viernes, 14 de marzo de 2014

Proyecto Una película Cada Viernes: La lengua de la Mariposa de José Luis Cuerda





La inocencia es una de esas raras visiones sobre el espíritu humano que se conciben de manera esencialmente puras. Se asume como un estado ingrávido, fruto de la inexperiencia o algo a medio camino entre esa capacidad del hombre para mirar el mundo por encima de sus limitaciones. Cualquiera sea la interpretación, la idea parece concebirse de manera esencial, el origen de una serie de planteamientos espirituales e intelectuales a los que se les atribuye un alto valor y significado. Quizás una muestra de fe en esa pureza intrínseca que se asume natural en todo ser humano.

Quizás por ese motivo, a la hora de describir La lengua de la Mariposa del Director José Luis Cuerda, la idea única que parece resumir su historia sea justamente la de esa mirada desprejuiciada  y recién nacida hacia un mundo complejo. No es de sorprender, que de hecho la trama gire alrededor de esa versión del mundo desde una perspectiva profundamente humanista, una recreación del Yo más joven, en la metáfora de la infancia como etapa concluyente de la experiencia del hombre adulto.  Una vuelta hoja a la historia de la relación del maestro y el pupilo, la fragilidad del conocimiento y sobre todo, el poder de la sabiduría espiritual. Incluso, con su trasfondo netamente político - la historia transcurre durante la Guerra Civil Española - la historia se concentra mucho más en emplear símbolos emocionales que en comprender la historia desde su perspectiva más concreta. Así que la lengua de la Mariposa, resulta ser una combinación de ritmos y estilos, pero por sobre todas las cosas, un diálogo entre el temor, la belleza, al ternura y esa dureza de la realidad que se crea a partir del primer atisbo de la violencia.

Incluso, el titulo de la película alude a la ambigüedad del lenguaje, ese planteamiento intrínseco de la realidad como una estructura de pequeños silencios y revelaciones que nunca comprendemos muy bien. La frase, autoria del poeta Antonio Machado, parece revoltear sobre la parábola del Maestro de ideas republicanas en una España dura y remota. El pueblo escenario de la historia, parece flotar en medio de la nada bucólica, muy por encima de los principios indicios de lo que luego sería la trágica Guerra Civil Española. Y es que la relación entre el mentor clásico y el niño a quien brinda conocimiento, se construye a partir de un discurso emocional tan profundo que abarca ese circunstancial mutismo de una tranquilidad engañosa.  Con un planteamiento mesurado, indudablemente deudor de la relato del cual es adaptación ( ¿Qué me quieres, amor? de escritor Manuel Rivas, publicada en 1996) la historia avanza con cierta lentitud apacible, en medio de imágenes recurrentes y esa insistencia en mostrar el poder del conocimiento y la fuerza espiritual como parte de un nudo argumental cada vez más claro y conmovedor.

Sobre todo, la película es una visión a ese conocimiento que se transmite, se hereda, se obsequia, se atesora. Pasea una mirada intensa y analítica sobre el aprendizaje, pero dotándolo de un aire melancólico, dulcificado por esa mirada de la inocencia, tema recurrente en toda la historia. Porque para el director, la mirada del niño no solo abarca, sino que resume, la necesidad de brindar profundidad a un guión casi construido en base a la sencillez y una ternura casi dolorosa.

Muy probablemente, por ese motivo, la llegada de la violencia en la narración sea tan desconcertante: La vida en el Pueblo idílico parece interrumpirse, desmoronarse en pequeños fragmentos de sentimientos poco claros. La intolerancia divide en dos no solo al pueblo, sino al mundo entero. El odio se hace bandera, se hace discurso y la sencillez anterior del discurso, se transforma en algo más duro, inquietante. Y es que a la violencia no escapa nadie, ni la niñez, con su inocencia inquebrantable ni tampoco esa vejez venerable que simboliza tan bien a la sabiduría, a lo perdido, a esa melancolía de la vida perdida en medio del caos.

Tal vez, el último tramo del metraje sea el más significativo y doloroso: como en una opera prima del sufrimiento anónimo, la inocencia queda definitivamente rota, se desploma para mostrar la realidad en toda su crudeza. Sin duda, una alegoría del descenso a los abismos de la desesperación, del temor convertido en realidad. El triunfo de la desesperanza, la simplicidad de la violencia sin adornos. Con toda su carga ideológica, el film parece finalmente simplificar el lenguaje para mostrar esa dolorosa perdida de la inocencia que todos sufrimos alguna vez, esa visión de la realidad que nos supera, que  destruye mitos personales y que brinda a nuestra historia, el necesario cariz.

El lenguaje siempre a medio recordar de toda esperanza rota.

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