sábado, 10 de julio de 2010

De sueños, pesadillas, iluminaciones, delirios e imagenes eventuales.






Vaya que es extraño eso de perder - o dejar caer en el pozo de los recuerdos olvidados - lo que uno escribe, o peor aun, no recordar algo que podría ser importante. Hace unos cuantos días, me puse a leer antes de intentar conciliar el sueño a la luz de la lámpara, comodamente reclinada en mi sillón favorito; Sin saber exactamente en que momento me quedé dormida - un pequeño prodigio aleatorio y entonces tuve un sueño muy extraño: Estaba en una biblioteca - mejor dicho, un gran salón silencio y viejo rodeada de altisimos anaqueles - y entre mis manos sostenía un libro grande, hermoso, y más viejo que el vetusto lugar donde me encontraba; parecía estar escrito en algún alfabeto misterioso, un enigma diminuto con el sabor de lo onírico. Acaricié las solapas y cuando las abrí, un ramalazo de viento y arena me golpeó el rostro. Intenté gritar, pero me encontré sofocada por las violentas ráfagas que brotaban por raudales de las páginas en blanco. Traté de cerrar el libro, pero no pude hacerlo y me derrumbé sobre la arena perfectamente blanca, que comenzaba a llenar la habitación, como un silencioso desierto surgiendo directamente de mis manos. El pánico me atenazó y sentí que moriría,absurdamente atrapada en aquel tiempo sin nombre.


De pronto me desperté, aturdida por la sensación que aquella rebuscada imagen tal vez llevaba un sentido que no podía comprender, esas pequeñas metáforas absurdas que suelo crear en mis largos y frecuentes desvelos. Por fin, me sentía tan cansada como si hubiese atravesado realmente un desierto de hojas muertas y dejé en la mesa junto a mi cama el libro que estaba leyendo cuando me quedé dormida("Otras Inquisiciones" de Borges). Con el rostro hundido entre las almohadas, senti el lento palpitar de la noche un poco húmeda que palpaba el cristal de mi ventana y por un rato, no me atreví a apagar la lámpara. Finalmente, me sentí un poco ridicula por el temor infantil que parecía obsesionarme un poco, y apagué la luz. Un suspiro en la oscuridad, los párpados milagrosamente pesados. todo eso no me pudo llevar más de 30 segundos - una breve grieta en medio de mi prístino y recién nacido temor - pero ese poco tiempo basto para que se evaporara de mi memoria el sentido criptico del miedo o mejor dicho, dejé de atribuir al sueño otro sentido que a una excentricidad de mis pensamientos más remotos.

Una densa calma, el cabello revuelto me araña el rostro. Una breve duermevela me envuelve. Me acurruco bajo las sábanas cálidas. Un breve escalofrio me recorre, y la tensión me abandona en lentas oleadas.

¿Duermo? Tal vez solo danzo en medio de los pasillos de mi imaginación.


¿Se me ha negado la iluminación divina, o simplemente debo dejar de leer(sobre todo a Borges)antes de dormir?

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