jueves, 27 de marzo de 2014

De la verdad a la confusión: La Venezuela que sobrevive a la Censura.





Como buena parte de los Venezolanos, mi mamá no es asidua a las redes sociales. No solo no las frecuenta sino tampoco comprende del todo su funcionamiento, esa dinámica tan compleja que en más de una ocasión parece abrumarla, por el mero hecho de resultarle desconocida. Riendo, me ha dejado claro que "no son cosas para gente de su edad". Pero aún así las utiliza. Lo hace porque necesita información y en estos tiempo de censura, las redes parecen ser la única disponible. Entre tímida y torpe, mi mamá utiliza su cuenta Twitter para enterarse de lo que ocurre más allá de las tranquilas paredes de la oficina donde trabaja y el FrontPage de su Facebook para leer las noticias que transcurren y que los medios tradicionales ya no transmiten. Lo hace, con esa ansiedad del ciudadano Venezolano, abrumado entre ese silencio oficial preocupante y la histeria del rumor de boca en boca, en el que no confía.

- Todo el mundo te cuenta una cosa distinta - me comenta - y no se a quien creerle. En Twitter la cosa parece ser más clara.

La escucho preocupada. Hace unos días, me telefoneó para advertirme sobre un supuesto ataque callejero de "Colectivos" armados en la zona donde vivo. Con la voz temblorosa, me explicó que en Twitter la noticia corría rápidamente, acusando a un grupo de motorizados de disparar contra edificios y transeúntes. La información me sorprendió: a través de la ventana abierta,  mi calle tenía ese aspecto tranquilo y deslucido que ha tenido durante las últimas semanas, a pesar de las protestas. Cuando le comenté que la información era probablemente falsa, un rumor, se enfureció.

- Seguramente está ocurriendo y tu no tienes idea de qué ocurre ¡Eso es el peligro! - exclamó. La voz le temblaba de miedo y eso, más que cualquier otra cosa, me desconcertó - cuídate, escóndete. No sabemos que pueda ocurrir después.

Preocupada e inquieta, le prometí me cuidaría lo mejor posible. Cuando colgó, me dediqué un buen rato a revisar la información sobre el supuesto ataque en mi TimeLine y lo que encontré me inquietó tanto como la llamada de mi madre. No solo el supuesto ataque no había sucedido, sino que además la fuente del rumor era un ReTuit de una cuenta sin nombre y sin ninguna identificación unos cuantos días atrás. La información había rebotado en todas direcciones, en una especie de eco insustancial, hasta convertirse en un rumor sostenido que varias usuarios repitieron sin dudarlo. Leí varias veces la socorrida frase "Así me llegó" y "Lo comparto como lo escuché" y me preocupó que de hecho, ninguno de quienes difundieron la noticia, se tomó un momento para verificar no solo su origen, sino que tanto había de autentico en el aviso. Cuando telefoneé a mi madre de nuevo y le expliqué lo que había sucedido, no supo que responder.

- ¿No era verdad entonces? - me preguntó, casi con inocencia.
- No, se trató de un rumor.
- ¿Pero de donde salió?
- De un comentario hace un par de días.
- ¿Estas segura? Mucha gente que leí estaba convencida era cierto.
- Si, porque mucha gente la difundió. Pero no es cierta.

Dudo que mi mamá pudiera comprender ese mecanismo extraño y misterioso de las redes, que parecen confirmar información falsa por el recurso simple de la repetición, aún cuando intentara explicarlo. Porque en Twitter y de hecho, en cualquier red Social, la verdad  - o lo que se toma por cierto - parece tener un ingrediente ambiguo y levemente desconcertante que en ocasiones logra desconcertar incluso al usuario más veterano. Más aún en nuestro país, que consume el rumor como fuente verídica de información y más aún, debate de manera incansable y casi siempre dramatizada, el origen y la sustancia de la información de la que dispone. No obstante, nunca ha sido más preocupante esa percepción sobre lo que es cierto y lo que no lo es, jamás como ahora, ha sido tan necesario esa responsabilidad sobre lo que se comparte, se difunde y se afirma. Aún así, la mayor parte de los Venezolanos no parece demasiado consciente de la responsabilidad que implica en tiempos de censura la difusión de la información, el hecho de convertirse en medio e instrumento de la transmisión de noticias. Muy probablemente se deba a que nos tomó por sorpresa este súbito silencio de los medios tradicionales o que solo que el talante de nuestro país consume la exageración y el drama con esa facilidad ancestral de nuestra sangre caribeña. Cualquiera que sea la respuesta, esa doble visión, ese meta mensaje que parece subsistir en la información que se comparte - y se verifica casi de manera involuntaria - es tan preocupante como peligroso.



