sábado, 15 de septiembre de 2012

Del burdel cultural: la Puta condenada a la liberada.






Puta es una palabra popular. O así pareciera: se utiliza como interjección, insulto, incluso en tono bromista, con una risita casi cómplice: "Puta, jijiji" o algo parecido. Tal vez, la palabra puta no tenga su contudencia de antaño pero continua sin gustarme. Me sigue fastidiando pues. Me produce cierto malestar pronunciarla - y lo hago con más frecuencia de las que debería, lo admito - pero no por lo que implica, sino lo que aun se percibe de ella. Me refiero en concreto, a esa idea un poco general que denota la palabra y que implica no solo la sexualidad ajena sino nuestro juicio sobre ella. Porque la "puta" por más risible que nos parezca la palabra, casi sin importancia, sigue siendo la mujer que se condena, que se mira de reojo, a la que se puede insultar por tomar su sexualidad y hacer con ella lo que bien pueda parecerle.

Claro, sé los orígenes de la palabra. Es un sinónimo peyorativo de la palabra prostituta. Pero si bien "meretriz", "prostituta" y otros adjetivos parecidos definen lo que los griegos llamaban "porne", derivado del verbo pernemi (vender), puta sugiere algo más. Porque la puta es descarada, no disimula la vergüenza que se supone debía causarle su identidad como "mercader del sexo". Así se lee al menos en demenciales tratados del siglo XIV sobre la sexualidad femenina. Bueno, seamos claros: no se hablaba sobre lo que no se existía. Para el medioevo la mujer no tenía derecho a sentir placer, a desear, a disfrutar de su cuerpo. La mujer era un subproducto divino, vía directa de la costilla del Célebre Adan, cuya única función, además de tener niños - lo más posibles - era tentar la conciencia masculina. De la manera que la sexualidad para la mujer se resumía y se restringía  a engendrar y parir. Para todas las que no aceptaban eso, para las que simplemente disfrutaban de manera natural del placer, para las que soltaban carcajadas durante el sexo, para las que gozaban de la libertad de fornicar, había una palabra. Puta. Y Puta del diablo, si además cometías el improperio de saber leer, escribir o tenías la osadía de pensar. De manera que bien pronto, la "Puta" ya no era la "Ligera de cascos" como se diría en Español castizo, sino la que infringía  la sagrada norma de no "atenerse" a lo que se esperaba de ella, a lo que se suponía era propia de la feminidad. Puta le gritaron a Juana de Arco al quemarla, Puta le gritaron a Cristina de Suecia más de una vez ( y con todo y lo reina que era ), y mucho se habló de lo "puta" que era Isabel I de Inglaterra, a pesar que también se le llamó la reina "Virgen" - cosa dudosa, o al menos eso quiero creer - y se reconoce su reinado como "la edad de Oro" inglesa. Porque Puta es la que trasgrede ese orden supuestamente divino y procaz de la mujer supeditada al hombre, de la mujer colgada del brazo del marido de turno, la mujer invisible. La mujer que rompe el anonimato, que camina por la calle con paso firme, la que se lleva a la cama al hombre que prefiere y como quiere, esa, era la puta por excelencia.

Hay un caso histórico que siempre me ha estremecido. Poca gente lo sabe, pero  madre de la escritora Mary Shelley, fue una gran luchadora social y una mujer adelantada a su tiempo.  Mary Wollstonecraft           fue una mujer extraordinaria, un portento de inteligencia y fuerza de voluntad.  Pero digamos que vivió en una ruptura de épocas equivocada: de haber nacido un poco después, habría sido tratada con la sonrisa casi complaciente con que vivió Goerge Sand y sus contemporáneos. Nacer en pleno apogeo de ideas que parirían después la Revolución francesa la condeno a una especie de abismo angustioso: porque se hablaba de igualdad...pero entre hombres. Ninguno de esos grandes filósofos de la reforma, de la revolución, los pensadores del nuevo orden se molestaron un momento en analizar el papel de la mujer en la sociedad. Para ellos ya lo tenían: parir, cuidar al marido, permanecer en casa. De manera que nadie se refirió a la mujer invisible ¿Que falta hacia?

Que tragedia para la inteligente y fuerte Mary. Que sufrimiento, aprender a leer y descubrir las ideas novedosas, paladearlas y tener muy claro que jamás la incluirian. Porque era puta. ¿Y por qué era puta? Porque pensaba. Porque le encantaba la compañía de jovenes estudiantes que no tenían pruritos para debatir en gritos los argumentos de los nuevos tiempos. Porque decidió irse a la cama con un hombre y tener un hijo suyo ( la Gran Mary Shelley, como comenté ) sin casarse. Porque decidió vivir su vida como mejor le pareció. Eso la calificaba como "Puta", en tiempos donde la palabra no solo definía un oficio sexual sino la rebeldía de la mujer. Puta le llamaron a las brujas, a las que deseaban estudiar, a las que se atrevieron a levantarse el velo y sonreír al hombre de su preferencia.

Puta, así, sin más.

Mucha agua ha pasado bajo el puente. Las mujeres ahora mismo tenemos poder económico, cultural y social. Y nos siguen llamando putas, pero ya nadie nos asesina, nos quema, nos lleva a la cárcel por eso. O al menos eso quiero creer. No obstante, esa puta cultural, esa puta de la memoria colectiva continúa caminando por algún lugar de las calles de nuestra mente. Esa "Puta" ancestral, sobrevive. Todavía se le llama puta a la actriz que se besuqueó con el amante públicamente. Puta la mujer que camina por la calle llevando vestidos cortos y los senos bien al descubierto, como si eso transgrediera alguna normal antigua. Y puta, la que hace lo que quiere, la que decide a quien llevarse a la cama y a quien no. Resulta intrigante, pensar en esa idea, en este siglo donde todo parece derrumbarse lentamente, carecer de sentido. Pero al parecer, esa opinión primitiva, esa idea de la sexualidad y el poder que se restringe, continua en algún lugar de la conciencia a la que todos de alguna manera u otra pertenecemos.

C'est la vie.

1 comentarios:

Incertidumbre y Paz Interior dijo...

Excelente. Estás inspiradísima!!! Felicitaciones

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