miércoles, 10 de junio de 2015

Crónicas de la feminista defectuosa: Entre lo Divino y lo profano.




Hace unos días, una amiga me preguntó cuando pensaba escribir sobre la menstruación. ^Por meses, ambas hemos discutido la importancia de debatir en público temas femeninos y sobre todo, de hacer muy visible la identidad de la mujer moderna como parte de una nueva idea cultural sobre ella. De manera que me llevó un momento digerir la cuestión y decidir como responder de manera que no pareciera subestimara su propuesta o algo semejante.

— Creo que no muy pronto — le confesé en voz baja. Parpadeó sorprendida.
 — Pero hablas sobre sexualidad y la maternidad. 
— Sí, pero… — La menstruación es sagrada.

Tomé un sorbo de café tan caliente que casi me escalda la boca. Me refugié en la tos floja y adolorida que vino después, pero ella siguió mirándome fijamente, esperando una respuesta. Bueno, allá vamos, pensé.

— Lo es, sin duda. Para muchas culturas e incluso desde cierta retrospectiva histórica, la menstruación se considera un símbolo de Divinidad — le contesté — pero no creo que tenga mucha relación con lo que me interesa ahora mismo. Quiero debatir sobre los derechos de la mujer, el salario justo, la postura de Engels. — ¡Pero la menstruación es femenina!
 — Es un proceso físico. 
— Es una idea machista esa.

Pensé en tomarme de nuevo un sorbo de café a una temperatura asesina pero decidí que aquella discusión sólo se resolvería de una manera: Afrontándola. De manera que tomé una bocanada de aire y traté de ordenar los argumentos en mi cabeza.

— Como yo lo veo, que yo menstrúe no me hace merecer más o menos derechos. Quiero obtenerlos porque soy un ciudadano capaz, preparado, inteligente que merece ser reconocido desde un punto de vista inclusivo — le expliqué, intentando no sonar pontifical ni mucho menos sermoneadora. Pero seguro que soné ¿A quién engañamos? — lo que quiero decir es que la menstruación no es un motivo para defender mis derechos. El hecho que a pesar de las particulares de mi cuerpo, pueda aspirar a derechos idénticos, si lo es.

Mi amiga parpadeó y noté como el color le subía al rostro. Aquello no iba a terminar bien de ninguna forma. Y no podía culparla. Después de todo, durante los últimos meses, habíamos debatido hasta el cansancio la idea del feminismo desde muchos puntos de vista. Mi amiga, como yo, es profesional, independiente y soltera y ambas decidimos comprendernos a través de una idea mucho más amplia del feminismo institucional. Tal vez contradecimos algunas ideas. Quizás llevamos frontalmente la contraria en otras. Pero el hecho es que el feminismo que hemos analizado desde nuestra cómoda trinchera, intenta ser todo lo coherente posible con los tiempos que vivimos, con nuestras vidas y ¿por qué no? Nuestras particularidades.

A la discusión, se han unido varias viejas amigas de la Universidad. Unas se escandalizaron por mi “tibieza”, otras por mi “comodidad” y las menos, asumieron con cierta deportividad el hecho de pensar a la mujer desde la perspectiva de la mujer, que es lo que creo el feminismo debería hacer pero no siempre hace. No obstante, conjugar ideas disimiles y la mayoría de las veces radicales, no resulta fácil. Sobre todo en una época donde el feminismo parece tan innecesario como obsoleto, pero sobre todo, carente de significado.

— Lo que quiero decir es que la menstruación debería ser respetada en toda su extensión, asumida como una parte elemental de la capacidad femenina para concebir — me insistió mi amiga. Comenzaba a enfurecerse, aunque hizo un buen intento por parecer impaciente más irritada. Uno no muy bueno, por cierto — menstruar es la celebración de nuestro ciclo divino. Es poder femenino.

