sábado, 30 de enero de 2016

Ventanas abiertas al infinito y otras historias de brujería.





Mi amiga Flor, era por lo general una niña muy curiosa. Por eso me sorprendió un poco que pareciera incómoda y desconcertada cuando le pedí venir al ritual de Sol que celebraríamos en casa el fin de semana. Aguardé, mientras ella al parecer intentaba encontrar las palabras para responder a mi invitación.

- A uno de los...rituales de tu familia - repitió con lentitud, como si le llevara esfuerzos armar la frase. Moví la cabeza, comenzando a impacientarme.
- Sí, a venir y celebrar el Equinoccio con familia ¿No te gustaría?

Antes de esa conversación, habría pensado que sí, que Flor aceptaría encantada no sólo la invitación sino también, la posibilidad de hacer todas las preguntas que siempre parecía contenerse cuando venía a casa de mi abuela - la sabia, la bruja - o conocía a una de las mujeres de mi familia. Siempre estaba muy atenta a todas las "rarezas" que ocurrían a mi alrededor y supuse que le encantaría descubrir un poco las costumbres de mi casa, que ella consideraba tan misteriosas. Pero la verdad, era que Flor se veía más nerviosa que otra cosa y cuando finalmente tomó aire para contestar, noté que además, tenía miedo. ¿De qué? me pregunté sorprendida.

- Oye, la verdad...no creo que pueda - empezó, balanceandose de un lado a otro como cuando una de las maestras de la Escuela le hacia una pregunta especialmente difícil - este fin de semana mi mamá quiere quedarse en la casa y no sé sí...
- Ella puede venir, también - le aseguré aunque eso último, tendría que conversarlo con mi abuela. Pero estaba casi segura que nadie de la casa se molestaría por recibir en nuestras celebraciones a la mamá de Flor, que solía obsequiarme con galletas y que siempre me traía a casa cuando abuela no podía pasar por mi. Era una buena amiga nuestra - la cosa es que creo que te gustará ver que hacemos durante los rituales, disfrutar...

Flor tomó una bocanada de aire y se quedó mirando fijo sus sucios mocasines de la escuela.  finalmente, noté que intentaba negarse de manera educada. La miré boquiabierta.

- ¿No quieres? - pregunté en voz muy bajita. Flor arrugó la cara, aún sin mirarme.
- A mi me gustaría - respondió a regañadientes - pero mi mamá...
- ¿Qué pasa con ella?
- Dice que todas esas cosas que hacen en tu casa son...peligrosas. Que puedo visitarte y ser tu amiga mientras no...
- Mientras no hagas cualquier cosa...de las nuestras ¿No? - completé con una extraña sensación de amargura cerrándome la garganta. Flor se encogió de hombros y por fin me miró a los ojos, muy avergonzada pero decidida.
- Agla, es lo que dice mi mamá. Yo he visto a Abu Celita y a todas las tias...pero mami... - carraspeó la garganta - no puedo. De verdad quisiera pero no me van a dejar.

Echó a correr por el patio del colegio y se perdió entre la multitud de alumnas que saltaban, reían y se empujaban unas a otras. Y yo me quedé allí de pie, sintiéndome muy desconcertada y sobre todo dolida, en carne viva. Como si las palabras de Flor me hubieran lastimado como ninguna otra cosa pudiera hacerlo. Intenté entender por qué la mamá de Flor, que siempre era tan amable conmigo, podía pensar esas cosas de mi familiar pero no encontré una explicación. ¿ Por qué llamaba "peligrosos" a los rituales de mi casa? ¿También pensaba lo mismo de las creencias de mi las mujeres de mi familia? ¿Por qué? El mero pensamiento me sacudió. Contuve las lágrimas, pero no pude evitar sentir una herida muy real en alguna parte de mi mente.

Flor no me dirigió la palabra el resto del día y al final de las clases, corrió a subirse al automóvil de su madre sin mirarme. Me quedé a solas junto a la enorme reja ornamental de la puerta de la Escuela hasta que mi abuela vino a recogerme, acongojada y furiosa. Me dedicó una de sus largas miradas apreciativas.

