jueves, 4 de abril de 2013

Delirios y obsesiones: La vida con un Lapiz en la mano o el valor de la palabra.






Hace unos días, revisando una vieja caja que creí perdida en alguna de las sucesivas mudanzas y cambios de piel de las últimas décadas, encontré mi primer cuaderno de cuentos. Cuando era una niña, tenía la costumbre de comprar un cuaderno cada mes y escribir todas las historias que se me ocurrían. No se trataba de un diario propiamente dicho: mis cuentos raras veces hablaban sobre mí: O quizás sí. Después de todo, esas grandes escenas desgranadas a trozos de una historia incompleta, nacían de esa imaginación desbocada de la infancia, de esa que no entiende de limites y quizás, no quiere comprenderlos. Tengo una imagen de mi misma, escribiendo a mano, con enorme esfuerzo, asombrada que pudiera contar lo que ocurría en ese otro mundo que se creaba a diario en mi mente, que florecía con gran facilidad incluso en los momentos más extraños. De manera que pasé gran parte de mi infancia escribiendo ( escribiéndome ), contándome el mundo, degustándolo a través de las palabras.

No sé cuando la primera vez que supe que quería ser escritora. Tal vez uno no sabe esas cosas: ocurren nada más. Recuerdo sí, o mejor dicho, no recuerdo un día en que no haya querido escribir. O leer. En realidad, hay pocos momentos de mi vida donde no haya tenido entre las manos un libro, un lápiz o una hoja de papel. Me parecía cosa de magia eso de comentar a escribir y que de pronto, pudiera construir un mundo totalmente distinto al que me rodeaba, crear a través de las palabras un puente solido con una visión de las cosas por completo desconocida. Porque las palabras son capaces de eso: de asombrarte. De conservar, bendita y frágil, una pequeña ingenuidad. Todavía, con treinta y unos pocos años cumplidos, continuo sintiendo ese asombro que produce cuando una palabra parece contener una emoción completa, un día entero, una historia interminable. Aún hoy, me sigue latiendo el corazón muy rápido cuando abro un libro. Me tiemblan las manos, cuando comienzo a leer la primera linea de cualquier historia. ¿Que me esperará después? ¿Que habrá más allá de esa primera imagen que el escritor me obsequia? No lo sé, y descubrirlo, siempre será la gran aventura de ese espiritu soñador e infantil que aún conservo intacto, como un regalo que conservo con mucho cuidado.

Cuando era una niña pequeña, no me gustaba jugar con muñecas. No tenía ningún razón especifica para no hacerlo, pero creo que se debía  a que me provocaba un poco de terror la expresión vacía y quieta en sus rostros, esa sensación impenetrable en sus expresiones, la atemporalidad que parecía ser parte de su diminuto mundo. No se parecía en nada a ese mundo en mi mente, lleno de luz y de vida, donde pasaban muchas cosas: donde había magos, elfos, enanos, dragones, monstruos, asesinos, risas, amor.  Así que, mis compañeros de juegos, siempre fueron, por supuesto, los libros. Libros viejos y manoseados que heredé de mi madre durante esos frenéticos años en que vivimos juntas, Libros antiguos y magníficamente conservados que mi abuela guardaba con devoción, libros incompresibles para mí, repletos de números y secretos matemáticos que mi tío conservaba de sus primeros años como estudiantes. Y más tarde, mis propios tesoros, esos pequeños prodigios que guardaban un universo entero entre sus páginas.Leer para mi siempre ha sido una fuente de profunda satisfacción. Cada libro que he leído simboliza para mi un momento, un tiempo, un sentimiento y una necesidad distinta. Leo a Hemingway por ruda fascinación, a Proust por melancolía  Simone de Beauvoirpor rebeldia, Bukowski por pura angustia, Sylvia Plath por maravillada tristeza. Y asi, cada página de mis favoritos, tiene un sentido propio. Un rostro digamos, que lo define en mi mente y le da un sentido de propiedad a mi necesidad voraz de sus palabras.

Nunca fue el dolor más intenso o la risa más exquisita, el amor más misterioso, el odio más intenso que a través de las historias narradas, que las leídas, que las perdidas y encontradas en mis libros favoritos. Palabras, frases, mundos nuevos que parecían florecer a mi alrededor, un prodigio que nace en cada ocasión que un lector abre un libro y se sumerge en un mundo fantástico que se convierte en realidad gracias a la voz de su mente. Porque hay algo intangible ¿verdad? en esa sensación de poder que brinda la lectura. En esa necesidad de comprender - comprenderme - a través de palabras.  Voz y sombra, luz y y poder, en medio de las imágenes y escenas, un diminuto cosmos que nace y vive a través de nuestros pensamientos. Con los ojos cerrados, dejándome llevar por esa sensación poderosa, un rincón en sombras frutales, donde puedo yacer en silencio, en esa cómoda paz del pensamiento. Un muro gigantesco, cubierto de rosas imaginarias pero completamente reales en el Edén de la convicción, impregnando cada emoción del delicado y cálido olor de una primavera perpetua. La esperanza, soterrada y ambivalente, ondeando en un cielo vasto y cenital.

Toda una vida de lectura, de recorrer la palabra como un laberinto donde espero encontrarme, aunque creo no lo haré jamás. Y es que el lector es ese gran inocente que es capaz de creer en lo imposible y soñar con encontrarlo. Es el lector devoto quién sueña con un Principe niño venido de otro planeta para hablarnos en el lenguaje misterioso del corazón. Es el coleccionista de palabras, el que abre un libro para conocer las luchas de mundos invisibles, las batallas donde el bien y el mal parecen tan simples. Leer como refugio, como un sueño, como una manera de traducir el mundo a simbolos, a belleza, a simple tristeza y felicidad.  Y es que para cada lector, hay una respuesta, hay un momento de supremo placer: cuando sostienes un libro, cuando el mundo desaparece a tu alrededor, el tiempo se detiene. O tal vez transformarse. Y de pronto, todo tiene sentido. Las palabras se lo otorgan. Que sensación es esa, que magia pura y real, la de encontrar un significado para cada escena que sueñas, para cada instante posible, en tu imaginación.


Cierro el pequeño cuaderno repleto de hojas manuscritas con mi fea letra de niña con una sonrisa. En mis manos, el cuaderno parece muy pequeño: en las manos de la niña que fui era enorme, una puerta hacia otro mundo, hacia otro tiempo, hacia mi msima. Que prodigio, pienso, con lágrimas en los ojos. Que privilegio encontrar ese pequeño misterio de leer para crear, de leer para soñar. De leer para encontrarme, mirarme y crecer.

3 comentarios:

Prox dijo...

Dios que dificil es hacer esto dios! por dios! D: hipster tumblr blog

César Bonilla dijo...

tengo una historia similar, con cuentos y todo...

Lau dijo...

Solo queda decir: Te amo.

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