lunes, 18 de octubre de 2010

La viuda negra, Hermosa y destructiva

En ocasiones, la extraña obra  "La Duquesa de Alba" de Francisco de Goya ( circa 1797 ), me hace sentir que soy la espectadora casual de un enigmático - y quizás lujurioso - dialogo intimo, entre el pintor y su modelo. Más tarde, Goya dibujo a la Duquesa como una bruja, pero aquí escribe su nombre a los pies de la Duquesa y la inscripción "Goya" aparece en uno de sus anillos. ¿Un idilio entre la orgullosa aristócrata y el genio sordo? Supongo que ningun historiador apoyaría una tesis tan peregrina, pero tal vez...esa tensión subyancente, esa sensación de sutil provocación es lo que otorga a la obra su halo misterioso y profundamente inquisitivo.

Como si ella fuera una estrella en el escenario, la duquesa ocupa todo el espacio con su presencia. No necesita ningún accesorio, ni una columna, para apoyarse ni un árbol que ofrezca su sombra. Aparece sola de pie delante del fondo casi monocromo con un paisaje Flúvial de andalucia. La soledad y la pose orgullosa responden a su rango y su carácter: María del Pilar Teresa cayetana de Silva Alvarez de Toledo, la XIII, duquesa de Alba, primera dama española después de la reina.

"Belleza, popularidad, gracia, riqueza y nobleza" todas estas virtudes poseía la duquesa de Alba, a decir de sus contemporáneos, algunos de tanta alcurnia como la Inglesa Lady Holland ( aristocrata e intelectual del Siglo XVIII ) a su vuelta de un viaje por España.  Era envidiada por las mujeres y adorada por el pueblo. No pasaba un día sin que los romances del ciego de Madrid contaran las últimas extravagancias de la Duquesa. Con alusiones evidentes, se explayaban sobre la rivalidad entre la Duquesa y la reina María luisa, disputándose constantemente el modelo más elegante, los amantes, las corridas de toros o la popularidad.

De hecho, La Duquesa de Alba me parece el antecedente más inmediato a nuestras actuales celebridades del espectáculo. Odiada y amada a la vez, era fuente constante de controversia entre los circulos más conservadores de una España obsesionada con su propia historia y personajes. La suelo imaginar, recorriendo las calles doradas de piedra púlida, bajo el sol de mayo, cubierta por una elegante mantilla, expectante de la aclamación popular, nutriendose de ella, tal vez. Y es que la Duquesa de Alba era en si misma un simbolo de la decandencia y de los valores de la Aristocracia Europea: objeto de admiración y curiosidad, y blanco de ataques de una estrictia moralidad.

Sin embargo, si no hubiera conocido al pintor Goya, hoy solo sería conocida por los historiadores del arte. Pero la obra del pintor y el mito que se creó a partir de esa enigmatica vinculación entre ambos, la convirtieron en una figura escandalosa y paradojica, que despunta por derecho propio sobre otros de sus contemporáneos e incluso, del dogma social de la época en la que vivió. La relación entre el pintor y la aristócrata dio pie a multiples habladurias, que terminaron conviertiendose en leyendas. Los autores románticos del siglo XIX la idealizaron hasta convertirla en una historia de amor trágica y apasionada.

En 1951 Lion Feuchtwanger publicó una emocionante novela sobre la pareja, pero también el tuvo que abandonarse sobre todo a su fantasía, debido a que los testimos de los amantes y     los posibles testigos del idilio son muy escasos. Aparte de algunos dibujos y grabados, la prueba más importante de su relación es el retrato de la duquesa pintado por Francisco de Goya en 1797. En la actualidad pertenece a la Sociedad Hispánica de Nueva York.

Muchas circunstancias han quedado sin aclarar hasta el día de hoy, por ejemplo, la muerte de la duquesa cinco años después que el cuadro fuera terminado. Entonces se dijo que había sido envenenada a causa de sus desaveniencias con la reina. En aquella España Tradicional dominada por los hombres, ambas mujeres superaban con creces a sus esposos en vitalidad y fuerza de voluntad.

El Duque de Akba era un hombre débil de constitución y de carácter. La reina María Luisa por su parte, domiana al flemático monarca Carlos IV chasta el punto que, en 1792, encomendó los asuntos de estado a su protegido Manuel Godoy. El joven oficial de 25 años convencía más por las curvas de sus muslos que por sus cualidades como político. No era el hombre capaz de sacar al país indemne a través de los peligros de la política Europea.