- ¿Todo bien? - preguntó mientras caminábamos por la avenida llena de gente. Me encogí de hombros e intenté disimular lo dolida y triste que me sentía.
- Flor no va a ir el sábado - le expliqué con aire despreocupado - tiene cosas que hacer.

Mi abuela movió la cabeza y continuó mirándome, sin responder. Me obligué a mirar a la calle, a mis zapatos, a cualquier cosa menos sus ojos muy abiertos y brillantes. De hacerlo no podría mentirle o disimular mi angustia. Pero tampoco quería decirle lo que Flor - su mamá, me recordé - había dicho. No quería herir a mi abuela como Flor me había herido a mi.

- Lo lamento, sé que estabas muy emocionada con la idea - comentó mi abuela, como al pasar. Me encogí de hombros.
- No importa.

Era verdad, claro. Desde que mi abuela había aceptado invitar a Flor, había pasado horas imaginando a mi amiga uniéndose a nosotras en el circulo de velas, escuchándonos cantar, quizás bailando junto a nosotras. Había sido una imagen preciosa que había detallado con los vivos colores de mi imaginación. Sentí que los sonidos de la calle me presionaban los oídos y me hacían sentir curiosamente sola y abrumada.

- ¿Todo está bien de verdad? - insistió mi abuela. Noté la preocupación en su voz. Tomé una bocanada de aire. ¿Qué más remedio tenía?
- No quiso venir - confesé por último - Me dijo que su mamá no iba a dejarla...
- Hacer un ritual con nosotras ¿No es así?

Me detuve. Mi abuela también lo hizo. Tenía una expresión triste pero serena. De pronto, noté esa fuerza suya, silenciosa, discreta y siempre tan brillante, muy cercana. Me tomó de la mano con un gesto tierno que agradecí.

- Sí - admití - ¿Como lo supiste?
- No es extraño. Tampoco inesperado - se lamentó. Seguimos caminando - no se trata de como piensa la madre de Flor, sino como la enseñaron a comprender lo que no forma parte de su vida.

Suspiré. Todavía me dolía recordar la forma como Flor había evitado mirarme y el hecho que aceptara sin más las palabras de su madre. ¿No le había hecho preguntas? ¿No había insistido para venir a casa? Quizás ella también creía que las tradiciones de mi casa eran peligrosas, me dije apesadumbrada. Quizás, hasta se había sentido aliviada cuando su mamá no le permitió ir. El mero pensamiento me lastimó y me dejó escaldada. ¿Como podía pensar Flor, mi amiga más querida, algo semejante?

- Mi niña, cada quien piensa y mira el mundo de la manera como vive. Y en lo que respecta a las creencias de los demás, no es diferente - me respondió mi abuela cuando le dije lo anterior - la mayoría de la gente teme lo que no entiende. Le asusta lo que no puede desentrañar, encajar en el transcurrir de su mente. No podemos culpar a nadie por no entender nuestra forma de vivir. Es injusto.
- ¡Pero Flor a venido a casa! - insistí, ahora sí con lágrimas en los ojos - ¡Ha comido las galletas de Solsticio! ¡Nos vio decorar la casa para la fiesta de los Ancestros? ¿Por qué ahora tiene miedo?

Quise decir muchas cosas más pero las lágrimas me sofocaron. Mi abuela se inclinó y me abrazó. Debimos ser una imagen muy extraña, la anciana y la niña, abrazadas en medio de los transeúntes que caminaban de un lado a otro. La multitud se abría rodeándonos y de pronto pensé en que a veces, se está muy solo en mitad del sonido de la calle, de la algarabía de todos los días. Fue un pensamiento muy nítido, cristalino. Y no sé por qué pensé también en Flor, que se veía tan angustiada esa mañana. Tan inquieta.

- La brujería siempre ha sido una idea malinterpretada, temida y estigmatizada - dijo mi abuela  mientras me acariciaba las mejillas calientes por el llanto - por siglos, mi niña, se le acusó de causar tragedias, daños y tragedias. Se acusó a las brujas de malignas, perversas y por supuesto, peligrosas.  La Iglesia, la historia no sólo señaló a las creencias de la Diosa como algo "malo" sino se aseguró que fuera el único punto de vista admisible. Por ese motivo la mamá de Flor y mucha otra gente, asume de inmediato que nuestras creencias son algo nocivo.

