miércoles, 15 de noviembre de 2017

Del misterio de la palabra y otras aspiraciones íntimas: Todas las buenas razones por las cuales debes leer la obra de Octavio Paz si aún no lo haces.




A pesar de la imagen idílica que nos heredó su centenario y la imaginaria popular, Octavio Paz no fue un romántico, no al menos uno que pudiera encajar en esa imagen del soñador amable y maniquea que se tiene sobre el poeta. En realidad,el escritor era un hombre polémico, un libre pensador aguerrido, un observador de su época que intentó construir una visión de su época a través de sus incansables análisis. Porque Paz, escritor y visionario, escribió sobre todo y lo hizo con la inocente convicción del poeta, claro está, pero también con la pluma pura e inquisitiva de quien analiza la historia desde una posición privilegiada. De manera que Octavio Paz era un poeta, en la mejor tradición de la pluma que ensalza, pero también un crítico acérrimo a la razón pura de la que época que vivió, sufrió e intento comprender. Un sobreviviente que utilizó la palabra como un momento de calma en medio de la tormenta y más allá, como prenda de valor para otorgar significado a lo que quizás, de otra forma no podría tenerlo.

Paz se enfrentó a la polémica en un espiral que se elevó por encima del análisis simple de su obra para transformarse en algo más: un debate concreto sobre la opinión circunstancial. Brillante intelectual, se enfrentó a las ideas con ese ahínco de quien se asume equivocado pero intenta cuestionarse, sin la arrogancia elemental del escritor que se considera infalible. Ya lo decía Jorge Volpi, al comentar sobre la reciente reconciliación de México con su poeta más insigne: “Por un lado, muchos de sus detractores que se hallaban en la izquierda terminaron por acercarse a sus posiciones, e incluso han ido más allá: hacia ese liberalismo que Paz toleraba pero con el que nunca comulgó del todo. Y a su vez, Paz se fue acercando a sus posiciones juveniles, cuando al final de su vida insistió en la solidaridad frente al egoísmo neoliberal”. Porque Paz, no solo lucho por ideales, sino que además insistió en una profunda revisión de los planteamientos culturales y sociales de una época de contrastes. Para el escritor, no todo ejercicio de análisis de la realidad política que le rodeaba estaba sometida a extremos, sino que encontró, casi por pura perserverancia, la grieta en el argumento. La expresión de esa otra visión: la del ciudadano que mira la sociedad desde la frontera, y que usa la palabra como reflexión insistente. Tal vez por ese motivo, el escritor Aguilar Riversa insiste: “Es curioso, porque en vida Octavio Paz fue una figura muy polémica, muy atacada y ahora parece que todas las críticas se desvanecieron. Esa izquierda que criticó a Paz o una de dos: o se convenció completamente de que Paz tenía razón y ahora simplemente se hace la loca como de no querer saber, o ya no le interesa el tema”. Ese ser y no ser, de la palabra que anuncia, crea y construye que Octavio Paz supo utilizar con tanta sabiduría.

Probablemente por esa clarividencia y aparente soberbia intelectual, es que Paz se convirtió en el símbolo de un enfrentamiento sordo entre quienes intentaban ignorarlo pero a su vez, necesitan comprenderle. Porque el escritor luchó no solo contra ese privilegiado mundo de las Letras de su país, al que criticó casi con crueldad y después, enalteció por el simple hecho de considerarlo inevitable, sino que además levantó heridas en esa visión casi romántica de la Latinoamérica combativa. Esa continente que comenzaba a mirar a la izquierda histórica como parte de un ideario de renovación esencial e incluso, como una obligación perenne de un inexplicable deber ser social. Quizás por ese motivo su obra “El Laberinto de la Soledad” irritó la piel virgen de esa insistencia por mirar el gentilicio como irreprochable. Con su prosa asertiva, exquisita, elegante indagó en el espíritu del Méxicano, en esa alma esquizofrénica que según el escritor, olvida sus orígenes y que lleva el dolor del anonimato en un desorden existencial superficial. No obstante, el brillante ensayo supera las fronteras del país natal del escritor y se extiende hacia esa América profunda y desconcertada, con sus descripciones metafóricas que parecen construir un símil único para personas y países, sin distingo alguno. “El amor es escándalo y desorden, transgresión: el de dos astros que rompen la fatalidad de sus órbitas y se encuentran en la mitad del espacio” dice el escritor, como si el país y quien lo habita, fueran una mezcla de visiones y consideraciones tan complejas como indivisibles. Una frontera invisible entre lo absurdo — el dolor del ser apenas comprendido — y lo que habita al borde mismo de ese sufrimiento sincero de la confusión.

Todo lo anterior, a pesar que Paz insistió y en más de una ocasión, en que estaba obsesionado con México. Se concentró en su país, en un análisis minucioso e insistente sobre cada rasgo de la cultura, sobre cada movimiento diminuto de lo social. Y lo reflejó en palabras, lo elaboró en una complicada visión de sentencias e ideas que sostuvo un ideario desconcertante por su pureza. Desde su privilegiada visión, supo encontrar ese espacio silencioso donde el nacionalismo se transformó en una invención política, en una visión de oligarquías — nunca mejor utilizado el término — que desconocían la verdadera temperatura de la tierra que intentaban representar, del gentilicio a pedazos. Desmitificó a conciencia la proclama, el ideal social. La reformuló y terminó creando un discurso propio, a través de esa visión suya del Continente inocente, victima de su propia juventud. Una y otra vez, Paz insistió que “nadie puede explicar satisfactoriamente en qué consisten las diferencias nacionales entre argentinos y uruguayos, peruanos y ecuatorianos, guatemaltecos y mexicanos”. Ese gentilicio en abstracto, esa visión de la latinoamerica de una sola sangre, caló hondo, pareció construir una reinterpretación necesaria de una adolescencia social muy larga. Más tarde, el poeta, el escritor, el reaccionario dejaría muy claro, desde su pluma y su critica, que la política solo es otra forma de destruir la realidad a conveniencia “la mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza zonas muy profundas de nuestro ser. Nos movemos en la mentira con regularidad”.

Pero a pesar de todo, de sus luchas y sus críticas, de su ardor en la defensa de la reivindicación desde una América nuclear y mestiza, Octavio Paz era a final de cuentas, un poeta. Uno extraordinario, con sus figuras y metáforas exquisitas, esa visión ideal de su tierra y su circunstancia. Un mexicano como todos, que según sus propias palabras, “cuando se expresa se oculta; sus palabras son casi siempre máscaras”. Quizás, gracias a la poesía, pudo observar con mayor detalle su mundo — el misterioso en su espíritu, el real más allá — y mezclar cada color y forma con la imaginación, con la crítica, con la inocencia del poeta, que a pesar de todo y sin duda, a pesar de todo, era. Un sobreviviente a la ideología y al fanatismo de nuestros tiempos.

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