jueves, 21 de enero de 2016

Mirando a través del lente: ¿Qué hace a una buena fotografía serlo?





Fotografiar no es una idea sencilla, aunque parezca serlo. Con frecuencia - con una preocupante frecuencia, diría yo - el hecho de fotografiar se confunde con el proceso mecánico y tecnológico que crea una imagen perdurable. Pero en realidad, lo que hace valioso un documento fotográfico no es ni jamás lo será, la técnica - esa relación mecánica del autor con la herramienta - sino algo mucho más abstracto, subjetivo y duro de entender. Lo que brinda a la imagen un sentido o mejor dicho, la sostiene como una percepción voluble y creativamente expresiva de una opinión personal.

Tal vez por ese motivo, Decía Susan Sontag que retratar es conferir importancia. O lo que viene a ser lo mismo: “fotografiar es hacerlo observable, vivo, real”. Es una frase que siempre me ha intrigado y me ha preocupado. Miro siempre mis fotografías —las mias y las de otros— con la sensación que algo se entremezcla entre la luz y la sombra, el encuadre, la composición, el mensaje. La idea que se crea. Hay un acto de elemental lenguaje en cada decisión —artista o técnica— que compone una imagen y muchas veces, es ese “algo” lo que produce el inevitable impacto, esa conexión visual, que hace que reacciones, odies o ames una fotografía. Es un hecho abstracto, pero tan claro que creo, todos lo hemos sentido alguna vez.

Hago esta pequeña introducción porque muchas veces he llegado a pensar que ese “algo” es un elemento a medio camino entre la técnica y el concepto. Un equilibrio cuidadoso entre los extremos de ambas cosas. Algo tan intangible como sustancioso que de hecho podría ser la diferencia entre la fotografía que se recuerda y la que se olvida inmediatamente. El gran Ansel Adams, gran observador y sobre todo, un apasionado de la imagen como forma de comunicación insistía en que “No hay nada peor que una imagen nítida con un concepto borroso”. O la vía contraria: un concepto que se adivina, casi se puede comprender, pero que la deficiencia técnica termina destrozando. Uno lamenta, cuando no preocupa, una imagen que parece aplastada por sus problemas visibles y los que no lo son tanto, y cuyo concepto pierde fuerza por ese “quiero y no puedo” del autor hacia una expresión visual personal.

¿Qué hace entonces a una fotografía “buena”? Nadie lo sabe. Y no seré yo, con mi poca experiencia y con un camino de décadas de aprendizaje por venir, la que diga cual es ese elemento misterioso que hace una imagen inolvidable. Pero a través de todos estos años de estudio y lectura, he llegado a alguna que otra conclusión sobre el tema, que de alguna manera me han permitido analizar la idea de la imagen desde otra perspectiva. Una idea nueva, digamos, sobre lo que es la imagen, lo que se expresa y lo que se dice.

La imagen muda
Suele ocurrir que de vez en cuando tropiezas con una imagen que intentas comprender, sin lograrlo. Me ocurre con frecuencia. Hace poco, veía una fotografía que desafió mis propios prejuicios y me hizo preguntarme directamente, por qué consideramos buena —trascendente, quizás sea la palabra correcta— una imagen. El concepto, parecía saltar a la vista pero la técnica era tan deficiente y tan mal utilizada, que pasé más tiempo, analizando los errores técnicos que lo que la fotografía intentaba expresarme. Y no lo hice, por una deliberada intención de critica, sino porque en realidad los errores eran tan evidentes que el mensaje se distorsionó La composición deficiente, el mal manejo del revelado digital, la iluminación defectuosa, crearon un cuadro que contaminó, por decirlo de una manera gráfica, el mensaje original. Y por unos minutos, me quedé mirando la imagen, adivinando casi la intención del fotógrafo, lo que había intentado decir con tanto esfuerzo —la fotografía era bastante elaborada, con profusión de elementos y recursos digitales— sin llegar a comprenderlo. Finalmente decidí que quizá me estaba imaginando el posible “mensaje”. La fotografía era difusa, sin sentido, una especie de pieza perdida en mitad de algún tipo de idea que no se había desarrollado de manera completa. Y de nuevo, tuve el pensamiento —inquietante— de cuál podría ser ese equilibrio entre lo que hace a una fotografía impactante —como diría mi Profesora de Fotografía, te saca el wow— y otra que simplemente pertenece al “montón”, al grupo de las anónimas, las mudas, las que caen en ese limbo visual que creo que a la mayoría de los fotógrafos y creadores visuales preocupa.

La imagen que se fragmenta
La idea me inquieta a veces. Uno sabe que una fotografía es buena de manera intuitiva, casi por instinto. De hecho, la idea es tan tremendamente amplia, que entra por completo en el ámbito de lo subjetivo. A la prueba está, que la fotografía que menciono antes y que estaba colgada en una red social dedicada a las imágenes, tenía un comentario donde se la llamaba “Grandiosa”. ¿Qué es bello y qué no lo es? ¿Qué comprendemos y qué no? Son ideas que se mezclan y sobre todo son tan intangibles como inclasificables, pero aun así, evidentes. Porque todos sabemos que una imagen “nos gusta”, que es “grandiosa” aunque no podamos explicar suficientemente, el motivo. Pero ese “algo”, el algo del “wow”, del “maravillosa”, de la sensación, lo que hace que la imagen sean perdurables como documento visual.

Y volvemos al concepto. Hace poco, veía otra fotografía que me cautivó. Esta vez era un plano callejero: se veía en ella una bicicleta y un hombre de pie, ambas cosas un poco desenfocadas, con una enorme pared abierta que encuadraba la imagen casi con sutileza. Pero había “algo” —de nuevo, indeterminado, incomprensible, casi emocional— que me hizo mirar la fotografía mucho rato, absorber cada detalle: la expresión del hombre que apenas podía ver por el objetivo desenfocado, la bicicleta que parecía flotar en el aire y esa luz mágica, irradiando de algún lado, que parecía llenarlo todo. Y esa belleza —de lo pequeño, de lo que no puedes definir— es lo que me hizo sentir esa conexión inmediata con la imagen y recordarla ahora y probablemente después. El poder de evocar, crear un espacio en la mente de quién la mira, de quién decidirá si esa fotografía posee el poder de evocación o simplemente es otra imagen, en el filo de lo que no es y lo que no se comprende con claridad.

Leo estas líneas y sonrío. Una vez, un amigo me dijo que me tomaba demasiado en serio la fotografía. En ese momento me disgusté y le dije un largo argumento furioso. Ahora me parece entender su razonamiento frívolo de otra manera: no solo hablamos de seriedad —claro que me la tomo en serio— sino esa emocionalidad profunda que me hace mirar una imagen tratando de llevarla a ese mundo de mi mente donde perdurará y crecerá como parte de mis ideas.

¿Defecto o virtud? También eso, sigue en debate en mi mente.

C’est la vie.

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