No entendí gran parte de lo que mi abuela me dijo, pero si lo esencial: para la mamá de Flor - y quien sabe si para ella - la Brujería era algo temible e inquietante. No podía imaginarme algo más desconcertante. Durante los dos años que había vivido en casa de mi abuela y aprendido sobre las creencias de la Diosa, me había asombrado todo lo hermoso y profundo que brindaba a mi vida. Era apenas una niña, la mayoría de las lecciones que recibía eran casi casuales pero había descubierto una fuente de sabiduría que parecía provenir de mi mente, de lo más hermoso de mi espíritu y esperanzas. Aún no sabía muy bien si llegaría a ser  bruja alguna vez - esperaba fervientemente que sí - pero de lo que si estaba segura era que la brujería me obsequiado un tipo de visión del mundo muy dulce y conmovedora. Creer y construir a partir de mi capacidad para soñar.

- Pero...¿Hay algo peligroso en la brujería? - pregunté. Echamos andar de nuevo en la calle. Mi abuela apretó los labios un poco, como siempre hacía cuando se disgustaba. Me arrepentí de haber dicho aquello - no es que yo lo crea, pero...
- Pregunta siempre lo que debas preguntar, mi niña - me interrumpió - y no te disculpes por hacerlo. El corazón de una bruja es indómito y se nutre de la sabiduría que construye a diario.

Eso me reconfortó. Porque sí, quería saber por qué la Madre de Flor consideraba mis creencias peligrosas. de hecho, comencé a preguntarme el motivo por el cual un pensamiento o una forma de comprender el mundo, podría ser una amenaza para alguien más. No entendía por qué nadie podía temer a las metáforas y sueños que podía concebir la mente de cualquiera.

- La brujería fue peligrosa porque contradecía la forma de mirar el mundo del poder de la Iglesia, mi niña - me explicó mi abuela. Me gustaba que jamás dejaba de responder ninguna de mis preguntas y que lo hacia, con toda seriedad, como si yo no fuera una niña sino un adulto como ella. Y lo hacía de manera compleja, sin intentar disimular o  atenuar la profundidad de lo que tuviera que decirme. Para abuela, no había preguntas simples ni tampoco respuestas sencillas.- Cuando la Iglesía comenzó a extender su poder por todo el mundo Occidental, las viejas creencias paganas, de los hombres y mujeres del campo, la sabiduría de las Hijas de la Diosa, contradecían esa visión de Dios que intentaban difundir. De manera que la condenó. La consideró "enemigo de lo Divino" y usó su poder para imponer esa perspectiva. Lo demás, es parte de la historia. Y es justamente lo que hace que tanta gente como la mamá de Flor aún tema a la idea de la Brujería. Lo que puede significar.

Todo lo que me decía mi abuela, parecía muy extraño en mitad de una calle concurrida, rodeadas como estábamos de hombres y mujeres que iban y venían de sus trabajos, niños que jugaban a la pelota, ancianos que fumaban con gesto indolente sentados en los bancos de piedra de la cercana plaza. Aún así, nunca agradecí tanto sus palabras, el hecho que se esforzara por mostrarme una forma asombrosa de ver el mundo. Apreté su mano, nerviosa.

- ¿Y la mamá de Flor cree esas cosas...a pesar que nos conoce? - insistí.
- Sí y es natural que lo haga: desde niña probablemente, le han dicho que la Brujería se opone a Dios, que se enfrenta a lo Divino como lo comprende. Que las brujas somos mujeres terribles y temibles, que nuestro Arte proviene del "mal". Nadie hace muchas preguntas cuando te insisten en un concepto absoluto, cuando no hay nadie para contradecirlo.
- Pero...
- Sí, nos conoce. Y es probable que luego de hacerlo, comenzara a hacerse muchas preguntas - me explicó - pero aún así, todavía no está segura. No sabe en qué creer. No sabe cómo comprender quienes somos. Así que hizo lo que le dictó su conciencia, que es tan válido como cualquier otra cosa.

