jueves, 2 de septiembre de 2010

Sobre la Literatura y otras obsesiones de mi memoria

El arte es una percepción temporal y especifica sobre el mundo y un concepto posible - en medio de todas las formas del futurible - que da sentido al producto artistico en sí y a la visión subjetiva del artista. Es por tanto sencillo preguntar cual es la visión más figurativa de la estética en sí, en cual forma se torna más plena la aceptación de ese yo secreto que aflora en toda forma de arte. ¿Cual es el sentido del tiempo verbal en la literatura o el cine, la danza y la música?


No obstante, creo que analizar el arte de esa manera, es incurrir necesariamente en el prejuicio de concluir que alguna forma de arte es superior a otra. Este pensamiento - la idea y la necesidad de subdividir al arte como todas las formas subjetivas posibles y su aproximación a un concepto único - solo logra que pidamos a la literatura o al cine que sean lo más fieles posibles a la “realidad” —término ambiguo y problemático si los hay— pero no así a la música por ejemplo. Indudablemente, esa idea solo logra darle sentido al planteamiento que el arte por el arte es un concepto inaceptable: la vocación estética posee un sentido - o debería poseerlo - si es capaz de representar una idea más allá del mismo hecho fáctico de la belleza. Pero tal aseveración solo plantea una segunda incognita: ¿Es el arte un lenguaje por sí mismo o unicamente una expresión personal?


Recuerdo que hace unos pocos años, en Venezuela hubo una larga polémica por la utilización de groserias y palabras mal sonantes en los programas de televisión. Mientras los defensores de la idea apuntaban al hecho que de esa manera se lograba un retrato verídico de la realidad, por otro lado los detractores insistian en que las groserias solo lograba dañar la esencia del mensaje con distracciones innecesarias y de carácter vulgar. Nunca se llegó a una conclusión - creo que no la había - pero durante meses, las preguntas sobre en qué medida el arte debe nacer de una conclusión expúrea o si debe manifiestarse solamente como una expresión coherente de la realidad, dieron un lugar a un interesante debate.



La polémica por supuesto, terminó enceguecida por cuestionamientos de todo tipo, que soslayaban la idea más amplia del arte como creación e inspiración perdía sentido ante esa realidad vulgar que los melodramas televisivos intentaban reflejar. Uno conocido dramaturgo del país llegó a preguntarse que cual podría ser entonces el objetivo del artista, si la belleza quedaba eclipsada por la realidad. Una pregunta muy interesante, claro aunque llena del habitual prejuicio del artista: ¿Es el concepto estético a la que se intenta darle sentido con las formas de arte un medio de comunicación de una idea especifica o una forma coyuntural de una mera abstracción?


Estoy conciente que la pretensión de hacer del arte un reflejo de la realidad es una pretensión imposible y; sin embargo, todavía actúa fuertemente en muchos de nosotros. Encomiamos una pintura porque parece real, una película porque “está basada en hechos verídicos” como si estas notas destacadas las hicieran pertenecer a una categoría superior. Pero esa idea simple, cotidiana, plasmada en un valor estético es la que dota al arte de cierto peso, de una textura comprensible, de una idea yuxtapuesta donde tanto la realidad como la fantasia toman un sentido propio. No es por supuesto, un planteamiento lo suficientemente fuerte como para sostener toda una alegoría sobre el arte realista, pero aun así, es un pensamiento que nos permite darle un sentido más plausible a esa imagen caótica del arte sin más sentido que mostrar un rostro perenne de la realidad.

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