martes, 25 de marzo de 2014

Un debate de conciencia: Del conflicto a la opinión internacional, del SOS Venezuela a la Indiferencia.





La imagen me sorprendió de inmediato: Joaquín Salvador Lavado Tejón, mejor conocido como "Quino" creador de la querida Mafalda, aparece sentado en la esquina de un lujoso salón. Se encuentra un poco inclinado, el rostro ladeado. En las manos, sostiene una pancarta de cartón negro donde se lee claramente "SOS Venezuela". Me sorprende no sólo la escena, sino lo que implica.  No es un secreto para nadie la posición política del dibujante,  plasmada en su obra artística por casi medio siglo. Porque Quino es un convencido militante de izquierda, un defensor de ese humanismo a ultranza que se consume con tanta facilidad entre los círculos intelectuales de Europa. No se lo reprocho - ¿por qué habría de hacerlo? - ni tampoco impide que sienta por él algo más que una profunda admiración. Miro de nuevo la imagen. ¿Qué ocurre aquí? me pregunto. La detallo. ¿Cuales el detalle incongruente? Hay algo en el lenguaje corporal - tenso e incomodo - del artista que hace que la escena tenga algo de desconcertante, a pesar de lo que pueda sugerir la imagen. Tal vez por ese motivo, no me produjo la inmediata alegría que pudiera sentir por el hipotético apoyo del artista al momento terrible que atraviesa Venezuela. No podría explicar el motivo, pero la fotografía me hace sentir más inquieta que otra cosa. De manera que me dedico a investigar sobre lo ocurrido.

Lo que encontré no me sorprendió. O quizás sí, aunque solo sea por demostrarme - otra vez - que la actitud que algunos venezolanos tienen con respecto al conflicto que sufrimos se ha convertido poco menos que en un reclamo frustrado,  un monólogo de sordos. La escena que enmarca la fotografía ocurrió durante el homenaje que se le rindió al artista en París, donde fue condecorado con la Legión de Honor de las letras y artes frencesas para celebrar los cincuenta años del nacimiento de Mafalda.  Según algunas reseñas periodisticas, sobre todo la impecable crónica redactada por la web Página 12,  no solo Quino no ofreció apoyo alguno a los estudiantes Venezolanos, sino que fue poco menos que forzado a ofrecer una opinión frente a lo que nos atañe. Interpelado públicamente sobre un hecho que no sólo no le incumbe, sino que además tiene poco conocimiento, Quino pareció desbordado por el hecho de enfrentar una diatriba semejante en un acto de carácter artístico y personal. Titubeante, preocupado, ante la pregunta que le increpó una estudiante Venezolana acerca de su opinión sobre la situación de Venezuela, el artista solo atinó a decir:  “Deseo a Venezuela lo que le puedo desear a todos los países del mundo: que no haya injusticia. Hablar de la situación de Venezuela es complicado, no sé qué decirte. Porque amé siempre la Revolución Cubana y la amo todavía. Es un país que es así y al mismo tiempo no es tan así.” Aún sostenía entre las manos la pancarta, y al fotografía se obtuvo, claro está. Pero el mensaje, el apoyo solo se trató de lo que se llamó en medios internacionales: "un trofeo de la estupidez humana conseguido con trampa".

La historia me enfurece, me lastima. Y no precisamente por las palabras titubeantes de Quino, sino por lo que simboliza. ¿Era necesario una escena semejante para convalidar lo que vivimos en el país? Al parecer, el apoyo internacional que las protestas callejeras Venezolanas ha recibido desde diversos puntos de la orbe,  se está  transformando en otra cosa: una disputa pública sobre la necesidad de reconocimiento inmediato, sobre la insistente necesidad de contar no solo con la anuencia de figuras públicas, sino con la voluble opinión internacional. O esa parece ser la opinión de algunos venezolanos, para quien ese veredicto y apoyo desde otras latitudes parece tan necesario como el mensaje que se intenta transmitir en medio del conflicto que atravesamos.

- ¿Tan necesario era esta escena desagradable? - insisto. Durante casi veinte minutos he debatido con mi amigo Carlos (no es su nombre real)  sobre lo ocurrido con Quino. Para Carlos,  la situación es clara y además, no admite medias tintas:  el conflicto Venezolano es de tenor tan critico que fuerza por necesidad una opinión. O ese es su punto de vista. Lo que llama la "tibieza" de Quino, le parece inexcusable, otra "muestra más" de la indiferencia internacional. Cuando le pregunto por qué el dibujante debería tener cualquier opinión sobre lo que vivimos, me mira enfurecido.
- ¡Pertenecemos a la comunidad internacional!  - me increpa  - ¿Como Quino puede mantenerse al margen?
- Somos un país en luto, nadie lo duda - admito - pero es un conflicto Venezolano. No puedes exigir reconocimiento y simpatía a la fuerza, a pesar de la gravedad que atravesamos. Conviertes a las victimas en bandera política. Eso me parece preocupante.

