sábado, 15 de marzo de 2014

Las tres visiones de un país en conflicto: De la protesta violenta a la pacifica, la visión del otro.



Venezuela es un país violento, lo cual supongo es una idea que no sorprende a nadie. La sociedad parece haber normalizado la agresión y peor aún la impunidad en un complejo entramado que nos convierte en una cultura que asume la violencia como parte de su identidad. Y es que la esencia de la Violencia en nuestro país, parece tener una profunda relación con nuestros valores morales y esa apreciación, abstracta y quizás un poco torpe, sobre los principios de convivencia y aceptación del otro. Pero más allá de lo filosófico, la violencia en Venezuela es un problema real, cotidiano y evidente, a lo que debemos enfrentarnos cada día. Porque la violencia en nuestro país no solo se sufre, sino que además, se manifiesta en cien pequeños actos en apariencia invisible que aún así, dejan muy claro la gravedad y profundidad del problema. Una herida abierta sobre el gentilicio, que nunca termina de curar bien.

Pienso en eso muchas veces desde que las protestas en el país comenzaron. Desde hace un mes, el debate de la violencia se ha vuelto mucho más complejo y complicado: La ideología inevitable, la insistente visión política e incluso los prejuicios del ciudadano común, crean una visión sobre la violencia distorsionada, ajena a la realidad y lo que es peor, permanentemente peligrosa. Tal vez se deba, reflexiono, al hecho simple que nuestra sociedad asume la agresión y el derramamiento de sangre como parte de una interpretación de la realidad concreta: Padecemos el miedo como inevitable. Y no obstante, más allá de eso, la violencia continúa siendo una grieta, un discurso ambiguo que la mayoría de nosotros no consigue comprender en su verdadero alcance.

Mi amigo Luis (no es su nombre real) me escucha con atención mientras reflexiono lo anterior en voz alta. Luis es "Guarimbero", o así se declara con enorme orgullo, en medio de la crisis conyuntural que atravesamos. Cada día durante un mes, Luis y un grupo de vecinos, cierran la calle donde viven y luego, queman restos de basura, evitando cualquier circulación vial. La práctica, ha traído no pocos enfrentamientos entre vecinos, es la manera más directa y concreta que ha encontrado para protestar, para mostrar su descontento, pero sobre todo, para exigir que el Gobierno reconozca su existencia como ciudadano. Para Luis, los medios no importan tanto como el mensaje, como la gran declaración de principios que hace, al cerrar una calle, en lo que llama "una toma de poder", y enfrentarse al gobierno.

- La violencia es parte de toda protesta. La protesta pacifica es una contradicción - comenta. No me permite fotografiar la barricada frente a su calle. Está construida con restos de madera, colchones usados, incluso pequeños muebles rotos. Por "Seguridad" me explica. Me comenta que hay "infiltrados" y que deben cuidar la "zonar" para evitar "ataques". Todo el léxico seudo militar me desconcierta, me preocupa. ¿Cuando cruzamos la linea entre la legitima petición civil y la declaración de guerra espontánea que parece simbolizar la imagen de la barricada?

- ¿Por qué supones que lo es? - pregunto. Me mira, casi furioso.
- No puedes pedir un derecho. Se exige. Te estás enfrentando directamente a un organo de poder. La protesta no puede ser reflexiva, ni tampoco una puesta en escena muy elaborada. Debe ser directa, elemental, cruda. ¿Que ganas panfleteando? ¿Que ganas cantando canciones? Al gobierno no le importa tu opinión.

Nos detenemos a un extremo de la barricada. Un trauseunte intenta rodearla: con dificultad atraviesa la basura apilada, los trozos de metal y madera. Cuando resbala, Luis y yo nos apresuramos a ayudarle. El hombre nos mira enfurecido y no nos agradece. Sigue caminando, con los puños apretados. Luis sacude la cabeza.

- Es uno de los que se le opone - comenta - muchos vecinos creen que es ridículo o peligroso. Pero yo creo que es mejor hacer algo que nada.

