lunes, 15 de mayo de 2017

De lo enigmático a lo transgresor: La insólita propuesta de Claude Cahun.




La fotografía tiene la capacidad de definir, reflejar y construir una opinión visual sobre la realidad que capta, las referencias que le nutren e incluso, la personalidad de su autor. Más allá de eso, la imagen inmediata es un lenguaje que se construye a partir de una idea elaborada a partir de la esperanza y el temor de lo subjetivo. Un elocuente y sensitivo discurso sobre la identidad y sobre todo, la forma en que se manifiesta de manera artística.

Tal vez por eso, sea tan complejo definir — o al menos, analizar en sus elementos constitutivos — el trabajo de Claude Cahun (seudónimo de Lucy Schwob, Nantes, 1894–1954). Con su mezcla de androginia, autorepresentación, disfraz totémico e incluso alegoría vivencial sobre los dolores existencialistas de nuestra época, la fotógrafa no sólo cuestionó la forma como la mujer se percibe en el arte sino además, la percepción de la identidad a partir de la transformación del discurso que estético. El resultado es una combinación extravagante, sagaz y profundamente simbólica sobre la transición de la memoria colectiva y la tradición sobre lo femenino hacia algo más duro de asimilar. Con su estilo subversivo, por momentos inexplicable pero sobre todo audaz, Cahun logró reescribir la noción sobre la imagen de la mujer en el arte. Y lo hizo con una mirada analítica que sin duda es su mayor logro.

Para Cahun el rostro humano es un elemento creativo, más que cualquier otra cosa. Su trabajo está basado en autorretratos que indagan de manera morbosa, nítida y brillante todo tipo de cuestionamientos sobre el género, la soledad moderna, la comprensión de la identidad como una forma de desarraigo pero además, de eso crean un paradigma sobre el concepto de la autoimagen como forma de rebelión. La artista se retrata pero también se camuflajea — en ocasiones, se transforma — para plasmar su condición de mujer como un descubrimiento de esencial importancia. No obstante, su visión fotográfica no se basa sólo en la capacidad analítica de la fotografía para definir espacios y desigualdades plásticas: el trabajo de Cahun es una acertadísima mezcla entre la percepción de la metáfora cultural sobre el sexo y el elemento binario del género hacia algo más duro de comprender.

Claro está, una combinación semejante hace que el trabajo de Cahun sea una mudanza sensorial e intelectual entre lo determinado y lo simbólico de la fotografía como símbolo: hay algo desordenado e irracional en sus fotografías, que coincide de lleno con esa noción del culto a la personalidad que supone una época obsesionada con el autodescubrimiento como la que le tocó vivir y crear. A finales de los años veinte, Cahun se encontró sumergida en un tremedal de ideas renovadoras del arte y de lo esencial de la creación estética. Como fotógrafa, Cahun encontró en la imagen un refugio esencial a la noción de la creación como lenguaje esencial. Sin embargo, no se trataba de un percepción dúctil ni tampoco sencilla: Un autorretrato fechado en el año 1928 la muestra en plenitud andrógina y provocativa, enfundada en una malla negra, con un ojo abierto, el otro cerrado pintado de negro, el cráneo rasurado y los angulosos rasgos de su rostro destacados por el juego de luces y sombras, Cahun tiene el aspecto de un ángel terrible. Convertida en su propia pieza de arte, la imagen la muestra como una aseveración artistica más que cualquier otra cosa, lo que transforma al autorretrato ya no en un reflejo de las pulsiones y nociones de la artista, sino en algo más elaborado y contrahecho. Cahun crea no sólo una percepción de la imagen como sujeto artístico — aunque lo reafirma de manera tácita — sino también, como un hecho contestatario. Entre ambas cosas, la obra de la fotógrafa sostiene una percepción durísima sobre la individualidad, el miedo a la transgresión y lo que habita más allá de la compresión sobre quienes somos. Ingobernable, un monstruo surgido de su propia percepción de un doloroso absurdo existencialista, la obra de Cahun se manifiesta como una vuelta de tuerca a lo conocido y propuesto hasta ese momento como elemento esencial de la imagen artística. Todo envuelto en el extraño matiz de una figura sin sexo y sin edad. Una reivindicación misteriosa al arte como rebelión.


El mito de la oscuridad en medio del arte:
Claude Cahun fue una artista polifacética que construyó un lenguaje formal basado en la mezcla de varias disciplinas: poeta, ensayista, traductora y sobre todo revolucionaria, su creación artística estuvo salpicada de todo tipo de influencias pero además, una sincera certeza sobre el arte de elaborar percepciones de la belleza a partir de una noción de ruptura discursiva. Nacida en una época de grandes mujeres que luchaban contra la burguesía intelectual, encontró en París el lugar idóneo para construir una percepción del arte tan novedoso como controvertido. Rodeada del legado de figuras de extraordinarias como Natalie Barney, Gertrude Stein, Silvia Beach, Adrienne Monnier, Dora Maar, Djuna Barnes, Meret Oppenheim o Lee Miller, Cahun asimiló el norte de la construcción artística a través de un mosaico de ideas complejas. Desde sus primeros pininos artísticos de retratos alegóricos hasta su obra más elaborada (que jamás llegó a Galeria alguna y que Cahun protegió con férrea insistencia en el anonimato) la obra de Claude Cahun es un compendio de información de brutal honestidad sobre los horrores y enigmas de la identidad colectiva. Cahun puede o no existir y es esa abstracción de su personalidad lo que brinda una resonancia atípica a sus insólitos autorretratos sin rostro y sin definición real.

