sábado, 2 de enero de 2016

Alas perdidas de mariposa y otras historias de brujería.




Cuando era niña, me llevó meses aprender a montar en bicicleta. Mientras a todas mis primas y amigas del colegio la cosa le resultaba sencilla y hasta natural, para mi era una colección de caídas, raspones en las rodillas y mal humor. Me recuerdo sentada a la mitad de la calle, con mi bella bicicleta blanca tirada a un lado, llorando de pura frustración a moco tendido.

- Oye, pero ¿ya no deberías dejarlo? - me dijo mi amiga Flor la sexta vez que llegué a la escuela con una de las rodillas sangrante y un raspón en la mejilla - La verdad, no es tan genial montar bicicleta...

La miré. Flor sabía cantar mejor que nadie y podía saltar tan alto como para encaramarse de un impulso en la rama más alta del Sauce del patio de recreo, pero no era una buena mentirosa. Por supuesto que montar bicicleta era genial, me dije apesadumbrada. Había algo salvaje y libre en esa sensación de avanzar a toda velocidad por la calle, de pedalear hasta sentir dolor en las pantorrillas. Lo había sentido...antes de irme de bruces y estrellarme contra el suelo, claro. Me encogí de hombros, furiosa y ofendida.

- ¡Yo quiero hacerlo! - casi grité - ¡Yo no entiendo porque todos pueden montar bicicleta y yo no! ¡No sé que hago mal!
- Bueno, pero haces cosas más chéveres - insistió la solidaria Flor - tu abuela es bruja y tiene escobas.

Flor estaba muy impresionada por eso. El viernes pasado había visitado la casa de mi abuela - la sabia, la bruja - por primera vez y se había quedado mirando con los ojos muy abiertos las escobas colgadas en la pared, con sus cerdas desiguales y su mango de madera recia. Era lo más asombroso que había visto nunca, me había repetido muchas veces. ¿Te lo imaginas? ¡Brujas de verdad! ¡Brujas como la de los cuentos! ¡Brujas como...!

- Brujas que no saben montar bicicleta - murmuré. Me senté en uno de los bancos de piedra del banco de recreo, mirándome la rodilla lastimada con furia - ¿De qué vale todo eso sino puedes divertirte?

A Flor se le habían acabado las palabras para consolarme, así que se sentó a mi lado y me pasó el brazo por los hombros, para indicarme que sí, entendía mi pequeña tragedia personal. Después de todo, no era algo sencillo, ni tampoco fácil, tener que admitir que no podía hacer lo mismo que el resto de los niños. Y sobre todo algo tan divertido como subirme a mi bicicleta y disfrutar de esa experiencia estupenda de correr a toda velocidad bajo el sol, con el sabor del sudor en la boca, el viento contra el rostro. Libre, tan libre. Me imaginaba a mi misma pedaleando a toda velocidad, subiendo y bajando por mis calles favoritas, con el cabello suelto, las manos aferrando los manubrios y...

Suspiré y me aparté de Flor. Lo menos que quería era que además me viera llorar. Así que me sequé las lágrimas como pude. Y ella tuvo el buen tino de fingir que no me veía.

- Agla ¿Y no habrá un hechizo para aprender a montar bicicleta? - preguntó de pronto. El rostro se le iluminó de entusiasmo - ¿No habrá una manera que la magia te ayude?

Me quedé boquiabierta. Vaya, no había pensado en eso. Recordé los montones de montones de libros que había  en la biblioteca de mi abuela, todos muy viejos y gastados. Y hablaban de brujería, ella misma me lo había dicho. Hileras tras hileras de libros escritos por las mujeres de mi familia, hablando sobre su aprendizaje, sobre sus sueños y esperanzas. ¿No habría por allí algún conjuro, ritual o invocación para hacerme más sencillo aprender a montar bicicleta? ¿Alguna de multitud de parientes cuyas fotografías llenaban las paredes del salón no había querido hacerlo? ¡Seguro que sí! me dije emocionada. La abuela solía decir que las brujas eran de espíritu salvaje, que siempre deseaban correr riesgos y llevar a cabos grandes actos de valor. ¿Uno de esos no podía ser...? Bueno, carraspeé avergonzada. No es que fuera la cosa más valiente que se pudiera hacer, montar bicicleta. Pero sin embargo...

