miércoles, 6 de julio de 2011

De la disidencia y otras ideas: setenta y dos horas revolucionarias.





Disentir es uno de los derechos de pensamiento que ejerzo con más frecuencia: creo que la opinión critica es el mejor vehiculo para comprender el mundo que te rodea, la realidad que te tocó vivir. Por ese motivo, me considero disidente - y critica acérrima - de este gobierno. Y aunque he intentado a lo largo de doce años no caer en el juego fácil del fanatismo, si me he perdido mucho del criterio objetivo del que me preciaba hace media década o menos. Y esa involución, llamamosle, de mi manera de interpretar el mundo político Venezolano, se recrudeció durante este fin de semana especialmente largo, donde en mi país el Gobierno decidió celebrar el Bicentenario de la Independencia patria. Para bien o para mal, durante 72 horas tuve una muestra clara, evidente y concisa de porque mis ideas sobre el proceso que vivimos se han hecho especialmente duras, y sobre todo, lamento decirlo, intolerantes.

Viernes: De la celebración al abuso.

Desperté el día viernes primero de Junio con la sorpresa nada agradable que todas las calles aledañas al  lugar donde vivo, estaban cerradas: Me pregunté que había sucedido con el derecho al libre tránsito, y sobre todo, mi potestad inealenable de moverme a mi antojo por la ciudad. Intentando conservar la calma, decidí preguntar a uno de los efectivos del ejercito Venezolano que custodiaban las diversas entradas sobre el motivo de aquella situación intespectiva, y por supuesto inconsulta.

El Funcionario, llevando Uniforme de gala y el arma bien visible, me miró de mala gana. De hecho, me obligo a preguntar de nuevo, antes dedicarme una mirada levemente irritada  y responder en un tono brusco: "Celebración del Bicentenario". En realidad, fue la única respuesta que conseguí, de él o de cualquier otro miembro del descatacamento asignado a mi calle. Ninguno de ellos me explicó cuanto tiempo duraba la medida o porque se consideraba una celebración cerrar dos calles de una avenida concurrida. La vieja cultura militarista del país, que menosprecia al civil y simplemente ignora la máxima que su labor - y motivo de existencia  - es proteger a la población, se ha hecho durante este gobierno más evidente, más crasa y aun peor, apoyada por la opinión gubernamental que el estamento armado tiene un mayor poder y peso dentro de la expresión cultural actual.

De manera que, me encontraba junto a unos 120 vecinos, aislada en mi propia calle. Durante todo el viernes, los preparativos de la celebración incluyeron arrojar fuegos artificiales a una distancia peligrosa para cualquier transeunte y además, practicas de la banda de Guerra del Comando del ejercito, durante horas seguidas y sin que a nadie pareciera importarle demasiado encontrarse en una zona residencial.

¿Donde quedan mis derechos como ciudadana? ¿Como parte de una sociedad donde supuestamente ocupo un lugar como contribuyente y ejerzo el poder soberano? Por supuesto, no puedo decir otra cosa que esta pequeña muestra de autoritarismo ( de las tantas, de las inumerables, de las cientos, de las diarias ) es otro de los motivos por el cual disiento, sin considerarme apátrida, poco nacionalista o traidora, del Gobierno en ejercicio.

Sábado: De la atención al Cliente y otras ideas desconocidas.

El fin de semana comenzó con una falla en internet que me dejó sin el servicio desde el amanecer. De hecho, el servicio ABA de Cantv había sido errático, lento y desigual desde hacia casi dos semanas, pero y a pesar que había insistido en llamar al servicio técnico y seguido todos los pasos de lo que parece ser un protocolo sobre la reparación de fallas, no conseguí mejora en el problema. De hecho, a partir del sábado y supongo que debido a la proximidad de los dias festivos, los operadores de la atención al cliente se limitaron a insistir que debía realizar el reporte para dejar "constancia clara" de qué había ocurrido. Y aunque comprendo el proceso que toda oficina de atención al cliente lleva a cabo para protocolizar y resolver las fallas a las que deben responder, lo ocurrido con CANTV solo demuestra el nivel de improvisación en el manejo de servicios de acceso público. Nunca hubo una respuesta, una sugerencia, un consejo realmente útil en la manera de resolver la situación que vivía. De hecho, casi al final del sábado uno de los operadores me dejó en claro que con toda probabilidad, transcurrian más de 120 horas hasta que el personal técnico pudiera darme alguna respuesta de lo que podía estar ocurriendo con mi conexión de internet que suele llamarse, irónicamente, de alta velocidad.

Venezuela es el país del irrespeto hacia el cliente, el contribuyente, el beneficiario de un servicio público. Comprobé y de la manera más agría, la manera como la resolución de un problema no depende tanto de la buena voluntad del servicio técnico y personal autorizado para llevar a cabo los pasos necesarios para brindar una respuesta satisfactoria, sino la capacidad del cliente para insistir, para intentar encontrar métodos alternativos en la resolución del problema que sufre. Y aunque la atención y servicios al público nunca ha sido una materia sobresaliente en la ideologia comercial venezolana, las compañias de servicio básicos han perdido la capacidad de responder con prontitud y eficiencia que solían tener. De hecho, el servicio se ha vuelto peor, cada vez más lamentable y lo que es aun más preocupantes, sin perspectivas de mejoría.

Domingo: despertar de Golpe.