En Venezuela, el uso de las Redes Sociales es una experiencia relativamente novedosa, una consecuencia directa de esa interpretación un tanto superficial de la tecnología, como recurso de comunicación y conocimiento. El usuario local concibe su experiencia con esa visión inocente del que desconoce los verdaderos alcances de una herramienta tan poderosa y de tantas implicaciones. Una idea que no sorprende a nadie: Durante años, el mundo de las redes Sociales pareció ser exclusivo del público muy joven o incluso de ese submundo de expertos que aún se mira con desconfianza.  Tal vez se deba a nuestros limitados recursos técnicos o que nuestra cultura aún no disfruta de los beneficios de la globalización, pero el hecho es que Internet aún no un elemento representativo en la cultura Venezolana. Tampoco es por supuesto y bajo ningún aspecto, un medio masivo de información. O al menos, no lo era hasta que las circunstancias convirtieron el uso de las redes sociales en un canal de divulgación con peso propio.  A diferencia de otros países del Hemisferio, en Venezuela las redes sociales fueron por mucho tiempo, una opción recreativa más que educativa y es bastante probable, que su uso - la mayoría de las veces desordenado - sea una consecuencia directa de esa percepción. Cualquiera sea la explicación el hecho es que en Venezuela, las Redes Sociales tomaron el lugar del periodismo tradicional, sin conocer realmente los alcances que esa sustitución - casi sorpresiva - pudiera tener.

Pienso en esa particular percepción mientras converso con Alejandro (no es su nombre real) sobre como usar su recién abierta cuenta Twitter. Alejandro tiene casi sesenta años y es el padre de uno de mis vecinos, quien me pidió le enseñara un poco sobre el uso de las Redes Sociales. Lo hizo, supongo, animado por la misma intención que hizo que yo hiciera lo propio con mi madre: permitirle el acceso a la información que de otra forma no obtendrá, en estos tiempos donde la censura violenta esa necesidad ciudadana por la noticia inmediata. No obstante, me preocupa que Alejandro no entienda con claridad que las Redes Sociales son una gran conversación desordenada con cientos de interlocutores distintos y no una fuente esencialmente confiable de información.

- O sea que no es verdad lo que se dice aquí - me pregunta. Alejandro tiene escasisimos conocimientos sobre tecnología, de manera que hablarle sobre los alcances de la red Social implica intentar resumir esa historia extraña y confusa sobre la web y sus implicaciones en unas pocas ideas sueltas. No me comprende demasiado. Para él, es impensable esa disparidad en los alcances, ese poder extraordinario que parece colocar cualquier tipo de información y bajo cualquier sentido, al alcance de la mano. Y sobre todo, es incomprensible esa interpretación de la veracidad difusa, un poco sometida a la visión y análisis del otro. Alejandro creció en un mundo donde lo que se publicaba en el periódico debía ser cierto - la verdad en blanco y negro - y este leve cinismo que intento inculcarle le desconcierta, le asombra, le asusta un poco quizás.
- Podría serlo, pero por regla general, intente no tomarlo literal ni tampoco confiar únicamente en una sola versión - le explico. Me mira desconcertado.
- Porque no necesariamente es cierto lo que se publica.
- ¿Y para que lo publican entonces?

Suspiro. Es una pregunta inocente, una visión razonable en medio de una percepción absurda de la noticia. Y es que las Redes, parecen resumir esa paradoja de la información por la información, las medias verdades que sustituyen la realidad en capas interconectadas que no parecen tener otro sentido que consolar esa ligera noción del hombre sobre su falibilidad. Más allá de la metáfora, el rumor y lo falso en redes construye lo que parece ser una red de ideas que sostienen esa otra versión de la verdad, probablemente una más amable que la tomamos por cierta, que la que asumimos como idea y parte de la versión consistente de la realidad como la aceptamos. Pero explicar eso en términos sencillos es casi imposible, de manera que intento que Alejandro comprenda lo básico: en las redes, la verdad siempre tendrá cientos de versiones. Escoger cual es la más cerca de la realidad es una labor de paciencia.

- Entonces es como una olla de locos - me dice. Le noto preocupado, desbordado por lo que le explico - todos hablan y uno debe escoger a quien creerle.

Dicho así, suena desconcertante, incluso doloroso. Pero es la verdad. Sacudo la cabeza, agotada.

- En resumidas cuentas, es lo que sufre Venezuela ahora mismo - respondo. Alejandro mira la pantalla, la rapidez como la información aparece y desaparece, los cientos de Tuits que se sustituyen unos a otros a una velocidad vertiginosa. Parpadea, abrumado. Cuanndo me mira de nuevo, sonríe casi con cansancio.

- Hasta prefiero quedarme sin saber - me dice - la verdad cuesta mucho ahora mismo ¿No?

La frase me pesa un poco, me duele incluso, pero es tan cierta que sigo pensando en ellas horas después.


