sábado, 20 de junio de 2015

Una colección de recuerdos preciados: Historias de brujería.





Hace siete años, comencé a escribir la historia de las brujas de mi familia. Lo hice sin otra intención que recordarla. Recuerdo que cuando se lo dije, mi madre no pareció muy feliz por eso.

- No todo el mundo le gusta la palabra bruja - me dijo. Nos encontrábamos en su impecable apartamento, sentada las dos en la terraza bajo la cual se extiende la ciudad en todas direcciones, brillante y anárquica. Me encogí de hombros.
- No lo hago para convencerlos les guste. Lo hago porque...es mi historia.

Mi mamá torció el gesto. Durante años, el tema de la brujería había sido un tema sensible entre ambas. Un punto doloroso que pocas veces tocábamos, a pesar de mis esfuerzos por intentarlo. Unas cuantas décadas atrás, mi madre había decidido abandonar nuestras creencias por una serie de motivos personales que aunque respetaba, no entendía demasiado. Y ese silencio - esa región blanca y arrasada que parecía separarnos a ambas - continuaba siendo tan incómodo como lo había sido durante mi niñez y adolescencia. Incluso aún más, ahora que yo había decidido hablar al respecto en voz alta y de manera pública. Y sobre todo, a pesar de su opinión al respecto.

- Te creerán loca. Pensarás que mientes. O simplemente jamás te tomarán en serio - insistió. Sacudió la cabeza. Me dedicó una de sus miradas duras - Sabes a lo que te expones hablando sobre brujería ¿Verdad?

Lo sabía. Desde niña, me había enfrentado a esa idea vaga y general sobre las brujas y las creencias sobre la Divinidad femenina. Y lo había hecho desde el terreno más complicado posible, quizás. Por ser una niña que se educó en las creencias de la Antigua Tradición de la Diosa en una ciudad moderna, rodeada de esa percepción tan occidental sobre el Dios Cristiano, no es sencillo. Mucho menos, cuando la palabra "bruja" parece invocar viejos temores e ideas confusas sobre lo que la mujer sabía - que en resumidas cuentas, es lo que es una bruja - puede ser. Me había tropezado con burlas, insultos e incluso, algo tan sutil que era difícil de definir pero que tenía mucho que ver con esa percepción cultural sobre la figura de la mujer poderosa: esa noción sobre lo peligrosa que es una mujer sabía, salvaje, dueña de sus decisiones y profundamente consciente del valor de sus creencias y su capacidad para crear. Más de una vez me habían llamado loca y también, claro está mentirosa. Pero era mucho peor, cuando la palabra "bruja" se confundía con algo más arbitrario y duro. Una visión de la mujer disminuida y distorsionada por una herencia histórica dolorosa.

De manera que decidí enfrentarme a esa imagen inquietante, brumosa y sin sentido de la única manera que sé hacerlo: creando. Escribiendo mi historia para contar la de todas las mujeres que antes de mi y probablemente después de mi, se han esforzado por llevar sus creencias como una forma de esperanza. Decidí hacerlo porque no encontré otra manera de construir una idea real sobre esa vieja noción sobre el poder de lo femenino, esa idea poderosa y antiquísima sobre la mujer que construye a manos desnudas su propia camino.  Empecé a escribir con esa necesidad de mostrar mi visión de las cosas, esa otra historia que existe más allá del rumor y del temor.  De hablar de esa noción misteriosa sobre la Bruja y la magia, la Tradición y la divinidad. Pero además, hubo una razón mucho más simple: lo hice para homenajear a todas las mujeres que me educaron. A las que soñaron con el futuro a través de mi. Las que brindaron forma y sentido a mi manera de crear y soñar.

