sábado, 16 de enero de 2016

Fragmentos de luz de luna y otras historias de Brujería.





Flor, mi amiga más querida de la escuela, solía decir que mi carácter era por completo insoportable. Lo decía cuando teníamos dramáticas e insólitas discusiones en el patio del colegio por las más variadas razones. En una ocasión, discutimos a gritos por trata de entender de donde nacían los bebés.

- ¿Para que nadie va a decir que los trae la cigüeña si no los trae? - me recriminó cuando me negué en redondo a creer en esa versión, la que por cierto, era la única que las monjas bigotonas del colegio daban por cierta - ¿Como sabes que no es así?

Para empezar, pensé, es una imagen ridícula. Vi muy claro con los ojos de mi mente, una desgarbada y flacucha cigüeña volando alto sobre ciudades y pueblos, llevando bebés colgados al pico. Abría las alas, se enfrentaba a las rachas de viento, mientras el bebé se bamboleaba de un lado para otro con los puñitos apretados de miedo. ¿Cómo podía nadie pensar que eso podía ser cierto? ¿Cómo podía creerlo Flor sin chistar?

- Aja bueno, ¿Y si no vienen de las cigüeñas...De donde vienen? - se quejó con las manos apoyadas en las caderas, como solía hacer cuando estaba muy disgustada - ¿Quién los trae? ¿Como aparecen?

Pues bien, aunque nadie me lo había dicho, tenía mis conjeturas al respecto. Cuando tía M. había dado a luz a mi primita menor G., había pasado muchos muchos meses con la barriga inflada y el cuerpo pesado. La había visto ir de aquí para allá, sonriente y cansada, preparandolo todo para el bebé, mientras mi tio C. corría a su lado pidiéndole dejara de ir de un lado para otro y hacer esfuerzos. Era evidente que el bebé estaba en mi tia, aunque todavía no tenía muy claro como había entrado allí.

- No puede ser - dijo Flor escandalizada - ¿Dentro de la gente?

Bueno, la verdad que dicho así, sonaba muy desagradable. Con siete años - casi ocho, me repetía con frecuencia - todavía no sabía muy bien cual era la mecánica para traer hijos al mundo, pero no tenía duda que tenía mucho que ver con los padres. Y no precisamente con la carta que pudieran escribir a París o cualquier otro lugar que las monjas insistieran debían escribir para que llegara un bebé. Todo el asunto me parecía confuso y divertido, aunque seguía sin entender por qué a casi todos los que conocía le molestaba tanto hablarlo en voz alta. Era como un misterio que no era realmente un misterio. O quizás sí, pero yo no lo entendía.

- Es gente que hace gente, ¿Por qué una cigüeña traería a los niños de nadie?
- Porque son un milagro - terció Flor muy convencida - es algo bonito y raro.
- Pero la gente también hace cosas bonitas y raras. Y también, hace milagros.

Una idea curiosa que no había pensado hasta ese día. ¿Podíamos crear, de la misma manera como se decía creaba Dios y la Diosa? era un pensamiento precioso, muy extraño y que una vez que llegó a mi mente, continuó allí, asombrándome.  Durante todo el resto del día, me obsesioné con ese pensamiento, aunque Flor ya no quería saber nada del asunto. Me acusó de inventarme cosas locas e incluso llegó a amenazarme con lo inimaginable: decírselo a su mamá.

- Eres una acuseta - le dije muy ofendida. Ella se encogió de hombros.
- Tu sigue con ese tema y ya vas a ver.

De manera que me guardé mis conjeturas e ideas para mi misma. Me encontré mirando con mucha atención a las mujeres con las que me tropecé en la calle y sobre todo, a las que como mi tia M., tenían el vientre muy amplio y tenso. Todas sonreían, se veían radiantes de un tipo de felicidad que no comprendía muy bien. Tanto miré a una de regreso a casa ese día desde el colegio, que enarcó las cejas un poco sorprendida y luego, esbozo una sonrisa.

- ¿Todo bien nenita?
- ¿Lleva un bebé allí?

Mi tia E., que me acompañaba ese día, casi se atraganta con el jugo de limón que venía tomando para campear el calor del mediodía. Se apresuró a tomarme de la mano, mientras la mujer soltaba una pequeña carcajada.