Hija del editor y novelista francés Maurice Schwob y Marie-Antoniette Courbebaisse, la futura fotógrafa se crió en un ambiente complejo de relaciones familiares trastocadas por una rarísima rivalidad que convirtió el hogar paterno en centro de enfrentamientos e relaciones emocionales muy cercanas al incesto. La misma Cahun terminó sosteniéndo una relación lésbica con su hermanastra que perduró buena parte de su vida. Heredera directa del carácter extravagante de su tío el simbolista Marcel Schwob, Cahun aprendió bien pronto que el arte era una forma de liberación total de cualquier límite cultural y moral. Sus primeras fotografías (que realizó a la temprana edad de quince años) tenían una evidente intención transgresora: primeros planos sugerentes de partes del cuerpo de aspecto confuso, que bien podrían ser cuerpos desnudos o simples juegos de luces inofensivos. Pero la confusión entre ambas cosas — y sobre todo, la percepción de la provocación como medio creativo — dota a esas primeras imágenes sin mayor técnica intención de una perturbadora fuerza. Cahun ya comenzaba a transitar el camino hacia la noción del arte escudo y alegórico que le acompañaría toda la vida.

No obstante, Claude Cahun es mucho más que su necesidad de romper límites para crear otros a partir de sus preguntas existenciales. La fotógrafa dedicó buena parte de su vida a profundizar en el lenguaje metafórico del misticismo, la plenitud caótica, la androginia y la fantasía como expresión formal de su militante percepción de la libertad. Pero más allá de eso, también hay mucho de un retorcido sentido del humor, de la parodia de la época y sobre todo, la presunción de la destrucción de la individualidad en busca de algo más profundo. Sus autorretratos — esa extraña colección de personajes y creaciones a los que Cahun brinda una vibrante personalidad — van más lejos que la rebeldía. Una audacia que permitió a Cahun construir un verdadero performance artístico alrededor del género. Política y poética, la obra de la fotógrafa no se atiene a interpretaciones sencillas y mucho menos, a los límites de una única manera de definirla. Entre sus retratos, fotografías aparentemente espontáneas, fotomontajes e imágenes incoherentes, la obra de Cahun avanza hacia cierto tipo de análisis sobre el bien y el mal que asume su poder constructivo a través de la neutralidad. Tal pareciera que Cahun está convencida de la necesidad de no pertenecer a ninguna parte, de atravesar la concepción de lo artístico como paisaje imposible entre lo visible y lo invisible.

La esencia en penumbras y otros misterios:
En muchos de los trabajos de la fotógrafa es evidente su conocimiento sobre el dadaísmo, aunque su enfoque sea por completo surrealista. Sus bodegones de aire irreal y sus autorretratos teatralizados tienen una apariencia profundamente desconcertantes, que sin embargo, parecen sugerir la intención de la artista por encontrar un plano de existencia artístico único. Lo más sorprendente es que el arte de Cahun evoluciona: de la simple subversión visual, la artista avanza en un trayecto complejo de composiciones metonímicas de objetos que parecen simbolizar su yo múltiple y lo que resulta más desconcertante, las infinitas variaciones de la dimensión personal de Cahun como objeto artístico. Sus imágenes tienen algo de sexual, pero no erótico — son secas, distantes, violentas — pero aún así, resultan evocaciones de un tipo de ruda lujuria que atrae por su naturaleza vibrante.

Por supuesto, esa rareza esencial convirtió a Cahun en un ídolo misterioso. Eso, a pesar que la mayor parte de su obra y propuesta se mantuvo oculta y olvidada por más de tres décadas. Hasta 1995 se supo muy poco sobre su arte y propuesta: Una colección de casi 400 imágenes que abarcan esa percepción extravagante y aguda sobre la belleza, el género y el deseo que transforma su trabajo en una especulación teórica antes que cualquier otra cosa. Tal vez el férreo anonimato tuvo relación con su detención por la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial: la polícia política del régimen nazi requisó y destruyó la mayor parte del trabajo tras la detención de Cahun por firmar panfletos contra propagandísticos y de resistencia con Le Soldat sans nom. Confinada en una prisión militar, Cahun intentó suicidarse pero no lo logró y según escribió después, jamás lograría recuperarse del todo de esa “derrota moral” de la vida sobre su intención de la muerte. Luego de la liberación de París su pena fue conmutada pero nunca volvió a trabajar con tanta libertad ni tampoco penetración psicológica como lo había hecho antes.

Las imágenes de Claude Cahun siguen asombrando incluso hoy: con su discurso de género y la superposición de ideas disímiles crea un lenguaje fuerte y estructurado que soporta la metamorfosis que la propuesta de Cahun sufre a medida que evoluciona. En la actualidad el rostro andrógino, duro y en ocasiones inquietante de Cahun continúa desconcertando pero sobre todo, definiendo nuevos límites para la perpetúa creación de la identidad artística. Enajenada del reino de lo físico y convertida en pura idea, Cahun logró encontrar una manera de exorcizar la angustia, el tedio y la tradición a través de una obra de múltiples interpretaciones. Sus fotografías abrieron una brecha en la historia de la estandarización de la representación visual de la mujer y en la inversión de las normas del género, cuyo valor conceptual aún perdura.

0 comentarios:

Publicar un comentario