viernes, 6 de abril de 2012

De los placeres culpables: De mi amor al Spaguetti Western literario



Me crié leyendo buena literatura. A los seis años, descubrí la biblioteca de mi tío Materno - abandonada como una vieja reliquia en casa de mi abuela - y comencé a leer clásicos de la literatura sin saber que lo hacía. Leía por el mero placer de hacerlo, por el aburrimiento de esas largas tardes de niña donde no tenía mayor cosa que hacer que revolotear de aquí para allá pronunciando en voz alta palabras que no entendía demasiado. Pero  empecé a entenderlas. A enamorarme de ellas. Y muy pronto, las lecturas de aburrimiento se convirtieron en lecturas por pasión, por deseo, por alegría, por dolor, por angustia y felicidad. En suma, la palabra y los mundos que podían construir se hicieron parte de mi vida.

Como comenté más arriba, la biblioteca de mi tío era una especie de adorno gigantesco en su habitación de soltero. Coleccionaba libros como otros zapatos y de hecho, transcurridas casi dos décadas, la biblioteca, con todos sus libros de mi infancia, continua adornando ahora su gran casa de Padre de familia. Llena de polvo y tan abandonada como yo la descubrí. Pero yo la amé, por el simple hecho de pertenecerme durante esos primeros doce o quince años de mi vida. En ella descubrí a Garcia Marquez, a Tolstoi, a Dostoievski, Nobokov, Sontag, Woolf y otros tantos ídolos de mi memoria que convirtieron mi mente de niña en una gran agora de discusión. Lloré y reí entre sus páginas. Me aterroricé y me enamoré. Aprendí el placer de la buena lectura, del poder que tiene un buen libro sobre tu espíritu. Del profundo poder de la imaginación.

Por otro lado y mientras mi gusto literario se hacia cada vez más abierto y amplio, me encontré con el otro lado de la moneda. Porque mientras crecía paladeando los mejores bocados del mundo literario, comencé a interesarme también - y casi con impúdico placer - por ese otro lado del mundo de las palabras que nadie admite que le gusta, pero todos alguna vez han transitado: el de los "malos libros". Me refiero en concreto, a los libros acusados de Best sellers, a los de autores "comerciales", a los "sencillos". Esos que se miran reojo, que los lectores de raigambre insultan y fustigan, los grandes series B de la literatura formal. Y debo decir, que aunque mi Castillo de la Memoria, mi mundo personal, está poblado a todo nivel de la belleza ideada por grandes autores, también esta llena de esa exageración trivial, esa locura desenfrenada de la literatura de baratillo. Esa gran colección de historias triviales que sin embargo, satisfacen esa pequeña medida de inocencia que todo lector atesora. Esa capacidad para la ternura, la risa o el miedo simple que las historias supuestamente "superficiales y sin importancia" proporcionan.

Pero a mi no me importa nada de eso. Tengo la firme convicción de los creyentes en los ideales necios, que la "mala literatura" tiene su chiste, su propia forma de belleza. Es como encontrar en la simplicidad, un tipo de humanidad tan cercana a lo cotidiano, que te proporciona placer, pura y simple alegría. Porque admitamoslo, todos añoramos alguna vez,  esas emociones sin mayor complejidad, esa sencillez de simplemente paladear y disfrutar de lo cotidiano, de lo que no tiene mayor trascendencia. Y es que estoy convencida que esa "frugalidad" no es otra cosa que una aproximación a ese cotidiano, a ese todos-los-días que tiene algo de superfluo, de inmediato. Y sin duda de profundamente personal. 

De manera que siempre he sido objeto de burla por mi amor por los libros malos, de he decir. Lo fui en los circulos de debate literario que frecuente en la adolescencia, llenos de criticos presuntuosos cubiertos de acné y que aclamaban a un Bukowsky que apenas habian leído, mientras yo defendia con buena dosis de sentido del humor los dramas rocambolescos de Stephen King. Lo sufrí en el campus Universitario, donde mis intelectuales compañeros no entendían como podía sentir un sincero amor por Clive Baker, Nora Roberts y Grisham y al mismo tiempo, conocer al dedillo los grandes dramas de Dumas y Shakespeare. Pero para mí, siempre fue elemental, mis libros malos. Mi necesidad de emocionarme sinceramente con historias de terror con frases vulgares y escenas triviales, o de leer grandes aventuras carentes de otra cosa como no fuera puro y sano entretenimiento. Es un poco como el cine, donde a pesar de mi declarada afición por el cine europeo, el Independiente y el de autor, disfruto sin reservas el palomitero, el taquillero de baratillo, ese que utiliza recursos mil veces vistos para hacerte reir y llorar. Y lo disfruto sin empacho alguno, he de admitir, con toda la gran felicidad de quien aprendió que las grandes lecciones se encuentran en algunas ocasiones en las cosas más simples y sin mayor sofisticación.

Así que, muy probablemente continuaré atesorando mis libros de Stephen King por mucho tiempo más, mientras Proust, Dios Padre, me mire desde del Cielo de los Escritores y lectores afanosos condenandome a un infierno de frases grandielocuentes, escenas sin sentido y obsena hilaridad. Y como disfrutaré con eso.

C' est la vie.

2 comentarios:

Lunática (R.) dijo...

Muy bueno... por cierto, en qué campus estabas tú? Porque en los de hoy en día te miran raro si citas CUALQUIER autor literario. El otro día hablé con un tipo que estaba en 3 de Filología hispánica y no sabía quien era Nabokov (un drama)
besos

Miss B dijo...

En la Universidad Central de Venezuela, cuna de los nuevos Literatos que aborrecen la "literatura Basura" pero se guardan en sus excelsos bolsos de libros la Penthouse del mes. Solo por los artículos, claro.

Gracias por leer y comentar! Besos!

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