domingo, 2 de septiembre de 2012

De momentos Inolvidables: Kevin Johansen - Liniers en CorpBanca





La primera vez que vi una caricatura de Liniers, pasaba un momento extraño en mi vida: acababa de abandonar mi primer - y único - trabajo en la licenciatura que jamás ejercí y tenía la sensación de ir a la deriva. Resulta un poco deprimente, cuando te encuentras en esa coyuntura entre el adolescente que fuiste y el adulto que nació sin que supieras como. Y esa sensación de no-ser-nadie o peor no-saber-a-donde-voy te paraliza, te sofoca, te asusta mucho. Bueno, como decía, el caso es que recuerdo que estaba mirando la estantería de libros de caricaturas en una de mis librerías favoritas y encontré un libro recién publicado de un caricaturista argentino que nadie conocía por estas latitudes. Lo abrí y lo primero que vi, fue una caricatura de un enorme animal mitológico: nunca supe que era. Tenía una enroscada cola multicolor, cuernos y unos enormes ojazos tristes que miraban a un hombre pequeñito de traje llorosos.  "Mi psiquiatra dice que ya no podemos seguir siendo amigos" rezaba la viñeta. Y de pronto, a mi se me llenaron los ojos de lágrimas también, porque comprendí perfectamente esa sensación. La niñez, la adolescencia, los sueños, que parecen perder espacio en la vida cotidiana. La sensación que el mundo real te devora y te arroja a un lugar árido y formal donde los monstruos fabulosos, los sueños y los paisajes infantiles, no pueden llegar. Justo lo que yo estaba sintiendo últimamente. Justo lo que me hacia rebelarme, silenciosa pero con toda firmeza, contra esa "Nada" corrosiva, como diría el Bastian Balthazar Bux de Michael Ende.   Recuerdo que tomé el libro, con los dedos temblandome, y pensé que si existía algún tipo de señal en el Universo, bien podía ser aquel dibujo. Y lo fue, pero eso es otra historia que contaré otro día.  La cosa es que todavía conservo mi libro. De hecho, es uno de mis tesoros. Un tesoro macanudo, digamos.

A Kevin Johansen lo conozco desde hace su buen tiempo también. Primero fue "de-las-canciones-que-se-cantan" al viajar y luego "las-que-te-hacen-sonreir". Un amor de esos de las circunstancias, pienso a veces. Porque escucho a Kevin cuando lo necesito, cuando sonreír no es tan sencillo, cuando duele un poco esa soledad simple de todos los días. Entonces,  decido que es buen dia para Kevin, un buen día para cantar "Guacamole" - quizá comerlo - , y pensar que "Soñé contigo" y cantar en voz altas esas letras tan ingenuas como reconfortantes. Un poquito de magia quizá. De la buena.

Por eso fue que el viernes 31 de septiembre, será uno de esos días que recordaré en los años venideros. En los que pensaré cuando quiera sonreír o simplemente sentir esa profunda fe en el valor de las cosas pequeñas. Porque disfrutar en la misma sala y por partida doble de Kevin Johansen y Liniers, es una de esas experiencias esplendorosas que probablemente formarán parte de mi imaginario personal, de esa sala de recuerdos festivos a los que todos recurrimos en los momentos bajos. Un pequeño / gran milagro, sentarme en medio de un publico entusiasta - el venezolano debe ser el público más cálido del mundo, sin duda - mientras Kevin, guitarra en mano, nos recordaba el valor de las cosas simples, de la ternura, de los sueños que se cumplen, de las carcajadas que se atesoran, de los susurros que se convierten en algo tan lozano como un recuerdo mientras Liniers dibujaba. Sí, en vivo. Mis personajes favoritos, la niña de ojos enormes e inocentes que podría ser yo misma en otra vida, hace tanto tiempo, el gato sonriente, los chicos de sombrero y las mujeres  de cabello largo, flotando en medio de un cielo estrellado de papel. Y claro está, el monstruo de cola enroscada, tan hermoso y colorido como lo recordaba, danzando de aquí para allá, mientras el sonido de la guitarra aumentaba, se hacia ensordecedor y todos reíamos, a carcajadas, una gran tribu feliz coreando las canciones sencillas con esa fe tan directa y pura de los que son simplemente felices. Una sensación tan cristalina que me pregunté varias veces porque no se puede ser siempre  tan cercano a una niñez enorme siempre. Una melancolía tan cercana a la belleza que se hace nítida, radiante, simplemente inolvidable.

Cuando salí del concierto, la noche de Caracas, con todos sus peligros y su aridez me pareció bella, incluso tranquila. Y mientras volvía a casa, en plena Luna azul - La magia de nuevo, esta vez flotando entre las nubes - casi pude ver a ese monstruo de cola enroscada y colorida que tanto me consoló hace unos años y sonreir pensando que a pesar de todos, podemos volver a ser amigos, una vez más. Belleza, pensé espontáneamente. Esperanza, intuí después.


C'est la vie.

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