lunes, 3 de abril de 2017

El poder de la imagen como identidad: Unas reflexiones sobre el mito que sostiene a Tina Modotti.






“Había un café donde solían reunirse políticos empistolados, toreros, criminales y actrices de vodevil. Pero la persona más espectacular de todas era una fotógrafa, modelo, cortesana de alto coturno y Mata Hari de la Komintern. Fue la heroína de un truculento asesinato político y era lo que supongo se llama una belleza universal”.
Kenneth Rexroth a Tina Modotti


Durante toda su vida, a Tina Modotti se le llamó una mujer “dificil”, aunque nadie supo definir con claridad cual era el elemento que hacía su personalidad tan compleja, por momentos irritante. Tal vez por ese motivo Modotti — fotógrafa, artista, libre pensadora — fue un enigma para la mayoría de sus contemporáneos y continuó siéndolo décadas después de su muerte. Una figura que se resiste no sólo a la definición sencilla sino también, a la mera posibilidad de ser comprendida.

Claro está, Tina Modotti (Udine, Italia 1896) cultivó su mito personal desde lo esencial: tenía ideas radicales sobre casi todo, que desconcertaron y asustaron a partes iguales a la sociedad conservadora que le tocó vivir y además, las expresaba a viva voz. Desafió la figura tradicional de lo femenino de principios del siglo XX y cimentó una forma de comprender a la mujer artista que derrumbó viejos tópicos. Modotti era el rostro de todo tipo de visiones vanguardistas: encarnaba una nueva comprensión sobre la individualidad femenina basada en el desenfado, el misterio e incluso, un cierto tipo de crueldad muy refinada que Modotti utilizaba para cautivar y desafiar. Cámara en mano, creó una singular percepción sobre los alcances del talento femenino pero sobre todo, su percepción sobre la individualidad y la capacidad creativa de la mujer de una época recién nacida.

No es extraño por tanto, que la mayoría de los hombres de su época, no supieran cómo definir a una mujer de cabello corto, que jamás llevaba vestido y que se paseaba de un lado al otro del mundo llevada por su pasión por la fotografía. A lo largo de su vida, le llamaron prostituta, espía y hasta doble agente político, en un juego de espejos que refleja la incapacidad para comprender más allá de la superficie la compleja personalidad de una mujer que se encontraba al margen de la presión cultural. Libre por derecho por propio, contestaría y en ocasiones radical, Modotti demostró un perspicaz instinto para comprender el valor de lo marginal y lo singular.

Tal vez por ese empeño suyo en permanecer al límite de la normalidad, de Tina Modotti se sabe más bien poco. O mejor dicho, lo poco que se sabe de ella es a través de las percepciones de sus amantes, admiradores, críticos y enemigos. Documentos y testimonios a la sombra de su brillo. Como si se tratara de un personaje de ficción, Tina Modotti vive — y se analiza — a través de las contradicciones, de los rumores y la interpretación. Además de sus fotografías, su legado parece resumirse a las tres películas mudas en las que participó como actriz a principio de la década de los veinte, el inteligente y definitivo texto en que analizó su gran pasión por la fotografía y sobre todo, su conversación epistolar que sostuvo con su maestro y amante Edward Weston, que muestran su rara visión sobre el mundo y su insistencia en romper barreras intelectuales y personales a través de la provocación. Modotti, musa pero también, una creadora por derecho propio, pareció destinada a crearse a sí misma. A elaborar desde el enigma — uno de sus recursos favoritos — una poderosa percepción sobre su obra y percepción intelectual.

Tal vez por ese motivo, Modotti parece destinada a ser femme fatale o víctima en el imaginario que la muestra como símbolo o moraleja, dos extremos que ella se encargó de ensalzar con enorme desparpajo durante buena parte de su vida pública. Por un lado, utilizó su infalible encanto para seducir, convencer y encontrar un lugar en los cerrados círculos artículos de principios de siglo y por el otro, demostró un valor y un pulso impecable para construir una propuesta artística concreta. Del culebrón melodramático — le encantaba narrar su vida como un suculento folletín — hasta su indudable talento fotográfico, Modotti elaboró una hipótesis mutable y siempre ambigua sobre su discurso estético. Y lo hizo gracias a su habilidad para mezclar elementos disímiles: la fotógrafa no sólo era hija de su época, sino también parte de toda una nueva generación de mujeres que se abrieron paso en la agonía de una sociedad castrante y dura. Modotti resumió no sólo lo más complejo del trayecto de la liberación cultural y estética de la mujer sino que además, le otorgó un nuevo significado. Con Modotti nació una percepción sobre el valor de la fotografía como expresión formal de la identidad que es quizás su mayor legado y el elemento más reconocible de su corta pero consistente propuesta.