Por supuesto, no fue una decisión sencilla. Me pregunté muchas veces como hablar de manera creíble sobre una creencia tan intima  e incluso,  doméstica que por tantos siglos ha sido tan maltratada, desvirtuada, convertida en una especie de temor cultural. Como hablar sobre la bruja desde la óptica de la bruja — es decir, desde mi perspectiva —, de humanizar el concepto, brindarle un cariz cotidiano que pudiera, de alguna manera, crear un nuevo rostro de una creencia muy vieja y sobre la cual, casi todos parecen tener una opinión. ¿Tendría sentido? ¿Podría expresar todo ese recorrido espiritual y personal que había significado para mi educarme bajo un tipo de creencia minoritaria y singular? Entonces decidí que debía hacerlo justo por esos motivos. Que si había una buena razón para arriesgar mi credibilidad como escritora en formación, era precisamente esa visión de la brujería, la bruja y la Divinidad femenina tan deliberadamente minimizada y desvirtuada por la cultura popular. Una manera de interpretar lo espiritual que pudiera analizar no sólo a la brujería como una forma de creencia y fe por derecho propio sino a la bruja — la hija de la Luna, la curandera, la vieja sabía — como una idea más allá del estereotipo.

Mi familia practica la brujería. Cuando se dice así, la primera imagen que sugiere es la de un grupo endogámico y supersticioso, una idea fantástica y absurda que nadie parece entender muy bien. Me enfrenté a ese prejuicio buena parte de mi vida y aún sigo haciéndolo: y justo por eso, me pareció que ese sería un buen punto de partida para mi decisión de reconstruir, pieza a pieza, la figura de la bruja y sobre todo, del paganismo moderno.

- Sí, mamá, lo sé - respondí por último, con cierto cansancio como si el peso de todas esas ideas y sobre todo, lo que podrían significar me abrumara un poco - y quiero hacerlo, a pesar de eso.

No respondió. Continuó mirando la ciudad a nuestros pies con la boca apretada y el fino perfil convertido en una línea blanca contra la tarde carmesí. Sabía el motivo de su malestar: Mi madre, que fue criada como pagana en una época donde aún la palabra sobresaltaba, no estaba muy convencida de mi pequeño proyecto. Durante años, se habría enfrentado a esa visión banalizada y la mayoría de las veces vulgarizada de la creencia sobre la Diosa, el paganismo y su propia identidad como bruja. Eso a pesar de vivir en un país como Venezuela, tan ecléctico y aparentemente abierto a lo que se suele llamar creencias “poco tradicionales”. Pero en realidad, es un país muy conservador y esencialmente cristiano, o eso es lo que descubrió mi madre desde muy pronto. Mi mamá se enfrentó a esa idea de la bruja como parte de una visión supersticiosa y primitiva de algún sistema de fe menor desde niña: padeció burlas, críticas e insultos. Incluso, la brujería — o el prejuicio respecto a ella — fue el motivo por el cual la despidieron de uno de sus primeros empleos. El dueño, un hombre muy religioso y devoto, le exigió dejara de llevar colgado al cuello un pequeño pentáculo de plata. Le reclamó lo que llamó “Superchería” y le exigió se comportara “como buena cristiana”. Mi madre se negó y fue despedida de inmediato.

Mi mamá no olvidó esa humillación y decidió, que lo mejor que podía hacer, era obviar esa parte de si misma. Decidió guardar silencio, a su manera directa y práctica. Nunca volvió a pronunciar la palabra en público y ocultó lo mejor que pudo, las creencias en las que se educó. En otras palabras, de alguna manera renunció a su herencia religiosa en beneficio de cierta aceptación social. Eso, a pesar de que mi abuela era lo que podría decirse una bruja tradicional y que jamás ocultó a nadie — ni lo intentó — su forma de ver el mundo. Llevaba el cabello trenzado, preparaba remedios caseros, plantaba hierbas aromáticas en su jardin, leía el tarot y el péndulo, creía en espíritus y afirmaba haber visto fantasmas. También hablaba de brujería en voz alta y respondía siempre con buen humor las preguntas incómodas y las críticas. De manera que, entre ambas visiones del mundo crecí y sobre todo, aprendí que la mejor manera de crear es mantener una sincera fidelidad a tus principios más privados. Sean cuales sean.