En un primer momento, una minoría de intelectuales españoles había dado la bienvenida a la Revolución Francesa, esperando conseguir reformas para el país atrasado y explotado por la Iglesia y la aristocrcia. La ejecución de Luis XVI incitó a España a emprender una "campaña punitiva" que no fue más que un revés militar. Entonces Godoy, no sólo pacto la paz con la Francia revolucionaria, sino que además se alió ella en contra de Inglaterra. Esta política precipitó a España a veinte años de guerra y enfrentamientos internos.

No obstante, de momento el partido afrancesado gozó de gran popularidad. Sus partidarios se reunían en el salón de otra mujer de carácter, la duquesa de Benavente. Allí forjaban los proyectos para la creación de un estado moderno según el modelo fránces.

La mayoría de los españoles, sin embargo, seguían siendo hostiles a las costumbres e ideas extranjeras y en la capital se formó una oposición que añoraba la España Tradicional. Estos patriotas conservadores imitaban obstentiblemente a la gente sencilla de Madrid, los majos, y en lugar de reunirse en los salones, lo hacían en las corridas.

La Duqesa de Alba se puso a la cabeza de este movimiento popular. Renunció a la Moda parísina y se exhibía con traje negro y mantilla, con los brazos en jarras como lo haría una maja salada: dispuesta a replicar con descaro a un cumplido demassiado atrevido. El rostro siempre impasible, la pose orgullosa y erguida, tal como lo exigía el estilo español, tanto a la maja como a la duquesa. Fue durante esta época, que nació la leyenda entre Goya, "el genio Loco" y la Aristocrata, la mujer más deseada de España.

Por lo que se sabe, Goya pintó por primera vez a la Duquesa de Alba en el año 1795. Paralelamente a su retrato con vestido blanco, Goya llevó a cabo el retrato del esposo. El pintor pertenecía en realidad al círculo de artistas en torno a la duquesa de Benavante, una de sus primeras benefactoras. A la Duquesa de Alba, que protegía a actores y toreros, tuvo que tentarle la idea de arrebatar el artista la duquesa de Benavente. En una misiva dirigida a un amigo, Goya dice: "Más te valía venirma a ayudarme a pintar a la de Alba que se metió en el estudio para que le pintase la cara...que me gusta más que pintar en lienzo". A partir del contexto se puede deducir que la carta está fechada en Londres en 1800, ciudad en la que Goya aparentemente nunca estuvo. Una incongruencia más en toda aquella aventura amorosa. 

Una cosa parece cierta, en 1796/97, la duquesa y el pintor pasaron unos meses en Andalucía. Goya había empredido su segundo viaje al sur y la Duquesa, tal como exigía la costumbre, se había retirado a sus propiedades después de la muerte del marido. El retrato con el año 1797 escrito en la arena, prueba que estuvieron juntos en esa época. Al fondo se aprecia la llanura de Sanlúcar donde la familia de la duquesa poseía extensas propiedades con cómodas casas de campo y pabellones de caza retirados, entorno ideal para una viuda en duelo.

En el dedo de la duquesa no brilla ningun nombre del difunto. Junto al anillo de diamantes con el nombre de "Alba" grabado, lleva un anillo de oro en el que se lee claramente "Goya". Además su mano dirige imperiosamene la mirada del espectador hacia el suelo donde se ve escrito en la arena "Solo Goya".


No existe ningun otro documento, visual o escrito, que corrobore o desmienta la historia que se esconde detrás de la misteriosa frase. La mirada de la Duquesa es firme y un tanto exática, convencida de su poder, completamente convencida del valor de sus designios más personales. El cabello le cae sobre los hombros, la mantilla le cubre los hombros, el paisaje elusivo simplemente guarda silencio. Las huellas se desvanecen lentamente en el sol quemante de una Andalucía onírica. Y el pintor, fuera de la escena solo es un sueño. Pero Goya insiste en recordarnos que este fragmento de tiempo fue real, que hubo un instante entre todos los instantes, en que no hubo titulos de alcurnía o una genialidad perturbada más allá de un rutilante deseo: "Solo Goya". Para siempre. Un exquisito enigma, más allá de cualquier de cualquier significado y acepción moral.

1 comentarios:

Meny dijo...

Sí que es una gran investigación!! me gusta mucho, sobre todo que te hayas ido a buscar en las fuentes primarias: las cartas (como la carta que citas de Goya). Y muy completa. Esta perfecta pues!! y con un excelente final! XD

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