El "hacer algo" parece resumir la frustración de esa parte la población que el Gobierno Chavista tradicionalmente ignora. Durante década y media, la ideología chavista minimiza, invisibiliza y menosprecia la existencia del disidente de conciencia. En esta ocasión, reconoce su existencia solo para criminalizarla. La "guarimba" parece ser el simbolo del terror, de ese fascismo artificial que el Gobierno endilga al ciudadano común. Y sin embargo ¿No es una forma de violencia este aislamiento forzado al que se está sometiendo al ciudadano descontento? La Guarimba construida por Luis y sus vecinos solo afecta a los habitantes de la zona, la mayoría de ellos convencidos sobre la necesidad de oponerse al gobierno. ¿Qué demuestra? Más preocupante aún ¿Cuando la violencia parece superar la idea del planteamiento ciudadano? ¿Cuando la Violencia se volvió buena y mala? ¿Util y también peligrosa? ¿Cuando se hizo parte del discurso ciudadano, cuando se hizo parte del lenguaje habitual? La respuesta es sumamente compleja, por el mero hecho de implicar no solo al cuidadano sino al Gobierno, al  Estado mismo, convertido por ideología en organo represor. ¿Cual es el beneficio de esta nueva actitud frontal y destructiva de la oposición? No lo sé. Y tampoco sé como podría comprender la posible respuesta, sin que tenga un sesgo político o de puro pensamiento personal. De manera que intento entender a Luis y a todos los que a lo largo y ancho del país utilizan la barricada como expresión del descontento. La frustración transformada en anarquía.

Cuando nos despedimos, me pide que no indique "la localización" de la barricada. Le aseguro que no lo haré y siento una profunda desazón, por nuestra ingenuidad, por este extraño juego de poderes en que el ciudadano Venezolano parece estar perdido sin entender muy bien su papel.


Josefina (no es su nombre real) volantea por la misma zona en que yo lo hago. Lo hace con un grupo de amigos organizados, pero en esta ocasión se me une para conversar. Estudiante Universitaria, logró organizar una interesante red de información que incluye no solo la zona donde vivimos sino más allá de la frontera imaginaria hacia el "oeste peligroso", esa visión fragmentada de la sociedad Venezolana bajo el estigma de la pobreza. Me explica, que sus panfletos no tienen absolutamente nada de políticos y es verdad: cuando los leo, solo se trata de cifras comparativas. Lineas, flechas y números que describen un país que se desmorona a pedazos, que sufre en silencio una crisis de proporciones trágicas.

- La gente casi siempre me lo recibe - dice - pero a veces lo hace pensando que solo promociono un partido político. Eso es duro. Porque cuando comienzas a explicarte, ya te están diciendo que no tiene sentido, que el Gobierno es ineficiente pero lo que está pasando es peligroso. Pero a veces simplemente toman el panfleto y lo leen. Eso es bueno.

Un hombre se detiene a observarnos. Extiende la mano y Josefina le entrega un volante. Lo lee y luego nos mira a ambas. Tiene una expresión confusa, un poco irritada. Incluso cansada. Pero no dice nada. Dobla la hoja de papel en dos y la guarda en un bolsillo de la camisa que lleva. Cuando sigue caminando, me pregunto que pensará, cual será su conclusión en todo esto. La protesta reflexisiva, la que te llevas a casa, la que sigues analizando incluso horas después. La protesta que te hace concebir ideas concretas. Exactamente la protesta que molesta a Luis, por implicar una toma de conciencia que nadie garantiza ocurrirá. Y que anima a Josefina, que se opone frontalmente a la violencia.

- ¿Quién gana con la violencia? Te aseguro que ninguno de nosotros. Para el Gobierno es oxigeno - dice. Caminamos por la avenida, dejando papeles en las rejas de casas, establecimientos, deslizandolas bajo la puerta cerrada de edificios - Somos ciudadanos, estamos desarmados. Una barricada solo representa miedo, la idea que no llega a completarse. Cualquiera hace una barricada, poca gente logra hacer que otro piense y considere una idea diferente a la suya.

- ¿Crees que lo estamos logrando? - pregunto. Una mujer nos rechaza el volante, nos mira con una clara cólera. Sigue su camino. Josefina se encoge de hombros, sonríe.

- Peor es no intentarlo.


A Pedro (no es su nombre real) le ha tomado meses asumir que debía protestarse. Se define como "NiNi" y siempre que puede me recuerda que él no tiene "opinión política". Hemos conversado varias veces sobre las políticas sociales y económicas del gobierno (Pedro es contador) y siempre insistió en dejarme claro que el Gobierno "tenía sus cosas buenas". No es una discusión reciente: durante las tensas jornadas del 2002 fue uno de los primeros en criticar el llamado a marchar a Miraflores y también, al primero que escuché declarse opositor del "gobierno" de facto. Poco después, tuvimos discusiones largas y extensas sobre el papel de la fuerza armada, de la cupula opositora, sobre el fallido golpe. Ultimamente nuestras discusiones son muy parecidas, solo que ahora, la situación critica empujó a Pedro a tener una opinión. Aún así, insiste en mirar los matices en medio de los extremos, lo que considero saludable.

- Toda la protesta se planteó sobre una visión política sin salida - dice, con clara ironía, haciendo referencia al lema partidista que impulso la trágica marcha del 12 de Febrero, donde murieron dos ciudadanos - La protesta comenzó como un hecho social, como un reclamo por la inseguridad. ¿Por qué no se mantuvo así?