Cuando veo por enésima vez la imagen me disgusto. Se trata de unas de las viejas viñetas de Quino, que alguien, muy probablemente llevado por el entusiasmo del supuesto apoyo del dibujante a la causa Venezolana, modificó vía digital. En la nueva versión para consumo del público Venezolano, aparece el diminuto Guille, llevando una capucha y arrastrando en su manita de dedos cerrados una bandera Venezolana. En la pequeña camiseta que lleva, se lee un torpe "SOS Venezuela". Me enfurece no solo la insistencia en difundir un producto visual tan evidentemente falso dándola por cierta, sino el hecho que el gesto, parece formar parte de la ya habitual práctica de "levantar la moral" en medio de las extenuantes jornadas de protestas, con una realidad mucho más agradable - y falsa - que la verdad descarnada más allá de las redes.

Cuando me quejo al respecto con un Tuit, recibo unas cuantas criticas de conocidos que les parece una reacción "Exagerada" y "Poco consecuente con lo que ocurre". No se que responder a eso.  Durante las últimas semanas, he sostenido discusiones similares, sobre todo con respecto a la difusión de imágenes falsas de los sucesos que vivimos a través de las redes: Fotografías de conflictos sin ninguna relación con el Venezolano, imágenes antiguas que no pertenecen ni muestran los eventos actuales. Todo un discurso desconcertante que apoya la idea que lo importante es el ruido que pueda producir una imagen, del apoyo que brinde a "la lucha" por encima de su veracidad. En esta ocasión, alguien me insiste que la imagen de Quino solo es una jugarreta, una "trampa inocente" para demostrar que el apoyo es mucho más consistente que una simple visión de la realidad.

- Pero la imagen es falsa - insisto otra vez. Mi amigo José (no es su nombre real) sonríe desde la imagen borrosa del Skype.
- No importa, pero ya forma parte de esa otra Verdad, de la que te hace querer seguir luchando, de la que te inspira. A Quino no le afecta, y a mucha gente emociona ¿Que tiene de reprobable eso?
- De nuevo: que no es real. ¿Cual es el sentido de utilizar una imagen falsa para reconfortar a un grupo de Venezolanos confusos? - pregunto.
- Todo arte es una mentira. De manera que su reformulación con un sentido crítico, no es completamente reprobable.

La idea me sobresalta. ¿Es esa visión lo que hace que las redes estén a rebosar de imágenes e información falsa? ¿Presionar a través de una idea irreal que finalmente y a fuerza de repetirse indefinidamente pudiera adquirir un sentido? No lo creo y cuando se lo digo, me dedica un silencio incómodo, irritado.

- Las Redes brindan un elemento humano a la información - insiste por último - para la verdad estricta, están los periodistas. Pero el resto, somos observadores y divulgadores. ¿Que puede afectar una imagen que forma parte ya de la visión que tenemos sobre lo que ocurre?

Pienso en las acusaciones del Gobierno sobre la dramatización y exageración del conflicto que vivimos por parte de las redes Sociales. Pienso en lo vergonzoso y lamentable que resulta que los verdaderos casos criminales, que la verdadera dimensión de la crisis que atravesamos, parezca desdibujarse bajo esa otra realidad aparente, quebradiza, torpe. Me pregunto si José tendrá noción del hecho que las redes dependen de su credibilidad, de sus sustentabilidad como medio de expresión para tener alguna utilidad en medio de la censura férrea que sufrimos. Cuando se lo digo, parece sorprendido y ofendido.

- No es la misma cosa falsear una noticia que brindar una visión más fresca de la realidad - me reprocha.
- Es exactamente lo mismo, solo que estás decidiendo que es lo que quieres mostrar y darle un sentido beneficioso ¿Cual es la diferencia de eso con la propaganda oficial? ¿En que se diferencia eso de la manipulación?

Silencio. Luego, la pantalla oscura. En ese incómodo momento que transcurre luego del debate fallido, no dejo de preguntarme hasta donde somos concientes de la importancia de nuestra percepción de la verdad, la realidad y la necesidad de construir una visión concreta sobre lo que ocurre. Y me preocupa el pensamiento que la realidad - la violenta, la cruda - quizás nos desbordó en nuestra inocencia, en esa visión precaria y movediza de lo que consideramos permisible, evidente y quizás hasta simplemente aceptable. Esa alternativa a la realidad. Esa otra visión de la simple estructura de la información formal.

Mi mamá esta vez parece mucho más cauta: me cuenta que alguien insiste vía Twitter que hay una manifestación en la Autopista. Un grupo de muchachos de bachillerato que levantan pancartas y que obstaculizan uno de los canales de circulación. No obstante, me insiste que solo ha leído la información una vez, y que es probable no sea más que un rumor.

- Pero ten cuidado - me dice - quien sabe si podría ser cierto.

Me gusta que dude claro está. Me reconforta que ahora se tome unos minutos para analizar la información. Y aún así, me pregunto que tan beneficioso es para todos, para el Venezolano de a pie, confuso y preocupado e incluso más allá, el simple espectador de lo que ocurre, esa recién nacida desconfianza, ese cinismo craso, esa admisión de culpa discreta. No lo sé y quizás, por ahora, nadie sepa la respuesta.

C'est la vie.

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