Todos los rostros de una Eva rebelde.
Para buena parte de sus biógrafos, el trabajo fotográfico de Tina Modotti sirve para ilustrar su existencia, que un conmovido Weston llegó a definir como “tormentosa y dolorosa” en sus diarios. Pero en realidad, Modotti construyó una especie de historia circunstancial sobre sí misma que logró dotar con todos los ingredientes de una épica íntima: Convirtió su origen humilde como joven italiana de clase obrera en el comienzo de una larga y dolorosa travesía hacia el deslumbrante Hollywood, donde la inocente debutante conoció el amor y también el desengaño. Pero claro está, la Tina Modotti real desbordaba el estereotipo de la joven sufrida tradicional y lo transformó en algo más. Neruda, quien la admiró y la amó por décadas, insistió que Modotti era un espíritu fuerte dispuesta a luchar por el triunfo con una entereza determinada que nunca dejó de asombrar al poeta. “Siempre estaba dispuesta a lo que nadie quiere hacer: barrer las oficinas, ir a pie hasta los lugares más apartados, pasarse las noches en vela escribiendo cartas o traduciendo artículos. En la guerra española fue enfermera para los heridos de la República” contó Neruda asombrado por la pasión y la particular personalidad de la artista.

Pero Modotti era mucho más que la devoción que podía despertar en sus admiradores: Era una mujer de temple que construyó su propia figura a base de la ambición y una fulgurante tenacidad. De actriz secundaria en varias producciones menores del cine mudo, llegó a la vanguardia artística de la mano de Roubaix de l’Abrie Richey su primer marido. Ambos, formaban una pareja artística que estaban convencidos de la necesidad de creación como una forma de liberación — “creo, luego existo, ese es mi gran lección” escribiría por la época — y juntos, analizaron el arte como una conversación intelectual entre iguales — “Somos una compleja interpretación de la misma cosa” — lo que le permitió a Modotti comprender los alcances del arte como lenguaje. Un año después de su boda, De l’Abrie Richey iría a México y se prendaría del país: escribiría largas y apasionadas cartas a su esposa sobre la cultura, la historia y sobre todo la personalidad de una “región mágica”.

Para entonces, Tina comenzaba a interesarse con verdadera seriedad en la fotografía: había conocido al fotógrafo Edward Weston, por quien sentía una compleja mezcla de amor y admiración. Para los primeros años de la década de los ’20, Edward Weston era un fotógrafo no muy reconocido con un estudio propio en el que intentaba encontrar un lenguaje propio, sin lograrlo. Atado a a la imagen comercial, tenía muy pocas oportunidades para la experimentación y sobre todo, la insistente búsqueda de un discurso personal sobre el cual pudiera basar su producción artísticas. Luego escribiría en sus diarios que conocer a Modotti había sido para él “providencial”. Por entonces, la jovencísima actriz buscaba nuevas formas de expresión estética y encontró en la fotografía, una percepción profunda y radical sobre la identidad, un tema que le había obsesionado por años. El encuentro entre ambos resultó en una complicidad intelectual que de inmediato rindió frutos: Weston no sólo encontró en Modotti su mejor modelo sino que entre ambos se estableció un tipo de comunicación sensorial y estético que Weston transformó en puro arte. Una comprensión profundísima sobre el arte que libera — “Hay un poder extraordinario en encontrar un lienzo idóneo” escribiría el apasionado Weston — sino que además, el reflejo de una mirada estética renovadora. Modotti de nuevo, protagonizaba su propia historia de manera tangencial: en las fotografías de la época se le ve como una referencia inmediata, decisiva y concreta a la obra que Weston desarrollaba pero además, como un elemento de profundo significado conceptual. Entre ambas cosas, Modotti parece sustentar un elemento insistente e imprescindible en la obra de Weston.

