jueves, 16 de noviembre de 2017

Sexo, asombro y pornografía: Todas las razones por las que deberías ver “Devil in Miss Jones” de Gerard Damiano si aún no lo haces.





Unos años después que Cristóbal Colón descubriera América nació un anatomista con quien compartía apellido (y quizás curiosidad) había hecho un descubrimiento en la geografía anatómica que también estaba destinado a reescribir la historia sobre el placer: Mateo Realdo Colombo, ese anatomista del Renacimiento, había dado con el clítoris en el cuerpo de Doña Inés de Torremolinos, su mecenas.

Hasta entonces, el placer de la mujer era un misterio y sus genitales, fuente de temor y desconfianza. Como culpable del pecado original, lo femenino se consideraba lo suficientemente amenazante como para que la ciencia médica lo analizara con enorme reticencia. No sorprende, por tanto, que Colombo enfrentara un juicio inquisitorial por tal descubrimiento y sus implicaciones. ¿Un órgano sexual análogo al pene, todo placer, pero exclusivamente femenino? ¿Podía la mujer disfrutar del éxtasis, a pesar de su pecado original? Por extraño que parezca, las largas deliberaciones en el juicio a Mateo Colombo dejaron claro que lo inadmisible de su descubrimiento era la existencia de un órgano cuyo único objetivo era el placer.

Logró salvar la vida y la reputación a pesar del juicio. Intentó llamar a su descubrimiento anatómico “Dulzura de Venus” (otras versiones lo traducen como “Placer de Venus”), e insistió en que esa región era el “corazón” del éxtasis de la hembra humana. Además, intentó definir el placer de la mujer y comprenderlo no sólo desde la óptica masculina, sino además como atributo individual, tal como señala Yidy Páez Casadiego en Ethos-Episteme-Psyche: ensayos critico-hermenéuticos. Nunca lo logró: su hallazgo no sólo fue escamoteado, criticado y ocultado, sino que además pasó a la historia como una rareza médica, un dato sin mayor importancia. Perseguido y acosado por su propia curiosidad médica, se convirtió en un paria, un desconocido cuyo recuerdo quedó asociado al pecado y no a la ciencia.

De manera que la sexualidad femenina — o el hecho mismo de una mujer que goce del sexo — sigue siendo considerado toda una rareza e incluso, una idea digna de preocupación. Tal vez por ese motivo, en más de una ocasión, se ha calificado a la película “Devil in Miss Jones” de Gerard Damiano como pornografía dura y pura, lo cual no deja de ser una descalificación muy lamentable para un experimento visual que reformuló el género erótico para la gran Pantalla grande. Y es que hasta entonces, el sexo cinematográfico parecía limitado al cine de consumo adulto, un término que delimitada la moralidad visual de una manera poco menos que retrógrada. Pero el director Gerard Damiano, visionario y contestatario, decidió construir un lenguaje propio donde lo erótico pudiera confundirse con cine de autor, donde la propuesta sexual sostuviera una conclusión narrativa con sustancia propia. Y lo logró: No solo brindó a las películas de contenido adulto una nueva dimensión y una elegancia visual inédita, sino que además, basó su propuesta en esa novedosa visión del sexo como forma de arte.

No lo olvidemos: la sociedad Norteamericana es bastante conservadora. Aún más en los primeros años de la década de los setenta, cuando aún se recuperaba del sismo cultural que simbolizó la década anterior y sobre todo, luchaba por definir su mirada social intentando sostenerla sobre una visión intimista de la cultura. Muy probablemente por ese motivo, fue el momento ideal para que Gerard Damiano, que ya había probado las mieles del escándalo con la célebre “Deep Throat” (Garganta Profunda, 1972), su debut cinematográfico, mostrara su propuesta más desconcertante. Porque “Devil in Miss Jones” es sin duda una película controversial, no solo por su temática sexual sino por su propuesta: esa revisión de la sexualidad femenina que sorprendió a toda una generación de espectadores. Con la audacia del que experimenta sobre terreno desconocido, Damiano confeccionó un escándalo a su medida, una revisión concreta del género erótico que abandonó los clichés de anteriores propuestas para construir algo totalmente novedoso. Y es que no en exagerado decir que con Damiano, el porno salió a la luz, se hizo aceptable. O mejor dicho, se hizo parte de la cultura popular por derecho propio. Y el cambio fue notorio e inmediato: Los críticos de la época se atrevieron a comentar sobre una película porno sin temor al desprestigio y los periodistas, a mirarla como una pieza curiosa dentro de la revisión de la cultura de la década recién nacida. Todo un descubrimiento para el cine formal y más allá, para la expresión más concreta del arte visual como consumo popular.

