viernes, 11 de agosto de 2017

Una recomendación cada viernes: “The Long Drop” de Denise Mina.




Peter Manuel tiene el dudoso honor de ser el primer asesino serial de Escocia, un país con una tasa de homicidios lo suficientemente baja como para sorprender al resto de Europa. La historia de Manuel, desconcierta justo por su cualidad espontánea: el 1 de enero de 1958 se dirigió a un Bungalow de Uddingston — localidad a una siete millas de Glasgow — y a asesinó a balazos a una familia de tres miembros. Lo hizo sin mediar palabra, sin motivo conocido y sin que le uniera algún vínculo con cualquiera de las víctimas. Durante los diez días siguientes, repitió el escenario a lo largo y ancho del país, siempre con el mismo método brutal y sobre todo, el ataque certero y sorpresivo. El pánico cundió y de pronto, Escocia parecía a merced no sólo de la violencia sino de la incertidumbre, un fenómeno desconocido que marcó por años no sólo a las poblaciones en las que Manuel atacó, sino también dejó una cicatriz visible en el rostro cultural de la región.

La escritora Denise Mina no sólo captó el clima de paranoia de la época sino también, llevó a cabo una fidedigna investigación sobre el caso para la magnífica novela “The Long Drop”, en la que cuenta la historia de Manuel y también, el horror cultural que el caso provocó en una Escocia rural y pacífica. Como obra semi ficcional, la novela logra sostener una narración que elude los clichés del género de la novela negra y que asombra por su cualidad casi documental. En realidad, Mina parece más interesada en el entorno del asesino y las circunstancias que rodearon a los crímenes, que a las escenas de horror que Manuel dejó a su paso. La narración avanza entre pequeños hilos argumentales inesperados y se centra en la investigación que el empresario William Watt realizó casi de manera independiente sobre los asesinatos cometidos por la llamada “la bestia de Birkenshaw”. Watt había sido por el asesinato de su familia — esposa, hija y hermana — pero posteriormente recobró la libertad, por falta de pruebas en su contra. Ansioso por limpiar su nombre, dedica esfuerzos y horas de trabajo en investigar a Peter Manuel, quien por entonces sólo era un sospechoso circunstancial en medio de la serie de asesinatos que sacudió a Glasgow. Watt sospechaba que el aparentemente inofensivo Manuel era un asesino violento incluso antes de la estela de crímenes que le hizo famoso y además , estaba convencido que había actuado mucho antes de lo que la policía suponía. Hermético y persistente, Watt consiguió rastrear el paso de Manuel en una rara combinación de intuición y conocimiento deductivo. No obstante, poco después su figura se ensombreció por las acusaciones de una posible complicidad con Manuel, lo que le convirtió en un personaje ambiguo que aún hoy provoca suspicacia.

El relato de Mina alterna entre el largo juicio por asesinato de Manuel y su extraña relación con Watts — con quien llegó a sostener una extraña amistad que nadie llegó a comprender a cabalidad — y las extrañas circunstancias que rodearon el caso. “The Long Drop” es una reconstrucción fidedigna de la ola de terror que provocó los asesinatos de Manuel, pero también, las que sospechas recayeron sobre Watts y que le señalaron como cómplice de los múltiples asesinatos de Manuel. De la especulación a la mirada ética sobre la investigación policial, Mina recorre con mirada analítica no sólo los hechos, sino también, las circunstancias que le rodearon, para crear una narración sorprendente y llena de originalidad que analiza un crimen emblemático sobre el que pesan versiones encontradas. Pero Mina va más allá y medita sobre la culpa, la violencia y la naturaleza humana en una cuidadosa combinación de análisis metódico y búsqueda existencialista. El resultado es una historia compacta, profunda y extraña que avanza entre las nociones sobre la violencia y algo mucho más complejo.

Por supuesto, Denise Mina es una experta en la ficción policial, pero esta vez trasciende sus cuidadosas narraciones criminales anterior y entra en el terreno del crimen real. Lo hace además con una horrorizada fascinación, que parece reflejar el morbo inquietante que el caso de Manuel despertó en Glasgow. A mitad de camino entre el relato policiaco y la ficción, Mina crea un mapa de ruta a través del miedo colectivo y sobre todo, la percepción del crimen como parte de la historia de su natal Glasgow. La escritora rememora para la ocasión una ciudad fatalista y de cierto aire melancólico, que envuelve la narración en un sustrato simbólico de enorme efectividad. Cada calle y avenida está cubierta de sombras alargadas, de la huella de la lluvia y una inevitable sensación de desesperanza. Y es medio de este escenario bucólico, en el que los crímenes de Peter Manuel encuentran un lugar en la imaginería popular. No sólo se trata de la mirada perversa del ciudadano común sobre el hecho de violencia, sino la percepción del crimen como un suceso ajeno al tedio habitual. En esta “ciudad sombras” los personajes reales se mueven de un lado a otro con cierta pereza. Y no obstante, hay una vitalidad imaginativa y repleta de detalles en cada una de las escenas.