- No lo sé - respondí y no pude evitar sonreír - tendría que preguntar...pero...
- ¡Oye pero claro que tiene que haber algo en ese montón de libracos polvorientos! - estalló Flor. Pareció notar que su palabras no eran lo más amable del mundo, así que de inmediato carraspeó y sonrío con todos los dientes - son mujeres que saben de cosas. ¡Alguna debe poder enseñarte como montar bicicleta!

- ¡Pero si la loca de las Escobas es aún muy niñita para una bicicleta! - la voz de Gloria me hizo saltar del banco de piedra, enfurecida y avergonzada.

Si había alguien a quien detestaba de verdad en el mundo, esa debía ser Gloria. Altanera, pecosa y sin duda la niña más bonita del colegio, era también la más antipática y por alguna razón, la tenía tomada conmigo. Se burlaba de mi cada vez que podía y además lo hacia con un placer maligno. Al parecer encontraba muy irritante todo en mi, tanto como para convertirse sin que yo supiera por qué, en mi peor enemiga.

- ¡Cállate Gloria! ¡A ti te llevó años aprender a montar bicicleta! - dijo Flor, que era vecina de Gloria desde que eran chiquitas  -¡No fastidies!

- Pero aprendí ¿No? - se regodeó Gloria. El grupo de niñitas que la seguían a todas partes para admirar sus maldades, se rieron en un coro chillón - claro, no soy una flacucha torpe y fea como...

En lo que iba de año, me habían enviado casi doce veces a la dirección por una multitud de faltas. Desobedecía a las maestras con frecuencia, las enfurecia con mis preguntas, las fastidiaba con mi impaciencia. Pero nunca me habían enviado por pelearme con otra niña. Mucho menos, tirarle del cabello hasta hacerla gritar como había hecho con Gloria. La hermana Rosa, la monja que dirigía el colegio, me miró atónita.

- ¡Es algo inaceptable ese comportamiento vulgar y salvaje! - me riño. Cuando abrí la boca para explicarle que había sucedido, levantó sus manos regordetas y pálidas para hacerme callar - ¡No quiero escuchar nada de lo que tengas que decir! ¡Estás castigada! ¡Dos semanas sin recreo!

- ¡Pero Gloria comenzó! - grité para hacerme escuchar. A la hermana Rosa se le abrió la boca de sorpresa al escuchar mi chillido.

- ¡Tres semanas por escandalosa!

No dije nada más. Después de todo, quería disfrutar el recreo antes del fin de año. Así que bajé la cabeza y me quedé en el salón de castigo, silenciosa y furiosa. Flor se acercó a la ventana que daba el patio para poder hablar conmigo.

- ¡Es una odiosa esa Gloria! - murmuró - ¡No la soporto!
- Tiene razón. Soy una torpe y una loca. No sé montar bicicleta - dije con todo el drama de mis diez años - ella sí sabe y yo no puedo hacerlo.

Nos quedamos calladas, muy abrumadas y tristes. Flor empujó la cabeza por la ventana entreabierta.

- Averigua de ese hechizo para montar bici - insistió - tienes que aprender a hacerlo. ¡Una bruja debe tener su bicicleta!


***

Mi bisabuela me escuchó con su acostumbrada expresión maliciosa. Se quedó allí, sentada en su sofá de orejas favoritos, mirándome pasear de un lado a otro de la alfombra para explicarle lo que me ocurría.

- ¿Entiendes? no puedo ir por la vida sin saber montar bicicleta - le expliqué muy seria. Bisabuela no dijo nada, apretando un poco los labios, como siempre hacia cuando estaba a punto de sonreír - y menos con gente como Gloria, que se burla de mi. ¡Como ella es perfecta!

Lo dije a modo de burla, pero la verdad, era que Gloria si que era perfecta. O al menos, la perfección como la comprendía cualquiera a nuestra edad. Para empezar, era muy bonita, con ojos grandes, el cabello largo y brillante, las manos muy cuidadas. También sacaba estupendas calificaciones en clase, era muy popular e incluso las monjas, tan déspotas y antipáticas como eran, la querían. Y ella lo sabía: Gloria paseaba por la escuela como si se tratara de su pequeño reino, ufana e irritante. ¡Tenía que aprender a montar bicicleta aunque sólo fuera por demostrarle que podía hacerlo! ¡Que no había nada que ella pudiera hacer que yo no!

