miércoles, 14 de junio de 2017

La distopía y la predicción: “Neuromancer” de William Gibson.




Como género literario, la ciencia ficción crea una aproximación del futuro a mitad de camino entre el temor y la esperanza. Y lo hace con una interpretación sobre lo que nos define — y sostiene la identidad colectiva — que se convierte en una especulación histórica. Una y otra vez, la Ciencia Ficción imagina y le brinda respuesta a la incertidumbre pero también, crea una nueva comprensión sobre los límites individuales hacia algo más complejo y poderoso. Una visión sobre la identidad que desborda las fronteras habituales.
William Gibson lo sabe. Desde la década de los años ’70, el escritor dedicó esfuerzos pero sobre todo, una notable capacidad para el análisis y la alegoría para comprender el futuro como una red compleja de decisiones y aseveraciones sobre lo cultural y lo social. Para el escritor — obsesionado con las posibilidades de la comunicación, los temores sociales y la expresión de la individualidad como una forma de paranoia — la Ciencia Ficción es un vehículo para meditar sobre los lugares más oscuros de nuestra sociedad, esas infinitas ramificaciones sobre lo que nos identifica pero más allá de eso, los estratos más bajos de lo que consideramos humano y razonable. Con su visión cínica y en ocasiones tétrica, Gibson asume la labor no sólo de traducir los dilemas culturales como algo mucho más angustioso que una mirada a la posibilidad y dotarlos de un sistema de valores de enorme significado. Entre ambas cosas, Gibson encuentra un reflejo de la realidad por momentos inquietantes y casi siempre, doloroso.

En “Neuromancer” — su obra más conocida y polémica — Gibson re imaginó los espacios virtuales en un sustrato mucho más peligroso e ingenioso de lo que hasta entonces se había hecho. Publicada hace más de treinta años, la novela construyó la idea de un ciberespacio construido a partir de una alucinación consensual, contra la que debe enfrentarse no sólo los individuos que viajan a través de ellas sino también, quienes se le enfrentan. Con una cuidada alegoría a la violencia, la comprensión de la cultura como un mecanismo violento y en ocasiones, muy cerca del caos. Lo futurista se mezcla con una versión de la realidad alternativa y dura, que reflexiona sobre todo tipo de temas culturales bajo el matiz de la metáfora existencial. No obstante, Gibson va mucho más allá y desmenuza la posibilidad de una posibilidad altamente tecnificada que además, sea parte integral del pensamiento constructivo y social. El resultado es una percepción sobre la conducta humana a mitad de camino entre el miedo — en Neuromancer la paranoia forma parte del tejido conjuntivo de la narración — y algo más sofisticado que sorprendió a lectores y a críticos de la época.

Claro está, el mundo de Gibson en “Neuromancer” nos parece cercano y comprensible casi tres décadas después, con la pantalla grande y chica llena de todo tipo de historias que analizan la identidad humana desde lo tecnológico. Pero al momento de su publicación, fue todo un suceso, una alegoría sobre la cultura de masas convertida en una forma de control refinada y cruel. La disparidad masiva y globalizada, mezclada con la percepción del riesgo de la tecnología como último límite a la concepción de lo que somos y lo que podemos ser. El anonimato, el desarraigo y el temor como parte de una idea fundacional de lo que asumimos podría ocurrir dentro de la expresión más concreta sobre la evolución tecnológica de la época.
Con una amplísima influencia en la cultura popular, “Neuromancer” se convirtió de inmediato en un suceso literario y mundial. Pero con el transcurrir del tiempo, la novela de Gibson se convirtió además en una predicción de la forma como concebimos internet, la influencia de la tecnología en nuestra forma de vida y sobre todo, la visión del tiempo y la identidad como parte de un intrincado conglomerado de tecnología pura. Con su estilo duro y poderoso, la novela de Gibson creó una interpretación del mundo basada en ciertos terrores secretos que se siguen manifestando en la actualidad con una temible claridad. Desde las complejas relaciones en las redes sociales hasta los crímenes basados en el manejo de información, el mundo actual es cada vez más semejante a lo que Gibson narró con una precisión de pesadilla. Hay un definitivo tono Gibsoniano en los escándalos de fuga de información, en los terrores de una sociedad cada vez más tecnificada, en la imposibilidad del anonimato. De la misma manera que en “Neuromancer” nuestra sociedad se aferra a cierta noción superficial sobre lo que se construye sobre las comprensión de la virtualidad como un universo análogo al real. Pero además de eso, Gibson también pareció advertir sobre la necesidad de comprender que todo cambio cultural es impulsado esencialmente por la tecnología y sus consecuencias invisibles. Un tipo de progreso acelerado cuyas implicaciones pocas veces se analizan como parte de un hecho cultural de profunda importancia. Gibson, con su mirada analítica pero también, con su capacidad para señalar los temores y horrores en el vacío moral de nuestra cultura, asume el poder de lo incidental en la cultura como una forma de lenguaje.

Quizás por eso, se suele decir que la novela “Neuromancer” de William Gibson es quizás una de las más importantes del género de Ciencia Ficción jamás escritas. Puede parecer una exageración, sobre todo en vista de lo prolífico del género, pero una vez que se analiza las implicaciones de su historia y sobre todo, la vuelta de tuerca que el escritor brindó a lo que hasta entonces había sido el planteamiento de la distopía en la literatura, puede comprenderse sus alcances. Porque Neuromancer no es sólo una narración que engloba lo mejor de esa visión reconstructora de la Ciencia Ficción, sino que además, le brinda la profundidad como para crear una interpretación por completo nueva del planteamiento. La novela no sólo es un precursor de lo que vendría después, sino de la manera como se asume la Ciencia Ficción actualmente: una mezcla de referencias culturales elementales y su reconstrucción como una mirada hacia lo desconocido.

