miércoles, 6 de octubre de 2010

De los Simbolos y otras ideas personales



Aunque ya debería estar acostumbrada, siempre siento una punzada de tristeza cuando veo a algun muchacho de mi ciudad, llevando un pentáculo invertido o decorado con cualquier otro ornamento supuestamente satanista. Muchas me detengo en mitad de la calle y lo miro con una sensación de tristeza y rabia, preguntandome si sabe exactamente cuantas cosas ofende con el sencillo gesto de portar un simbolo que no comprende de una manera grosera para quienes profesamos una fe diferente a la suya. En pocas ocasiones, impelida tal vez por cierta osadía furiosa, he imprecado e incluso tratado de explicar mi punto de vista, solo para conseguir una diatriba por completo esteril. Sí, probablemente ya debería estar acostumbrada a ese tipo de ofensas, pero creo que no será pronto y aspiro que nunca llegue el momento en que acepte que la falta de respeto por el simbolo religioso es algo común.

Por lo tanto, para todas esas personas que llevan un pentáculo sin saber exactamente cual es su esencia, cual es el sentido que recrea su forma, de donde proviene su poder para  inspira a quienes hemos escuchado una voz profunda de la conciencia más personal, para todos aquellos que han olvidado el nombre de la Gran Madre, escribo esta entrada.

Muchas veces, el significado de los simbolos más profundos de nuestra perspectiva cultural se hunden en las engañosas sombras de la historia. Es una lección dura de apreder, pero de suma importancia, debido a que muchas veces no conocemos la raíz de donde ha nacido nuestros pensamientos y convicciones. La verdad de un hecho histórico y social, no está determinada ni por los deseops ni por los drecretos humanos. La verdad de un metáfora semiótica, es la armonización de la mente y del corazón humano con lo que realmente es un expresión cierta de nuestro rostro como sociedad: El origen de la expresión de fe, de nuestra creación anecdótica más valiosa. El concepto de la fe.

Parece necesario decir estas cosas, por cuanto con demasiada frecuencia el poder, la opinión pública y la tradición se toman como sinónimos de la verdad. La enseñanza de la Iglesia católica ha estado teñida muchas veces de violencia y falsedad. Su feoz cruzada por brindar "la salvación" - que término curioso - a los paganos y a los practicantes de la Antigua Religión se extendió a lo largo de tres siglos, y empleó métodos tan eficaces como terribles. La destrucción de una linea matriarcal de conocimiento, la comunión de la dualidad Universal a través de una idea profundamente divina.

Como es conocido por todos, la Inquisición dió el visto bueno  al libro que algunos consideran como el ejemplar literario que propició más muertes en toda la historia: el Malleus Malleficarum - El martillo de las brujas - un seudo manual de adoctrinamiento propagandistico mediante el cual se adoctrinaba a los creyentes para utilizar el prejuicio como arma de violencia. En un abirragado volumen de enseñanzas absurdas, el clero señalaba a las mujeres como "un peligro para la fe y la integridad del alma" e instruía a todos la grey cristiana en la manera de localizarlas, torturarlas y destruirlas. Casi toda mujer estaba expuesta a ser asesinada por el simple hecho de pertenecer a cualquiera de las intrincadas clasificaciones que la Iglesia había creado para corroborar su violencia de género: Las que habían recibido algún tipo de educación, las sacerdotizas de alguna creencia desaprobada por la iglesia, las gitanas, las místicas, las amantes de la naturaleza, la que recogían hierbas medicinales y "cualquier mujer sospechosamente interesada por el mundo natural". Incluso a las mujeres que siempre habían sido parte importantes de las comunidades, como las comadronas y otras curanderas, fueron asesinadas por su práctica "herética" de aliviar los dolores del parto - un sufrimiento que la Iglesia consideraba un precio justo por la naturaleza maliciosa y tentadora de la mujer - y ayudar con hierbas medicinales en los partos más dificiles. Durante trescientos años, la caza de bruja asesino directa o indirectamente a casi dos millones de mujeres, la mayoría de ellas condenadas en violentos autos de Fe, sin haber disfrutado de un juicio previo o incluso, la hipocresia de un interrogatorio donde los instrumentos de tortura no fueran la principal forma de disuación.

¿El resultado de casi tres siglos de brutal represión e intolerancia? Lo podemos apreciar a nuestro alrededor, incluso en las cosas más sencillas.  Las mujeres, que en épocas precristianas eran consideradas la mitad esencial de la iluminación y la expresión espiritual, se encuentran relegadas en la mayoría de los casos a un papel servil y tristemente secundario. La Iglesia se regodea en sus principales estudios teologicos, de considerar a la mujer una metáfora de lo que consideran el epítome de la culpa institucionalizada " el pecado original". La veneración de la Naturaleza ha sido olvidada, sepultada por una historia cruenta y sangrienta. La idea de la dualidad cósmica, la unión de lo femenino y lo masculino que integraba el principio equilibrante del Universo, fue sustituida por un patriarcado mezquino y carente de verdadero significado. 

No obstante, el nombre de la Diosa no ha sido olvidado. Se intentó que el péndulo histórico oscilará hacia la ignominia, hacia el desconocimiento de la raíz más profunda de nuestra propia compresión de la verdad.  Sus hijos aun celebran el poder de la memoria colectiva, el tiempo infinito que se manifiesta a través de cada uno de nosotros. El misterio de lo femenino, el enigma del equilibrio entre la oscuridad y la luz de las ideas, aun vive, integro y brillante, cada vez que una mujer descubre el valor de sus convicciones, el sentido último de su pensamiento más espiritual. Hombres y mujeres recorren la senda de la Iluminación en busca de un sentido más profundo y poderoso a sus creencias. La voz de la Diosa se escucha fuerte y firme en el bosque frondoso de nuestro pensamiento.

Sonrío, mientras termino de escribir estas lineas. Como siempre, las palabras le brindaron un lugar adecuado y firme a mis emociones. Suspiro, extiendo los brazos, con una sensación vibrante recorriendo. Pura alegría, la furiosa sensación de un despertar tan intimo que casi se confunde con mis ideas más personales, esa arco púrpura que se eleva en mi memoria, más allá del tiempo real. Sonrio y luego me llevo los dedos al cuello. Sostengo mi pentáculo de plata con reverencia, con una sencilla sensación de maravilla. Una forma reconocible en medio del caos cotidiano y la remota sensación de dolor que en ocasiones me ocasiona la simple diferencia. Pero en realidad, ahora no siento más que orgullo.

El honor de alzar el estandarte de la Diosa en mi voz.

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