jueves, 6 de septiembre de 2012

La Pornografía cotidiana: El gran chisme Universal.







Hace unos días, mientras hacia una de esas interminables filas para pagar en un automercado, escuché la siguiente conversación:

- Es una puta. Bien merecido tiene todo lo que le pasa.
- Es que ¿A quién se le ocurre?
- Solo a ella. ¿No tendrá una madre que la aconseje?


Levanté la cabeza un poco alarmada. Y bueno, para qué negarlo, curiosa. La conversación la sostenían dos mujeres unos pasos por delante de mi, y ambas parecían lo bastante ofendida como para seguir cuchicheando un rato en voz demasiado alta y muy poco discreta, sobre lo que parecía un dilema familiar bastante duro. Cuando las miré, una de ellas me dedicó una mirada casi de complicidad - ni que decir tiene que notó que las había estado escuchando - e inclinándose hacía mí, agregó:

- Es que esa Kirsten Stewart está loca ¿No?

Me llevó sus buenos minutos asimilar un par de cosas que me dejaron paralizada de asombro. No solo toda la anterior perorata ( donde ambas mujeres analizaban con gran preocupación los detalles de lo que sin duda alguna era una escena bastante truculenta ) no se trataba sobre la vida privada de alguien a quien conocieran, sino de una actriz de Hollywood,  cuyo mayor crédito parece ser aparecer en un film palomitero cualquiera. Y lo otro, comprobar - otra vez - que la frontera entre la privacidad y lo que no lo es, lo que es real y lo que simplemente forma parte de esa fantasía colectiva sobre la "Gran comunidad global" traspasó hace tiempo un limite invisible hacia algo más. ¿Y que es ese algo más? Pues una especie de histeria, un colectivismo de la información que no deja de sorprender, desconcertar, y la verdad, también asustar un poco.

Del mundo es de todos a chismeemos en familia:

Evidentemente, la mayor parte de mi vida la he pasado en medio de esta vorágine de información sin cuento ni previsión que en la actualidad,  parece estar alcanzado su punto más alto. Pero debo decir que antes - antes, entiéndase como hace unos diez años, todo sucede tan rápido últimamente  - esa voracidad por la información sobre el otro, esa necesidad de desmenuzar la vida ajena con gran entusiasmo, era en una escala menor. Tal vez se deba, que a medida que los recursos aumentan, el apetito por "saber" - apropiarse, quizá - crezca en consecuencia. No podría decirlo, pero lo que sé es que esa fascinación por la vida pública, esa gran ansiedad por abrir de medio a medio la privacidad de alguien más para analizar - sin permiso, sin derecho y mucho menos sentido - hasta el último detalle sobre ella, es como para asustarse, cuando menos. Ahora me parecen inocentes los tiempos de Hola! esa  panfleto de gran formato y coloridas fotografías donde se vertía toda la actualidad europea en una especie de chismografo de altos vuelos. Mi abuela era una gran coleccionista por cierto, y aunque yo no tenía la más remota idea de quién era alguno de todas aquellas encumbradas personalidades cuya vida la revista detallaba sin pudor, si había algo de curiosidad malsana, un morbo festivo, mientras leía de sus celebraciones y admiraba las fotografías de sus lujosas casas. Pero hay un trecho entre ese voyerismo  del asombro, esa facilidad de la admiración sin destinatario, a esta intromisión, pura y dura en la privacidad de alguien más, en las decisiones y vicisitudes de su vida como si tuviéramos el derecho, por plena obra y gracia de la facilidad para consumir la noticia como parte nuestra, para hacerlo. Y es que el efecto no es exclusivo de la farándula - ojala lo fuera - sino que esa pornografía del día a día, de lo cotidiano, esa sobre exposición del medio y de la forma se extiende hasta la sencillez del ámbito común.


La ventana a la privacidad: Del Facebook para todos a la tragedia habitual por twitter. 

Hace poco, uno de mis followers - a quien debo decir, no conozco en el mundo 1.0 - pasó lo que a todas luces, fue una terrible ruptura amorosa. De 140 caracteres en 140 caracteres, explicó a sus asombrados lectores - yo entre ellos - como su novio / amante / pareja o cualquiera sea el estatus sentimental del villano de ocasión, le había roto el corazón, en lo que sin duda, había sido una escena violenta y dolorosa. No solo me enteré de su apasionada vida sexual, sino además de su soledad y de las visitas al psiquiatra que la ruptura le había supuesto. Todo esto sin que le haya visto la cara una sola vez. Todo esto contado en público a quién quisiera escucharlo. Todo esto arrojado al aire de la gran comunidad global que todos formamos y que deglutió aquella historia con gran felicidad. Y que asombro te hace sentir, que eso te parezca normal, que una historia semejante te parezca algo de todos los días, que conocerla, sin haber cruzado jamás siquiera un apretón de mano con tu interlocutor, sea lo habitual. La pornografía de la información llegó para quedarse sin duda, la idea de lo que es la privacidad y lo que no, se desdibuja, se cae a fragmentos, pierde importancia. Porque ¿que es lo privado en un mundo donde todo lo que hacemos pasa por el análisis, la conversación eterna, el chismorreo sin pausa? Quizá nada o peor aun, un concepto tan caduco como esas viejas revistas de chismes que mi abuela solía coleccionar.

Porque el chisme lo es todo: esa necesidad de mostrar, en los quince míticos minutos de fama de Andy Warhol la vida entera. Mi profe Arlette Montilla comentó algo al respecto en su excelente artículo "Warhol tenía razón"  ( que puedes leer aquí  ) y desde entonces, miro a mi alrededor con ese sobresalto de quien de pronto se encuentra en medio de una especie de griterío insoportable que apenas puede entender. Porque ocurre todos los días y tal vez cuando lo notas es que te asombra, te preocupa: la inquietante sensación que la intimidad se transformó en algo más, en un lleva y trae de información simplona, en la actualidad de la noticia pendeja. Y sientes que algo se perdió, aunque no sabes qué exactamente, en medio de esa procacidad, de esa grosería del absurdo que prospera en la actualidad  a toda velocidad.

Para terminar la anécdota del supermercado, como no respondí al comentario que me invitaba a continuar con el gran chisme popular - ¿que podía decir, además? - la mujer me dedicó una mirada escandalizada, como si fuera un ente marginal en esa gran agora de chismorreo universal, y volvió la cabeza para seguir conversando con su amiga. De Kirsten Stewart, supongo, quién no tiene madre y se besuqueó irresponsablemente con un desconocido. Ah, si también conozco el chisme, pensé, apesadumbrada, empujando el carrito de supermercado, atontada por la idea. Porque a la vuelta de hoja, todos somos chismosos. Y queriéndolo o no, también soy parte de la vecindad del cotilleo en que se ha transformado poco a poco gran parte de la cultura popular.

C'est la vie.



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