estrellas, a la tierra firme, al misterios de los árboles y las ramas que se elevan al infinito. A todos los misterios, a todos los hechos y pensamientos. El amor, existe porque somos capaces de imaginar, crear, consturir, tener esperanzas. Y ese es un poder intricando, poderoso, en ocasiones temible. Pero real. Tanto, como para cambiar para siempre la vida de quienes lo experimentan."

Me quedé sumida en un respetuoso silencio luego de esas palabras. No sabía que decir o mucho menos, que añadir a una idea tan enorme. Abuela, con su delantal floreado y su cabello despeinado por el trajín mañanero del sábado, tenía un aspecto magestuoso, como sus pensamientos le hicieran poderosa, enorme. La miré, intentando imaginar esa ráfaga de luz y calor que creía era el amor, brillando y combándose entre las cosas visibles del día, uniéndonos unos a los unos, creando belleza donde antes no había. Era un pensamiento asombroso, que nunca había tenido antes.

- En Brujería, creemos firmemente que el amor te permite comprender que eres parte de una historia más grande que la tuya. Que eres un fragmento de un sueño tan amplio que puedes perderte en él y aún, continuar siendo tu mismo - dijo entonces - el amor, que es cruel y durísimo de aceptar. Que es luminoso e inocente, lóbrego y doloroso. El amor que cambia, se transforma, te eleva, te lastima. Te cambia, para siempre. Un poder sin nombre que llevas a todas partes, que forma parte de ti aunque no lo sepas. Por eso, para las brujas, el amor es magia. Como las tormentas y las montañas. Tan peligroso y desconocido como los secretos de la naturaleza. Porque nadie comprende que provoca el amor, que lo despierta. Pero sí, todos sabemos reconocerlo. Todos comprendemos el poder de su nacimiento.


Abuela se quitó el delantal, lo dobló con cuidado y lo dejó sobre la mesa de la cocina. Pensé en todas las pequeñas cosas que abuela hacia durante el día, tan pequeña e insignificante como esa. Pero también, tan significativas. Abuela, que cuidaba de mi y mis tias, que me mimaba siempre con pequeños gestos, tan dulces que la mayoría de las veces, pasaban desapercibidos. Abuela, que sonreía al escucharme, que me miraba a los ojos al conversar. Que dejaba para el abuelo una taza de café con leche sin azúcar cada mañana en la cocina, tal y como él lo prefería. Abuela, que sabía cuando mi mamá, tan distante y callada, necesitaba de un abrazo y un beso en la mejilla. De pronto, tuve la impresión que cada pequeña cosa que hacia, era por amor. Pero no el amor de las novelas de televisión o esa idea un poco artificial que de vez en cuando leía en los libros. Era algo más tierno, como recién nacido. Una primavera que brotaba de todas partes.

- Querer es un privilegio - me dijo entonces - es una manera de asombrarte, de luchar, de contradecir, de avanzar. Amar es parte de todas las cosas que hacemos. Y es el amor lo que las hace bonitas.
- ¿Y por eso tengo que ser mamá? - pregunté de pronto. La idea, por alguna razón, me abrumó - ¿para querer como si fuera magia?
- Ser Madre es una de las tantas formas como puedes amar - me respondió. Se acercó a mi y me tomó de las manos. Sus dedos eran reconfortantes y cálidos - Amar no se limita a un nombre, a una idea, a un apelativo. Amar es crear. Y eso puedes hacerlo siempre. Amar a un hijo es una expresión infinita de amor. Pero también lo es amar a la persona que elegiste forme parte de tu vida. A tus pasiones, a tus sueños y certidumbres. A lo que aspiras, a lo que deseas alcanzar. A la vida misma. El amor es magia porque es capaz de destruir y crear. De ser poderoso y hermoso. De ser invencible y audar.

Me abrazó. Le eché los brazos al cuello y me apreté contra su nombro. Seguía sin entender la mayor parte de las cosas que decía, pero al menos, sabía una cosa: el amor no era tan simple ni tampoco tan comprensible como lo había supuesto. Y por raro que parezca, eso me parecía bueno. Hermoso. Profundamente valioso.

