martes, 9 de mayo de 2017

Del asombro al terror iniciático: Una mirada a la fe desde la óptica de “American Gods” y “The Leftovers”.






En una ocasión, el escritor Neil Gaiman confesó que había escrito la novela “American Gods” en un intento de conectar con la norteamérica profunda, la que pocas veces aparece en libros o películas, la misteriosa. De manera que tomó su coche y comenzó a recorrer el país, en busca de esa identidad enigmática que Gaiman estaba convencido se encontraba al margen de lo urbano y fastuoso de la primera potencia mundial. Se trató de un viaje de reconocimiento, una reinvención del clásico roadtrip norteamericano en un país con enormes e interminables autopistas y caminos rurales en donde el viaje en automóvil se toda una tradición esencial. Por extraño que parezca, de ese recorrido nació una novela mística, extravagante pero sobre todo con un profundo acento en la historia ancestral que precede la identidad nuclear del país actual. Mucho después, Gaiman aseguraría que encontró en los viejos pueblos abandonados, en sus habitantes desconfiados y en la soledad de un territorio en sombras, la huella de un pasado rico, existencialista y profundo que la ciudad y la urbe no puede comprender.

Tal vez por ese motivo, el primer episodio de la serie “American Gods” comienza con un prólogo en el que un narrador invisible describe el viaje de hipotéticos colonizadores Vikingos hacia América del Norte. Se trata de un recorrido que Bryan Fuller ilustra desde cierta noción del espectáculo, pero también del simbolismo: Los viajeros llegan a una tierra inhóspita que no sólo les recibe casi con violencia sino que además deben enfrentar a la fuerza invisible — la identidad de la tierra — que les recibe con evidente hostilidad. Tampoco pueden regresar al Mar: el viento dejó de soplar y de pronto, el grupo de aventureros se encuentra varado en una tierra desconocida y violenta de la que saben tan poco como para resultar peligrosa. Finalmente, los fieros Vikingos recurren a la única ayuda posible: Un sacrificio al “Padre de todo lo Creado” , en busca de vientos propicios y ayuda divina. La obtienen: luego de una encarnizada lucha, la sangre toca la tierra y de pronto, el viento cambia a favor de los proto colonizadores. La última escena del prólogo deja muy claro que los Vikingos no sólo descubrieron un nuevo territorio que explorar sino que obsequiaron a sus Divinidades, un luego lugar para crear y construir ese hilo del misterio que construye la creencia.

Por extraño que parezca, no es la única serie reciente cuyo primer capítulo — de temporada o de transmisión — que incluye una escena decididamente religiosa para plantear el terreno que recorrerá. De la misma manera que la obra de Neil Gaiman — y su versión televisiva — hay una buena cantidad de historias recientes haciéndose preguntas existencialistas sobre la fe, la creencia y el dogma en la llamada edad de oro de la televisión. Hace un par de semanas, la extraordinaria temporada final de The Leftovers en HBO comenzó con una rarísima y desconcertante escena sobre una familia en pleno siglo XIX en el que un Ministro predice el Apocalipsis no una, sino varias veces. También se trata de la Norteamérica profunda, desconocida e inquietante que parece subsistir al borde mismo de ese otro país brillante que la literatura — y después la televisión — popularizaron como ícono del mundo occidental. Para abrir su despedida de la pantalla chica, “The Leftovers” parece intentar dejar muy claro que hay una grieta casi tenebrosa en la psiquis colectiva y la muestra en las en apariencia disparatadas predicciones de un Clérigo. Una y otra vez, el personaje intenta determinar el momento exacto en que el llamado rapto bíblico tendrá lugar. La cámara lo sigue insistente e invasiva y de la misma manera que a los Vikingos de “American Gods” los convierte en testigos involuntarios de la oscuridad de la superstición que persiste y es parte esencial de la naturaleza humana. Una y otra vez, la familia entera sube al tejado de la casa en espera que la Mano Divina les reclame al Cielo prometido. La escena es inquietante por su belleza dolorosa y rota. Los rostros vueltos hacia el cielo, tan parecidos a los Vikingos que se mataban entre sí en pleno extravío místico, en busca del favor del Dios definitivo y Todopoderoso. Y de la misma manera que los Vikingos, en ambas escenas hay una respuesta. En el caso de “The Leftovers” es mucho más intuitiva e sutil que en “American Gods” pero ambas coinciden en el tono casi siniestro de esa comunicación con lo invisible: Mientras para los Vikingos de la obra de Fuller el viento de mar cambia de forma favorable, para los norteamericanos que aguardan la segunda venida, una tormenta violenta y radiante parece tomar el lugar de la respuesta divina. Un anuncio casi tenebroso de ese poder sin nombre que se encarna y se manifiesta en ambas series.

