viernes, 12 de abril de 2013

Temor y esperanza, la historia del voto en Venezuela.







Mañana voy a votar de nuevo. En ocasiones, me impresiona un poco lo común y a pesar de eso, lo emocional que se ha convertido un evento ciudadano que para otros países es algo casi natural. Pero en Venezuela votar se ha convertido en algo de vida o muerte, la diferencia entre lo que sueñas y lo que tienes, entre un presente inquietante y un futuro lleno de promesas. Y es esa sensación de lo inevitable, de la cercania del desastre, lo que convierte cualquier evento electoral Venezolano en atipico.

Atipico en todo. Desde su planteamiento hasta su manera de justificarse. En Venezuela no tiene nada de común ni de corriente. Es un evento que lentamente se transforma en un temor, en una necesidad insatisfecha, en una grieta que separa dos visiones de país. O al menos, así me ha sucedido. Tal vez, estoy tomandomelo todo muy en serio, como de vez en cuando bromea mi amigo J. cuando le explico mi ansiedad y mi temor. Pero es que en Venezuela votar se ha convertido en un asunto que excede lo político. Es un alegato cultural y social.

Me encuentro en la larguisima fila del supermercado. En mi carrito de compras, solo hay unos cuantos productos que necesito. Al contrario de la multitud que me rodea: todos parecen temer algun tipo de evento apocaliptico y están aquí, en quizá el último gesto primitivo que reconoce el ciudadano actual: acumular comida en caso de una emergencia. Todos a mi alrededor cargan con bolsas repletas de alimentos, mirándose unos a otros para comprobar que no olvidan algo de primordial importancia para sobrevivir "a lo que viene". Los observo, entre asombrada e inquieta, preguntándome si peco de ingenua, si también debería correr a los pasillos y arrojar al carrito alimento enlatado, leche de larga duración, todos los paquetes de arroz que pueda comprar. Pero no lo hago, me resisto de la misma manera en que intento no propagar rumores, en que me contengo de insultar al contrario durante las efervescentes semanas previas al evento electoral. Empujo mi discreto carrito, mientras todos a mi alreredor me observan, quizá un poco desconfiados, otros preocupados.

Una Señora decide que no dejará cometa la insensatez de solo llevar un par de lechugas y una bandeja de queso para asegurarme la supervivencia post electoral. Sonriendo, se acerca a donde me encuentro, empujando su carrito repleto de cosas.

- Hija, llévese unas laticas de atún, uno nunca sabe.
- ¿Nunca sabe que mi estimada? - intento ser amable. Mi preocupada interlocutora desborda buena fe.
- En este país, jamás se sabe que ocurrirá - allí estamos de acuerdo - y quien sabe que ocurrirá en plenas elecciones.
- No ha pasado nada antes.
- Pero estás son las decisivas!
- Me han dicho lo mismo antes.

Varios curiosos nos miran. Todos con su respectivo carrito a reventar de compras nerviosas. Un caballero se acerca, muy preocupado también.

- Haga caso hija. Estas serán las elecciones decisivas, las que cambiaran el país para siempre. Mejor prevenir que lamentar.

No respondo. Estoy recordando todas las veces que he escuchado algo semejante. Y es que en Venezuela, las votaciones parecen ser cruciales, decisivas cada vez. Durante catorce años he votado al menos una vez anualmente y siempre he sentido el mismo temor, la misma angustia y desazón. Una y otra vez he acudido con mis esperanzas como única bandera, votando para expresarme, para gritar bien alto y claro que me opongo a la política de la exclusión, el prejuicio y el odio. Lo he hecho de madrugada, muy en la tarde, rodeada de simpatizantes agresivos de la tolda política contraria. He llorado, he sentido un temor indescriptible mientras el candidato electo - siempre el mismo, otra curiosidad social de mi país - me amenaza por pensar distinto, por creer en un tipo de discurso social diferente.  Y siempre amanece. Esa es la lección que he aprendido, que me ha enseñado esta larga historia de violencia, dolor y desconcierto que hemos atravesado en Venezuela durante la última década y media. Siempre amanece. Siempre debo tomar un segundo aire y comprender a mi país en su propia idiosincracia, en su manera de afrontar su locura, su ingenuidad.

Suspiro, sin saber como poner todo eso en palabras. A mi alrededor, el grupo de curiosos ha crecido y todos me dan recomendaciones sobre lo que debo comprar porque "nunca se sabe". De manera que lo hago, casi por complacerlos, casi con temor y regreso a los pasillos repletos de nerviosos compradores. Cuando vuelvo a la fila, mi carrito está lleno de latas de atún y otras tantas cosas que aparentemente, conjugan el miedo, lo hacen más soportable. Me conmueve la inocencia del Venezolano, la mía propia.

Mañana votaré de nuevo, por supuesto. No sé cual será el resultado, pero si sé que volveré a hacerlo las veces que sea necesario, para manifestarme, para demostrarle a un régimen que me excluye por pensar distinto que existo, que formo parte del país a pesar de su indiferencia. Y allí estaré, al amanecer del nuevo día, para construir a Venezuela, para soñar en el futuro, para tener una fe irrestricta en que podemos lograrlo a pesar de las diferencias.

Otra vez.

C'es la vie.

Pd: La imagen que acompaña la entrada es creación del genial Eleazar 'Caps' Briceño.

0 comentarios:

Publicar un comentario