- ¡Agla! ¿Por qué le haces esas preguntas a la gente?
- Pero...
- No hay problema - la desconocida sonrío y me dedicó una plácida sonrisa - pues sí, nena. Llevo un bebé aquí. Mi bebé.

¡Vaya que yo lo sabía! Miré su cuerpo redondo y pleno, su rostro sonrojado y pensé que el bebé estaría muy cómodo allí, con una madre que al parecer estaba muy feliz de esperarlo. Mi tia, que sabía que se avecinaba una ronda de preguntas, me tiró del brazo, disculpándose entre susurros. Echamos a andar otra vez por la calle, mientras la mujer de la panza se despedía con un gesto amable.

- ¿Me puedes explicar por qué detienes a la gente en la mitad de la calle a preguntarle cosas? - me espetó. La miré muy seria.
- Mi abuela dice que las brujas hacen muchas preguntas.
- ¡Válgame Dios con Celia que te dice esas cosas! - se quejó mi tia con un gesto dramático. Apresuró el paso sin soltarme del brazo - está bien hacer preguntas, pero a todos quienes se atraviesan. Y menos ese tipo de preguntas.
- ¿Qué tiene de malo?
- Son indiscretas.
- ¿Las brujas somos indiscretas?
- Pues tu sí lo eres.

Por más que insistí sobre el asunto, tia se negó en redondo a explicarme sobre bebés, Cigueñas, vientres abultados y madres sonrientes. Me quedé muy decepcionada cuando cerró el tema levantando las manos con un gesto dramático.

- ¡Cuanto tengas que saber ya sabrás! - exclamó. Crucé los brazos sobre el pecho, muy decepcionada.
- ¿Pero por qué no me respondes tu?

Sacudió la cabeza y se fue caminando por el pasillo hacia la cocina. Me pregunté por qué tanta alharaca por un tema tan simple. Sólo tenía que decirme de donde venían los bebés. Eso era todo. ¿Qué había de malo en eso? ¿Acaso era una de esas cosas que Flor solía llamar "misterios de la gente"? Me encogí de hombros y me fui al jardín a jugar. Seguro era uno de esos misterios.

- Mamá, ¿Los niños los trae una Cigueña?

Mi mamá se quedó con el tenedor  a medio camino de la boca y me dedicó una mirada de ojos muy abiertos. Nos encontrábamos cenando en su pequeño pulcro apartamento del Este de la ciudad y la pregunta pareció resonar en el silencio del comedor como un tintineo incómodo. Mi mamá terminó de llevarse el trozo de Canelone a la boca y se tomó su tiempo para masticar.

- Bueno, la verdad no - comentó en un murmullo apenas audible - No, es decir...
- ¿Vienen de las mamás no?
- Sí, eso - pareció aliviada que al parecer, yo tenía la cuestión más o menos clara. Me tomé un trago de jugo, muy contenta porque alguien me había aclarado al menos una parte del asunto.
- ¿Y como llegan allí?
- ¿Qué...como qué? - Mi mamá de pronto parecía muy joven, con las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes de alguna emoción que no podía identificar. Me comí el último bocado de pasta y la miré a la cara.
- Que como entran los bebés a las barrigas de las mamás. Eso.

No me respondió. El silencio se espesó y se hizo muy incómodo. Me quedé muy derecha en la silla, esperando que mi mamá terminara su cena - y lo hizo muy lentamente - para contestarme.

- Bueno, eso es algo que sabrás cuando seas mayor - dijo por fin. Me quedé en una pieza.
- ¿Qué? ¿No me lo vas a decir ya ya?
- ¿Para qué lo quieres saber?
- Porque soy una bruja y hago preguntas.
- Nunca entenderé por qué mi madre te mete esas ideas en la cabeza - comentó furiosa - Hijas, hay cosas que debes saber en la vida y llegan en su momento. Ya llegará el día en que sepas todo sobre el tema.
- ¿Por qué no puede ser ahora?
- ¡Porque no! - insistió con el tono muy estricto y duro que utilizaba cuando se disgustaba. Me desinflé. Por experiencia sabía que una vez que llegábamos a ese punto, mamá no me diría nada de lo que le preguntara. Tenía una manera muy dura de cortarme y una de ellas, era aquel modo de hablar. De manera que tomé lo que me quedaba de jugo con gesto furioso.
- No entiendo por qué nadie habla de las cosas - dije entre dientes - ¡Las brujas somos gente que aprende!