- Entonces, me estás preguntando si hay algún hechizo que te ayude a aprender a pararte en dos ruedas - repitió bisabuela con un ligero sarcasmo que era muy pequeña para entender. Asentí de un cabezazo - algo de brujería antigua para que no te vuelvas a estrellar en la calle.

- Bueno, sí. ¿Existe eso? - pregunté impaciente. Bisabuela apretó de nuevo la boca. Muchos años después pensaría que seguramente estaba a punto de estallar en carcajadas.

- No lo sé, no he leído todos esos libros tan aburridos.

- ¡Claro que sí! - me impacienté - ¡Lees muchísimo y sabes todo! ¡Tu tienes que saber!

Era verdad. De todas las mujeres de la casa, bisabuela era la que más le gustaba leer y por mucho, la mujer más sabia de todas. Era ella la que siempre respondía las preguntas, incluso las súper difíciles. La que sabía mucho sobre historia y lo que era más interesante, sobre brujería. Incluso mi abuela - la bruja, la sabia - lo decía: Su madre tenía una mente amplia y furiosa que se hacía más resplandeciente cada año.

Así que, ella sin duda sabía si había una manera mágica que yo dejara de ser tan torpe y pudiera finalmente dominar la bicicleta. Con una vergüenza quemante, volví a recordar mis pedalos torpes, mi miedo, la manera como sentía que casi lo había logrado...sólo para resbalar y caer al suelo. ¿Cómo era que no podía aprender como todo el mundo hacía? ¿Como es que todos los demás les resultaba tan sencillo y a mi no?

- Digamos que lo sé - respondió entonces bisabuela. Tenía ese brillo verde y un poco inquietante en los ojos que hacia que mucha gente le llamara "bruja malvada". Ella la primera - Digamos que si sé algo de magia para que no sólo aprendas, sino para que le demuestres a esa mocosa que no eres nada torpe. ¿Harías lo que te dijera?

- ¡Claro! - me apresuré a decir - ¡Claro que lo haré!

- ¿Aunque sea algo que te de mucho miedo? - terció - ¿Aunque sea un tipo de magia muy antigua y muy rara que no hayas escuchado nunca?

Caramba, eso si que no lo había pensado. Me quedé atolondrada, mirando con los ojos muy abiertos y desconcertados el rostro serio de mi bisabuela. Tenía un aspecto un poco sombrío, con los ojos entrecerrados y el rostro pálido. ¿Magia vieja y rara? ¿Que quería decir con eso?

- Oh bueno...- titubeé. Bisabuela lanzó un suspiro teatral.
- Ya veo que no quieres tanto manejar bicicleta.
- ¡Si quiero!

Nos quedamos en silencio, mirándonos la una a la otra. Ladeó la cabeza con un gesto lento y casi misterioso.

- Entonces, vamos a hacer magia vieja. Muy antigua.

Se levantó con esfuerzo del sofá  y tomó su bastón con mano firme. Me apresuré a seguirla cuando comenzó a avanzar por el pasillo con un sonoro toc toc toc de madera.

- ¿Me va a doler?
- No tanto como cuando te caes de la bicicleta.

Me callé, enfurecida. Ella sonrío con su habitual malicia.

- Vamos, dejate de remilgos. Te enseñaré un tipo de magia que espero no se te olvide nunca.

Llegamos hasta la biblioteca de mi abuela. Tenía como siempre, el aspecto que creo deberían tener todas las bibliotecas: con libros desordenados tirados en todas partes, hojas de papel a medio escribir sobre los muebles, montones de anaqueles llenos de figuras de porcelana de aspecto extraño. Bisabuela fue directa a la biblioteca de puertas de Cristal del fondo y la abrió con una llavecita que se sacó del bolsillo. Me entusiasmé: era el anaquel donde se guardaban los Libros de las sombras más viejos de la familia.  Me acerqué para mirar pero ella me ocultó la colección con su cuerpo.

- ¿Qué haces? - pregunté impaciente. Ella revolvió de aquí para allá. Abrió un par de libros, los volvió a poner en su lugar. Después cerró otra vez el anaquel. La vi caminar hacia el escritorio de madera de la esquina - ¿Pero....encontraste algo?