Miré el cielo azul interminable que se abría en vertical sobre la ciudad. A veces, me preguntaba por que el mundo era tan complicado, por qué había tantas piezas sueltas en él. Otras, lo comprendía y lo asumía como parte de algo más grande que apenas comenzaba a entender.

- Me habría gustado tanto que ella y Flor vinieran - confesé por último - les habría gustado...se habrían sentido en casa. Como yo. Quizás podrían haber aprendido cosas y haber conocido que tenemos que decir las brujas de eso que me cuentas.
- Entiendo lo que quieres decir - respondió mi abuela. Y entonces, sonrió. Esa sonrisa suya traviesa que según suelen decir, yo heredé - y creo que es muy cierto lo que dices: se habrían sentido en casa. Tal vez...

Apretó el paso. Casi tuve que correr para alcanzarla, colgada de su mano. No sé por qué, eso me provocó risa. Mi abuela también río.

- Tengo una idea - me anunció. El corazón me saltó emocionado. Las ideas de mi abuela siempre eran buenas.
- ¿Qué?
- Tu espera y verás - me contestó - sólo espera y verás.


***

La mamá de Flor nos abrió la puerta con cierta torpeza. Después de todo, pensé agradeciendo la gentileza con una sonrisa, nadie nos había invitado ni mi abuela había anunciado nuestra visita. Simplemente llegamos al edificio donde Flor vivía y llamamos a la puerta, llevando un pequeño paquete bien envuelto entre las manos. La señora nos miró sin disimular en absoluto su incomodidad y su fastidio y nos explicó que Flor estaba con una de sus tías en ese momento.

- No se preocupe, no venimos a ver a la niña. Disculpe por llegar así - explicó  mi abuela, con su mejor sonrisas de fiestas mientras nos sentábamos en el amplio Sofá del salón - pero quería conversar con usted sobre algo muy importante.

Mi abuela Había dejado suelto y limpio su abundante cabello cobrizo para que le cayera sobre los hombros y llevaba un vestido largo de florecitas. Tenía el aspecto de una bruja venerable, pensé entusiasmada. Una bruja hermosa como la de los libros de mi casa. Imaginé que a la mamá de Flor eso no le caiga en gracia. Y de hecho, la Señora se había sentado muy tiesa al otro lado de la sala, con las rodillas apretadas y las manos convertidas en un nudo nervioso contra su vientre.

- Supe que Flor no puede venir con nosotros el sábado - dijo entonces mi abuela, sin darse por aludida - y me pareció que quizás se debió a que no la invité de la manera apropiada. Fue muy poco delicado que dejara que mi nieta lo hiciera, siendo que es una celebración familiar.

La madre de Flor tragó saliva. Nos miró a ambas con sus grandes ojos glaucos muy brillantes por la incomodidad.

- Le agradezco la amabilidad, pero lo que ocurre es que Flor...
- Que usted tiene miedo - completó mi abuela. Y lo hizo sin espavientos sin ninguna agresividad. La mamá de Flor enarcó tanto las cejas que se le confundieron con el nacimiento del cabello - es algo natural.
- No me malinterprete - farfulló - no es nada contra usted Señora Celia o la niña. Lo que ocurre es que...no creo apropiado...que...es decir, no está mal que ustedes hagan lo que hagan. Pero Flor...
- Le preocupa que practique brujería - dijo mi abuela. Y sonrío.

A la mamá de Flor se le quedó el rostro pálido. Se movió un poco en la silla y el sonido de la madera soportando su peso fue muy audible en el silencio. Miré a mi abuela, sin saber que hacer, pero ella sólo sonreía.

- Precisamente eso - dijo entonces la mamá de Flor. Se aclaró la garganta, pareció tomar valor - que bueno que lo entienda.
- Claro que lo entiendo, como madres siempre tomamos buenas decisiones por nuestros hijos. O lo intentamos - dijo abuela con enorme amabilidad - por ese motivo decidí venir y conversar con usted sobre el tema.
- ¿Sobre Flor?
- Sobre la brujería.

