sábado, 16 de octubre de 2010

A Oscar.



Mi queridisimo Oscar:

En mi Caracas Natal, que nunca conociste - y que tal vez, te habría parecido desdeñable en su tropical vulgaridad - hoy el cielo reluce de un azul eterno, radiante, hermoso. Como la eternidad en que vives ahora. A casi un siglo del futuro, te has convertido en un icono, en un simbolo del poder de la imaginación, de la gran capacidad para crear y creer en el poder de las palabras. Casi dos siglos después de tu nacimiento, alcanzaste esa cualidad de los Dioses y los mitos. Eres inmortal.

Tal vez nunca imaginaste a donde llegarian esas lineas esplendorosas que redactabas rodeado de lirios azules: sin duda, sabias del poder de la pasión tu talento - nunca dejaste de confiar y creer en esa magnifica capacidad tuya para transformar el mundo en un lugar a la altura de tus ideales - , pero me pregunto si en el fecundo jardin de tu mente, imaginaste lo que ocurre justo ahora: Una mujer joven, que escribe sobre ti, porque a través del tiempo conquistaste su corazón. Porque fuiste tu Oscar, uno de los artificies de mi amor pasional y profundo por las palabras. Porque te debo a ti, Oscar, esta capacidad infinita para asombrarme por las historias que nacen en mis dedos, cada día, por el sueño  espléndido de edificar el mundo en simbolos y metáforas. De manera que sonrió, con los ojos húmedos, mientras escribo esta carta que nunca leerás, que nunca pudiste preveer existiría, pero que conmemora tu memoria, tu enorme poder para transcender.

Porque Oscar, uno de los primeros cuentos que leí - tendría siete años, quizá ocho, no lo recuerdo bien - fue el Principe Feliz. Y fue esa enorme metáfora sobre la belleza, la tragedia de un amor diminuto y pero poderoso, lo que mostró, con más claridad que cualquier otra cosa, el portento de la palabra, ese nacimiento en luz de un sueño que se hace idea, que construye rostros y un futuro, que se eleva más allá de todo limite para aspirar a algo tan intangible como portentoso: la magia de creer. Porque creí en ese Principe de Oro y Zafiros y en esa Golondrina enamorada muerta a sus pies. Porque en mi imaginación, fue tan real que no pude creer que realmente no existieran, asi que decidí darles albergue en mis espiritu y hacerlo vivir para mi. Y revivirlos cada vez que leí de nuevo el cuento. Aprendí, contigo, ese pequeño prodigio de traer a mi vida el poder de la imaginación.
De manera que, mi querido Oscar, no hay otra manera que celebrar el día de tu nacimiento que sonreir entre lágrimas y tomar aquel viejo primer libro que te hizo eterno en mi memoria y soñar. Soñar, que quizá dentro de cien años más, una mujer del futuro pensará como yo, que eres un tesoro de las generaciones pasadas, de la historia de la literatura, de esa valiosa y magnifica convicción que la mente humana es tan libre como sus ideales, tan poderosa como sus principios, tan enorme como sus sueños. Tu lo demostraste durante tu vida y ahora, cuando alcanzas la inmortalidad, nos lo recuerdas cada día.

Con todo mi apasionado amor por ti.

A,

0 comentarios:

Publicar un comentario