viernes, 27 de abril de 2012

Naufragio entre almohadas: delirios nocturnos sin mucho sentido





La cama es un lugar especial. Y no, no por las razones que el posible lector imagina al leer esa frase ( aunque las incluye, claro está ). Nuestra cama, o todas nuestras camas, son una parte invisible, casi extravagante pero por completo indispensable en nuestra vida: en ella sentimos placer, amor, odio. Hay camas llenas de lágrimas, de sueños y pensamientos. Hay camas que navegan en la tristeza y otras en el pleno erotismo. Las hay silenciosas, repletas de pensamientos, de dudas  e insomnios mal doblados. Y también las que rebosan de arte: Una vez leí que Frida Kahlo llamaba a su cama "el gran barco errante" y no es para menos. Luego del terrible accidente que marcó su vida para siempre, la vida de Frida transcurrió - al menos su mayor parte - en una cama: la del Hospital, en la larga y tortuosa recuperación. Y más adelante, como nido de sus angustias y ese furioso talento suyo que la plasmo en plena recuperación, en la belleza y la enfermedad, en la tristeza y el silencio, en la decadencia y en la muerte. Una historia de un barco que naufraga lentamente, a través de los años y desde el cual, Frida intentó navegar con mano firme, sin lograrlo siempre.

Quizá no todos tenemos una relación tan intensa con nuestra intimidad como la tuvo la gran artista, pero la tenemos. Porque de eso se trata justamente esa alegoria de la cama, el lecho de guerra y amor, la tristeza y la belleza. Ese silencio a dos aguas, donde yace la incertidumbre o florece la ternura. Y es intrigante, que más allá de la metáfora, nuestra cama sea una parte irresoluble de esa personal visión de nuestro rostro más privado. Tendidos en la cama, dormidos soñando. O envueltos entre piel y lentos murmullos, encontrando un sentido al dolor y al placer más profundos. Tal vez, solos en la oscuridad, perdidos entre pensamientos. Las largas noches de insomnio, bañadas de extrañas incertidumbres y brillantes cuestionamientos. Todo eso y más, envuelve esa pequeña isla rodeada de palabras nunca pronunciadas, que es nuestra cama. Esa región de sombras más allá de la memoria.

Una alegoría simple, pienso, mientras me levanto de la mía. Rodeada de libros y hojas repletas de párrafos a medio terminar,  mis fotografías y las de otros, pequeños trozos de negativo, trocitos de papel que he arrancado de alguna parte y no recuerdo porque. Mi gato duerme en una de las esquinas y levanta la cabeza, los ojos brillantes en la oscuridad y luego, simplemente vuelve a dormir, quizá un poco aburrido de mi constante deambular de un lado a otro. Sonrío,  me siento entre todas mis cosas, en la oscuridad, a mitad del insomnio y a medio camino del amanecer, disfrutando de esa tranquilidad intangible de la noche, suspendida errante sin una hora concreta. Y siento paz. Tal vez el único momento de mi vida, donde disfruto de esa tranquilidad de no esperar y no temer, de no encontrar otra cosa que simple alivio en este no ser de la madrugada, de la noche que no es noche, sino es que simple pensamiento.

Extiendo la mano y tomo cualquier libro. Al azar. Como me gustan esas cosas: como accidentes sin sentido. Levanto un viejo conocido: La primera novela de Bryce que leí, hace ya catorce años (era abril y yo tenía diez y seis). Lo sostengo entre los dedos. Y es como si el mundo ondulara a mi alrededor. Siempre me hizo sonreir el titulo del libro, aunque no supiera porqué:  No me esperen en abril. Lo compré en la vieja Librería Suma, de una Sabana Grande que ya no existe. Estaban a punto de cerrar - debían ser las seis de la tarde y algo más -  y recuerdo que cuando lo hice,  puse mi mejor cara de adolescente-lectora-que-estaba-demasiado-enganchada-a-su-libro-para-percatarse-de-la-hora que para mi sorpresa, funcionó con el librero recién contratado, que me lo vendió a pesar que el dueño se detuvo en la puerta  a esperar - con mal humor -  para cerrar la libreria. Abril es el mes en que descubrí al que fue tantísimos años mi escritor favorito. Seguramente mañana, a la luz del sol, este recuerdo perderá sustancia, incluso significado. Será uno de tantos, de esos que atesoro sin saber porque y de vez en cuando arrojo a algun lugar de la memoria, por no entender lo suficiente porque me produce una emoción casi imprecisa. Pero ahora mismo, en la hora sin nombre, en pleno insomnio junto a mi cama, siento una ternura interminable, como un valle sin fronteras. Y tiene significado, y belleza. Una profundidad inesperada. Abrazo el libro, lo acuno, me tiendo en cama, mirando la oscuridad.

Que exquisita, esta paz, sin duda.

Esta capacidad de soñar.

C'est la vie.

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