viernes, 21 de marzo de 2014

Proyecto Una película cada viernes: "La historia Oficial" del director Luis Puenzo






Se dice que la fotografía puede ser tanto ventana como reflejo de la realidad que intenta captar. Probablemente se podría decir lo mismo del cine, aún más cuando el lenguaje cinematográfico es una mezcla esencial entre lo que se cuenta, y esa otra versión, lo que se interpreta, la metáfora que imágenes que intenta construir un mensaje. Y tal vez por ese motivo el cine - como expresión artistica - conlleva una importante carga emocional, una intención que ocasiones sobrepasa la simple visión filmica. Una idea profundamente asimilada sobre la realidad que desea retratar.

Se dice que  "La historia Oficial" del director Luis Puenzo es la mejor película argentina. Tal vez se deba a al merecedísimo premio Oscar que obtuvo en el año 1986 como mejor película extranjera, pero también a que el film tuvo la capacidad de construir una historia que  resumió el antes y el después histórico y social que sufrió la sociedad argentina luego de la dictadura de Perez Videla. Y es que la opera Prima de Luis Puenzo, no solo narra la historia del país que sobrevivió a la violencia, a la transformación política y a la opresión de la bota militar, sino a lo que ocurrió después. Ese despertar del ciudadano que debe admitir culpas y quizás, asumir su responsabilidad histórica, ante un país lleno de grietas y con un pasado inmediato lleno de recuerdos sangrientos. La memoria oculta y vergonzosa de un país en rebeldía.

Porque para el director, la película tiene una clara necesidad de contar la historia dentro de la historia, lo que se oculta en esa censura latente que un país temeroso sufre, incluso después de liberarse de la opresión política. Una visión complicada, si tomamos en cuenta que la mayoría de los sobrevivientes a la Violencia se ocultan detrás de la normalidad aparente, de esa brumosa identidad compartida del que aún no asume el peso histórico de lo que ha vivido. Y es la historia Oficial, la que se asume real, la que llena los resquicios de la duda, la que prevalece, la que quizás toma el lugar de lo real del terror anónimo.  La historia que cuenta el que triunfa, el que tiene el poder suficiente para ocultar el oprobio bajo el puño del poder.

Con una delicadeza que conmueve, Puenzo cuenta la historia a través de los ojos de Alicia, una profesora de Historia Argentina en un colegio de Buenos Aires en 1983. Con una placidez frágil y engañosa, la historia avanza con lentitud, durante esos últimos días de la dictadura militar - el ocaso lento de una pesadilla social - y la guerra de las Malvinas, recién concluida el año anterior. Alicia, como profesora de Historia, es testigo excepcional y a la vez, una pieza más en ese interminable engranaje de silencio que somete al país, que aún aplasta bajo su peso esa otra realidad: la sangrienta, la verdadera. El personaje parece encarnar a ese ciudadano mudo, temeroso, que solo es capaz de asumir lo que ocurre como una versión a medio contar. Y que Alicia, desde su privilegiada visión desde la página del libro que lee, de la interpretación de la historia bajo la simplicidad de la única versión,  es incapaz de comprender lo que subyace más allá, resquebrajado por el temor y la violencia.

Lentamente, Alicia comienza a recorrer el camino que le llevará a descubrir la verdad no sobre el país desconocido - el violentado, roto, desconcertado sino a a comprender las implicaciones de esa violenta silente que esconde la censura oficial. Y con ella, el espectador asume esa reconstrucción de la historia a través de los verdaderos testigos: las victimas. A trozos, la verdad surge descarnada, entre grietas de pequeñas revelaciones que parecen contener una revelación aterrorizante: el país que por una década fue sometido a la voluntad de la represión y el dolor.

Más allá de su manera de retratar la época que intenta retratar - a la película se le ha acusado de simplista y malodramática - "La historia Oficial" construyó una nueva visión de esa Argentina que aún sufría por las heridas abiertas, con la memoria fresca luego de padecer la sangrienta violencia del militarismo. El guión, con una precisión y un ritmo que sostiene incluso los momentos más inquietantes y duros, crea un ambiente donde la verdad parece cuestionar no solo la vida de Alicia - como personaje y simbolo - sino del país sometido al terror y que desdeña de su propia historia. La veracidad de lo que se cuenta parece pendular entre las dudas y el temor a encontrar la verdad, la cruda visión de lo que descubre poco a poco e incluso, de esa revelación de lo que yace bajo el poder represivo, de los secretos que destruyen la simple percepción del país - de la cultura y la sociedad - como elemento esencial del futuro a medio construir.


Y es que tal vez, ese sea el mayor logro de Puenza: elaborar un documento histórico involuntario, que a pesar de sus fallas, se atrevió a contar la historia escondida incluso cuando la llamada "Oficial" se imponía como una puerta cerrada ante las preguntas y cuestionamientos de los sobrevivientes de la violencia. Se enfrentó a ese silencio autoimpuesto que pareció aplastar no solo las consecuencias de la represión, sino a la victima misma, sometida incluso años después al oprobio de aceptar la verdad del poder, impuesta por el peso del miedo y más allá, por la mano invisible y agresiva de la represión que sobrevive incluso al horror.


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