Para Damiano, significó además una vuelta de tuerca: La rentable y conocidísima “Deep Throat” le trajo problemas legales y un turbio incidente con el crimen organizado americano, que pareció desmerecer el experimento visual y de planteamiento que significó la película. No obstante con “Devil in Miss Jones” no solo se reinvidicó como creador visual sino que creó un clásico a su medida: sofisticada, inquietante, con un guión impecable y por supuesto, sexo muy explicito, la película asombró a críticos y al público en general, que la catalogaron, con bastante acierto como “pornografía intelectual”. Con una elaborada puesta en escena, una visión juguetona y casi cínica del erotismo y sobre todo, esa provocación incesante que Damiano aprendió bien pronto como director minoritario, la película no solo consiguió construir un nuevo código de lo sexualmente aceptable: le brindó sentido al sexo como expresión visual. Atrás quedaron las encendidas polémicas sobre la sexualidad cinematográfica y la brecha entre lo aceptable y lo censurable, pareció hacerse levemente brumoso ante la osadia de Damiano, quien utilizó todos los recursos a su alcance para provocar. Desde el metamensaje de una sociedad reprimida y abrumada por la moralidad, hasta esa liberación, en símbolos y pareceres, que la película muestra a través de su peculiar y ambigua puesta en escena.
Indudablemente, el directo tomó arriesgadas decisiones visuales: La película rompe la barrera de lo códigos eróticos tácitos del cine contemporáneo para construir algo más sustancioso, profundo y perturbador. Quizás por ese motivo, la película no solo seduce sino que incomoda. Desde la extraña primera escena, donde el maduro personaje principal muere luego de cortarse las venas hasta la manera como el guión se desarrolla, entre pequeños saltos argumentales y espirales simbólicos que sorprenden al espectador más curtido. Porque para Damiano, el sexo es una jugarreta, un juego de espejos que sostiene el argumento con una sutileza que asombra e incluso conmueve. Y es que el director, construye un lenguaje visual donde la lujuria es una visión amplia sobre la naturaleza humana, sobre sus temores, sus virtudes y debilidades. Un mosaico intrincado de matices infinitos donde el deseo, la transgresión y la avidez sexual tienen un valor casi sacramental.

Sin duda, lo que más sorprende en “Devil in Miss Jones” es su contradicción a las fisuras del género erótico. Se niega, casi con una sutileza elegante, a seguir los términos elementales construye elementos de ruptura con un género autocomplaciente. La interpretación de la vulnerabilidad del espíritu humano y esa sutil mezcla entre la vida y la muerte a través del sexo, crean una tensión casi insostenible dentro de un relato visual casi existencialista. Tal vez por ese motivo no sorprende la declaración de su Director que el argumento está basado mayormente en la pieza teatral “A puerta cerrada” de Jean Paul Sastre. En esta obra, mínima y árida los tres personajes condenados al Infierno, se debaten en un dilema mínimo en intrincado: de inmediato descubren que su castigo eterno será permanecer juntos en la mismo lugar, soportándose mutuamente por siempre. De allí, el origen de la extraña frase que en ocasiones sostiene las escenas más duras de la película “el infierno son los otros”, sus miradas y nuestra necesidad de aceptación.

Merito aparte lo merece la impecable actuación de la actriz Georgina Spelvin, seudónimo para el Otro Hollywood de la actriz Michelle Graham. Rolliza, carnal y provocativa, la actriz logró superar el escollo de la visión limitante e idealizada del porno sobre la mujer sexual. Quizás se debió a las especialisimas condiciones en que fue contratada: El director la escogió entre una multitud de postulantes no solo por su edad, sino por su imagen de madurez exquisita, de esa redondez del cuerpo femenino que parece trascender la mera idea sexual y genital. Graham no defraudó. No solo construyó un personaje sólido sino que además, dotó a las escenas eróticas de una humanidad espléndida, de una delicadeza impensable. Todo esto, quizás reflejo de su caótica situación personal, de ese equilibrio perenne entre el desastre y la pura angustia espiritual que la actriz tuvo que afrontar buena parte de su vida: A pesar de poseer formación actoral, debutó en producciones eróticas empujada por el desempleo. Y extrañamente, fue su capacidad para brindar una rara sensibilidad a sus personajes lo que la llevó a ser — por algún tiempo — una de las mujeres más reconocidas de ese extraño mundo del cine adulto norteamericano.

Muy probablemente, “The Devil in Miss Jones” continuará siendo considerada como parte de ese cine minoritario y vulgar que el Mundo cinematográfico intenta denigrar e ignorar. Pero aún así, brilla con luz propia, con una tenacidad que probablemente tenga mucho que ver con esa lujuria provocadora, visceral y sin embargo tan dolorosa que exhibe, esa visión del espíritu racional torturado por la culpa y el deseo y más allá, la simple visión de la naturaleza humana.

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