- Quédate allí hasta que te diga puedes venir - dijo.

La obedecí con esfuerzo. La vi tomar una hoja de papel, escribir algunas cosas que no podía ver. Luego movió las manos sobre la hoja de papel e invocó en voz muy baja, tanto como para que no pudiera escucharla desde donde me encontraba. Después dobló el papel, lo metió en una bolsita de terciopelo verde que encontró en una de las gavetas del escritorio y lo ató con fuerza. Sólo entonces me hizo una seña para que me acercara. Lo hice a la carrera.

- Quedate quieta - me ordenó cuando estuve de pie junto al escritorio - levanta la cabeza, pon los hombros derechos. Y no digas nada.

Me pasó la mano por los brazos, sacudiendo la cabeza de manera exagerada. Tuve el súbito impulso de reírme de ella pero luego recordé que era magia, muy muy vieja. Así que no lo hice. Tal vez la gente hace muchísimos años hacia las cosas de esa manera exagerada, me dije.

- ¿Que estás haciendo?
- Dandote poder - respondió con tranquilidad, como si tal cosa - ahora, tienes la fuerza de cien brujas.

La miré boquiabierta. No me sentía especialmente distinta, pensé de inmediato. Espera...me recomendé. Me miré las manos, moví las rodillas. Oye, si había algo poderoso. Como un chispazo. Como un...¿Un qué? ¿Me lo estaba imaginando? Pero no, la bisabuela decía que así debía ser. ¿Estaba sintiendo la magia?

- ¡Wow! - dije en voz baja. No sabía muy bien que había hecho la bisabuela, pero lo había hecho con tanta seriedad y tanta convicción que no tenía la menor duda era algo PODEROSO (así, en mayúsculas). La miré agradecida - ¿Ya puedo montar bicicleta?

- Toma esto - dijo entonces. Tomó la bolsita verde y me la puso en el bolsillo del pantalón - aquí esta la magia de verdad. La fuerte, la poderosa.

Juraría que sentí calor en el bolsillo del pantalón. Me quedé anonadada y asombrada. ¡Esto si era como me imaginaba la brujería! ¿Saldría volando ahora? ¿Flotaría? ¿Lanzaría rayos de colores de los dedos? La bisabuela me miró con la ceja enarcada cuando se lo pregunté.

- No te convertirás en una película ridícula, si es lo que me preguntas - me desinflé - pero sí, podrás montar tu bicicleta como siempre lo quisiste.

- ¡Ya voy a probarlo! - anuncié a gritos. Bisabuela me tomó por los hombros.

- Aguarda. Para que la magia se haga realidad, deben pasar tres cosas - escuché impaciente - primero: no debes abrir la bolsita o se irá el poder. Segundo, no le debes decir a nadie lo que hice. Y tercero, debes darle unos días a la magia para funcionar. Mientras tanto, súbete a la bicicleta y prepárate. Seguro te vas a volver a caer. Pero cuando ya te subas con la magia, no habrá quien pueda ir más rápido que tu.

Asentí emocionada y salí como un vendaval de la biblioteca, con mi mente llena de imágenes de bicicletas ultra rápidas y calles luminosas donde mis compañeras de clases me miraban asombradas. Escuché a mi bisabuela reír, aunque no entendí por qué.

***

Tal como mi bisabuela había dicho, los primeros días, seguí cayéndome al suelo varias veces cuando monté en la bicicleta. Pero ya no tenía miedo. O al menos, ya no me atormentaba el pensamiento que no lo lograría. Sentía el calor del paquetito en el bolsillo - su poder, solía pensar ufana - y sabía que sólo era cuestión de tiempo que lograra avanzar por la calle en línea recta y sin venirme al suelo. Lo sabía con tanta seguridad como para encarar a Gloria en el patio del colegio y retarla a vernos en el parque a seis cuadras el viernes, para una carrera de bicicletas.

- ¿Y que harás? ¿Te la llevarás cargada? - se burló. La miré furiosa y ofendida.
- Ya sé manejar y te ganaré.

Gloria me miró con curiosidad. Su corrillo de amigas burlonas dejaron de reirse.

