jueves, 7 de julio de 2011

De la locura a lo extravagante: el sindrome de abstinencia Internauta.




Como lo sabe cualquiera de mis amigos, soy una gran adicta a la información inmediata y a la facilidad de comunicación de la Internet. No es un fenómeno extraño por supuesto en esta época donde la vida 2.0 de alguna manera parece ser un complemento de la real: la web abarca incluso los aspectos más concretos e intimos de la vida diaria. Desde contener tus perfil personal, el nombre de tus amigos más cercanos, tus pensamientos diarios hasta tus libros, música y peliculas favoritos,  tu curriculum de trabajo y una casi infinita variedad de datos sobre nuestra vida, Internet se ha convertido en una herramienta indispensable para muchos de nosotros. En mi caso, y lo reconozco con toda sencillez, es una manera fundamental de comunicarme con el mundo, una forma de mirar lo que me rodea desde cierta distancia segura.

Por ese motivo, cuando me encontré debido a una falla imprecisa sin el servicio de Internet durante casi dos semanas enteras, sufrí un verdadero sindrome de abstinencia. Hablo que padecí una fuerte reacción fisica y emocional. Me sentí basiscamente aislada y de hecho, lo estuve: el mundo de las comunicaciones ha evolucionado de tal manera en la vida común que durante los 14 días y un poco más que sufrí la falta del servicio me encontré reconstruyendo una rutina que había abandonado desde hacia años. Y la conciencia de esa idea, de volver a una simplicidad que había olvidado podía existir. De pronto, me encontré asombrada y sobre todo desconcertada por el concepto. ¿Un sindrome de abstinencia que lo provocaba una idea basicamente abstracta? Sin duda, un mal moderno, razoné con cierta sorna. Y a medida que los días pasaban, se hizo más evidente el alcance de aquella sensación y sobre todo, el hecho concreto de lo que el mundo 2.0 significó en mi vida.

Finalmente recuperé el servicio, pero la lección que aprendí continua preocupandome un poco. Y podría decir que las conclusiones más importantes a las que llegué fueron las siguientes:

Sin Internet, tierra arrasada: Lo primero que descubrí al encontrarme sin servicio de internet, es que hacia más de 20 meses que no leía un libro que no hubiese comenzado a leer antes en digital, escuchaba música que no fuera descargada e incluso, miraba un poco de tv fuera de la pantalla del Monitor de mi computadora personal. Me sobresaltó un poco, comprender que durante casi dos años, había abandonado viejos hábitos, sustituyendolos por otros más o menos equivalentes, pero sin el valor simbólico de los primeros. Y me entristeció un poco comprobar que esa perdida de la costumbre, de los pequeños ritos, restaba importancia a ciertas ideas personales sobre el mundo. Descubrirlo me dejó un poco preocupada y sobre todo, dolida.

Habitualmente recibo los primeros seis o siete capitulos de los ejemplares de reciente publicación y se me hizo un habito leerlos antes de comprar su par en fisico. Una costumbre que se hizo incluso más frecuente, cuando las editoriales comenzaron a enviar ejemplares gratuitos de ebooks como obsequio a los lectores frecuentes. La idea de la inmediatez en la lectura cobró sentido y el viejo habito de recorrer una librería para comprar un libro por completo desconocido, se desvirtuo en la simple costumbre de adquirir un ejemplar del cual conocemos la historia o aun más, hemos leído en su gran parte. Lo mismo ocurre con el viejo hábito de escuchar una emisora radial, por el mero placer de escuchar la voz de un locutor o escuchar una selección músical por completo diferente a la nuestra. Más sorprendente aun me resultó, que por casi 22 meses no había disfrutado de la programación de los canales de cable: me acostumbré a descargar todos los contenidos de series y peliculas directamente a mi disco duro. ¿Bueno o malo? No podría decirlo, pero esa especie de sectorización y selección de la información, fue uno de los factores que me hizo sentir especialmente ansiosa, aislada e incluso solitaria durante los días que no pude acceder a ella de la manera en que me había acostumbrado.