Por supuesto que, creí en una época muy distinta a la que se enfrentó mi madre. Crecí en las décadas del New Age, del Revival de las viejas artes mágicas — en esta ocasión, reinventadas para el consumo masivo — de la Wicca y de Harry Potter. Me hice adulta en una cultura que asumía a la bruja y a la brujería de manera mucho más benevolente de lo que lo había hecho por siglos. Además, la bruja de la nueva era, no era sólo una mujer relacionada con artes y conocimientos mágicos. Para las nuevas interpretaciones del estereotipo, la bruja era una pionera, un espíritu audaz, salvaje, creativo, indomable. La bruja se creó así misma como una nueva visión de la mujer. Una reintepretación de lo bueno y lo sabio de lo sagrado Femenino.

- Ya sabrás que hacer con esa nueva aventura tuya - dijo luego de varios minutos de silencio - Sólo espero sepas a que te enfrentas.

La verdad, no lo sabía. Porque aún así y a pesar de la nueva oleada de aceptación y admiración hacia la bruja — y a la brujería como concepto — escribir sobre ambas continuaba siendo complicado. Y justo precisamente por esa nueva imagen: la bruja había dejado de ser la figura malvada, demoníaca y caricaturizada de otras épocas para convertirse en una heroína de la imaginación popular. Un nuevo personaje de esa cultura de lo superficial, lo fantasioso y lo simplificado. ¿Como encajaba allí mi visión sencilla y cotidiana sobre la bruja? ¿Como podía explicar mi vida entre brujas, esa sencillez del conocimiento que nace de la tierra, de la herencia de creencias domésticas tan naturales y caóticas como cualquier tradición oral?

— Te estás complicando demasiado — me recriminó mi tia Mary, una de las entusiastas del proyecto desde que se lo expliqué y de quienes me insistió debía llevarlo a cabo — simplemente cuenta lo que recuerda, sabes y aprecias. Si alguien lo considera superficial, sencillo, cotidiano también será una opinión. Le hará hacerse preguntas ¿No es esa tu intención?

— Me preocupa trivilizar…todo en lo que creemos. La brujería es un tema que tiene cientos de implicaciones, que cualquiera puede tergiversar, confundir, incluso interpretar de maneras inesperadas — intenté explicarle. Sentadas en la luminosa cocina de su vieja casa, la conversación parecía fuera de lugar, incluso un poco extravagante. Mi tia es una mujer moderna, que lleva el cabello corto y teñido de un encendido color rojo, que participa activamente en la política nacional y además, lleva adelante una pequeña oficina de contabilidad. Pero también es bruja: celebra las festividades de la Luna y el Sol con enorme respeto, lleva en el bolso un saquito de protección, cree en las propiedades de piedras y plantas, lee el tarot. Ambas visiones de si misma, parecen coexistir en un mismo espacio, en una idea común que las enriquece por igual. Mirándola, pensé en quizás esa la manera más lógica de abordar el asunto, de explicar a todo el que quisiera escuchar, que las brujas reales habían sobrevivido al fuego y al terror. Y lo habían hecho gracias a la paciencia, a la sabiduría adquirida por años de mirar el mundo con enorme inocencia, de aprender sobre su perspectiva de la realidad a través de la experiencia, los errores y los triunfos íntimos. Mi tia soltó una carcajada cuando me escuchó.

— Que poética — bromeó — en realidad, lo que deberías dejar bien claro es que la bruja existe y seguirá existiendo, porque de alguna manera todas las mujeres lo somos.

La idea me encantó, aunque debo admitir que al principio tuve mis dudas de abordar la compleja visión de una creencia pagana a través del argumento simple de la abstracción. Porque el hecho real es que la brujería existe, es un conjunto de creencias y principios morales muy específicos. Un curiosisimo híbrido histórico y cultural que mezcla no sólo viejas creencias campesinas europeas sino además, toda una serie de fragmentos de información de cientos de culturas y corrientes filosóficas distintas. Y todas completamente válidas. La brujería se ha reconstruido, se reflexiona y se cuestiona desde un sinnúmero de puntos de vista. Y mucho más en Venezuela, donde la cultura se comprende mestiza de origen y se celebra como el resultado de una centenaria interpretación de la religión y la moralidad lo suficientemente variopinta para resultar confusa. Aún así, decidí seguir el consejo de mi tía. Era una manera lógica de asumir la amplitud de un fenómeno social que sólo conocía a medias. ¿Por qué no intentarlo?

