jueves, 13 de septiembre de 2012

De lo que se debería saber pero no se sabe: Del ridículo a la alegria.



Durante toda esta semana, he estado tomando clases de manejo en una escuela particular. Una experiencia incomoda, hilarante y muy singular que contaré en su oportunidad. Pero hoy quiero hablar de otro tema. Seguramente, leerás esta nueva aventura mía y te parecerá irrisorio. ¿Una mujer de esa edad tomando clases para conducir? Pues sí, y lo hago sin bochorno alguno, porque como he aprendido este año, la mejor manera de comenzar a aprender es asumir la propia ignorancia. Ahora bien, hay una serie de conocimientos que poca gente asume no tiene, y peor aun, se perciben como "imprescindibles". Casi naturales pues. Una especie de convencimiento popular sobre que hay cosas que se saben casi que por instinto y que nunca se enseñan. Pues no, durante los últimos doce meses, si algo hay comprobado es que incluso lo más evidente y simple, puede desconocerse y por tanto, puede ser enseñado.

¿Y cuales son esos conocimientos que se supone todos deberíamos saber pero que en lo particular he tenido que aprender desde lo más básico?

* Cocinar: 

Hay una idea un poco general que todos deberian saber como freir un huevo, hacer café o cocinar arroz. La suposición general es que este conocimiento básico es parte de una especie de conocimiento natural que todos traemos "precargado" en alguna parte de nuestra memoria cultural. Error. No solo cuando comenzó este año no tenía la menor idea de que hacer para comer un arroz medianamente comestible o preparar el tradicional café en un colador de tela, sino que además, desconocía datos tan obvios como en cuanto tiempo  hierve un huevo, cuando una pasta se encuentra en perfecto "dente" o incluso, como cocinar el sencillisimo plato venezolano por excelencia, la arepa. ¿Escandaloso? probablemente. Durante el año, recibí algunas criticas por esta ignorancia supina mia, e incluso gestos de preocupación, porque al decir de mi inefable amiga E "no tenía edad para no saber aquello". Pero la realidad fue admitirlo y comenzar a preguntar - a pesar de la verguenza - hasta lograr aprender lo que parece tan sencillo, pero no lo es. ¿El resultado? Lejos está mi habilidades de la cocina que ser algo más que basicas, pero finalmente poseo las suficientes para comprender que puedo avanzar un poco más en ese dificil arte de preparar tu propia cena. Dificil para mí, ojo.

* Conducir: 

Tenía cierta idea de como conducir. Siendo muy joven, lo hice por varios meses.  Algo lo bastante elemental como para irme a torpe velocidad en una calle concurrida en caso de emergencia. Pero nada más. Asi que tomé la saludable decisión de tragarme mi timidez natural y contratar un instructor de manejo, que por una semana me ha acompañado como la adolescente que no soy a comprender el arte del manejo desde lo sencillo a lo más complicado. Ha sido una experiencia  no solo divertida, sino además muy singular - que por supuesto contaré con detalle en su oportunidad - comprender el automovil como una especie de extensión de mi misma. Me hace reir la sensación casi fraterna que sostengo con mi destartalado amigo de prácticas, con un volante tan rigido que me lleva esfuerzos girar y su corneta como el estornudo de un gigante malhumorado. Y así, recorro las calles de mi ciudad, riendo en voz alta, preguntandome hasta donde es licita esta sensación de travesura, de recordar esa sensación de independencia que supone trasladarte de un lugar a otro por simple capricho y bienestar.

* Bailar:

Hablo cuatro idiomas de manera fluida. Puedo recitar de memoria la Iliada - aunque no sé que beneficio práctico suponga eso - y además,  recitar los nombres de las obras de mis escritores favoritos en orden de aparición. Pero para bailar, soy de una torpeza inaudita: me tropiezo, soy inmisericorde al pisar los pies ajenos, tengo alguna discapacidad que evita pueda coordinar mis torso y mis piernas en un solo movimiento. De manera que no bailo...hasta que decidí hacerlo. Y lo primero que se me ocurrió, fue buscar a alguien que tuviera la suficiente habilidad para enseñarme, o al menos ayudarme a superar esa combinación insana de verguenza y casi temor que me produce bailar. ¿El Resultado? Dos clases en una sala de baile cercana a mi casa, junto con un grupo de entusiastas tan torpe como yo. Muchísimas risas. Una sensación de alborozo muy cercana a la simple felicidad. Y aunque dicen que el ritmo no se aprende -  Ha de ser verdad, sigo pisando a mi eventual pareja y tropezándome al ritmo del cha cha cha  - comienzo a disfrutar tanto que ha perdido importancia mi poca habilidad para "mover el pie" en beneficio de la sensación de comprender finalmente ese viejo dicho que nunca entendí demasiado: Baila como si nadie te viera. Y así lo hago, sacudiendome de un lado a otro y riendo a carcajadas. Pura e inocente alegria.

Por supuesto que, estoy conciente que es bastante probable que el querido lector, de este, su blog de confianza, no comprenda a que viene tanta satisfacción de mi parte al demostrar - y narrar - estas pequeña, gran ignorancia mia en lo que parecen ser temas básicos. Tampoco podría decir con exactitud porque me siento de este modo, como no sea que estas sutiles lecciones - y otras no tanto - me han hecho comprender el valor enorme y concreto de admitir la propia ignorancia, para crecer.

C'est la vie. 

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