Como si la oscuridad fuera también una forma de belleza, la autora describe y crea una visión sobre el miedo y la violencia más cercana a la naturaleza humana que al estereotipo moral. Incluso Peter Manuel y William Watts, convertidos para la ocasión en nudos argumentales, parecen plenos de una identidad fidedigna y verídica. La novela tiene la particular cualidad de sostener un discurso complejo en el que nada es absoluto y mucho menos predecible. La culpa, la inquietud ética, la verguenza social se entremezclan para crear un lienzo complejo sobre la percepción del asesinato como hecho cultural. Para Mina el asesinato es algo más que una serie de hechos fortuitos y plasma esa convicción a través de un tránsito cuidadoso a través de las motivaciones personales de Peter Manuel para matar. Bajo su mirada crítica, el asesino se transforma en un hombre lleno de matices y una incógnita precisa sobre la percepción del bien y del mal.

Con una habilidad que se agradece, Mina evita uno de los principales problemas al momento de novelar crímenes de la vida real: esa noción lo sorpresivo y lo inesperado para retratar lo espontáneo de la vida real. Incluso en los clásicos del género como “A Sangre Fría” de Truman Capote y “La canción del verdugo” de Norman Mailer, hay una propensión a la revelación fortuita que sustituye la visión del asesinato como una consecuencia directa del quehacer humano. En “The Long Drop” Mina apuesta por lo contrario y logra una versión sobre el asesinato que combina las rigurosas transcripciones del juicio de Manuel con una comprensión firme sobre su cualidad enajenada e inquietante como individuo. La escritora toma las declaraciones legales como punto de partida para un recorrido firme por la psique del asesino y lo hace con una visión muy preciosa sobre el dolor y el sufrimiento humano, pero también la crueldad.

Pero observadora a cierta distancia temporal de un hecho de enorme relevancia pública, Mina parece especialmente interesada en mostrar la inaudita relación entre Manuel y William Watts, a quienes coloca bajo el mismo aspecto y ámbito. La autora pone tanto a uno como el otro bajo una misma percepción acerca de la maldad solapada y disimulada bajo el rostro de un hombre corriente. Ambos son mentirosos, manipuladores y sin duda, vinculados entre sí por una extraña afinidad, pero también, por una idéntica ambición tenebrosa que la Mina desentraña con una infalible intuición sobre las implicaciones del mal. Para la autora, parece imprescindible mostrar el tránsito de estos dos hombres en apariencia comunes en símbolos crueles en un país desconcertado no sólo por los crímenes de Manuel sino la posibilidad de la violencia.
Pero además de todo, Mina concibe el escenario histórico como un mecanismo perfectamente construido responder a las interrogantes que el caso de Manuel provocó y de hecho, continúa suscitando. A través de jueces, jurados y la ciudad misma convertida en un escenario de un controvertido hecho real, la escritora crea una sensación de público cautivo y desconcertado no sólo la eventualidad del crimen, sino por la circunstancia de su cualidad inexplicable. Los asesinatos de Manuel se erigen entonces como alegorías a una deshumanizada codicia. El egoísmo de la masa queda plasmado en la necesidad de reconvertir los detalles de los asesinatos en parte de un espectáculo ciego que se extiende a todos los ámbitos de la vida de Glasgow. Es entonces cuando la novela alcanza su punto más alto y se convierte en una reflexión incómoda sobre la naturaleza humana y su cualidad mezquina. La ciudad se llena de rostros huidizos, de obsesiones inconfensables pero sobre todo, de las máscaras de una notoria hipocresía moral que la autora describe con pulso firme y sin concesiones. A medida que la historia avanza, Mina deja en evidencia el sustrato inquietante de lo que cuenta: esa oscuridad latente, apenas entrevista y peligrosa que subyace debajo del horror del crimen real.

Pese de su naturaleza ambigua — la escritora asume la realidad como un juego de matices — la historia que cuenta “The Long Drop” continúa siendo muy directa justo por su cualidad inequívoca como documento vivencial. Mina no expresa su opinión pero tampoco, crea un silencio moral sobre lo que cuenta. Sus personajes muestran una dimensión y una profundidad de enorme valor narrativo y es gracias a esa percepción sobre lo corriente -el escenario habitual convertido en contexto siniestro — que la historia logra sostenerse a pesar de ser un hecho criminal de enorme repercusión mediática. Y es esa combinación inquietante entre un cierto nihilismo y algo más amargo, la que dota a la novela de una personalidad única y una percepción sobre lo criminal que se aleja del debate ético y se acerca mucho más, al análisis de la crueldad como parte de la conducta humana. Mina observa un hecho histórico desde lo ficcional y logra sorprender a pesar que cada detalle forma del imaginería de Glasgow. Todo un logro que convierte a “The Long Drop” en una travesía profundamente metafórica sobre el asesinato como dolor cultural pero sobre todo, como reflejo de las peores perversiones que se oculta bajo lo cotidiano.

El escritor Thomas Quincey asegura en su maravilloso ensayo “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”, que el asesino promedio es un artista tenebroso capaz de crear belleza a través de la muerte. Mina le da un giro a esa premisa y le brinda un toque postmoderno y brillante. Como si se tratara de una búsqueda de respuestas inquietantes sobre la naturaleza humana, la autora utiliza los crímenes individuales como premisa de la soledad y el desarraigo moderno. Pero también, una siniestra obra de arte construída a partir del temor. Entre ambas cosas, la novela es un manifesto discreto sobre los pecados modernos que encuentra su mayor fortaleza en una refinada crueldad que al final, parece confundirse con un simple sufrimiento cultural.

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