Silencio. Mi amigo parece profundamente ofendido, como si mis palabras restaran importancia a la tragedia que atravesamos. O esa parece ser su percepción del asunto. Pero solo resumen la opinión que poco a poco he comprendido tienen una gran cantidad de extranjeros que observan, desde la censura mediática y en medio de la censura oficial, lo que vivimos. La gran mayoría se muestran cautos, otros intentan comprender la situación indagando y preguntando. Otros, sin disimulo alguno, no demuestran el menor interés. La solidaridad surge y de hecho existe ( la campaña SOS recorre el mundo) pero la insistencia en obtenerla por el medio que sea comienza a convertir la causa Venezolana en un cliché de extremos encontrados, en una amarga discusión ambivalente que parece reducir y disminuir la verdadera gravedad de lo que padecemos fronteras adentro. Pero cualquier argumento tiene poca importancia, ante esa necesidad del Venezolano de asumir el conflicto como centro de la Atención mundial, como una visión esencial del análisis de la realidad más allá de nuestras fronteras. Y el desengaño puede ser doloroso, cuando descubre que no es así.

Mi amiga Patricia vive en Madrid. Durante las últimas semanas ha repartido volantes, levantado pancartas frente al consulado del Venezuela en la ciudad y solo ha recibido indiferencia. Me comenta, que la comunidad de Venezolanos es pequeña en número y no se muestra muy interesada en manifestar su opinión públicamente. Tal vez tengan miedo, me explica, con cierto cansancio. O simplemente la situación ya no forma parte de su vida. La escucho, preocupada por su tristeza, por su evidente angustia ante esa otra realidad de las cosas, lo que se muestra más allá de las entusiastas fotografías de la campaña en redes que solicitan apoyo para Venezuela. Porque aunque ha existido muestras enormes de solidaridad, también es verdad que poco a poco, la mirada pública se ha dirigido en otras direcciones. Patricia aprieta los labios y sacude la cabeza en la imagen borrosa via Skype.

- De vez en cuando aún me preguntan sobre lo que estamos viviendo, pero no tanto como antes - me explica - duele, pero eso te deja claro que el problema es nuestro. Que hay que resolverlo nosotros.

Pero Carlos no lo ve de esa manera. Enfurecido insiste en su punto. Me recuerda el apoyo del actor Jared Leto, la campaña de personalidades internacionales levantando el puño y el símbolo en favor del país. Le parece por completo desconcertante que no agradezca "la importancia" de cualquiera de los gestos que hemos recibido.

- Lo agradezco, pero sé también que solo se trata de una visión muy simplificada de lo que vivimos. No puedes exigirle a nadie que conozca detalle a detalle lo que padecemos - le explico - fue hermoso el apoyo en momentos tan complicados, pero el conflicto va más allá de eso. Y sobre todo, implica muchisimas cosas además de la visión internacional.

- ¿Estamos solos entonces? - me pregunta. Tiene el rostro tenso, preocupado - ¿Poco a poco nos quedamos solos con todo esto?

No sé que responder. Recuerdo lo preocupante que me pareció la maniobra política del Lobby Gubernamental en la Sesión de la Organización de Estados Americanos (OEA)  que bicoteó la posible  intervención de la diputada Venezolana Maria Corina Machado. La lider político había logrado el apoyo de Panamá para explicar a la comunidad internacional la versión de las victimas sobre lo que ocurre en nuestro país, pero al final, la intervención de la delegación diplomática de Nicaragua condenó el intento a una sesión privada sin mayor respaldo público. El menosprecio a la violenta situación que padecemos me desconcertó y enfureció, pero finalmente asumí - a regañadientes - que el gravísimo conflicto que atravesamos tiene poca o ninguna importancia en el escenario internacional. ¿Una opinión descarnada? quizás, me dije luego de leer los numerosos análisis sobre la posición de la OEA y sus repercusiones. Y es que para la comunidad Internacional, incluso la preocupante realidad de la violación de los Derechos Humanos en el país, parece parte de una situación confusa, un debate político que convierte la realidad del país en un complejo entramado de posiciones ideológicas encontradas. Una y otra vez, los reclamos de la protesta se enfrentan no solo a la particular visión sesgada de un país dividido por años de polarización, sino por una interpretación donde el peso del gobierno distorsiona de manera decisiva la realidad.

De manera que sí, nos encontramos solos, me digo. Lo admito con amargura, mientras miro mi personal recopilación de cada fotografía y mensaje de apoyo que recibe la protesta. Ese esfuerzo decidido de los Venezolanos fuera de nuestra frontera por mostrar lo que ocurre ahora mismo en el país. Y sin embargo, no es suficiente, pienso con una angustia que me sofoca. No lo es, a pesar de las lágrimas de alivio, esa sensación de agradecimiento que me despiertan la imagen de un desconocido que levanta con gesto preocupado la bandera de mi país. No lo es porque el país y su realidad desborda esa simplicidad de la visión de afuera, de la interpretación extra frontera. No lo es,  porque el conflicto Venezolano debe ser debatido como un mensaje que pueda expresar las ideas de la lucha en la calle a los que la contradicen, la minimizan y la desprecian. El debate entre Venezolanos, la admisión simple que la crisis comienza en esa brecha que separa a ambos bandos en disputa ¿Eso no incluye entonces ese deseable apoyo más allá de las fronteras? Por supuesto, pero no como fin inmediato ni asumiendo que existirá, que forma parte de una respuesta inmediata a la gravedad de lo que padecemos. Aceptar que el conflicto nos pertenece y la respuesta es parte de nuestra necesidad de reconstruir un país que se desmorona a pedazos, herido por el discurso de la violencia, maltratado por el miedo y la agresión.