“Neuromancer” elabora un tipo de visión sobre el futuro que asombró por su precisión: creó todo un nuevo Universo a la medida de un tipo de percepción sobre la tecnología por completo original. Desde popularizar el término “Ciberespacio” — que hasta entonces había sido utilizado con cierta renuencia y sobre todo, con enorme torpeza tanto en literatura como cine — hasta instaurar el Ciberpuk como género literario por derecho propio, Neuromancer se sostiene sobre ideas que hasta entonces, habían sido desconocidas o tocadas de manera tangencial. Gibson no sólo las transforma en una interpretación renovada de lo que la Ciencia Ficción es, sino que además, les brinda un elemento sucio e informal que las convierte en un elemento creíble y accesible. Más allá de la distopía por sí mismo, la ultratecnología en “Neuromancer” se convierte en un elemento accesible, elemental en medio de planteamientos. La historia se debate y se mira hacia misma a través de una miriada de personajes futuristas pero no completamente ajenos a la realidad: desde los Hackers hasta los Cyborgs, el mundo de “Neuromancer” parece sacudirse entre la influencia de Mafias y drogas, de sentimientos y terrores tan humanos como definibles. De manera que no sólo se trata de construir una versión del futuro consumible sino hacerla creíble. Y Gibson lo logra.

Para Gibson la cuestión tecnológica tiene por necesidad un trasfondo filosófico: “Neuromancer” es una novela de héroes y villanos al uso, pero no por completo tópica y allí, su cualidad única. La narración parece desarrollarse en una constante aventura, un enfrentamiento entre personajes llenos de matices y extravagantes historias y sobre todo, entre dos mundos, el real y el ciberespacio. Pero “Neuromancer” es mucho más que eso, es una alegoría elemental entre lo que asumimos real y lo que no lo es, la aspiración del hombre por reconstruir su propia percepción de lo que vive y los terrores culturales que se esconden en ese planteamiento de un futuro pesimista y a fragmentos, devastado por tragedias inimaginables — una Tercera Guerra Mundial de la que sólo conocemos en escenas desordenadas — y esa concepción temible sobre lo que consideramos posible. De hecho, “The Sprawl”, la megalópolis donde se desarrollan algunos tramos de la historia, es una visión deprimente y desconcertante del mundo industrializado: Con su enorme extensión — según el libro abarca casi toda la Costa Este Estadounidense — protegida por cúpulas geodésicas y condenada en algunas regiones a una noche perpetua, parece ser una clarísima alegoría sobre los peligros de la tecnología, la pérdida de la identidad del hombre sobre sus creaciones y lo que resulta más curioso, la supervivencia del ingenio humano a pesar de las espantosas tragedias que pudiera soportar. Todo lo anterior mezclado con un ambiente violento, trepidante y desconcertante.

Más de una vez, se ha insistido que “Neuromancer” es una metáfora ideológicamente correcta sobre un futuro destruido por la ambición humana. Pero resulta una lectura muy sencilla para lo que parece ser un planteamiento complejísimo y elaborado sobre lo que el ser humano puede aspirar y construir a partir de sus esperanzas y terrores. Gibson elabora una idea de futuro en extremo compleja, una debacle tecnología que a su vez, provoca una aparente consecuencia social — política. Sin embargo, el escritor no se detiene demasiado en explicaciones y de hecho, es evidente su intención de incluir el subtexto sobre su planteamiento cultural de una manera sutil, extrañamente discreta. La historia de “Neuromancer” se construye y avanza a partir de esa noción de lo que se comprende sobre la marcha, de los pequeños paisajes de una cultura que se asoman en medio de las elaboradas escenas. De manera que aunque Gibson no dedica párrafos específicos para describir la forma como el hombre reconstruyó el mundo a partir de sus carencias y tragedias, sino lo deja claro a partir de detalles poco concluyentes, que no obstante se sostienen entre si y funcionan con la precisión de un cuidadoso mecanismo. Más allá de la trepidante trama central, Neuromancer es una poderosa aproximación a la identidad del hombre por el hombre; desde sus escenas intrincadas y casi poéticas, su terminología y lenguaje propio e incluso esa agilidad abrumadora que avanza página tras página como una idea que se reconstruye así misma. Nada sucede por Azar en este Universo concebido en cada milimétrica concepción ni mucho menos, carece de sentido y oportunidad.

Más allá de su éxito literario, “Neuromancer” es una propuesta definitiva y de ruptura dentro de lo que a la Ciencia Ficción como cultura se refiere. Un fenómeno que brindó toda una nueva estructura de lo que hasta entonces había sido una percepción sobre la tecnología como elemento creativo y sobre todo, origen de toda una original percepción sobre la naturaleza humana. Gibson no sólo cimentó las bases de todo una insólita interpretación sobre lo humano y lo mecánico, sino que creó, en un escenario formidable y profundamente simbólico, un tipo de visión sobre la incertidumbre del hombre sobre el futuro tan realista que provoca incomodidad. Y es que probablemente el mayor triunfo del escritor sea encontrar esa idea que se presume cierta en medio de toda una percepción de lo mecánico e industrial que resulta asombrosa por su complejidad. En una época donde Internet era sólo una expectativa y que la tecnología seguía sin considerarse imprescindible, Gibson mezcló ambas ideas para elaborar un mundo nuevo, una estética desconocida y una percepción de la realidad ficticia tan cerca de la realidad actual que sorprende. Una idea que no sólo ha sido reinventada en cientos de ocasiones a partir de entonces, sino que además, elaboró esa reflexión insistente sobre la fragilidad de lo que consideramos realidad. Esa ruptura entre el ahora y el posible al que Gibson supo brindar una cualidad metafórica hasta entonces desconocida.

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