No supe que responder a eso si parecer chocante, grosera o simplemente hipócrita. Vamos, soy pagana y en la concepción de mis ideas sobre la Divinidad, el cuerpo es un templo. Cada parte y elemento de mi vida, crean una estructura creativa que controlo y construyo a diario. Sé a lo que a amiga se refiere, sé que tiene una importancia capital para ciertos puntos de vista espirituales. Pero me niego a pensar que sea necesario que en la lucha por los derechos de la mujer — o mejor dicho, en la lucha por alcanzar el equilibrio legal y cultural para todo el que lo necesite — una particularidad anatómica de mi cuerpo debería ser preponderante al momento de elaborar una idea política y social sobre género. ¿Suena contradictorio? No lo es. En la medida que los afrodescendientes no reivindicaron sus derechos por el hecho de tener la piel oscura sino porque eran ciudadanos a pleno valor y merecían un reconocimiento absoluto. O bajo el argumento que la comunidad LGTB no aspiran a la convalidación de sus aspiraciones legales basados en el género, sino en su identidad individual como sujetos legales bajo el imperio de la leal. En otras palabras: aspiro a la inclusión porque la merezco, es un mi derecho y no específicamente porque considere que mi cuerpo — o mis genitales, si vamos al caso — me definen o invocan un trato especial.

Pero ¿Como explicar eso y que pueda parecer comprensible? Por siglos la mujer fue definida a través de su cuerpo y su capacidad para concebir. Por su aspecto, por su belleza, incluso por la lujuria que podía despertar. La mujer objeto, la mujer idealizada, la mujer repudiada. Construida a base de los elementos de la cultura, a la medida de las necesidades de una idea social sobre lo femenino tan limitante como asfixiante. Entonces ¿Como desvincular la lucha de los derechos de la percepción de la mujer antropomórfica? ¿Como debatir la idea bordeando esa delgada línea que bordea la identidad con nuestra capacidad anatómica? No resulta sencillo, pero sin duda, creo que es posible. A veces hasta necesario.

— Pienso que en la medida que asumamos con naturalidad nuestras diferencias y las desacralicemos, seremos capaces de asumir que nuestro cuerpo merece tanto respeto y es tan libre como lo imaginemos — dije, no muy segura de aquel argumento pero intentando expresarlo lo mejor posible — Pero…mientras insistamos en que la lucha por el reconocimiento deba basarse en la diferencia y hacer hincapié en esa idea, será una forma de crear una idea distorsionada sobre lo que queremos obtener.

No es una idea popular esa. Sobre todo, porque se sostiene sobre cierto pragmátismo y ninguna declaración de derechos o batalla reivindicatoria lo es. Mucho menos, cuando la reflexión sobre el tema de la mujer y sus derechos se ha hecho tan extremista y radical. O al menos, ha construido una vertiente lo suficientemente frontal y casi violenta como para resultar frecuente.

Hace unos años, se creó en Ucrania el grupo feminista Femen, que se ha caracterizado por llevar la discusión sobre el género a otro nivel. Las activistas de Femen irrumpen en lugares públicos con el torso desnudo, el cabello suelto trenzado con flores y con frases reivindicativas pintadas en el pecho de manera muy visible. Según se lee en su web “¡Nuestras armas son nuestros pechos desnudos!”. Hasta aquí, nada muy diferente a grupos de choque político de corte reivindicativo, pero Femen además tiene un ingrediente peculiar: se autoproclaman de ideología “sexextremisma”, además de una combinación de ateísmo y feminismo en estado puro. Para Femen no hay medidas tintas, argumentaciones o graduaciones del tema. De hecho, su bandera es la lucha. No hay discusiones, ni tampoco debates. El terreno es directamente la confrontación.

Por supuesto, no es la primera vez que un grupo parecido se hace eco en los medios de comunicación ni es una idea novedosa, no obstante, el hecho que aún se considere una experiencia válida pero sobre todo efectiva, describe con mucha claridad el hecho que el feminismo se está reconstruyendo aún, cumple ciclos inevitables de variable efectividad. Y lo es en la medida que la visión sobre lo que el feminismo puede ser, concebida desde la sencillez de la búsqueda de la igualdad laboral, legal y cultural, hasta algo más profundo y originario. La idea de enfrentarse a una sociedad concebida con hombres para hombres.