Miro de nuevo la fotografía de Quino y me produce más incomodidad que nunca. ¿Necesitamos realmente ese reconocimiento de facto, bajo presión de cualquier voz pública que creamos deba ser el interlocutor de la protesta? ¿Merece una protesta elemental, una lucha de valores, un mensaje que se ha construido con esfuerzo esa mirada tibia, ese trofeo "con trampa" que no simboliza otra cosa que desesperación? No lo creo, me digo. La lucha en Venezuela necesita tener un sentido más allá del ruido mediático que pueda provocar, de la simpatía a ciegas que pueda producir. La lucha en Venezuela implica derechos, muestra la coyuntura de un gobierno militarista y autocrático. La lucha en Venezuela merece respeto y brindado, por los Venezolanos que forman parte de la idea que se desea expresar.

De niña, leí muchísimo a Mafalda. Lo hice a escondidas, casi. En casa, su actitud "comunista" no gustaba mucho a nadie. Pero a mi me asombraba su ternura, su humanidad, su profunda capacidad para entender los pliegues menos cómodos del corazón humano. Sonrío, mirando uno de mis caricaturas favorita de inmortal niña que odia la sopa y debate con la filosofía de una improbable experiencia. En ella, aparece sentada junto un enorme aparato de radio. Lo escucha, mientras alguien comenta en viñeta: "...El Papa hizo un nuevo llamado a la Paz..." Y Mafalda, la de Quino, la izquierdista, a la que le preocupa la estupidez humana por encima de todas las cosas, dedica al aparato una mirada casi triste. "¿Y le dio ocupado siempre ¿No?", pregunta. La imagen parece resumir esa lucha perenne, idealista, amarga, fragmentada, siempre dolorosa que emprendimos los Venezolanos en busca de un mensaje que sea capaz de hablar por todos, de construir algo más valioso que un discurso político basado en las armas. Y quizás, el mérito esa lucha sea, justamente como insiste la niña anciana que en ocasiones hace la veces de una diminuta conciencia de una latinoamerica de memoria corta, continuar aunque nadie parezca escuchar el reclamo, aunque la lucha parezca diluirse en simple dolor. Porque el verdadero ideal se construye, se dice, poco a poco y con valor.

C'est la vie.

3 comentarios:

latinmary dijo...

Mi bella esto está espectacular como cada uno de tus escritos. Disfruto mucho leyéndote desde lejos. Mi sentido de permanencia se refuerza cada vez más y me hace reflexionar y no olvidar lo que acontece en i pais. Simplemente excelente :) Globi.

Eriniand dijo...

Excelente comentario. En verdad, el gesto de colocar ese cartel a Quino en las piernas y fotografiarlo para luego inventar un apoyo inexistente es patético. Ridículo. Tal vez, incluso, vacuo, como tantos otros gestos de la venezolanidad. Pero hay algo que rescato de tu comentario, no para justificarlo sino, tal vez, para explicarlo. Creo que los venezolanos nunca antes nos sentimos ni tan acorralados ni tan solos. Como los eternos adolescentes que siempre hemos sido nos negamos a creer que no seamos el centro de la atención precisamente ahora, cuando, en efecto, lo necesitamos.

De todas formas, este fue un gesto que nos deja muy mal parados, deja en evidencia esa mácula de la "viveza criolla" entendida como trampa y "picardía" de mal gusto.

En cuanto a Quino, no logro entender que le padre de Mafalda, tan amante de la justicia ella, se haya quedado pegado de una de las injusticias más tristes del orbe, como es la revolución cubana. A este amor enfermizo de muchos por el fracaso cubano le debemos nuestro actual vía crucis... en buena parte.

Rancilyo dijo...

En lo personal, creo que muchos que piden el apoyo internacional son los primeros en ser indiferentes a las situaciones de otros países. Es pedir ayuda porque sí, porque "nos lo merecemos". Y voltean los ojos y ni saben que pasa en África (por decir algo) o incluso dentro de su propio país (las protestas yukpas por la explotación del carbón, el caso tascabañas allá en oriente, los asesinatos de sindicalistas, los retardos procesales...). SOS Venezuela, pero ni pío de los presos en Guantánamo, por usar un ejemplo clásico y hasta predecible.

Y desgraciadamente, ante los ojos del mundo, es un asunto "propio", que debe ser resuelto por nosotros. No es como la masacre en Ruanda, por ejemplo. No es como la matanza entre serbios y croatas. Ante el mundo, lo que dice el gobierno es lo que es: un grupo de personas opositoras, algunas violentas, protestando. Hay hambre? que jode, pero también en Haití y no he visto al primer actor decir SOS por ellos (fuera de la época del terremoto).

Pero bueno, como dices siempre que cierras tus artículos, así estamos.

Publicar un comentario