- De verdad crees que lo vas a hacer.
- Te voy a ganar, claro.
- ¿Que pasa Gloria? ¿Tienes miedo? - chilló entonces Flor, con su mejor tono burlón. Toda la gente en el patio de Recreo se volvió a mirar. Era sabido que Gloria jamás tenía miedo de nada y que mucho menos, lo iba a tener de mi, "la loca de las escobas".
- Es una estupidez ¡Claro que no tengo miedo! - respondió furiosa Gloria - el viernes, después de clase. Y espero no te rompas los dientes.

Se fue riéndose. Flor se me acercó, con los ojos muy abiertos y asombrados.

- Sabes montar bicicleta ya ¿No? - preguntó. La miré muy seria.
- Mi bisabuela me regaló... - Recordé la segunda regla: no se lo enseñes a nadie. Me paré muy derecha - me  ayudo con unos trucos. Ya puedo montar.
- Ah bueno - opinó Flor no muy convencida. A su alrededor, varias de las niñas del patio me miraban con curiosidad. Una de ellas batió palmas - ¡Entonces gánale a Gloria!
- ¡Lo voy a hacer! - le aseguré. Ahora hubo una pequeña salva de aplausos a mi alrededor.

No obstante, para la tarde del jueves, seguía sin poderme sostener en la bicicleta. Una y otra vez, me fui al suelo, me golpeé los codos y las rodillas. En una oportunidad incluso mi casco salió  volando y se estrelló contra un árbol. Flor lo miró todos con ojos preocupados.

- Oye...no sé que trucos te enseñó tu abuela - opinó en voz bajita. Había venido a casa para brindarme lo que llamó "apoyo moral" y ahora parecía muy preocupada. Incluso molesta - pero utilizalos ahora. Imagina si mañana con Gloria te caes así. Se reirá de ti para siempre.

Ese pensamiento me asustó. Volví a tomar la bicicleta por los manubrios y me fui al final de la calle, con el corazón latiendo muy rápido. Sentí el peso de la bolsita en el pantalón de jean. Oye Magia, si vas a funcionar, es un buen momento para que lo hagas, pensé angustiada. Por favor, funciona. Pensé en lo segura que había estado mi bisabuela que funcionaria. La mirada serena que me había dedicado. La magia iba a funcionar, me dije furiosa. Me puse el casco de nuevo, me subí a la bicicleta. Va a funcionar. Yo puedo hacerlo.

Empujé hacia adelante. Comencé a pedalear. La bicicleta pareció irse de un lado. Miré hacia adelante, con los ojos empañados de sudor. Va a funcionar. Va a funcionar. Va a funcionar. Apreté las rodillas contra el cuerpo de la bicicleta. y pedaleé con más fuerza. Va a funcionar. Alcé un poco el cuerpo, me incliné al otro lado de donde la bicicleta se empeñaba en caerse. Seguí pedaleando. Va a funcionar. La bicicleta alcanzó velocidad. Comencé a avanzar. ¡Va a funcionar! me dije eufórica. ¡Va...!

Me caí. Esta vez no fue tan aparatoso ni tampoco tan rápido como siempre. Flor vino corriendo a donde estaba, con una gran sonrisa.

- ¡Ya casi! ¡El truco está funcionando!  - gritó.

Lo intenté otra vez. Volví a pensar en la magia, en la forma como me recorría. Me volví a caer, pero esta vez, casi cruce la calle entera. Volví a intentarlo de vuelta y esta vez, sólo perdí el equilibrio sin caerme. ¡Casi había cruzado la calle dos veces! Me toqué el bolsillo riendo a gritos ¡Estaba funcionando!

- ¡Da una vuelta completa! ¡Ya casi lo logras! - chilló eufórica Flor - ¡Ya casi!

Y lo logré. Casi con la última luz de la atardecer, atravesé a toda velocidad la calle dos veces y volví para detenerme en la puerta de la casa de mi abuela. Flor me abrazó loca de júbilo.

- ¡Yo sabía que ibas  apoder! - me gritó al oído y casi me dejó sorda - ¿Tu ves? ¡Esos trucos de tu bisabuela funcionan!

Sentía la magia recorriendome, fuerte y viva.


