martes, 11 de mayo de 2010

De lo sagrado Femenino


Me siento en la obligación de comenzar con una declaración de intenciones. Y es la siguiente : No voy a hablar de Teresa de Avila, ni de Sor Juana Inés de la Cruz, ni de Hildegarda de Bingen, ni de Margarita Porretas, ni de la monja Egeria...ni, ni, ni. Es tan simple como que no puedo hablar de la mujer y lo sagrado en el contexto del monoteísmo si no es dando una complicada vuelta que me sitúe en la mística, que es el atajo para trascender a lo divino burlando la religión. Pero tampoco esto me interesa ahora.

No es casual el título que le he querido dar a este ensayo: porque no se trata de "la mujer y lo divino" ni de "la mujer y la religión", no. Se trata de "La Mujer y lo Sagrado". Y aquí comienzan mis problemas, porque tanto en griego como en latín existen dos palabras para designar a lo "sagrado". En griego están hierós y hagios, pero mientras la primera significa sagrado en lo que tiene de referencia a lo divino como fuerza y luz, la segunda, hagios, implica también la acepción de maldito. En latín sucede algo parecido, pues si bien sanctus corresponde al concepto de sagrado y santo, así como al de respetable y virtuoso, la palabra sacer , de la que provienen sacro, sacerdote o sacrificio, también conlleva el significado de maldito, execrable o consagrado a los dioses infernales.

Entre lo santo y lo maldito, la mujer siempre ha sido relegada a esta última instancia. Incluso ha sido identificada con el Mal en sí, tal como afirmaban los inquisidores Kramer y Sprenger, autores de "El martillo de las brujas" : "Toda maldad es nada comparada con la maldad de las mujeres". Ya desde los orígenes Eva y Pandora representan la causa de todos los males que luego nos han sobrevenido a los humanos. La mujer es un ser impuro por su sangre menstrual, que tenía la capacidad virtual de contaminar a toda la comunidad, por lo que era incluso apartada de ella. Pero también era impura por el hecho de gestar y alumbrar a una criatura. Ejemplo de ello lo tenemos en la purificación preceptiva de María después del nacimiento de Jesús, teniendo que ofrecer en el Templo el sacrificio de un par de tórtolas o pichones para lavarse de la incomprensible mancha de haber parido. Sin embargo, la sangre del sacrificio ofrecido a Dios purifica a los hombres y es grata a Yahvéh, pues el mismo rey David reconoce el interés de su dios por los sacrificios rituales, ya que para reconciliarse con El le brinda la satisfacción de "oler una ofrenda". Y en la consagración del templo de Jerusalén por Salomón se sacrificaron veintidos mil bueyes y ciento veinte mil carneros : una múltiple hecatombe, ya que esta palabra significa "cien bueyes" o el sacrificio de esos cien bueyes.


El Falo y el Grial

Lo sagrado se refiere también a determinados objetos o lugares que forman parte del culto y que poseen una especial virtualidad de transformación. Dos de estos objetos son el Falo y el Grial, que merecen una comparación.

El Falo, símbolo masculino de la fecundidad, era especialmente venerado en los cultos dionisíacos. Tal vez ese falo haya pasado a ser la famosa escoba de las brujas, que además de estar untada con sustancias alucinógenas, servía para las copulaciones en aquellos ritos de fecundidad que eran los akelarres, y que darían lugar a la leyenda del pene frío y rígido del diablo. El Falo, como objeto de veneración, supone una metonimia de lo masculino en la que se toma la parte por el todo y cuya presencia o ausencia instaura un tipo de lógica, según Julia Kristeva en su correspondencia con Cetherine Clément sobre "Lo femenino y lo sagrado". Supone, pues, la condición mínima del sentido en la dualidad sí/no, uno/cero, ser/no ser : "Podría decirse que el órgano macho encarna potencialidades lógicas que hacen de él... nuestro ordenador corporal : la condensación de ese binarismo 0/1 que está en la base de todos los sistemas de sentido" . Sin embargo, el Falo no es el pene, ya que aquél sólo tiene sentido en la presencia erecta que significa el 1. Cuando no está en erección es un 0, no tiene valor : es como una oreja. Por lo tanto, el ser o no ser masculino se debate en torno a ese Falo objeto de veneración, pero también de alienación, ya que como dice Lacan, el alienado vive fuera de él mismo, prisionero del significante, prisionero de la imagen de su yo o de la imagen del ideal. Vive de la mirada del otro hacia él. Pues bien, esa identificación con un significante que se considera supremo y que otorga el ser desde una metonimia en la lógica de lo binario, hace posible el posterior monoteísmo en el que Dios es Uno y Unico y tiene la plenitud del ser : "Yo soy el que soy", dice Yahvéh a Moisés. En este sentido es esta vez la interlocutora de Kristeva, Catherine Clément, la que aventura lo siguiente : "No hay duda que existe una relación entre el hombre y Dios. Pero ¿y entre el hombre y lo sagrado ? ¿Y si por casualidad la adoración del dios único cerrara el paso de lo masculino a lo sagrado ?"2 .

