martes, 24 de abril de 2012

De la trivialidad de lo cotidiano: Soy cursi, y? Pequeñas reflexiones sobre lo empalagoso.





Soy cursi. A mi manera claro. Pero lo soy. Después de todo, fui  la que escribió un poema de Eugenio Montejo - y no el que popularizó la pelicula 21 gramos - en la puerta de la habitación donde estaba recluido mi primer novio, luego de ser intervenido por apendicitis. Un gesto que me valió la enfermera me sacara a empujones, pero que igualmente disfruté. Soy la que suele obsequiar el postre favorito en los días tristes, la que crea recopilaciones de canciones en páginas web para enviar a mis amigos tristones y así, toda una serie de gestos que van desde lo cariñoso hasta lo francamente baboso. De manera que lo admito sin tapujos, soy cursi.

No obstante, creo que mi cursileria - que es la más habitual, la del gesto afectuoso, el detalle cariñoso - no sobrepasa ese limite de lo patético que creo es lo que diferencia lo cursi, lo romántico, de lo simplemente insoportable. Porque admitamoslo: aunque todos tenemos una cierto gusto por lo tierno, también tenemos el mismo nivel de rechazo por lo simplemente empalagoso. ¿Y cual es el limite entre ambas cosas? Tal vez se trate solo de un nivel de percepción o de mera tolerancia, pero el caso es que hay una linea a veces no tan difusa entre lo que te hace sentir amado y lo que te hace sentir un claro deseo de correr escapando.

De lo cursi, lo romántico y otras paradojas.

Durante toda mi vida, me he burlado un poco, siempre de manera casi inocente, de esas enormes manifestaciones de amor que suelen ser parte de la cultura popular y que son, en mi opinión, el caldo de cultivo ideal para ese fenómeno un poco inquietante de la cursileria como forma del mal gusto, lo kitsch y lo notoriamente desagradable. Como dije, la linea es muy fina, pero de alguna manera todos podemos reconocerla, y sobre todo, creo que alguna vez en nuestra vida hemos sufrido por ello. No deja de ser gracioso, que al ahondar un poco en el tema, encuentres que lo que hoy es cursi, ayer fue romántico, y antes simplemente educado. Al parecer todo se trata de una cuestión de grados, o lo que es peor de perspectiva, lo que hace el asunto aun más complicado de definir y aun más de comprender.

Claro está, todos estamos de acuerdo: el oso de felpa rosa chillón con un lazo gigantesco al cuello sosteniendo un cartelito que dice "Te amo" en mayúsculas, es cursi para todos. Una Flor fresca en un envoltorio de celofán, quizá también lo es, para algunos. Un libro del autor favorito, un gesto de amor. ¿O también es cursi? La idea parece refractarse, crear definiciones propias y tan personales, que comienza a desaparecer en esa personalisima percepción que todos tenemos en la manera de comunicar una emoción. Y mientras tanto, en el mundo de las rosas rojas, las frases rebumbantes, las declaraciones de amor a gritos, las largas elegías poéticas un poco abrumadoras, la idea de lo cursi parece abarcar más que lo simplemente amoroso.  Porque lo cursi, es también, ese hombre de traje blanco y zapatos a dos colores, con un bastón remilgado, el cabello engominado y sonrisa edulcorada. O la mujer cubierta de joyas falsas, el cabello endurecido con fijador y zapatos altísimos en un desconcertante tono dorado. O al menos eso creo yo. Y de nuevo, volvemos al tema de lo relativo, de esa perspectiva que viene y va, que es tan poco clara como la propia idea de intentar conceptualizar algo tan general como nuestra opinión sobre alguien más.

Cual sea la respuesta, continua intrigandome toda la contracultura que prolifera contra lo Romántico. Así, con mayúscula. Esa idea de rechazo hacia la expresión del simple afecto. ¿O su exceso? ¿Y que es excesivo? Para mí, quizá lo esa extravagancia de lo emocional, de lo sublime, la idealización a niveles grotescos de la figura del amor. La ternura que no es otra cosa que la imposición de la idea de lo adulcorado, la sublimación innecesaria de la idea del amor. Pero hablo de mí, claro está, una hija de la racionalidad, que entiende el amor - y su expresión -  a la manera un poco cruda de lo moderno: la idea que ese "Made in Heaven" no es otra cosa que una figura cultural sin asidero, que el amor romántico murió en el siglo XIX junto con la Reina Victoria y que las grandes epicas amorosas son cosas del pasado.

Pero...escribo - o escribí - poemas de Eugenio Montejo para un chico de anteojos y cabello en punta. De manera que hay que la idea del romanticismo es parte de mi visión de la emoción. Y supongo que lo es para todos, lo es para cada uno de nosotros, tan inocentes en la búsqueda de la ideal y paradojicamente, tan cínicos al destruirlo.

Cursi, porque soy cursi.

En una época donde la informalidad es la norma, lo cursi se vuelve, más allá de una manera de expresar lo romántico - en exceso, de manera desagradable e incluso irritante -, una mera idea sobre lo que es socialmente aceptable y que no. Y es que mientras que una educación muy cuidada se considera remilgado y sí, cursi, la familiaridad es parte de una forma de cultura joven. Más aun en un país como el nuestro: Nuestra población es mayormente adolescente - y me refiero a una actitud mental - y quizá por ello, las relaciones sociales son tan simples como llanas. Allí es donde de nuevo, el replanteamiento de lo cursi, toma otra connotación. La costumbre se impone: todos los catorce de febrero, alguien compra un animal de peluche porque "debe regalarlo". Un pensamiento triste, si aceptamos que el verdadero románticismo nace de la impulsividad. Pero si continuamos ahondado en la idea, no solamente encontramos que lo Romántico de hecho es algo tan obsoleto como manido - y es aqui donde proviene el choque cultural -. Porque lo romántico es y será siempre una idea de pura iniciativa frustrada: Romeo gritando bajo el balcón de su amada, los amantes Victorianos escapándose en jardines intrincados para besarse apresuradamente. La imagen "cursi" por excelencia. El efluvio amoroso. ¿Y que nos queda de eso? Las rosas rojas obligatorias del catorce de febrero, las frases hechas, los poemas una y mil veces recitados, las citas calcadas una de la otra. ¿Eso es cursi? Quizá de hecho, es el epítome del concepto. Lo que nos lleva a pensar que el romanticismo - el de siempre, el que nos agrade aunque poca gente lo admita - tiene mucho que ver con la sinceridad, la sencillez y sobre todo, la espontaneidad.

Mientras escribo esto sonrío. Mi vecino lloroso - de quién siempre me quejo en las redes sociales - ahora mismo escucha una selección de las canciones más adulcoradas de Sir Elton John, mientras que mi canal de cable favorito, Cinemax, retransmite, tal vez por enésima vez, Actually Love, quizá la Love-Movie emblemática de la década pasada. Y sonrío, sí, enternecida y divertida, preguntándome que es lo cursi y que no, que es lo hermoso y lo amilbarado - y potencialmente abrumador - en esta sociedad en simple evolución, transformación y construcción. Con toda probabilidad, la respuesta sea que nunca lo sabremos con certeza, porque el amor, y sus manifestaciones, estan destinados a continuar formando parte de ese tapiz irredimible de la simple capacidad humana para soñar.

C'est la vie.

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