Si mi abuela se hubiera levantado y golpeado a la mamá de Flor en el rostro, la señora no habría parecido más sorprendida y furiosa. Comenzó a sacudir la cabeza, levantando sus manos delgadas y pálidas en un gesto desmañado.

- Mire, entiendo sea lo que usted crea, pero traer a este hogar...¿Qué hace? - La señora se levantó - ¿Me puede explicar que hace?

Mi abuela siguió con lo suyo. Con un gesto firme, había roto el papel que envolvía el paquete y ahora estaba dejando sobre la mesita de noche una roca, un poco de madera, una vela finita de color azul,  un incienso y un vaso lleno de sal. Cuando lo hubo colocado todo en un perfecto circulo miró a la madre de Flor. Mi abuela ahora no sonreía, aunque se le veía serena.

- Vine aquí porque aunque entiendo que nuestras creencias le parezcan incomprensibles, me pareció que en beneficio de la amistad de Flor y Agla, usted querría saber que se hace en mi casa y a que llamo brujería - explicó con paciencia - lo hago, en consideración a su amabilidad con mi nieta y que le tengo un enorme aprecio. ¿Desea escucharme?

La mamá de Flor pudo decirnos que no. Por un momento que lo haría, que se levantaría de un salto de la silla y nos pediría salir. Me asustó la idea: ¿Podría continuar siendo amiga de Flor si eso llegaba a pesar? ¿Querría serlo? En un único instante, recordé todas nuestras risas, los buenos momentos de conversaciones y juegos, nuestra complicidad y lamenté perderla. Me esforcé por contener las lágrimas. Mi abuela, a mi lado, se limitó a seguir mirando a la mujer con su habitual paciencia. ¿No estaba preocupada?

Me sorprendió cuando la mamá de Flor dejó escapar un largo suspiro y relajó la postura rigida. Parpadeó y de pronto, sólo era una mujer joven y cansada, con muchas cosas que manejar y sin tiempo para escucharnos, pensé. Sabía que luego de la muerte del hermano mayor de Flor, su mamá solía estar triste y agotada o eso me contaba mi amiga. Me pregunté si a eso se debía su aspecto frágil, como de pájaro, en la mitad de la habitación solitaria.

- Dígame lo que tenga que decirme - respondió en voz baja - lo hago porque quiero mucho a la niña y aprecio a su familia. Pero...no sé que espera yo le diga.

Mi abuela asintió. Se inclinó sobre la mesa y colocó las manos sobre los objetos que había traído con ella.

- La brujería es la creencia que cada uno de nosotros tiene el poder de crear algo bueno y poderoso gracias a la voluntad de su espíritu creador - comenzó mi abuela - somos Brujas, porque creemos que lo que nos rodea puede enseñarnos grandes lecciones, porque queremos aprenderlas. Porque creemos en lo visible y lo invisible de este mundo. Porque asumimos el poder de nuestra forma de pensar como un norte que seguir. Por ese motivo, miramos el mundo con ojos asombrados y muy abiertos. Por ese motivo, nuestro corazón es libre. Una bruja es un poder salvaje, de amar, creer y confiar. Eso he venido a explicarle.

Mi abuela encendió la vela. La mamá de Flor se revolvió inquieta en su silla.

- La brujería, mi querida, no es una herejía, sino una forma de crear pensamientos, ideas y formas de tener esperanzas - explicó - cuando una bruja enciende una vela, está reconociendo que la luz es una metáfora de su mente, de su corazón y de su espíritu audaz. De su poder de soñar y crear.

Miré a la mamá de Flor. Mirala la vela como quien contempla un espectáculo bochornoso. Suspiré ¿Tendría sentido todo esto?

- Una bruja es un corazón que ama, que teme, que se entrega por completo a la búsqueda de sus propios enigmas. Que recorre laberintos de conocimiento, que asume el riesgo de preguntar. Que no teme dudar, que no teme al dolor. Que se fortalece en los momentos de debilidad y se hace fuerte en lo íntimo. Una bruja, es el poder de la Tierra, la voz del viento. El fuego de las historias. La humildad de esta vela encendida.