Durante meses, me documenté sobre la brujería histórica. Leí, revisé, documenté todas las fuentes a mi disposición, diversificadas no sólo a través de Internet, sino de la accesibilidad del planteamiento mismo. Fue una labor enorme y cada vez más amplia: comencé a solicitar ayuda a Universidades, profesores, expertos, articulistas, autores. Casi siempre la obtuve y con enorme generosidad: Consulté y recibí interesantes correos de profesores, antropólogos, sociólogos de diferentes lugares del mundo. Recopilé la suficiente información como para comenzar a mirar la brujería como un fenómeno sociológico antes que religioso. E incluso, una reflexión muy concreta sobre el género, la forma de expresión cultural y la interpretación de la mujer a través de los siglos. Durante casi un año, catalogué todo tipo de libros, reseñas, poemas, textos, largas crónicas. Fue una manera de re descubrir mis propias creencias a través de la historia.

Pero seguía sintiéndome insatisfecha. Ya había comenzado a escribir: comencé a dedicar varias entradas de mi blog personal al tema y a redactar algunos artículos para las publicaciones en las que solía participar. Todo muy académico y teórico. Pequeños y rudimentarios análisis que incluso a mi me parecieron aburridos. Aún así, lo que escribía despertó un tibio interés: recibí correos de algunos curiosos, algunas preguntas interesantes de lectores más o menos desconcertados con el tema, pero en general, mi acercamiento a la brujería continuaba siendo lo suficientemente distante para mantenerme segura, a salvo de la crítica. Tal vez era inevitable: hablaba de la bruja como un elemento teórico, como una figura analizada desde el cariz del conocimiento y un cierta frialdad conceptual. Pero eso no era suficiente: el resultado seguía pareciéndome otro de tantos análisis sobre la figura de la bruja sin mayor relevancia. Seguía faltando un ingrediente de inestimable valor, continuaba faltando un elemento que pudiera cohesionar no sólo lo que deseaba plantear sino además, crear una visión mucho más intima y real de la brujería. ¿Qué podría ser? ¿Cual podía ser esa pieza que debía encajar en el gran rompecabezas de información que había comenzado a elaborar?

Lo descubrí en una casual conversación con Sonia, una de las amigas de mi abuela. Sonia se llama bruja así misma, aunque no profesa ninguna creencia en particular ni tampoco práctica ningún rito en especifico. Pero desde luego que es bruja: Sonia es una fiel creyente del poder de la voluntad, de la energía personal y la creatividad. En su casa, siempre impregnada con el olor a albahaca, se puede encontrar desde una preciosa e inmensa escultura de la Diosa Maria Lionza hasta un elaborado altar al Sol. Una mezcla inaudita pero aún así, profundamente natural. Y es que en Sonia — o mejor dicho, su manera de ver el mundo — hay una inevitable combinación de símbolos, planteamientos e ideas que hacen de su punto de vista profundamente enriquecedor. Es una bruja porque decidió serlo, porque se comprende así mismo como un espíritu individual e independiente que asume la Divinidad como una visión del espíritu humano y su relación con el mundo que le rodea.

— Me gustan tus artículos sobre brujería, pero me duermo leyéndolos — me largó, sin más, mientras almorzábamos juntas. Me eché a reír.
— Lo sé, tengo esa predilección lamentable por analizarlo todo desde lo científico. Quizás, el tema de la brujería no admite esa aproximación.
— No creo que ese sea el problema.
— ¿Cual es entonces?
— Que no hablas sobre ti.
— ¿Y por qué debería hablar sobre mi?
— Porque eres una bruja ¿Por cual otro motivo deberías hacerlo?

No respondí. Un escalofrío de emoción y miedo me recorrió la espalda. La idea se me había pasado varias veces por la cabeza pero nunca me había decidido a hacerlo. No me atrevería a encarar el tema de una manera tan personal, tan dolorosa. Era algo que bordeaba un punto sensible en mi interior que no deseaba o simplemente no podía rebasar. Sonia me dedicó una mirada dura.

