viernes, 30 de junio de 2017

Una recomendación cada Viernes: “Borne” de Jeff VanderMeer.




La identidad del hombre moderno se encuentra en un constante análisis: no sólo a través del medio — y la noción sobre quién somos a través de una sociedad obsesionada con la comunicación — sino también, de la necesidad de asumir los elementos que sustentan la individualidad como parte de nuestra cultura. La mezcla de ambos puntos de vista, crea una percepción mucho más profunda y urgente sobre el ego colectivo, la forma en que comprendemos a la cultura como forma de expresión histórica pero más allá de eso, al núcleo que sustenta la manera en que nos asumimos como sociedad. Una mirada especulativa sobre el hombre como reflejo de sí mismo.

“Borne” La más reciente novela del escritor Jeff Vandermeer medita justamente sobre las grietas sobre el paisaje de la mente humana y lo que la identifica. Y lo hace además a través de un rarísima conjetura sobre la realidad que asombra por su eficacia. Vandermeer no sólo pondera sobre la persistencia de la memoria — la incertidumbre sobre la existencia humana y la versión del futuro que asumimos inevitable — y algo más elaborado que logra recrear a partir de una concepción de “yo” brillante y enajenada. El resultado es una de las novelas más intrigantes de la última década y también una hipótesis insólita sobre la incertidumbre de la capacidad del hombre — como raza — para la autodestrucción. El escritor profetiza sobre lo que puede esperar a nuestra sociedad a siglos de distancia y a mitad de camino entre la fábula existencialista y la distopía en estado puro, logra una conclusión radical sobre lo que no espera. No se trata de la promesa de la destrucción o la redención, sino un tipo de catástrofe impensable: la raza humana convertida en un experimento sin norte que desdibuja los límites de la realidad y la fantasía.

Lo que sorprende de VanderMeer es el riesgo que toma el escritor al momento de imaginar un futuro posible: no se trata de una brillante alegoría al desastre biológica, una meditada creación sobre lo que espera a una sociedad hipertecnificada ni mucho menos, una búsqueda filosófica. Para Vandermeer, la noción sobre los siglos venideros es mucho más dura de digerir y por tanto describir y asume el futuro post apocalíptico desde una radiante concepción del miedo. En el mundo que el escritor imagina no hay un sólo lugar que no haya sido devastado por la experimentación científica y que a su vez, no se haya transformado en una versión hiperrealista de nuestros temores y esperanzas. El lienzo sobre el que trabaja la imaginación de Vandermeer es tan amplio que por momentos resulta ilimitado y esa ausencia de reglas, lo que hace a “Borne” no sólo una propuesta que sorprende por su frescura — hay fragmentos enteros de la historia que parecen inéditos en la literatura de la Ciencia Ficción, un fenómeno muy poco usual — sino además, logra estructurar su perspectiva sobre el miedo y la desazón en algo mucho más amplio y desconcertante que el mero anuncio de la premisa que propone. Porque “Borne” cuenta el futuro — y lo hace asombrosamente bien — y también, asume el peso de mirarlo como una serie de líneas interconectadas y profundamente significativas. Vandermeer medita sobre lo humano a través un misterioso existencialismo para lograr algo más duro y amargo: el temor a ese rostro oculto de la historia. De lo que es esconde en la ambición de nuestra cultura y sobre todo, esa mirada arrogante y desapasionada sobre nuestros propios terrores colectivos.

Para VanderMeer el futuro no sólo es el resultado de una serie de trágicas decisiones culturales, sino también un reflejo de la pasividad del hombre. La narradora de “Borne” lo deja claro a las primeras de cambio y pondera sobre el vacío en el que debe luchar por su propia subsistencia. Habita una ciudad destrozada y devastada por un apocalipsis cuyo motivo jamás se relatan pero que están presentes en cada parte de la narración. La urbe se sacude bajo lo que parecen ser los últimos coletazos de una tragedia biológica de extraordinarias proporciones, envenenada y sin sentido. Rachel, la criatura híbrida de origen desconocido a la que Vandermeer dota de una profunda ternura e inocencia, subsiste a base de encontrar restos de comida y otros trozos de la civilización destruida que puedan ser comercializada con la industria Todopoderosa que sobrevive sobre los escombros de la civilización. Wick, su amante, mezcla de terrorista tecnológico y sobreviviente al terror de la manipulación biológica y genética que la novela insinúa en todo momento, se esconde en un antiquísimo edificio, junto al resto de la población que intenta escapar de la verdadera amenaza que los acecha: Una criatura voraz y gigantesca con un apetito infinito y violento que no llega a saciarse jamás.

En medio de este visión imposible e impensable, la novela alcanza un tono brillante y duro de enorme eficacia. Porque al contrario de la mayoría de las distopías y otras aseveraciones futuristas, “Borne” se niega a seguir los caminos habituales de la nostalgia por el pasado o incluso, la aseveración sobre las ruinas de un recuerdo cultural al que recordar con cierta premura. No hay nada en la narración de VanderMeer que refleje una percepción del pasado como deseable, ausente o perdido, sino más bien, relata una transformación progresiva del horror en algo más agudo y temerario. Su premisa no sustituye a la civilización que conocimos por una versión decadente y mucho menos, reflexiona sobre la perdida desde lo sensible. El panorama devastado de VanderMeer es mucho más elemental, coherente y por ese motivo, creíble. Un mito concebido sobre un mundo irreconocible que aún así, conserva las pautas y el sentido general de una sociedad funcional. El escritor supo encontrar en el hecho de la destrucción cultural algo más objetivo y duro de comprender que la mera melancolía que los deseos incumplidos o los terrores aparentes de una sociedad que implosiona sobre sus cimientos. Y ese quizás, es su mayor triunfo.