- ¿Por qué me dice todo eso? - gruñó la mamá de Flor - puede creer lo que quiera, pero no es necesario que yo lo haga.
- Tampoco yo se lo pediría - dijo mi abuela. Tomó el incienso y lo encendió también. El olor fresco del bosque flotó a nuestro alrededor, se enredó en nuestro cabello - lo que si le pido es que entienda que somos distintas, usted y yo, pero aspiramos a lo mismo. Creemos en nuestra capacidad para crear y confiar, para luchar por lo que amamos, para proteger quienes forman parte de nuestra vida. Usted como yo, somos madres. Usted como yo, somos mujeres que sabemos el valor de la vida y el amor.

Cuando el hermano de Flor murió, muchos meses atrás, mi abuela había venido a visitar a la familia de mi amiga. Había sido una ocasión muy triste y que siempre me producía dolor recordar: Mi abuela había traído sopa y mucha ensalada recién preparada para la familia y también, se había ocupado de limpiar y ordenar un poco la casa junto a la mamá de Flor. Luego, ambas habían rezado juntas por la memoria de J., que había sufrido mucho por una larga enfermedad. Mi abuela, a pesar que no sabía ninguna oración Cristiana, había acompañado a la familia de Flor inclinando la cabeza y pensando en cosas hermosas para consolarlos a todos. "El consuelo reconstruye el corazón y te permite aspirar a la paz" me había explicado entonces, cuando le pregunté por qué lo había hecho. Esa idea me gustó.

Me pregunté si la mamá de Flor estaba recordando algo de eso, ahora. Miró a mi abuela con sus ojos claros brillantes por lágrimas secretas y movió la cabeza, como si le llevara esfuerzo hacerlo. Mi abuela simplemente espero, con su amabilidad de siempre.

- ¿Eso es la Brujería? ¿Tan sencillo? - preguntó en voz muy baja. De pronto se me pareció a Flor, una niña grande pálida y ojerosa. Mi abuela sonrió.
- Toda creencia es sencilla en esencia, muchacha querida - explicó mi abuela - en realidad, el ser humano es inocente y es ingenuo a pesar de todo. Toda sofisticación se queda corta cuando simplemente miramos a nuestro interior para buscar lo que une, en lugar de lo que nos separa. Para hablar el mismo idioma. Somos el mismo hilo de conocimiento, el mismo mundo radiante.

Con cuidado, mi abuela tomó las piedritas que había traído y las colocó de tal manera que formaran un espiral. Uno muy pequeñito que parecía brotar de la mesa de madera hacia el humo oloroso del incienso. Escuché el tac tac tac de las piedras con una sensación de extraña emoción, como si formaran parte de mi misma. Como si aquel símbolo fuera una forma de hablar misteriosa que casi podía entender.

- Todos somos hijos de la esperanza, de las buenas intenciones, de esa necesidad interminable de aprender y madurar - dijo entonces mi abuela - en mis creencias, el espiral es una metáfora de nuestro pensamiento elevado, de nuestra aspiración de fe. Y es justo lo que celebramos cada Equinoccio y Solsticio: que el recuerdo de nuestras diferencias sea mucho menos importantes que nuestras semejanzas.

La mamá de Flor abrió la boca para decir algo pero no lo hizo. La noté conmovida, confusa y emocionada. Mi abuela extendió la mano y tomó la suya con firmeza, como solía hacerlo conmigo. Me pregunté si para la señora, tan cansada y afligida, el gesto era tan tierno como me parecía a mi.

- Entiendo que desee proteger a Flor y es natural que lo haga. Pero recuerde que a nuestros hijos, le heredamos la fe, la esperanza y la pasión. Que el miedo se quede con nosotros, que no tenga más valor que el que deseamos otorgarles.

Mi abuela apagó la vela con la punta de los dedos, un truco simple que siempre me encantaba. Después recogió el resto de las cosas que había traído y las guardó en su enorme bolso. La mamá de Flor lo miró todo sin moverse.