Ah, que militante suena eso, pienso de vez en cuando. Pero lamentablemente es cierto. Y no, no se trata que he considerado la idea de unirme a la rama de Femen en latinoamerica. Se trata del hecho que nuestra sociedad (sobre todo la latinoamericana) está construida para asumirse como masculina y que de hecho, la mujer se analiza desde su papel secundario, complementario y de hecho, casi infantil. En la mayoría de los países de latinoamérica, los derechos de la mujer aún se debaten. En la mayoría de los países del mundo se analizan, con graves desigualdades. De manera ¿Es necesario la militancia? Sí. ¿El radicalismo? ¿Esa especie de sacralización de la mujer? No estoy muy segura.

— Me refiero a que la menstruación, ocultarla, vulgarizarla, hacerla vergonzosa es parte de toda una estructura de valores que minimizan a la mujer — me reclama mi amiga — ¿Por qué hablar de la menstruación produce tanto asco? ¿Por qué preocupa? — Porque es un proceso biológico y mucha gente, no sólo hombres, les produce desconfianza y temor. Puede ser cultural, puede ser social. Y no dudo que en un buen porcentaje lo sea. Lo que me pregunto con toda sinceridad, es hasta que punto convertirla en un punto de honor, no sólo superficializa la lucha sino que te hace estar condenada a tu biología.

Por supuesto, se trata de una cita — paráfrasis, más bien — de una de las frases del icono feminista Mexicano Marta Lamas.

Marta Lamas analiza el feminismo desde lo esencial, pero también, con una amplia mirada cultural. Marta, de hecho es una mujer muy consciente del poder de su cuerpo (Pugnó desde 1971 por la interrupción legal del embarazo en México, que finalmente se aprobó en Distrito Federal en el 2007) y también del poder de las ideas. Es la fundadora y directora de la revista Debate Feminista y fundadora del Grupo de Información en Reproducción Elegida. Pero sobre todo, concibe la idea de la lucha feminista como idea social conjunta: siempre recalca que con el feminismo no sólo ganan las mujeres, sino también los hombres. Y es que para Marta, el feminismo es la búsqueda de una sociedad más justa y no sólo, una aproximación a los derechos de una minoría sólo por serlo.

— Es decir ¿Te parece bien entonces que las mujeres sean consideradas débiles y frágiles? — me dice mi amiga — ¿Que a pesar de ese interés por la idea aún deban enfrentarse a ese estigma? — No, por supuesto que no. Pero… — La menstruación, el parto, la lactancia son batallas femeninas. Deben hacer visibles, normalizadas. A eso me refiero. — Allí coincidimos. Pero la normalización no implica divinización. — Pero si implica señalar que hay un problema sobre la imagen de la mujer.

Por supuesto que lo hay y lo sé de sobra. Vivo en el país de las bellas, y ¡Soy una mujer normal! En otras palabras, la imagen de la Miss me ha presionado durante toda mi vida. He logrado esquivarla lo mejor que he podido y de alguna forma no dejarme arrastrar — ni mucho aplastar — pero allí continúa. Insistente, en todas partes. Y en que mi país — imagino que el mundo entero — la estética tiene un valor, una importancia y un peso. Y hay que lidiar con esa importancia a diario, en cientos de implicaciones distintas. De manera que claro hay un problema sobre la imagen femenina, pero me sigo preguntando si debatir desde la periferia, la sacralización y la superficialidad ayuda a profundizar en el tema.

Hace poco, leí sobre una nueva campaña sobre el peligro de las muñecas muy sexualizadas que distorsionan el ideal femenino. La idea más extendida sugiere que esa visión puede afectar a las niñas y muy posiblemente lo haga. Hace unos años, escribí un artículo titulado “La culpa es de la Barbie” donde en tono de sátira, analizaba la influencia de la muñeca rubia sobre nuestros ideales estéticos. Luego de varias semanas de investigación, llegué a la conclusión que Barbie es una consecuencia y además parte del problema. Un reflejo de como creemos debe ser la belleza y sobre todo, como idealizamos su característica. Pero la pregunta que me hice al respecto continuó sin respuesta: ¿La solución es entonces un boicot hacia la muñeca o analizar que hace sea tan vendida? ¿Debatir con seriedad un tema sobre lo que la muñeca refleja, la visión de la industria de la mujer o descabezar a la apacible Barbie que espera en su casa color rosa? Es un pensamiento confuso, ambiguo y en ciertos momentos, políticamente incorrecto.