***

El viernes esperé a Gloria en la puerta del parquecito. Al duelo habían venido varias de nuestras compañeras, sobre todo las que no les simpatizaba o habían sufrido como yo, sus malacrianzas y gritos. Una niña que casi nunca me hablaba me obsequió un chocolate y me miró con ojos brillantes.

- ¡Gánale y tapale esa bocota! - gritó.

Me quedé muy heroica, con el casco y los guantes esperando que llegara Gloria. Hacia un día ventoso, brillante y muy húmedo y aún sin hacer otra cosa que estarme allí, tenía las mejillas calientes de sudor. Flor a mi lado, me ajustó las trenzas de los zapatos con dedos nerviosos.

- Acuerdate de pedalear muy muy duro - me dijo casi sin voz - ¡Gánale!

Cuando llegó Gloria, sentí más fuerte que nunca mi antipatía por ella. No sólo se veía lindísima con un trajecito de verano azul y verde, sino que además, su bicicleta era mucho más grande y moderna que la mía. ¡Incluso tenía un cestito al frente con bolitas de estambre! Apreté los manubrios hasta que se me pusieron los nudillos blancos, impaciente por correr y demostrarle todo lo que podía hacer mi vieja bicicleta.

- Pero si la loca de las escobas vino - se burló. Sus amigas la apoyaron con sus habituales carcajadas falsas - ¿Qué? ¿Vas a empujar tu bici por la calle?

Más risas. Estaba tan furiosa que sacudí la bicicleta y de un sólo impulso de piernas furiosas, avancé varios metros. Escuché a Flor gritarme algo, pero ya estaba muy cerca de Gloria, mirándola a los ojos.

- ¿Que no te atreves a correr de una vez? ¿O vas a seguir haciendo payasadas?

Gloria me miró sorprendida pero lo disimuló. Maniobró su bicicleta y se lanzó hasta el fondo del camino de piedritas del parquecito a toda velocidad. ¿Esto era la carrera? me dije atolondrada. ¡Tramposa! Hecha una furia, me eché a pedalear como nunca lo había hecho, con tanta fuerza que sentía todo mi cuerpo en tensión, la bicicleta volar sobre el suelo. Vi a Gloria mirar sobre el hombro, reír a carcajadas. Y luego quedarse muy sorprendida cuando vio que me acercaba muy rápido a ella, que la distancia entre ambas se acortaba. Se impulsó hacia adelante. Siguió avanzado. Yo pensé en la magia que tenía en el bolsillo. En la forma como me subía por el cuerpo como un ramalazo de calor. Me incliné hacia adelante, apreté los dientes. Pedaleé, pedaleé, hasta quedarme sin aliento. Seguí haciéndolo cuando las rodillas comenzaron a dolerme. ¡Me sentía tan poderosa! De pronto, Gloria ya no estaba tan lejos. Estaba cada vez más cerca. Podía ver su coleta rubia bailando en su espalda. Después sus hombros. ¡Estaba junto a ella!

- ¡Estupida! - me gritó cuando me vió a su lado. No la escuché. Seguí pedaleando como loca y cuando ella cruzó a toda velocidad para regresar a donde nos esperaban el resto de las niñas, la imité a tanta velocidad que casi la tropiezo.  Sentí la magia en las rodillas doloridas, en los hombros tensos y también en la alegría, en la furiosa libertad que me hacia sentir aquel trayecto rapídisimo lleno de sacudones.

Ya casi podía distinguir al grupo de niñas que saltaban y vitoreaban. Gloria iba unos metros por delante, así que intenté sentir la magia de nuevo para el último acelerón. Me esforcé por pedalear con más fuerza, inclinándome hacia adelante, sintiendo como todo el cuerpo de la bicicleta crujía al avanzar con más rapidez que nunca. Sentí la magia caliente en el pecho, en las manos, en las mejillas. ¡Iba a poder! ¡Iba a poder!

Gloria ganó por apenas un par de metros. No obstante, nadie la felicitó cuando se detuvo jadeante y con el rostro sudoroso unos pasos por delante de mi. Las niñas del salón e incluso un par de sus amigas risueñas, se acercaron para asombrarse por lo bien que lo había hecho, por lo rápido que había ido, a pesar que mi bicicleta era muy vieja.