— Es muy hipócrita de tu parte hablar de la Brujería histórica como si no tuviera nada que ver contigo.
— No es hipocresía — empecé a decir. Suspiré — sí, lo es un poco. Pero tampoco desearía trivializar el tema contando la historia de una niña que creció entre brujas. ¿No parece eso el ridículo argumento de una película?
— Lo parece, pero en tu caso, es real. ¿Por qué no contarlo a tu manera?

Sacudí la cabeza. Tomé una larga bocanada de aire. El olor de la albahaca de la casa de Sonia me rodeó, palpitó a mi alrededor. Y recordé a mi abuela, con su cabello color cobrizo cayéndole sobre el hombro, sus ojos chispeantes. El olor de su cocina repleta de hierbas. Su entusiasmo casi infantil por lo misterioso y lo oculto. Su profunda mirada filosófica al mundo. Ella era sobre quien escribía, aunque no lo supiera, al describir a la bruja Clásica, la mujer del bosque, la curandera, la sabía, la salvaje, la indómita. Era mi abuela en quien pensaba al imaginar a la Mujer del Bosque, a la Hija de la Luna. Y también, era mi mamá, distante y callada, que a pesar de su incomodidad con el tema, no dejaba nunca de colocarse una ramita de yerbabuena en el cabello. O en mi tia Marisol, que encendía una vela blanca cada Luna Llena. O en mi Tia Emilia que aún cantaba a la sopa y a las legumbres antes de cocinarlas para agradecer su sabor y su belleza. Todas ellas, eran las figuras y las identidades de las brujas que había imaginado al momento de escribir, de asumir la responsabilidad de contar la historia de la brujería con un rostro fresco y renovado. Sentí una tristeza casi amarga y también un alivio inexplicable. De pronto, una pieza en mi mente parecía haber encontrado su lugar, tener sentido luego de haberla analizado desde todos los ángulos equivocados. Sonia extendió la mano y apretó la mia con cariño.

— Una vez leí que todo escritor crea un mundo sobre lo que conoce — me dijo — hazlo tu también. Será una manera nueva a de mirarte a ti misma.

Esa misma noche, empecé a hacerlo. Con dedos temblorosos y el miedo cerrándome la garganta, comencé a contar en pequeñas fragmentos mi historia, la historia de la bruja que se educó para serlo, que creció entre mujeres que miraban al infinito con una sonrisa. Al principio fue duro, incluso incómodo. No me resultó sencillo desempolvar viejos recuerdos de la niñez e intentar tuvieran cierta lógica o mejor dicho, pudieran sostener el conocimiento que deseaba transmitir. Sólo se trataban de mis recuerdos, de mi vida, contada a través de expresión de fe que heredé de mis mayores, que asumí como parte de mi mente y de mi espíritu desde que recuerde. Pero después resultó más fácil, más fluido. Dejé de pensar en el dolor, en lo que podía significar mirarme como parte de una historia mucho más grande que la mía, de asumir ese identidad privado como una forma de comprenderme y de construirme. Simplemente escribí, como bien me aconsejó mi tia Mari y Sonia, de lo que sabía, de lo que había aprendido a través de los años y sobre todo, de lo que deseaba expresar a quien quisiera leerme: la brujería existe, es real, es una manera maravillosa de interpretar el mundo. Y la bruja, esa visión de la mujer sagrada, enaltecida por el poder de su imaginación y poder creativo. Un rostro significativo y profundamente hermoso, de lo femenino.

Una nueva forma de comprenderme a mi misma.