Por supuesto, se trata de una arriesgada propuesta de ambas series: después de todo, tanto una como la otra tienen a la fe como pilar fundamental de toda su propuesta pero además de eso, intentan asumir el peso del cinismo moderno. Y lo hacen a través de esa percepción inevitable de la Deidad — cualquiera sea su advocación y percepción — y sobre todo, su cualidad impredecible e incluso cruel. A la usanza del Dios bíblico del Antiguo Testamento — desmedido, aterrador — la visión de la Divinidad en la televisión actual tiene un ingrediente místico y cruel que sorprende por sus implicaciones pero sobre todo, su profundidad. No hay nada sencillo en la visión de la fe, el dogma y la religiosidad en ese recorrido por el subconsciente occidental que trazan tanto “The Leftovers” como “American Gods” y quizás, ese es su mayor triunfo.

La cuestión religiosa y otras miradas sutiles sobre la identidad occidental:
La serie “American Gods” sorprendió a fanáticos y a quienes recién conocen la historia por su bien pensada combinación entre devoción y algo más terrenal sobre la necesidad humana de creer en lo intangible. El Show hereda del libro homónimo toda su carga simbólica pero también, ese pesimismo tenue y casi melancólico que dota a la historia de cierta carga existencialista. No obstante, hay algo más en la propuesta de Gaiman y Fuller que la emparenta directamente con la nueva percepción de lo religioso y lo temible que llena la literatura y la televisión estadounidense: esa mirada directa a lo que la fe puede ser. No se trata de una visión optimista ni mucho menos elevada: con un golpe de efecto que sorprende por su efectividad, la nueva reflexión sobre la creencia y el sentido de lo divino en la edad de oro de la televisión, se plantea la duda sobre la bondad de la Divinidad. Y lo hace desde cierto malicioso punto de vista: ¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? y más allá de eso ¿Podemos humanizar el poder de lo invisible desde la simplísima perspectiva humana? Por supuesto, se trata del viejo recurso de dotar de rasgos humanos a lo desconocido. Hacerlo medible y cuantificable. No obstante, tanto en “American Gods” como en “The Leftovers”, lo desconocido se concibe como violento. Irascible, indefinible, inquietante. Por momentos tenebroso. Eso y que a pesar que la fe en ambas propuestas es el elemento que aglutina lo esencial de la historia.

Lo que desorienta en la nueva percepción de lo divino de la cultura Popular es su negativa a la fácil interpretación. Mientras que en “American Gods” los dioses y diosas deben luchar contra el olvido del mundo moderno y una alegórica batalla contra la superficial forma de creer de nuestra época, “The Leftovers” añade interés a la mezcla asumiendo la idea de la Divinidad peligrosa. Una amenaza real al borde de lo cotidiano. El juego de símbolos no resulta desatinado cuando ambos se plantean preguntas que tienen una directa relación con nuestra cultura y subvierten el orden de esa percepción del absurdo tan propia del Milenio. De pronto, lo realmente importante no es en lo que creemos, sino en lo que olvidamos y lo que nos acecha al borde justo del abismo de la realidad. Entre ambas cosas, el lenguaje simbólico se reintegra y cambia para crear algo mucho más siniestro. En “American Gods”, el dios debe enfrentarse a una lucha desigual con el desarraigo moderno y la soledad existencial del nuevo hombre educado para el nihilismo. En “The Leftovers” la batalla ocurre en el escenario de lo cotidiano y lo temible, convertido en un riesgo real. De pronto lo Divino no es una promesa sino una amenaza. Y una que está a la distancia mínima de la comprensión individual. De ese elemento tan complejo de definir como lo es identidad.

Claro está, no se trata de una coincidencia y a pesar de sus diferencias, tanto “American Gods” como “ The Leftovers” construyen una percepción sobre lo desconocido basado en el miedo antes que el optimismo de la fe, todo un riesgo que convierte a ambas historias en detalladas reflexiones sobre la superstición convertida en medida de la realidad. Y mientras las deidades en “American Gods” luchan de manera frenética por sobrevivir en la memoria colectiva, en “The Leftovers” hay una búsqueda de la fe y de los motivos por los cuales continuamos creyendo a pesar del terror, las decepciones y la crueldad implícita de un Dios mucho más parecido a un fenómeno natural que al espíritu humano. Ambas series avanzan haciéndose preguntas muy concretas sobre la naturaleza de lo que nos impulsa a creer pero más allá de eso, confrontan la posibilidad que el mismo acto de la fe — esa noción sobre la excepción espiritual y el poder de la capacidad creativa — sea más un accidente que una posibilidad intelectual. Tanto una como la otra se cuestionan aspectos muy concretos de la mirada espiritual ¿De dónde viene la creencia? Cómo se ve? ¿Qué lo impulsa? ¿Cómo lo creas donde no había nada antes? ¿Cómo se pierde la fe? Y por supuesto, la que parece ser la pregunta central de ambas propuestas o mejor dicho, de ambas aproximaciones a ese terreno movedizo de la espiritual ¿Es mejor creer que dudar? ¿O viceversa?