Más de una vez he pensado lo mismo durante el último mes y unos cuantos días. La política envuelve el mensaje social de la violencia, convirtiendolo en un peligroso y poco comprensible híbrido. Y no obstante, el elemento político es tan torpe, carente de sustancia, que no posee verdadera representatividad. La voz del político en medio de un reclamo social que aglutina el descontento genérico no tiene mayor firmeza. No existe, en realidad.

- Las protestas no tienen agenda, tampoco estructura. Es descontento genérico, orgánico, brotando lo mejor que puede - continúa - no hay un discurso unificador: Una parte de los manifestantes hablan de inclusión, de asumir la despolarización. El otro construye barricadas, construye trampas mortales para el enemigo con alambre. ¿Qué mensaje se está transmitiendo? Si tu no apoyaras las protestas ¿Qué comprenderías por un discurso ambivalente y quebradizo?

Nos encontramos en un café del Este de la ciudad. Las calles y avenidas tienen un aspecto arrasado: hay montones de basura humeante, pancartas, paredes rotas. El leve tufo de las bombas lacrimogenas aún es perceptible, incluso cuando el ataque represivo ocurrió horas antes. Un escenario roto, resquebrajado. Y la normalidad transcurre: el tráfico es casi normal, una multitud de traunseúntes caminan de un lado a otro.

- Solo entendería que debo protestar porque hay 28 asesinatos que probablemente quedarán impunes sin presión - respondo - no protesto por mi disidencia moral contra el gobierno, sino por lo que todos sufrimos.
- ¿Cuantos son como tu? - me pregunta. Y no sé que responder. No sé que decirle, porque he escuchado durante las últimas semanas, las mismas proclamas de odio y exclusión de lado a lado. He visto enfrentamientos callejeros sin que el color político sea distinguible. La violencia por la violencia. Tus muertos y mis muertos. La polarización del desastre. Pedro sacude la cabeza, agotado, confuso.

- Yo protesto a consciencia, como tu - me dice por último - pero no apoyo ningún método que fortalezca a contra lo que me opongo. No es lógico, no es sano. Es tan detestable como la represión.

Continúo pensando en sus palabras cuando me subo al Metro. Los vagones están a rebosar - como siempre - y hay un ambiente de agitada normalidad - como siempre -. Y me pregunto si la aceptación de la violencia, del terror y la opresión es parte de esta imagen simple, fragil de la realidad. Lo miro todo con una sensación de frustración casi helada, seguramente parecida a la que siente Luis mientras construye su barricada o Pedro, cuanto intenta tragarse sus escrupulos para protestar. Y aún así, no tiene sentido, no tiene lógica, este país dividido en dos mitades, abierto y herido por la violencia del todo los días, de la visión más allá de la política.

Cuando me bajo en mi estación, hay el habitual tumulto de publico. Entonces lo veo: es un chico con un morral. Lleva una pequeña pancarta entre las manos y entonces la levanta: "¿Te imaginas como sería encontrar café cuando lo quieras comprar? La pancarta está escrita a mano, con un dibujo torpe de lo que parece ser una taza humeante. Pero varios de los usuarios se detienen, miran lo escrito. Lo leen con interés. Hay un murmullo, cierta agitación. Cuando un funcionario vestido de rojo aparece y toma del brazo al muchacho, la multitud lo despide con algunos aplausos. Entonces sonrío, con una breve - insignificante - sensación de alivio.

Tal vez hay esperanza, me digo, caminando. Alguien comenta en voz alta "Ahora se me antojó café y seguro que no hay". Tal vez lo inmediato sea una manera de comprender la frustración, pero no la respuesta, si la hay.

Tiempo al tiempo, me recuerdo. Incluso aunque pareciera no haberlo. Incluso cuando el tiempo parece ser inexistente.

Y no obstante, me insisto otra vez, hay esperanza.

1 comentarios:

Ismar69 dijo...

Hola, Mi Bella... Hay algo que agregar, de una Opositora cuyo medio de protesta es la difusión de información en las redes sociales y el apoyo en algunas marchas, así como la protesta por "conversas" en algunas colas que me toca hacer... Hemos vivido en un país que han venido dividiendo por 15 años, pero en donde la crisis nos ha atacado de 2 años para acá, es fácil para algunos criticar y juzgar todos los tipos de protesta, yo aun cuando no apoyo algunas los respeto, debemos entender TODOS que en un país tan polarizado, la protesta es de CIUDADANOS, y que más allá de un opositor y Chavista hay un venezolano que quiere, sueña y desea soluciones y PAZ.... Nadie ha entendido que la lucha no es en contra de los Chavistas, sino en contra de este gobierno que no supo sostener las necesidades básicas de los ciudadanos... HAY ESPERANZA, porque en cada uno de nuestros corazones es lo que nos motiva...

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