- Lamento lo que dije antes, pero - suspiró - no es sencillo.
- Nunca nada lo es.

Nos despidió con un gesto compungido y lento. La miré alejarse por el pasillo de su edificio, cabizbaja y con los hombros hundidos. Mi abuela me pasó un brazo por los hombros y me besó en la mejilla.

- ¿Siempre va a estar así de Triste? - pregunté. Mi abuela miró el cielo azul Caracas, interminable que nos cubría, como yo lo había hecho días atrás.
- La tristeza es tan profunda como la alegría. Y nuestros miedos, también. Pero hay que siempre luchar contra corriente - me explicó - siempre avanzar con las manos abiertas y el espíritu en alto. Una bruja jamás se rinde. Una bruja siempre persevera. No siempre triunfa. Pero la mayoría de las veces aprende. Y eso es bueno.

***

De pie en medio del jardín desordenado de mi abuela, miré como mis tias cortaban la hierba del jardín para construir el altar donde celebraríamos al Sol. Me gustó el blanco de sus vestidos, el cabello trenzado alzado sobre la cabeza, ese entusiasmo tan radiante que parecía iluminar cada uno de sus gestos. Pensé en el origen de todos los rituales, como decía mi abuela, esa necesidad de entender lo desconocido, lo sublime, lo divino.

- Agla, allá en la sala te buscan - gritó prima M. cargando con una cesta llena de frutas. Me levanté de la roca donde estaba sentada, desconcertada.
- ¿Quién?
- No soy tu criada, ¡Ve a ver!

Eché a correr como un vendaval hacia la casa, no sin antes hacerle un gesto grosero a prima que esperaba mi tia no hubiera podido ver. Cuando entré en el salón, me quedé muy sorprendida de encontrar a Flor allí, de pie, muy nerviosa y sonriente. Durante los últimos días apenas nos habíamos dirigido la palabra y había llegado a pensar que simplemente nuestra amistad, había terminado. ¡Pero ahora estaba allí! ¡Y se le veía muy feliz!

- ¡Mi mamá me dejó venir! - me anunció. Antes de que pudiera decir cualquier cosa, se me arrojó encima y me abrazó - ¡Me dijo que podía venir!

La abracé, atónita y me eché a reir sin comprender que había sucedido. Flor se separó de mi y soltó una de sus carcajadas chillonas.

- ¿Pero como fue que te dejó? - pregunté. Flor parecía tan sorprendida como yo.
- ¡No sé! ¡Me dijo que sería una bonita experiencia! ¡Y me trajo!

Reímos otra vez. Quise decir muchas cosas, explicarle a Flor lo importante que era para mi que estuviera allí, el hecho que compartiría conmigo un ritual de mi familia. Pero Flor no estaba para eso: antes de que pudiera detenerla corrió hacia el jardín, agitando los brazos y llamando a mi prima M. - su favorita -  a gritos. Me quedé de pie, un poco aturdida.

- A veces, el primer paso es muy doloroso pero te lleva a alguna parte - dijo mi abuela. Había estado observando la escena desde la puerta de la cocina. La acerqué a ella,  aún sorprendida.
- ¿La convenciste que dejara venir hoy? No me lo pareció. No creí pudieras.
- No hice nada. La mamá de Flor decidió dejar el miedo. Un paso a la vez.

Me tomó de la mano y caminamos juntas hacia el jardín. Flor miraba con los ojos muy abiertos el espiral de rocas que las tías habían creado en el jardín. Hacia preguntas y saltaba por todos lados, muy entusiasmada. Sonreí.

- ¿Esto es la Brujería? ¿No tener miedo? - pregunté entonces. Mi abuela suspiró y sonrío, un gesto lento y melancólico que me llevaría años entender en realidad.
- Esta es la vida, mi niña. Crecer, avanzar, transformarnos. Volar.

El cielo más allá de la montaña tenía un tono opalino y nítido. Lo miré, escuchando a Flor reír, rodeada del olor de la canela quemada y las voces de mi familia. Y pensé que cada día, es un prodigio. Uno pequeño y secreto, por el que vale la pena vivir.

Aún lo pienso.

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