Mamá, a quien nunca le gustó le llamaran bruja me fulminó con la mirada. Noté que hacia un evidente esfuerzo por no perder el control.

- Sé que tu abuela te ha dicho que las brujas preguntan todo, pero...
- Es así ¿No?
- Sí, en algunas creencias las brujas en formación aprenden a través de preguntas - contestó con evidente molestia - pero...
- O sea que es bueno preguntar.
- Agla, preguntar es una responsabilidad. Una vez que sabes algo no lo puedes olvidar - estalló y ahora sí que estaba disgustada. Me quedé muy quieta en la silla, preguntándome que la había disgustado tanto - Así que sí, preguntar es importante. Pero hacerlo en el momento correcto, también.

¿Y cuando era el momento correcto? pensé de inmediato pero no me atreví a decirlo en voz alta, estando mi mamá tan disgustada como estaba. Ella se restregó la cara con las manos abiertas - un gesto que siempre presagiaba problemas - y después me miró. Ahora parecía más cansada que disgustada.

- Preguntar es bueno, pero no puedes esperar que todas tus preguntas tengan respuestas de inmediato - dijo entonces - Tu abuela tiene razón, las brujas preguntan. Pero lo hacen, para demostrar que necesitan seguir aprendiendo, creciendo y madurando, no siempre para que alguien corra a responderles. Hazte muchas preguntas pero también, sé muy consciente que la mayoría tendrás que responderlas tu misma.

Se levantó y tomó los platos de la mesa. La miré alejarse con su paso nervioso y rápido. Eso si que era nuevo, pensé aun sorprendida. ¿No todas las preguntas tienen respuestas? ¿Entonces qué sentido tenía hacerlas? ¿Qué sentido tenía cuestionarse todo lo que había a tu alrededor si no había respuestas para cada cosa?

Una vez mi tatarabuela, que era la bruja más vieja de la casa, me había dicho que la curiosidad era una demostración de un espíritu inquieto e impaciente, cosas que toda bruja era. También me había dicho que una bruja jamás se conforma con la duda, sino que la convierte en aprendizaje. No había entendido nada de nada sobre aquello.

- ¿Qué te puede enseñar dudar de algo Tati? - le pregunté muy sorprendida. Ella soltó una de sus carcajadas escandalosas.
- Para la Brujería, el primer requisito para crear poder es preguntar. Dudar, no entender por qué algo es como es. Una vez que la bruja siente la inquietud de comprender, es sabia porque reconoce su ignorancia. Y avanza para encontrar todo lo que necesita para crear un camino que le lleve al conocimiento. ¿Lo ves? Dudar es absolutamente bueno y necesario.

Por extraño que parezca, las Monjas bigotonas del colegio francés donde me eduqué pensaban exactamente lo contrario. Para ellas era muy importante creer, sin preguntar. Creer a ciegas, como si cada palabra hubiera nacido sólo para convencerte y aplastar toda curiosidad. Ese pensamiento me preocupaba muchísimo y justo por eso, preguntaba siempre que podía, a pesar de los malas caras, la incomodidad y las tardes sin recreo. Preguntar era una manera de recordarme que la sabiduría nace de nuestra búsqueda de palabras y conocimientos desconocidos, tal y como decía Tatarabuela.

***

Seguí pensando en el tema de los bebés durante días. Me las apañé para encararme en la biblioteca de mi abuela - la sabia, la bruja - y bajar uno de los libros de biologia que guardaba en el travesaño más alto. No había otra cosa que dibujos de cuerpos de hombres y mujeres con flechas que indicaban que hacia cada cosa. Pero nada que señalara como le hacia un bebé - entero, formado - para entrar en el cuerpo de su madre. Revisé libros donde no había dibujos de nada y hablaban del "milagro del nacimiento" y otros que mostraban al bebé a través de la piel de la mamá, flotando acurrucado en su cuerpo. No saqué nada en limpio y de hecho, la nueva información sólo sirvió para confundirme. Me parecía entender que el papá también tenía mucho que ver en el asunto. Pero ¿Cómo? ¿Cómo hacían ambos para crear un niño?