***

La primera vez que mi editor me habló sobre publicar las historias de las brujas de mi familia, me sorprendí. Habían transcurrido casi siente años desde aquel primer artículo en mi blog. La experiencia había sido intensa, extraordinaria y aún continuaba. De un modesto comienzo - unos cuantos párrafos sobre mis vivencias como parte de una familia de brujas - el proyecto había evolucionado a algo mucho más ambicioso, aunque en realidad, no tenía una idea muy clara hacia donde me conducía. Poco a poco, mis "Historias de Brujeria" (como las llamé casi con naturalidad y a falta de una frase que resumiera mejor mis intenciones al escribirlas) comenzaron a ser parte de una idea mucho más profunda sobre lo que escribo, por el motivo por el cual lo hago y sobre todo, lo que deseo hablar en mi textos y articulos. De pronto, encontré que estaba hablando no sólo sobre mi niñez y adolescencia, sino de algo mucho más profundo y valioso: esa herencia significativa y espiritual que había recibido como educación, como una forma de fe y percepción de la divinidad. Y no estaba sola: para mi sorpresa, un nutrido público parecía muy atento a ese pequeño proyecto que comenzaba a construirse texto a texto, de historia en historia: lectores sorprendidos, descreídos, maravillados, enternecidos, algunos enfurecidos, pero todos con algo que brindar a este transitar por una visión del mundo única. Brujas de otras latitudes y otras creencias que comenzaron también a compartir su historia,  innumerables mujeres que se llaman así misma brujas, por convicción, por amor, por simple instinto que leían mis historias y para mi alegría, se reconocían en ellas. Sin saber exactamente como había ocurrido, de pronto, el circulo de fuego de esa creencia sencilla, personal y profunda parecía haberse extendido, creado así mismo en una dimensión totalmente nueva. Y sin embargo, aun no sabía muy bien que ocurriría después. O que esperaba pudiera ocurrir.

"Envíeme todas esas historias y vamos a organizarlas. Llegó la hora que sean leídas por mucha otra gente. Merece la pena"  me escribió mi editor. Leí la corta frase una y otra vez, con el corazón latiendome tan rápido que me llevaba esfuerzos respirar. Preguntándome hasta que punto, había estado consciente que mi decisión de escribir sobre mi historia tenía una importancia trascendental en mi vida. Y no sólo por el hecho de crear una visión sobre las brujas por completo nueva - o al menos intentarlo - sino por esa nueva percepción sobre mi misma. Sobre mi poder para crear. Sobre mi manera de soñar. ¿Quién soy ahora que me construyo en palabras? ¿Quién soy, aquí en medio del silencio de mi mente?

Pensé en todas esas cosas, mientras me sentaba junto a la tumba de mi abuela. La visito muy poco, sobre todo porque mientras vivió siempre me insistió en que prefería ser recordada en la plenitud que en el dolor. Un pensamiento que de hecho, intenté celebrar al hablar sobre ella en mis historias. Pero ahora, sentí que debía regresar allí, a esa quietud plácida de azul abierto y verde fresco. Ese silencio triste y melancólico que custodia su memoria. Me incliné y acaricié con los dedos la lápida de mármol. "Soy luz de Estrellas muertas", leí en voz baja. Era la frase que mi abuela solía utilizar para describir su maravilla por los misterios de las cosas. La frase que comenzaba todos sus libros de las Sombras.

Y la recordé, tan vivida que los ojos se me llenaron de lágrimas. Con su cabello cobrizo y grueso cayendole sobre las mejillas, rozandole la piel curtida por el sol. Mi abuela que había sido mi madre. Mi abuela que había sido parte de cada momento esencial de mi vida. Mi abuela que me había enseñado a luchar y a creer. Que me había alentado de todas las formas posibles a crear y a siempre aspirar a la esperanza. La vi con los ojos de mi mente leyendo en voz alta, con su voz alegre y profunda. Escribiendo a mi lado, con el ceño fruncido, concentrada en las palabras, en la importancia de cada una de ellas. Bajo la cúpula de la noche cuajada de estrellas. Los brazos levantados hacia La Luna. Y le pregunté a ese recuerdo, si cada momento de mi vida me había llevado a ese otro: esa convicción de escribir para contar, de escribir para crear, de escribir para construir un mundo nuevo. Si cada una de sus palabras era una forma de mirarme, como en un espejo. La bruja más joven, la que aprendió el valor del espíritu salvaje y poderoso, en medio de una época descreída. ¿A donde me llevan las palabras? ¿A donde me lleva esta necesidad de mirar el futuro con esta convicción personal?

- Ah, mi bruja sabia y querida, me criaste soñadora y tristona - dije en voz baja. Escuché el viento de los árboles enredarse en las ramas de los árboles, ese sonido tan familiar que parece llenar toda mi infancia. ¿Estas allí? ¿Eres tu quien canta en el viento? - Y entonces, ahora escribo. Porque ese era el lugar al que debía llegar ¿Verdad?

