lunes, 6 de septiembre de 2010

El rostro de la memoria más Antigua: de la mujer y su voz en el tiempo.

Con frecuencia, me preocupa el estereotipo femenino que aun lastima nuestra identidad cultural dentro del hecho concreto de la memoria social. La idea de la fragilidad de la mujer, de su vulnerabilidad hacia el valor más evidente de nuestra moralidad y el sentido único de nuestra concepción intelectual, deforma la imagen y la esencia de la feminidad, en beneficio de una expresión limitada y prejuiciada sobre nuestra identidad como género. Las mujeres vivimos hoy en día una búsqueda en nuestra cultura: el abrazo a nuestra naturaleza femenina, el aprender a valorarnos como mujeres y a curar la herida de lo femenino.

Como conglomerado social, las mujeres hemos sido frecuentemente caracterizadas como seres descentrados, volubles y demasiado emotivos para ser eficaces, características percibidas como debilidad, inferioridad y dependencia, no sólo por la cultura masculina dominante sino también por nosotras, las propias mujeres.

Las mujeres que han buscado éxito en el mundo laboral masculino lo han hecho a menudo para refutar este mito: Querer demostrar que saben pensar y sacar algo adelante, que son independientes, tanto emocional como económicamente. Eligen modelos y mentores masculinos, o mujeres de identificación masculina que validen su intelecto, su sentido de propósito en la vida y su ambición y generan una sensación de seguridad, dirección y éxito.

La heroína se lanza a la batalla, con su armadura, su espada y su corcel más veloz. Logra su trofeo (un título superior, un ascenso, autoridad, un espacio público, solvencia económica), Compagina trabajo e hijos, aparece el siguiente obstáculo, otro ascenso, otra reunión social, cada momento libre se va llenando con cosas que hacer. La mujer no sabe parar, no sabe decir que no, se siente culpable de pensar en defraudar a alguien que la necesite.

Hasta que un buen día se pregunta:
¿Para qué sirve todo esto? ¿Dónde estoy yo? ¿Qué he perdido?

La mujer ha aprendido a hacer las cosas con lógica y eficazmente pero ha sacrificado su cuerpo y su alma: su salud, sus sueños y su intuición, Porque olvidó cómo criar, cómo criarse a sí misma. Porque decidió seguir un modelo que niega lo que en realidad es.

Aprendieron a tener éxito según un modelo masculino que no las satisface. El error inicial pudo ser la decisión de jugar con reglas ajenas en el juego de la autoestima y el éxito. Cuando una mujer decide dejar de jugar según las reglas patriarcales, no tiene indicadores que le digan cómo actuar y sentir.

El cambio asusta, pero donde hay miedo hay poder. En este momento, La mujer comienza su descenso: Se destronan reyes, se vaga sin rumbo, se buscan los pedazos perdidos de sí misma, se
encuentra con la sombra femenina,El descenso no puede ser apresurado porque es un viaje sagrado, no sólo para reivindicar las partes perdidas de una misma, sino también para redescubrir el alma perdida de la cultura – reclamar a la Diosa-.

Tras el descenso, la heroína empieza a curar poco a poco la ruptura madre-hija, la herida que resultó del rechazo inicial de lo femenino. La curación se da dentro de la mujer misma, a medida que empieza a nutrir su cuerpo y su alma y a reclamar sus sentimientos, su intuición, su sexualidad, su creatividad y su sentido del humor.

Constantemente, yo he vivido una experiencia semejante, en cada aspecto de mi vida, en cada etapa y circunstancia anecdótica a la que me he enfrentado a lo largo de mi vida:

El viaje externo hacia el reconocimiento fue perdiendo importancia a medida que exploraba mi territorio interno, mi voz femenina se hizo más potente e hice acopio de valor para abandonar mi dependencia de una mentalidad lineal. Entonces pude escuchar mis sueños, imágenes y aliados internos. Estos se hicieron mis guías. Un derrotero magnifico, profundamente significativo, en donde pude encontrar consuelo no solo a mi necesidad de convalidar mi imagen femenina - como ciudadana del mundo y como dueña de una huella cultural evidente - sino además, encontrar el sentido exacto de mi búsqueda personal, el sentido más cercano a propia idea de la verdad.

Porque, sin lugar a dudas, la feminidad es una forma de expresión utópica, maravillosamente abstracta, espléndida en su enorme valor intrínseco, inconmensurable en su origen esencial y primitivo. Una danza en la memoria, una voz que canta en un lenguaje tan antiguo como el de la Madre Tierra, la Diosa secreta que habita en nuestro espíritu. Una idea espléndida y cenital que se manifiesta en nuestro espíritu y nuestro capacidad para crear.


Escribí este articulo basándome en el maravilloso libro Ser mujer, un viaje Heroíco de Maureen Murdock.

2 comentarios:

Tete dijo...

A tres días de cumplir mis 55 años y en un momento en que apenas empiezo a detener mi carrera, me encuentro en un punto de mi vida en donde tu hermoso comentario representa un lugar de encuentro. Me intriga como una chica jóven como tú es capaz de interpretar en palabras sentimientos que es apenas ahora que mujeres como yo asumimos como una nueva verdad, luego de transitar la formación de una familia y la consolidación de una carrera. Indudablemente la respuesta está en tu sensibilidad y en esa especial forma de comunicar tus sentimientos y ponerte en el lugar de otros. Gracias.

Miss B dijo...

Bella Tete: yo creo que, como hija de una mujer luchadora, nieta de una gran Dama aprendí a mirar la vida de la mujer no solo como una sucesión de ideas sobre si misma, sino una construcción de valores. Como te ocurre a ti, a tu bella edad, o a María Teresa, como joven mamá, todas estamos concientes que somos alguien más además de nuestra idea identidad como madres e idearias de la feminidad. Somos individuos. Somos coherentes con nuestra voz interior.

Somos en suma, espiritus libres.

Gracias mi bella, por leer y comentar. Todo un honor.

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