- Para una bruja, amar es la razón para hacer cualquier cosa. Consumirte en pasión y entusiasmo. Llenarte de ese fuego de cien hogueras en la noche para desear alcanzar lo que esperas, lo que te obsesiona. El amor no es sencillo, no es para cobardes. Pero de alguna u otra forma, todos encontramos la fuerza para amar en nuestra vida.

Pensé en sus palabras mientras veía a mi tia  sonreír, agotada y un poco dolorida, con su enorme vientre de embarazada cada vez más redondo. Pero también, comencé a recordar lo que la abuela decía cuando veía a mi prima L. bailar como tanto le gustaba, con los brazos sobre la cabeza, doblando y cimbreando el cuerpo con agilidad. Cuando abuelo trabajaba con enorme cuidado las maderas de su taller. O cuando mi tio estudiaba por horas, rodeado de libros y papeles. De pronto, comencé a pensar si el amor no sería algo más que un gesto. Una idea mucho más grande, misteriosa. Tan enorme como el primer rayo de luz de la mañana. Tan cálido como el olor virgen de la montaña al anochecer. Y me pregunté, si el amor era un lenguaje, una palabra que nadie pronuncia. Una forma de soñar y de crear, tan enorme que nos llevaba una vida entera comprenderlo.

Una forma de magia nacida en algún lugar remoto de nuestra imaginación.

***

Mi prima G. nació un martes, una luminosa mañana de noviembre con el cielo brillando de azul Caracas. La bisabuela fue a buscarme en el colegio y me llevó con ella para conocerla, sonriendo con una rara felicidad.

- Es una niña preciosa. Y lloró con toda la energía de sus pulmones al nacer - me contó - será fuerte. Un corazón indómito.

Me gustaron esas palabras. Las pensé un rato después, mirando a la bebé recién nacida en brazos de su madre. Una cosita arrugada color rosa envuelta en sábanas blancas. No parecía indómita o fuerte, pero sí, decidida a vivir. Con los ojos abiertos con esfuerzo, la sonrisa desdentada, las manitos abiertas e inquietas. Y pensé en la vida, como un prodigio enorme, desconcertante. Antes, este bebé, esta pequeña esperanza, apenas un anuncio de una idea. Y ahora estaba aquí, con el futuro abriéndose en sus dedos. Una nueva historia que contar y comprender.

Me incliné para mirar a la niña más de cerca. Mi tia me hizo un guiño amable.

- ¿La quieres sostener? - me preguntó. La miré con los ojos muy abiertos y desconcertados.
- ¿Puedo?
- Es tu prima. Es una parte tuya también.

Se inclinó con delicadeza hacia donde me encontraba. Abrí los brazos y de pronto, mi primita recién nacida me miraba con sus ojos turbios de asombro, despertando a esta vida mientras yo la apretaba contra el pecho. Tuve una sensación de nítido portento, de comprender de golpe una serie de ideas que me llevaría un buen tiempo colocar en el lugar correcto en mi mente, pero que podían resumirse en su rostro sonrojado. En su manita cálida contra mi mejilla.

- Bienvenida - murmuré. Y sentí amor. Enorme, ilimitado, asombrado. Una sensación amplia y tan brillante que me hizo parpadear - seguramente no nos llevaremos bien. Pero te querré. Te querré desde hoy hasta las estrellas.

La niña estiró los puñitos y después, se quedó dormida. Así, sin otra transición que una pequeña sonrisa. Y me quedé allí, pensando en la capacidad de crear y creer. En el poder de todos los pequeños prodigios diarios. En esa magia antigua que nos une a todos.

Recuerdo ese momento con mucha frecuencia. Cuando levanto una cámara para fotografiar o un lápiz para escribir. Y es que el amor es parte de todas las cosas, de todas las ideas, de todo lo que asumimos real y poderoso. Creamos para crecer, amamos para soñar, aspiramos a la esperanza para ser infinitos. Para encontrar una razón para sonreír.

Magia vieja, primitiva. La única real, quizás.

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