Suspiré, paladeando el olor del sol sobre mi cabello y mi piel. De pronto, tuve la sensación que había tomado la decisión mucho antes de saberlo. Que de hecho, no había otra opción en mi mente. Pero allí, bajo el árbol humilde del cementerio solitario,  imaginé el futuro libro como algo más que un proyecto. Lo asumí como una pieza de algo más grande, más amplio y trascendental. Una celebración a mi historia, a mi herencia, a mi identidad.

- Será un libro entonces - dije a nadie en particular. O quizás al rayo de sol, al olor del viento en mi cabello - y que sea un pequeño obsequio de amor que dure toda la vida.

He pronunciado la palabra bruja en Universidades, salones de clases, en pequeños círculos de mujeres, frente a desconocidos, en medio de audiencias sorprendidas por escuchar esa palabra tan antigua desde una interpretación moderna. He tenido la oportunidad de en la medida de mis posibilidades, de construir un nuevo rostro para la bruja, la mujer sabía, la eterna viajera. Y aún queda mucho por hacer, por escribir, por soñar, por recordar, por compartir. Un viaje intenso y metafórico hacia un redescubrimiento de quien soy y sobre todo, de quien deseo ser.

La bruja que contaba historias o mejor dicho, la que aspira a mirarse a través de ellas.

***

Mi mamá me escucha en silencio, muy rígida en la elegante silla de su escritorio. Cuando le extiendo las hojas impresas de lo que será mi libro, las mira con sus grandes ojos verdes silenciosos, misteriosos. Duros. Por un momento me pregunto si lo aceptará. Si finalmente comprenderá lo importante que es para mi esa historia que es suya y mia. Que pertenece a todas. Me quedo muy quieta, con el fajo de papeles apretados entre los dedos. Y siento miedo. Uno muy frágil e infantil. Miedo a que no me comprenda, a que finalmente, el miedo sea más fuerte que el amor entre ambas.

Pero entonces, se inclina y toma el libro. Un gesto sencillo, dulce, cálido. Lo deja sobre el escritorio, lo acaricia con los dedos. Y sonríe. Una sonrisa pequeña, discreta. Pero una sonrisa, tan valiosa y brillante que me deja sin palabras. Inclina la cabeza, me contempla con ojos brillantes de las lágrimas que sé, intenta contener. Como siempre, como antes. La mujer fuerte a quien admiro y no comprendo. La mujer fuerte que quizás, es mi reflejo en espejo.

- Entonces, este es tu libro.

Nuestro libro, quiero decir. Pero me quedo callada. Ella levanta la primera página, y sé que lee la dedicatoria: "Para todas las brujas, las que conozco de nombre y las que vuelan en el viento. Todas, que somos una". Me pregunto que pensará de esas palabras, de lo que pueden significar. Si le enfurecerá el hecho que insista en invitar a todos a nuestro circulo familiar, de una manera u otra. Pero sólo me mira. Un silencio cómplice entre ambas. Una profunda comprensión que me sorprende por su calidez.

- Habrá muchas...brujas, que lo leerán, lo sé - dice entonces. Y la frase me golpea el pecho, me recorre como un hilo radiante de pura algarabía - Y será suyo también.

Lo será, pienso cuando la abrazo. Lo será, me insisto cuando miro las páginas de mi libro, uniéndose entre si como piezas de un mosaico extraordinario. Lo será, sueño mientras escribo estas líneas, sonriendo este lágrimas. Porque mi historia es la de todos los que aspiran a soñar, a creer, a crear. Los de espíritu salvaje, los incomprendidos, los singulares. Las de las brujas que aún danzan bajo la luz de las estrellas.


Así sea.

Dedicado a Edna, que escuchó esta historia por primera vez.

1 comentarios:

Johanna Baricot Fotografía dijo...

Sonreí en cada parrafo, en cada fragmento de historia. Qué mágico es creer, y solo así es que se puede crear. Los libros son pilares de nuestra vida en este plano. Felicidades hermosa Aglaia, es parte de tus tantos logros, de tu mágia como bruja. Materializado lo que has evocado contando tus historias de Brujería y tradición familiar.

Publicar un comentario