- ¡Aglaia te vas a caer de allí! ¡Quédate quieta!

La voz de la abuela casi me hace caer del travesaño altísimo de la biblioteca donde estaba sentada. Ella vino y se subió a la escalera de metal que el abuelo usaba para arreglar cosas y tomándome de la cintura, me bajó al suelo. Me miró con el rostro tenso y la boca apretada, como solo hacía cuando estaba muy disgustada.

- ¿Qué hacías subida allí?
- Buscaba un libro para leer - me disculpé - Quería saber de donde venían los bebés.

Mi abuela se quedó con la boca abierta y años después me diría que sólo en ese momento notó que la niña que estaba educando, comenzaba a crecer. De hecho, su expresión ese día era una curiosa mezcla de sorpresa y algo más parecido a la ternura, que al disgusto.

- Ya veo.
- Es que Flor mi amiga dice que los traen las cigüeñas pero eso es ridículo. Y tia E. no me quiso responder nada y mi mamá me dijo que las brujas preguntan peron deben encontrar sus respuestas  - dije a toda velocidad - entonces me puse a buscar libros para saber.

Tomé una bocanada de aire.  Abuela me escuchó con atención.

- ¿Que quieres saber?

Me quedé muy sorprendida. ¿Me lo preguntaba en serio? Bueno, en realidad mi abuela siempre hablaba en serio cuando se trataba de preguntas y respuestas. Mi abuela solía decir que toda conversación era una ventana abierta a mundos distintos y era algo que siempre tenía muy presente. Le gustaba escuchar y una de las cosas que más me gustaba de ella, era que siempre le ponía mucha atención a cualquier cosa que dijeras. Por más extraño, simple o loco que fuera.

- Como nacen los nenés - me apresuré a responder - bueno...como entran los bebés a la barriga de la mamá. Y por qué el papá hace algo...No entiendo...

Abuela asintió, como si comprendiera mis dudas. ¿No se iba a poner a gritar ni se iba a sonrojar? al parecer no, me dije, mientras nos sentábamos juntas en su sofa favorito. Me quedé mirándola con los ojos muy abiertos, a la expectativa, esperando lo que sea que tuviera que decirme. Abuela siempre respondía las preguntas, por más incómodas que fueran y eso era, sin duda, otra de las cosas que amaba de ella.

- Un bebé nace cuando papá y mamá están juntos, cuando sus cuerpos se unen para crear algo nuevo y mucho más hermoso - me explicó. O sea que era verdad que el papá intervenía de alguna forma, me dije entusiasmada - ¿Ya conoces la leyenda del Dios y de la Diosa?

Me esforcé por recordar. Algunas de las mujeres de la casa me la habían contado sobre la Diosa, la energía creadora, y el Dios su consorte. Tenía una imagen de ambos como una pareja extraordinaria, Reyes que reinaban en algún lugar del Universo, todo poder y belleza. Por supuesto, con ocho años mis imágenes mentales eran dramáticas y muy adornadas: imaginaba a la Pareja Divina como partes de los cuentos de Hadas que había crecido escuchando. Personificaciones de todo lo bello y bueno.

- Más o menos - admití - ¿Tiene que ver con todo esto?
- Lo entenderás mejor así - dijo mi abuela con una sonrisa - Hace muchísimo tiempo, cuando el mundo era aún muy jovencito,  la gente creía que la Diosa era todo lo creado y el Dios, quien junto a ella creaba el mundo. La Diosa era quien sostenía al mundo, a todo lo creado, la realidad y el Dios, quien era mitad espiritu y mitad carne, era quien fecundaba la tierra. De manera que la Diosa y el Dios debían unirse para crear algo más hermoso, más fuerte y más hermoso. Para crear el mundo y todos quienes lo habitamos.

- ¡Wow! - dije muy asombrada - ¿Eso fue verdad?

- Toda creencias tiene metáforas para explicar como concibe la realidad, mi niña - dijo mi abuela - y la brujería no impone ninguna. Te cuenta la historia como la interpreta y la ve, como la crea y la contempla. De manera que lo que te cuento, es lo que la Brujería cree ocurrió, pero por supuesto, no es la verdad absoluta ni es lo que cree todo el mundo. Por ese motivo, las brujas se hacen preguntas, se cuestionan, intentan encontrar la sabiduría.