Retomando lo simple: Fue extraño, pero comenzar a leer un libro de cuyo argumento no tenía mucha idea, mientras escuchaba un buen programa de radio, fue una de las formas que encontré para tranquilizarme durante los largos días de tedio de la desconexión. Y recobrar el sentido - el hábito - de alguna manera me desmostró que lo había echado en falta durante mucho más del tiempo del que había estado conciente.

Todo al Alcance de un Click: Es común que internet te permita facilitar tu vida a niveles irrisorios. Y llevada por ese pensamiento de inmediatez, facilidad y rapidez, durante un buen tiempo he intentado que la plataforma tecnologia me permita llevar a cabo todo tipo de pequeños habitos de una manera cómoda. Asi que no solo puedo realizar todos mis pagos personales y de servicios a través de internet, sino que muchas veces, cualquier tipo de actividad se reduce a una breve busqueda en el motor de busqueda y llenar con mis datos cualquier plantilla digital. ¿El resultado? Una severa incapacidad para llevar a cabo pequeñas rutinas fuera de la web.

Asi que durante casi dos semanas, me vi obligada a regresar al mundo de los bancos, planillas rellenadas a mano, largas filas de espera. Y aunque por supuesto, no disfruté especialmente volver a la costumbre de sentarme en una oficina bancaria o de un servicio público, si me sorprendió la idea de entender un cierto concepto sobre el contacto humano y cuando nos hemos aislado de él, incluso en las cosas más sencillas. Claro está, no me refiero a que prefiera esperar durante horas para realizar un trámite bancario pero si, del hecho que nuestra vida se ha resumido en parámetros básicos, donde la electrónica lleva la voz cantante. Una construcción de la memoria social totalmente nueva y que se ha convertido en parte de nuestra vida de una manera casi sutil.

Retomando lo simple: Me armé de paciencia para esperar que avanzara la larga fila para cancelar un servicio básico y mientras lo hacia, disgustada e incomoda, me obligué a entablar conversación con dos desconocidos. Y aunque no diré que fue la conversación más franca y transcendental que he tenido, no puedo negar que me divertí y de hecho regresé a casa con una curiosa sensación de bienestar. Tal vez todo se trate de como decía Asimov, el hombre es un animal social y todo lo que contradiga esa idea, puede resultar asficiante.

De lo humano a lo simple, más allá de la 2.0 como ojo alternativo: Y quizá lo más revelador para mi resultó que luego de sufrir una profunda crisis de pánico, de sentirme aislada, cansada, triste y atormentada por el tedio, comencé a disfrutar de nuevo de cierta capacidad sensualista hacia lo sencillo que había olvidado podía existir. Caminar por la calle escuchando música, cantando en voz alta - sí, en público -, sentarme a tomar un café y leer el periodico comodamente instalada, comprar la entrada del cine en la taquilla, me hizo comprender como bien dijo mi querida Arlette Montilla, lo aislada, esclavo de las comunicaciones en que me había convertido durante los últimos años. Y comprender eso - aceptarlo quizá - fue uno de los pensamientos más revolucionarios y duros que me llevo asumir hasta que punto la tecnologia - su facilidad, su capacidad para simplificar mi vida - ha tomado un lugar preponderante en mi perspectiva de las cosas.

Retomando lo simple: ¿Es esa capacidad de la tecnologia para mimetizarse en nuestra vida bueno o malo? No sabría decirlo, de hecho, ahora que recuperé el servicio de internet disfruto de él como suelo hacerlo y tiene la misma importancia que ha tenido desde que era una adolescente. No obstante, la máxima que lo que aprendemos no lo podemos olvidar se hace mucho más evidente ahora que nunca: la sensación de esa sensible perdida de ciertas ideas con respecto de mi misma gracias a la tecnologia y sus ventajas, no deja preocuparme y quizá atormentarme. Y la recurrente pregunta de cuanta influencia tiene la vida 2.0 en mi percepción de la realidad concrenta de las cosas,  no hizo más que dejarme un poco desconcertada y más aun, simplemente abrumada. Porque no hablamos solo del alcance de esa influencia, sino por la forma como puede deconstruir partes de mi manera de ver la vida que considero valiosas.

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