El Grial, por el contrario, que posee múltiples significantes, pero un sólo significado, es la metáfora de la plenitud, de la realización. En todas las leyendas es el hombre puro, un héroe religioso, quien busca el Grial pasando por aventuras y desventuras sin cuento. En la versión de "Parsifal" de Wolfram von Eschenbach el héroe llega al castillo de Montsalvatch y penetra en la estancia luminosa en la que le esperan cuatrocientos caballeros junto al rey enfermo. Arturo le hace sentarse a su lado y en ese momento se abren las puertas y aparece un grupo de bellas vírgenes que desfilan de dos en dos. La última de ellas, Respanse de Joie, portaba una copa resplandeciente. "Delante de ellas avanzaba la reina, con el semblante brillante. Todos imaginaron que anochecería. Uno vio que la doncella estaba vestida con muselina de Arabia. Sobre un cojín de seda verde llevaba la Perla del Paraíso. La reina sin mancha, orgullosa, pura y serena, depositó ante el huésped el Grial. Y Parsifal, así cuenta la leyenda, no dejó por un instante de contemplar a quien portaba el Santo Grial".

Recurriendo de nuevo a Lacan, que analiza el inconsciente de acuerdo con el modelo del lenguaje, vemos que tanto la metáfora como la metonimia suponen una ruptura del significante con el significado, que emerge en lo consciente bajo una máscara. La metáfora funciona por condensación, la metonimia, por desplazamiento. La metáfora se elabora en una relación de sustitución de significantes que ostentan entre sí un vínculo de similitud según el simbolismo universal. La metonimia, sin embargo, es una figura retórica en la que los significados tienen entre sí relaciones de contigüidad en un contexto, expresada por tanto fragmentariamente. La metonimia supone siempre un absurdo aparente por una especie de resistencia a la significación. La metáfora es más diáfana ; la metonimia se esconde, se fragmenta en sucesivos significantes.

Repito : el Falo, como objeto sagrado, constituye una metonimia ; el Grial es una metáfora. El Falo se refiere a un significante fragmentario con el que se identifica lo masculino. El Grial supone un significante completo que nos remite a un significado claro representado por una copa, un cáliz, pero teniendo en cuenta que el cáliz es la sublimación cristiana del caldero céltico, que significa abundancia y transformación iniciática, por tanto vinculado intrínsecamente con el atanor de los alquimistas. El caldero señala claramente al útero materno y, según Jung, todo el simbolismo del renacimiento y de la regeneración nos remiten a la Madre.

En su versión personificada, el Falo se identifica con antiguos y oscuros diosecillos, los cabiros y los dáctilos, a los que se asimila posteriormente la figura del héroe. El héroe, primitivo adorador de Hera, se transforma en un matador de monstruos, que constituyen la versión maldita de las Diosas, la "madre terrible". Cuando Edipo se enfrenta a la Esfinge, que es uno más de los monstruos del repertorio, y descifra el sentido del enigma "No sabía que el ingenio del hombre nunca será suficiente para el enigma de la Esfinge (...) porque su enigma era Ella misma, esto es, la imagen de la madre terrible"3 , afirma Jung. Este error de cálculo es el que conduce a Edipo hasta su posterior desgracia, por más que en un primer momento sea aclamado como héroe y proclamado rey de Tebas.

También el símbolo fálico aparece en el "Fausto" de Goethe en forma de llave, pero ¿qué puerta abre esa llave ? Al despedirse Mefistófeles de él le entrega esa llave, o clave, que tiene un sentido muy determinado. "FAUSTO.- ¡Qué insignificancia ! MEFISTÓFELES.- Acéptala y no quieras despreciarla. FAUSTO.-¡Crece en mi mano ! MEFISTÓFELES.- ¿Notas ya cuánto tienes al tenerla ? La llave indicará el camino justo ; baja tras ellas : irás hasta las Madres. FAUSTO.-(estremecido) ¡Las Madres ! ¡Lo oigo siempre como un golpe ! ¿Qué palabra es que no la puedo oír ?"4 Y, finalmente, cuando Fausto abre con esa llave la puerta de los infiernos que le conducirá a las Madres, lo primero que se encuentra es el trípode con el caldero.

( Mañana, la segunda parte de este ensayo )

Bibliografia Referencial:

1 "Lo femenino y lo sagrado". Cátedra. Madrid, 2000 pag. 79
2 Ibíd. pag. 79
3 JUNG, C.G. : "Símbolos de transformación". Paidós. Barcelona, 1982 pag. 195
4 Planeta. Barcelona, 1985 pag. 184
5 "El Cáliz y la Espada". Cuatro Vientos. Santiago de Chile, 1990
6 "Priestess"
7 "Poema de Gilgamesh". Editora Nacional. Madrid, 1980

2 comentarios:

Anónimo dijo...

nunca se me ocurrió eso al leer "Fausto" quede boquiabierta!

Angie Simonis dijo...

Sin embargo, respecto a lo impuro, Briffault en Las Madres afirma que, probablemente, el tabú respecto a la menstruación y el postparto fue instituido por el mismo matriarcado para limitar las relaciones sexuales en dichos períodos, una sanción para los hombres que luego se volvió en contra de propias mujeres... Y lo argumenta con mucho sentido común, que, hoy por hoy es lo único capaz de convencerme...

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