El amanecer del día domingo 3 de Julio fue brusco. De pronto, el silencio de las primeras horas de la mañana se llenó con el estrépito de música, celebración y la llegada de casi un centenar de manifestantes que ignorando el más obvio - y necesario - respeto a la convivencia y el bienestar del projimo, tomaron mi calle para manifestar en celebración de la cercana fecha del Bicentenario de la Libertad Venezolana. Asombrada, atónita, entristecida, miré desde mi ventana la manera como los hombres y mujeres que deberian considerarme tan merecedora de respeto como yo les considero a ellos, intentaban demostrar de la manera más ruidosa y grosera posible, su idea sobre el hecho de pertenecer a la circunstancial fracción de poder gubernamental. De manera que desde las seis de la mañana, hasta casi el mediodía, el grupo cada vez más numeroso y exaltado de manifestantes, dejó muy claro que los vecinos de mi calle y las avenidas aledañas no podiamos hacer nada para enfrentarnos y mucho menos expresar nuestro descontento con lo que sucedía. La mañana del domingo transcurrió en tensión, mientras las fachadas de edificios y dependencias privadas se llenaban de pintas ofensivas y  la música, cada vez más agresiva y ruidosa, se hacía casi insoportable.

Finalmente el grupo partió con destino al lugar definitivo de la concentración. Y en mi calle, quedó la indefinida sensación de desconcierto, cansancio y frustración de convertirse en un extraño en el propio país, en su propia casa. Y mientras miraba a los últimos caminantes hacer señales obscenas hacias la ventanas, donde los vecinos expresaban su descontento con timidas cacerolas y frases altisonantes, me pregunté como podría sobrevivir Venezuela, como idea, como república, al clima de revanchismo, temor, rencor en que nos encontrabamos sumidos a diario. El resto del domingo continuó en un incomodo silencio. La calle aun cerrada y cubierta de basura y desperdicios era el recordatorio simple, de uno de los elementos más preocupantes de este Periodo de transición política que padecemos: La linea que separa al ciudadano sin tolda política y los que apoyamos por la coyuntura, abusan de las prerrogativas del poder. 

Lunes: La celebración comienza a medianoche.

Los vecinos de mi calle y muchas de las avenidas aleñadas, asi como de otras regiones del país, despertaron sobresaltados ante una salva interminable de fuegos artificiales durante las primeras horas del día cinco de Julio. Y de hecho, todos los que considerabamos que era una forma de celebración comenzamos a sentir cansancio y temor, cuando los fuegos artificiales continuaron y las plazas públicas, fueron tomadas por grupos de alborotadores que no solo continuaron arrojando estruendosos fuegos artificiales, sino que decidieron que la mejor forma de celebrar el Bicentenario era salir a las calles gritando y disparando al aire. Y de nuevo, la idea de una Venezuela carcomida por el resentimiento me desconcertó: ¿Por qué no podía sentirme parte de una celebración que como Venezolana me pertenece tanto como a cualquier otro Venezolano? ¿Por qué la consigna de la celebración es gritar y celebrar el nombre de un Presidente, de un partido político, los ideales de una fracción política, siendo que el Bicentenario, como fecha y como simbolo, nos pertenece a todos, es parte de mi idiosincracia y cultura? Me sentí lamentablemente aislada, huerfana de gentilicio, mientras escuchaba la manera como grupos de motorizados cruzaban de un lado a otro las avenidas, coreando consignas violentas y amenazantes. Y no es que no haya vivido antes una situación semejante, en un país dividido por el rencor desde hace 12 años, sino que el hecho que ese limite ideologico entre la Venezuela que se corresponde políticamente con el gobierno y los simples disidentes como yo - no oposición, no políticos, solo disidentes - se hizo más clara, triste y evidente que nunca.

Martes de Celebración a Oscuras:

Y para completar una semana de pequeños pero concretos eventos que me demostraron el nivel de destrucción social que vivimos en pequeñas escenas circunstanciales, el día martes, a las 10 de la mañana, seis sectores de Caracas - en los que por cierto, se incluía mi casa - sufrieron un apagon. Ni con mucho el más grave y por supuesto, el menos duradero de los que viene padeciendo Venezuela desde que la falta de previsión y de politicas de prevención produjo una lamentable crisis electricas. No obstante, durante esas cuatro horas, casi riendo por todos aquellos pequeños desastres, comprendí hasta que punto la calidad de vida del Venezolano común, del hombre y la mujer de lo cotidiano, de aquel que estudia y trabaja para construir su futuro, del que desea simplemente tranquilidad, a degenerado en una especie de caos cotidiano apenas soportable.Y aunque el servicio electrico fue restablecido por horas, el mismo hecho que me alegrara que pudieran repararlo con prontitud, habla de una desagradable necesidad de comprender lo que ocurre como parte de mi realidad. Y eso me preocupó aun más fue tener que admitir que el nivel de vida promedio se ha convertido en una idea muy parecida a soportar todo tipo de pequeñas y amargas viscitudes.

Disentir es la capacidad de criticar y oponerte a ideas concretas, basada en la argumentación coherente. Y por tanto, yo disiento, de este sistema político que fomenta la desunión y el caos como forma de control. Disiento de la irresponsabilidad, la ignorancia, la groseria que se insiste en instaurar como moneda de valor. Disiento de la resignación y aceptar la lenta debacle moral que vivimos. ¿Eso me hace ápatrida, inmortal, traidora? No lo sé, pero si es asi, tomo el riesgo y la responsabilidad.

C'la vie.



0 comentarios:

Publicar un comentario