La ciudad que Rachel y Wick habitan es una mezcla de horrores ciberpunks y algo más parecido a una visión dolorosa y precisa sobre los peligros de la manipulación genética, todo lo anterior envuelto bajo la pátina de una mega conspiración industrial que terminó muy mal. Cada personaje de la historia es el producto de algún tipo de manipulación genética que destroza la mera idea de lo antropomórfico y lo convierte en algo impensable. En medio de un escenario semejante, las últimas trazas de las creencias religiosas, filosóficas e incluso, el temor a lo desconocido toman nuevas formas impensables. Una visión desconcertante sobre el no existir y la nada aparente que VanderMeer maneja con pulso firme hasta convertirla en una alegoría casi accidental sobre lo doloroso de la condición humana.

Los elementos conceptuales y filosóficos de la obra de VanderMeer son sorprendentes por el mero hecho de resultar incomprensibles: su visión sobre la identidad del hombre, la transformación de la especie humana en una masa híbrida sin sentido ni tampoco forma real — las mezclas genética entre especies que la narración enuncia sin profundizar tiene todo tipo de posibilidades — asumen un concepto tan original que por momentos, no pueden interpretarse de una única manera. El escritor parece obsesionado con la desconexión social — ninguno de sus personajes sabe bien quién es o a qué ocurrirá con su cuerpo contrahecho e inexplicable — pero también, con las infinitas líneas que sostienen la uniformidad de lo conocido. Una frontera sobre lo que somos — o deseamos ser — que la ciencia ficción intenta unir en una única propuesta: ¿Quienes somos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Por qué somos lo que somos? VanderMeer no contesta ninguna de esas preguntas y el mero hecho de ese vacío enorme y extraordinario, brinda a la historia una solidez argumental que emociona, abruma e intriga a partes iguales.

Sobre todo, VanderMeer tiene la suficiente osadía para crear recovecos de horror y belleza inesperada en mitad de una narración que sorprende por su delicados momentos de puro existencialismo. Rachel se convierte en un símbolo de lo bueno, lo malo y lo extraordinario y el desconfiado Wick, en la naturaleza humana invencible, corrosiva y confusa. Entre ambos Borne — una criatura indescifrable e indefinible y quizás el personaje más extraño de la Ciencia Ficción en los últimos años — confiere una extrañísima visión sobre la ternura, la vulnerabilidad y la fragilidad. La disputa entre lo que imaginamos y lo que acontece, la realidad y la ficción chocan en medio de una historia que abruma por sus momentos de durísima crudeza y también, significado. La novela parece convertirse entonces en un poderoso catalizador emocional, entre la ternura de una reflexión sobre lo que se esconde en los límites de la mente humana y algo mucho más extravagante.
La capacidad de VanderMeer para contar el apocalipsis es infinita y lo demuestra en cada escena de “Borne”: hay detalles extraordinarios que incluyen desde un recorrido topográfico por el mundo que renace en medio del desastre biológico y ardorosas descripciones sobre la pérdida moral y los terrores que se esconden en medio de las batallas tardías. Pero sobre todo, el escritor encuentra la manera de humanizar a sus singulares personajes y dotarlos de tanta fuerza, que acaba convirtiéndolos en preciosas metáforas sobre el bien y el mal, lo conocido y lo desconocido, la frontera de la mente humana como ente creador. En medio de todo esta fauna colorida y decante, la acción avanza en medio de batallas, enfrentamientos, alianzas y desencuentros que construyen un entramado consistente sobre los motivos secretos — ocultos — de la historia. Desde la noción conspiradora hasta la percepción del origen, la novela juega todas sus cartas para mostrar un concepción amplísima sobre la existencia. Es entonces cuando la historia anuda todos los hilos argumentales en una apoteosis brillante que el escritor remata a conciencia: una conclusión que resulta dolorosa en su metafórica belleza.

Es evidente a Jeff VanderMeer le gusta imaginar la vida y la inteligencia más allá de lo antropomórfico. Y “Borne” resume la hazaña del escritor de crear vida a partir de ideas sorprendentes como una declaración de principios. Lo humano en la novela es tangencial, apenas insinuado. Para el escritor parece mucho más importante la combinación de ternura, razón, curiosidad que crean la perspectiva de la razón y la consciencia a pesar de la apariencia. VanderMeer desafía el género, la formalidad de la figura humana y sobre todo, apuesta por la concepción de lo sensible — y pensante — como un concepto más que por un conjunto de nociones que juntas, crean una serie de características definibles. VanderMeer se aleja de toda percepción sobre lo que consideramos natural y crea formas inclasificables, complicadas, tan enajenadas que por momentos resultan incómodas. Con su rarísimo estilo, VanderMeer logra humanizar a criaturas impensables, combinaciones de datos y descripciones que a primera vista resultan dolorosas por su imposibilidad pero cuyo poder de evocación, rebasan la incertidumbre y se elevan hacia la naturaleza del símbolo. Siniestro, por momentos sofocante pero sin duda poderoso, el universo creado por VanderMeer en “Borne” es un reflejo de un nuevo tipo de Ciencia Ficción en la que la biotecnología y el existencialismo se mezclan en algo de improbable belleza pero definitiva importancia. Una mirada hacia lo que nos hace humanos, pero sobre todo, lo que sostiene la conciencia de nuestra existencia como algo más profundo que nuestra mera forma física.

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