Hace poco leía en la edición web del diario “El País” de España, un artículo que analizaba el fenómeno del aspecto físico de las muñecas y su influencia sobre las niñas que juegan con ellas. La periodista Patricia Gonsálves ponderaba que cada cierto tiempo, hay un pequeño escándalo con respecto al aspecto físico de las muñecas, con su inmediata reacción. La autora además, reflexionaba sobre el hecho de hasta que punto las niñas perciben a las muñecas como un ideal estético. En el artículo, la pedagoga María Costa, del Instituto Tecnológico del Juguete ponderaba sobre el particular: “No hay nada malo en jugar con una muñeca muy maquillada, el problema es jugar solo a eso”. ¿Qué ocurre con los estereotipos que muestra? ¿Que pasa con esa extrema visión de lo femenino como objeto estético e incluso sexual? Según Costa, ese tipo de interpretación, es sólo desde la óptica adulta. “las niñas solo ven fantasía, muñecas que se parecen a las mujeres que ven en la tele y las revistas” concluye la pedagoga al respecto.

Sin embargo, la reflexión más interesante del artículo es quizás la visión de algunos blogs feministas, que ponderan hasta que punto esa “normalización” del aspecto físico de las muñecas no es sólo otra forma de extremismo. Un estándar distinto, menos estrafalario, una vuelta de tuerca a lo que debe ser normal “Lavarle la cara a una Bratz en pro del realismo”, dice una bloguera citada en el artículo “es como cortarle el cuerno a un unicornio”.

— Tienes razón — admito — pero la idea sobre el debate de la imagen o los derechos de la mujer no debe basarse en una idea donde se divinice y se demonice ideas a las que otorgamos tinte ideológico. Creo que el feminismo es una manera de construir ideas, no destruirlas a través del extremismo.

Pensé mucho en esa idea mientras creaba un objeto fotográfico artístico en una clase que tomé hace poco. Para el proyecto final, decidí crear una muñeca con mi rostro, a la que pudiera poner diferentes accesorios: Cabello largo, maquillaje, boca sensual. Al final, la muñeca era una concreción de ciertas ideas estéticas pero sobre todo, una profunda reflexión sobre como me concibo. Y es que mi forma de comprender mi individualidad, es también parte de mis luchas políticas e ideológicas. Quizás la parte más esencial, concreta y poderosa. Me enfrento a lo que temo, me irrita, me limita, me desconcierta. Exijo igualdad donde me siento menospreciada. En suma: creo y analizo mi propia individualidad como mujer desde una óptica reivindicativa.

— El problema de las luchas es que carezcan de rostro — dice entonces mi amiga. Lo hace en un tono cansado e irritado. Como lo supuse, la conversación no terminó bien — es mejor que sea algo personalizado. Y sí, divinizado, profundo. ¿No hemos sido ignoradas por el suficiente tiempo? — Sí, pero también declaramos nuestros derechos por el mismo hecho que nuestra visibilidad pasa por la idea que reclamamos inclusión e igualdad. ¿Cómo hacerlo si nos declaramos superiores, más santas, más…cualquier cosa? ¿No es una contradicción?



No hay respuesta para eso, creo y mi amiga no intenta dármela. Cuando nos separamos, la tensión de la conversación continúa allí. Como si la discusión careciera de sentido o aún peor de lógica. O incluso fuera directamente irreconciliable. Me lo pregunto más tarde, mientras me miro al espejo. Mientras pienso detenidamente sobre el quienes somos y el como somos. Sobre los motivos por los cuales me llamo feminista.

¿Soy tibia? ¿Muy política? No lo sé, pero por ahora, seguiré luchando por lo que creo justo y tratando de mantener en el trayecto cierto equilibrio. Dudo que lo logre por mucho tiempo — después de todo, nadie puede ser objetivo siempre y mucho menos, alguien tan temperamental como yo — pero al menos, lo intentaré mientras pueda.

Y eso, créanme, tiene su mérito.

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