Se trata de un juego tramposo que eleva la incertidumbre al plano del dogma. No creer puede ser tan estructural y metódico, como el acto de la fe galvanizada en un hecho colectivo. Sean Vikingos o fanáticos religiosos del siglo XIX, la capacidad para asumir la posibilidad de algo más grande que lo que percibimos de manera directa, implica una cierta renuncia a la identidad que tanto “American Gods” como “The Leftovers” analizan desde la percepción del dolor existencial. La renuncia claro está, proviene de una percepción casi absurda sobre el sufrimiento emocional y la conmoción que la fe implica para cualquier creyente. Se trata perder cierto grado de razón en beneficio de una prometida aspiración espiritual que puede no satisfacerse jamás. El ritual, el mecanismo que hace medible la creencia hacen que tanto ese magnífico prólogo en la obra de Fuller como en “The Leftovers” analiza la identidad colectiva del hombre, su capacidad para imponerse al entorno pero sobre todo, la noción casi artificial de la esperanza. Con una precisión narrativa que sorprende y conmueve, las miradas de cada show sobre el horror del vacío existencial y la búsqueda del sentido, elaboran una consistente comprensión sobre lo esencial del creyente: Esa soledad ambigua, el aislamiento intelectual y moral, la búsqueda no sólo de significado sino de contexto. Y eso brinda una amplitud tan radical a los argumentos que bajo determinado punto de vistas, ambas parecen abarcar toda la historia de la humanidad. Desde la génesis del motivo por el cual creemos hasta el Juicio Final, “American Gods” y “The Leftovers” transitan con delicadeza el paisaje desestructurado del amor, el dolor y la violencia como expresiones humanas que se le adjudican a la Divinidad y por tanto, a la necesidad de creer. Es una historia sobre personajes, pero también sobre las circunstancias que nos atañen a todos, que analizan y encuentran un sentido real al impulso casi instintivo de la fe. No es casual que en ninguno de los prólogos exista una identificación inmediata de los personajes o su entorno. Incluso “American Gods” va más allá: Una voz omnisciente cuenta el dolor y la angustia desde una perspectiva distante y casi fría. La fe como instrumento y revelación que también “The Leftovers” analiza y organiza como una percepción casi inmediata. La distancia abstracta de esa compleja convicción que lo invisible guarda una identidad y un sentido incomprensible.

La línea invisible e intangible del sufrimiento divino:
“American Gods” es una serie sobre personajes más que sobre situaciones. De la misma forma que “The Leftovers” plantea el portento de lo asombroso desde un punto de vista literal y lo hace como una percepción que no admite réplicas. Ambos argumentos toman la decisión consciente de saltar la salvedad de la disyuntiva existencial sobre la existencia — o no — de lo sobrenatural y avanzan hacia una connotación de lo Divino como directamente peligroso. De manera que crean sus historias a partir del asombro del convencimiento, más que el de la redención. En otras palabras, utilizan la parábola como elemento esencial para construir lo que la fe puede ser una vez que el misterio ha sido revelado y hacia dónde conduce esa comprensión de lo real y lo invisible como parte de lo cotidiano. Aún así, la duda continúa existiendo y ese cinismo lineal lo que hace que tanto una como la otra apelen al miedo como una forma de dolor. Tanto para los personajes de “American Gods” como para los testigos del temible portento de “The Leftovers” creer es una posibilidad que implica un riesgo real. Una temible variación de la noción beatífica de lo espiritual y esa percepción del optimismo casi ingenuo de la fe. Una perspectiva Universal más cercana a la naturaleza primitiva del hombre — sus dolores y terrores — que una idealización de la conciencia. Y es justo esa combinación de lo originario con lo dogmático como forma de excepción de lo que consideramos sagrado, lo que convierte el metalenguaje de ambas series en un triunfo de la imaginación y sobre todo, de esa viejísima noción de la fe como sustento de toda concepción del bien y el mal.

Resulta curioso que en un momento político especialmente complejo como el que atraviesa EEUU, la cultura pop del país se haga preguntas tan duras y hasta retorcidas sobre la naturaleza filosófica del pensamiento humano. Sin embargo, podría resultar hasta inevitable: Lo incierto es sin duda parte de la concepción que tenemos sobre el temor pero también, sobre un tipo de belleza muy sutil. Entre la fe y la creencia existe una idea borrosa y dura sobre quienes somos y cómo comprendemos la larga historia del hombre. Y tanto “American Gods” como “The Leftovers” parecen muy conscientes del peso de esa concepción sobre la razón, el miedo pero sobre todo la simple naturaleza humana que la fe — y sus implicaciones — describe con tanta exactitud.

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