martes, 21 de noviembre de 2017

Crónicas de la Nerd entusiasta: Todo lo que debes saber sobre la película “Asesinato en el Orient Express” de Kenneth Branagh.




La ficción detectivesca es por lo general una combinación de ingenio y algo más tenebroso. En una ocasión, Agatha Christie comentó que pasaba la mayor parte del tiempo imaginando los crímenes más singulares y desconcertantes posibles, en medio de una especie de compulsión extrañamente helada sobre la naturaleza humana. “Todos pensamos en grandes y pequeños terrores. El asesinato es una obsesión más común de lo que creemos” llegó a decir la escritora hacia el final de su vida, consagrada como una de las autoras más leídas de su época y aún, lúcida y perversa. Por supuesto que Christie jamás tuvo una visión corriente sobre el mundo, a pesar que intentó disimular su singular capacidad para el asombro maligno bajo su aspecto plácido y amable. Pero Christie siempre reflexionó sobre la naturaleza humana - su perfectibilidad y sobre todo, sus dolores y penurias — desde el el punto de vista de cierta noción en apariencia cínica sobre la moral, todo envuelto en una visión sobre lo temible construída a partir de una perspectiva obsesiva y pulcra sobre el bien y el mal. En las novelas de Christie, nada era casualidad: Cada pieza del argumento encaja en un siniestro mecanismo que parece luchar contra el duro relativismo de la época que le tocó vivir. La escritora estaba convencida que el mundo era comprensible, una estructura predecible en pequeñas pautas enigmáticas. Y quizás es esa obsesión por la búsqueda de la verdad absoluta — lo bueno y lo malo, bajo la línea de lo desconcertante — una de las características más evidentes de su obra.

Algo de esa lucidez maligna, impregna la más reciente adaptación del que quizás es el libro más famoso de la escritora: la película “Asesinato en el Oriente express” llega precedida del asombro por su talento repleto de estrellas hollywoodenses, pero también de la especial atención que su director — un Kenneth Branagh que como suele suceder, también actúa en el film — prestó no sólo a la historia sino a esa atmósfera levemente retorcida que quizás el elemento más reconocible de la obra literaria homónima. La nueva versión sobre una de las mejores narraciones detectivescas jamás escritas, intenta no sólo asimilar esa noción de la sospecha delictiva que Christie supo crear como contexto, sino también la percepción sobre la ambigüedad de la naturaleza. La película además, apuesta alto: Desde la primera escena, es evidente que el director intenta recrear el juego de espejos que la escritora creó en el libro, con cierta sutileza visual que convierte la película entera en un acertijo a medio descubrir. Con su ramillete de estrellas hollywoodenses llenando cada escena de una elegante percepción sobre lo perverso y lo cruel, el film tiene el burlón tono de una búsqueda esencial sobre lo que hace falible al hombre o en todo caso, su comportamiento como reflejo de lo que somos. Toda una visión filosófica que sin embargo, Brannagh no logra sostener siempre con la misma habilidad.

Quizás ese sea el real problema en una película que tiene algo de colosal y teatral, en una extraña mezcla de cierta malicia burlona. En la novela, Christie convirtió a su Poirot en hilo argumental de un lienzo multidimensional en el que el crimen parece ser la excusa para analizar las esquivas motivaciones que mueven la maldad humanizada. En su nueva versión cinematográfica, Kenneth Branagh decidió reinventar la visión de Christie bajo el riesgo de modificar lo esencial de la historia, en favor de otorgarle un aire moderno y atrayente. Lo logra, aunque Brannagh se toma el atrevimiento de modificar y en ocasiones, reconstruir por completo, líneas argumentales y aspectos específicos de la trama. El resultado es una especie de resumen pormenorizado de una historia más compleja, más extraña y más dura de concebir. “Siempre está el tema espinoso de quienes conocen la trama y cómo puedes confundirlos” confesó hace poco Branagh en una entrevista telefónica para el periódico The New York Times. “Sabía que teníamos que mantener la atención de la gente con un personaje de Poirot recalibrado”, añadió en lo que sin duda es toda una declaración de intenciones del director de cómo elaborar una nueva percepción sobre una historia familiar para el gran público. Justo, el gran reto del director fue justo ese: el de encontrar una nueva manera de contar un relato que la mayoría del público idolatra y conoce hasta en el menor de los detalles.

¿Lo logra? No del todo. A pesar que Branagh y su guionista Michael Green intentan recrear la acción de la novela desde una perspectiva en apariencia fresca, el guion debe enfrentarse al hecho que los hilos argumentales del material original funcionan como un perfecto ensamblaje. Para Christie la noción del asesinato no sólo tenía relación con la posibilidad de la vanidad del asesino y el hecho mismo de la violencia, sino los pequeños detalles que sustentan el contexto que rodea a la circunstancia. De manera que sus historias no soporta bien cambios sin mayor motivo que el estético o la necesidad narrativa de resumir una historia compleja. La versión de Branagh resulta apresurada y por momentos atropellada, como si la intención del director de reformular los extremos de la aventura exótica, carecieran de contexto y también, de uniformidad temática. Hay una definitiva influencia en la mayoría del género de acción moderno en esta nueva mirada a un Universo compacto e inteligente.

Y quizás sea esa nueva percepción — superficial y casi sencilla — sobre el intrincado entramado argumental ideado por Christie, el problema más evidente de la película que intenta emularla.
Para Branagh y Green parece ser de enorme importancia, crear una mixtura entre lo dramático, escenas de genuina acción con una clara referencia a la franquicia Bond y algo más elemental, que no termina de encajar en lo esencial de la narración. Branagh se toma excesivas libertades y crea una confusa visión sobre el argumento, que avanza con cierta torpeza en los momentos más álgidos y que carece de verdadero brillo en los peores. Como estructura, la película decae por la insistencia de Branagh de encontrar una justificación a los pequeños deslices de un guión tramposo. La ficción detectivesca se convierte entonces en una especie de combinación torpe entre una lírica puesta en escena (hay secuencias enteras en las que es evidente el origen shakespeariano del director) y algo teatral, sin mayor resolución.

Con todo, es evidente el entusiasmo de Branagh por el proyecto. Hay un mimo al detalle que resulta evidente y la apuesta en escena es fastuosa “El material en bruto era enorme y la oportunidad de meterse de lleno tenía un atractivo tremendo, para intentar dilucidar qué pensaba Agatha Christie de él”, confesó Branagh para The New York Times. En palabras del director, “admiraba su compasión y su amabilidad, su capacidad para entender la fragilidad humana, y eso es lo que volví algo céntrico para este Poirot”. Branagh dota a su película de un clima venenoso, por momento engañosamente melancólico, pero el truco no logra sostenerse con la suficiente habilidad. Al final, “Asesinato en el Orient Express” tiene el brillo de una imagen maravillosa pero en exceso frágil para sostenerse más allá del asombro inicial.

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