- ¡Pero me ganó! - gritó Gloria con lágrimas en los ojos - ¡La loca de las escobas no me ganó!
- ¡Porque saliste primero y sin avisar! - gritó Flor - ¡Tramposa! `

Hubo rechiflas, insultos y empujones. Por último Gloria optó por una rara dignidad y se fue calle abajo pedaleando con lentitud sin mirar a nadie. Su grupo de amigas se fueron detrás de ella, casi corriendo para alcanzarle. Me quedé con el resto, que seguían sonriendo y dándome palmaditas en los brazos.

- Oye, esto se te cayó esto cuando comenzaba la carrera - dijo entonces Flor, extendiendome lo que parecía ser un montón de tierra y papel sucio - te intenté decir pero le pasaste por el encima...

El corazón se me fue a la garganta. Tomé la magia de la bisabuela, ahora abierta, rota e inservible y la miré con los ojos muy abiertos. ¿La había perdido al comenzar la carrera? Pero entonces ¿cómo...? Tomé la hoja destrozada y rota. Estaba en blanco. O al menos, no ponía nada que yo pudiera ver o leer. Sentí sorpresa, rabia y decepción. Todo junto y mezclado en un sentimiento amargo.

- ¿Era importante? - preguntó Flor curiosa. No le respondí. Comencé a pedalear con fuerza y la dejé allí gritando mi nombre, sin entender por qué yo lloraba de furia.

***

Mi bisabuela levantó la mirada con toda tranquilidad cuando entré gritando a su habitación. Sólo tensó la expresión cuando arrojé la puerta. Levantó la mano con un gesto autoritario y me miró de frente.

- Callada - me quedé con la respiración agitada, mirandola muy ofendida - ¿Qué pasa ahora?
- ¡No había nada en la magia! - expliqué intentando no gritar - me dijiste que llevaba magia muy vieja en el bolsillo y...
- La llevabas.

Parpadeé. La bisabuela me miraba con sus ojos muy firmes y serios. No me estaba mintiendo.

- Pero lo que había adentro...
- Lo abriste, entonces - me dijo con cierto disgusto. Me encogí de hombros.
- Se me cayó. Antes de comenzar la carrera de bicicletas. Lo aplasté y...cuando vi, la hoja no tenía nada.

Nos quedamos en silencio. Luego ella hizo una cosa muy rara: sonrío con todos los dientes.

- No, no decía nada.
- Entonces ¿Qué...cómo funcionó? - insistí.
- Funcionó porque la magia verdad, la real, la poderosa y la muy vieja, proviene de ti muchacha loca - me dijo. Hubo una cierta belleza en sus palabras que me dejó sin aliento, sorprendida y avergonzada - la magia es nuestra capacidad para cambiar lo que hay a nuestro alrededor, lo que somos y cómo lo comprendemos. Viene de tu capacidad para crear y tomar lo que te rodea para construir algo nuevo y poderoso.

Me miré las manos polvorientas. Las rodillas llena de raspones. Y sentí un nudo de emoción en la garganta. Me recordé allí, pedaleando a toda velocidad, con el rostro caliente por la alegría y esa extraña energía de pura felicidad que me llenó durante toda la carrera. La manera como no había sentido miedo sino una profunda necesidad de continuar. Pero...¿Cómo...?

- La brujería celebra el poder de tu mente y de tu espíritu - dijo entonces mi bisabuela - de esa capacidad enorme y furiosa de vencer el miedo, nuestra vulnerabilidad. Por eso se dije que toda bruja es un espíritu de fuego. Esa es la magia que comprendemos mejor, que creamos mejor. Ese es el gran secreto que habita en nuestros corazones. El verdadero poder de una bruja.

Sonreí. Mi abuela me guiñó un ojo.

- Incluso las que en vez de escobas, tienen bicicleta.



A veces, el temor me lastima, la angustia me sofoca. Pero entonces recuerdo, que en alguna parte de mi mente hay un poder trascendente y misterioso, superior a cualquier cosa. El poder de crear y construir mi visión sobre las cosas. La capacidad de continuar y vencer  pesar de todo. De continuar mi camino con esa fuerza sin nombre que de alguna forma le brinda sentido a la desazón. Una forma de magia silenciosa y eterna. Una forma de esperanza. Una manera de soñar.

Quizás, el secreto que toda bruja guarda al sonreír.

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