Pensé en lo que mi mamá me había dicho sobre las respuestas. Cuando se lo dije, mi abuela sonrió casi con tristeza.

- Tu mamá cree que la curiosidad se satisface sólo cuando es necesario o incluso, cuando no queda más remedio. Que hay preguntas incómodas, irritantes y algunas no tan buenas. Es verdad, pero también lo es que a pesar de todo, la curiosidad es el motor de toda creación y toda obra de la imaginación.

Me quedé un poco desconcertada. No entendía bien lo que mi abuela quería decirme, pero tenía la vaga sensación que se parecía mucho a ese impulso mio en ocasiones por completo irrefrenable de preguntar. ¡Quería saber! ¡Necesitaba saber todo! era una especie de compulsión que me llevaba esfuerzos reprimir y la mayoría de las veces no lo lograba. Mi abuela río a carcajadas cuando se lo traté de explicar.

- ¡Es que toda bruja es un espiritu tan inquieto que resulta insoportable! - me explicó - Una bruja pregunta para crecer, aprender para hacerse fuerte, comparte la sabiduría para asumir su lugar en el mundo. Una bruja es generosa con lo que sabe, es respetuosa con el conocimiento ajeno. Es una mujer capaz de crear y construir ideas. Una mujer que tiene dudas, que se hace preguntas y confia en encontrar las respuestas.

Vaya, eso era justamente lo que yo quería hacer, me dije encantada. Miré a la biblioteca de mi abuela, mirando la estatuilla de la Diosa que mi abuela conservaba en uno de los travesaños de la biblioteca. Representaba tres mujeres que a la vez era una: La más joven, la doncella, que era delgada y pequeña. La alta con el vientre redondeado, la Gran Dama en plenitud. Y la anciana, la sabía y poderosa, que las miraba con amabilidad. ¿Así era tener un bebé?

- Sí, un hombre fecunda a una mujer con su cuerpo para que nazca un bebé y sea parte de su historia - dijo mi abuela con una sonrisa - ¿No es bonito eso? ambos, hombre y mujer, como la Diosa y el Dios que crearon al mundo, crean un Universo nuevo. Un espíritu que será parte de todo lo que ocurre y lo que es. Somos creadores, somos parte de todo lo creado y nuestros cuerpos nos lo recuerdan siempre.

Recordé a la mujer sonriente y con la panza enorme que había visto de regreso a la escuela. Se le veía feliz, plena. Llena de esperanzas.  Como la Diosa creadora, como esa sensación de asombro que me hacia sentir a mi aprender. ¿Eran la misma cosa? ¿Parecidas? Mi abuela me acarició la mejilla con ternura cuando se lo pregunté.

- Toda obra de nuestro cuerpo y nuestra mente es creadora, es tuya y está destinada a cambiar el mundo. Ya sea un bebé, un fotografía, un libro, un sueño. La brujería insiste en que todos creamos y somos capaces de construir universos. Y es verdad, somos creadores. Padres y madres de nuestras ideas.

- Que son bebés, también - dije fascinada. Mi abuela me hizo un guiño amable.
- Toda obra de creación es una posibilidad recién nacida, sí.

Miré de nuevo la escultura de la Diosa en la biblioteca, con una sensación de asombro . Y pensé que quizás, hacer preguntas te conducía a algo mucho más bello y más fuerte de lo que jamás había pensado. Como si descubrir - crear y soñar - fueran también una forma de crear esperanzas. Una forma de elevarnos más allá de nuestra limitares. Y ser por una vez, quizás, Dioses de nuestro propio espíritu.



- Entonces, ¿el papá participa? - me preguntó Flor muy asombrada. Asentí muy seria.
- Sí, al parecer fecunda a la mamá y tienen al bebé.
- ¿Y ya? Que aburrido. Más interesante es un viaje a la Luna.
- Bueno, la gente grande se vuelve loca con las preguntas.

Nos quedamos las dos, conversando en voz baja sobre los misterios de la Luna. Intentando imaginarnos todas las preguntas que estaban por allí, sin responder. Y creyendo, con la confianza de los niños, en el portento de los misterios, en la belleza del futuro y quizás en algo tan frágil como el amor.


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