jueves, 29 de junio de 2017

El periodismo como acto de fe: de la crónica periodística a la reflexión cultural.




El periodista Ryszard Kapuscinski suele decir que el periodismo es obra de la pasión, la observación y la solidaridad. Lo insiste, luego de dedicar la mayor parte de su carrera a recorrer el continente africano para hablar sobre su singularidad y sobre todo, para construir una hipótesis válida sobre un mundo desconocido para la mayoría de occidente. Pero sobre todo, lo cree firmemente porque para el periodista y escritor polaco el periodismo es un arte de comprensión del mundo desde cierta bondad esencial. Una mirada profunda y respetuosa sobre los hechos y las personas que lo forman. Tal vez por ese motivo, su frase — y lección — más contundente sea la que se convirtió en vanguardia de su opinión sobre el arte de contar historias.“Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”.

Además, para Ryszard Kapuscinski, narrar es el equivalente al poder de construir un puente válido entre nuestra visión del mundo y la realidad. Una aspiración a interpretar los sucesos que crean la historia desde la sensibilidad, la capacidad para asumir el riesgo de construir una visión válida de lo que creemos ajeno. Porque Kapuscinski no sólo elaboró una idea profunda sobre el ideal del periodismo en estado puro — contar historias y más allá, redimensionarla a la medida del mundo que observa — sino que además, lo asumió como una manera de vivir. Una combinación de elementos que crearon una reflexión privilegiada sobre nuestra época, sus dolores y tragedias. Kapuscinski no sólo se empeñó en encontrar una idea coherente y realista sobre lo contemporáneo, sino que asumió el abstracto deber de responder sus propias preguntas. De elaborar los cuestionamientos elementales sobre lo que se basó su largo trayecto como trotamundos y contador de historias. “Heródoto era un hombre curioso que se hacía muchas preguntas, y por eso viajó por el mundo de su época en busca de respuestas. Siempre creí que los reporteros éramos los buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede” insistió en una oportunidad, cuando se le preguntó cuál era el origen de su determinación por escribir desde la experiencia en lugar de la interpretación y la opinión. Y es que para Ryszard Kapuscinski, el oficio de narrar es una convicción, antes que una profesión. Una idea compleja sobre el mundo, antes que una sucesión de escenas.

La crónica “Ébano” quizás sea su obra más reconocida. No sólo porque concluye lo que es el estilo periodístico de Ryszard Kapuscinski, sino porque además, de cierta manera es una obra fundacional sobre su estilo como escritor. Una reconstrucción paso a paso sobre el continente Africano no como un europeo podría interpretarlo, sino como un testigo podría comprenderlo. Entre ambas ideas, la sutileza crea una perspectiva novedosa sobre lo que África es — como concepto y como patrón cultural — y también, lo que podría ser, sobre ese ponderado análisis que Kapuscinski hace sobre el terreno. Para el escritor es una obra que resume la observación periodística en estado puro. Para el lector es una ventana abierta hacia un continente incógnita. Una cultura rodeada de mitos e interpretaciones a medias, y sobre todo, elaborada a través del prejuicio.

El mayor triunfo de Ryszard Kapuscinski en “Ébano” es justamente mostrar la realidad desnuda sobre África como nadie lo hizo hasta entonces. Porque el escritor va más allá de su ideas personales y culturales como hombre europeo. Las rebasa, las reconstruye, las elabora a partir de un cariz novedoso que finalmente, logra englobar el enigma africano desde sus cimientos. África, a través de los ojos de Kapuscinski es un mundo desconocido, que a la vez parece contener cientos de otros pequeños mundos que se definen así mismo a través de las precisas descripciones del periodista. Un concienzudo relato que abarca cientos de anécdotas, descripciones, escenas que poco a poco van creando un lienzo fresco sobre otra dimensión cultural. No se trata solo que el escritor renuncia en mayor o menor medida a sus propios prejuicios y muy probablemente opiniones en favor de la historia que cuenta, sino que Ryszard Kapuscinski tiene la capacidad de permitir la historia se refleje con toda claridad sobre su cuidadoso recorrido literario. El resultado, es un recorrido pulcro sobre lo Africano, como homenaje y como exaltación de la diferencia, una relación de valores e interpretaciones que conducen a un paisaje desconocido sobre el Continente originario.

Eso, a pesar que “Ebano” no es intencionadamente colorista, folclorista o mucho menos reivindicador. Se trata de una recopilación de las experiencias y vivencias del periodista durante su casi medio siglo de viajes alrededor y a través de África. En manos menos hábiles, esta gran semblanza podría haberse convertido en una crítica o incluso en una mera enumeración de hechos disparatados. En fragmentos sueltos de ideas apenas esbozadas, pero Ryszard Kapuscinski unificarlos en un sólo planteamiento y construir una historia coherente a través de ellos. Protagonista, testigo, observador, el periodista logra mirar la experiencia cultural en un sentido tan humano como de pura comprensión de lo que crea y sostiene la historia. Y más allá, lo que admira y asume como elemental dentro de lo que supone es el origen de toda su pretensión de narrar lo que mira y observa: la experiencia como fuente de valor para el relato que sustenta.

El libro además, atraviesa hitos históricos de considerable importancia en el continente Africano: Desde los primeros anuncios sobre la descolonización de Ghana a finales de la década de los cincuenta, la enorme influencia del líder Kwame Nkrumah en la ciudad de Acra. De pronto, el periodista observador pasa a ser testigo de primera mano: Kapuscinski cuenta cómo atravesó el continente para llegar a Zanzíbar, donde informa del Golpe de Estado de la población negra sobre la oligarquía árabe, sucesora directa del Imperio Británica en el poder establecido. Un suceso que cambiaría para siempre la historia del norte de África y que sobre todo, obligaría al escritor a replantearse su papel en medio del conflicto. ¿Continúa Ryszard Kapuscinski siendo sólo observador en medio del caos o se convierte en algo más? ¿Hasta que punto su capacidad para intervenir en la historia parece atravesar la idea de lo que se cuenta a la manera periodística y lo que se vive desde las consecuencias? Poco a poco, la línea entre ambas cosas parece desdibujarse.
Ryszard Kapuscinski resulta incansable. Avanza con pragmatismo sobre la Toma del Poder en Nigeria en el año 1966 y después, desmenuza con una precisión sorprendente, los sucesos que rodearon y ocurrieron durante los eventos violentos que sacudieron el poder Europeo sobre África. Escenas históricas hasta entonces desconocidas y que el escritor se ocupa de mostrar desde una claridad que desconcierta. Una y otra vez Kapuscinski logra mostrar con enorme detalle una situación política en violenta transformación pero también, una sucesión de hechos imprescindibles para comprender el continente Africano en profundidad.
Ryszard Kapuscinski logra finalmente esbozar la historia de África desde la periferia y no obstante, sin perder esa necesaria conexión entre el hecho y su contexto social. Como periodista, Kapuscinski logra conjugar la idea que se cuenta con el hecho que trasciende, pero sobre todo, mostrar un reflejo conciso y realista sobre un continente que muchas veces resulta desconocido desde su complejidad. Una obra ambiciosa por su intento de resumir en apenas trescientas páginas una visión de África pero además, humilde en su percepción personal y directa. Ryszard Kapuscinski asume el reto del observador — testigo para crear un trasfondo multidimensional y sobre todo acertado de África, quizás la más acertada — y respetuosa — hasta ahora y sin duda, la más cercana en abarcar el rostro heterogéneo de un continente en constante transformación.

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