En la búsqueda de una mirada propia: El recorrido por la oscuridad.
Roubaix de l’Abrie Richey murió de viruela en el año 1922 y en medio del dolor de la prematura viudez, Modotti se refugió en la fotografía y también, en la complicidad intelectual que compartía con Weston. La relación entre ambos se hizo cada vez más estrecha y finalmente se transformó en una relación romántica. Huyendo del escándalo y el escarnio público, viajaron a México en el año 1923. Con la audacia que le caracterizaba, Modotti asumió la noción sobre el amor como una liberación “Fue descubrir mi segundo hogar. En México y también, en el espíritu renovado” diría después.

En el país, Tina Modotti alcanzó su plenitud intelectual: asombró y sacudió a la conservadora sociedad Mexicana con sus opiniones políticas, artísticas y sexuales. Era una mujer que abrazaba la idea de lo contemporáneo en todas sus consecuencias: de la época datan sus retratos con el cabello cortísimo. Siempre mira de frente a la cámara, con los labios relajados y una expresión curiosa. La Tina Modotti que llegó a México alcanzó quizás el cenit de su necesidad creativa y expresiva. No sólo se convirtió en una constante inspiración para un Weston en estado de gracia sino que además, encontró su propia narrativa visual. Un motivo profundo de extraordinario valor para usar la cámara como recurso artístico: su emocional y sincera relación con México.

Modotti lo diría en distintos momentos de su vida: México representó su motivo e inspiración para crear. Impresionada con el país, intentó plasmar en imágenes un homenaje a su belleza, a esa percepción compleja, dura y casi idílica como Modotti comprendía una cultura llena de contrastes. Pero también, quiso captar el dolor, el sufrimiento y las heridas sociales que de pronto transformaron a México no sólo en un lienzo de profundo significado sino también, en una visión sobre un tipo de angustia existencial por la que Modotti sentía especial predilección. Asombrada y conmovida por las contradicciones de su país adoptivo, Tina Modotti comenzó a fotografiar a México desde la desigualdad social, la angustia, los terrores, la injusticia. Sus fotografías muestran una enorme conciencia del poder de la imagen, sino una convencida percepción sobre su valor intrínseco. Modotti fotografiaba no sólo para contar la historia del México que amaba, sino también, para analizar y comprender su dureza y su historia secreta. Y lo hizo con una respeto genuino, una profunda admiración que se reflejó en cada una de las sus imágenes.

El poder de su trabajo fotográfico, su amor por México y su posterior activismo político, la convirtió de inmediato en parte del círculo artístico del país: comenzó a frecuentar a miembros del grupo de la Unión Mexicana de artistas y traba a amistad con sus máximos exponentes. De pronto, Tina Modotti se encuentra rodeada de los grandes nombres de la cultura Mexicana, que no sólo la aceptan como parte de su entorno sino con quien entabla fuertes lazos de amistad. Modotti se convirtió en una rareza entre rarezas y sobre todo, en un símbolo de la mujer que deseaba ser.

Para entonces, su romance con Edward Weston había terminado: el fotógrafo volvió a EEUU en 1927 mientras que Modotti, continuaría en México, como “orgullosa hija adoptiva” y luchadora social. La ruptura fue discreta, dolorosa y sin embargo, dejó claro que había un poderoso vínculo de admiración mutua que sobreviviría a la distancia. Para Weston, Tina Modotti continuaba siendo una artista excepcional y como tal, la celebró cada día de su vida. Partió a EEUU con una rara vivencia sobre la libertad de las ideas que marcó el trabajo del fotógrafo para siempre. “Fuimos compañeros pero sobre todo, nos miramos el uno al otro” escribiría en sus memorias.

Una mirada a la incertidumbre: el silencio de Tina Modotti.
Edward Weston solía decir que la fotografía era una percepción novedosa sobre lo conocido. De hecho, utilizó la frase para definir el trabajo de Modotti, a quien consideraba una artista excepcional por derecho propio. “Tina ha hecho una foto que me gustaría poder firmar con mi nombre; eso no me sucede a menudo. Las fotografías de Tina no pierden nada en comparación con las mías, expresan lo suyo” escribió Weston a un amigo en 1924, sin disimular su entusiasmo por la obra de la que ya era su amante. Por entonces, el trabajo de ambos era muy similar pero era evidente, que Modotti buscaba una percepción puramente fotográfica sobre la realidad, que logró al llegar a México. La mejor prueba de esa percepción de la fotografía como reflejo de la realidad en estado puro, fue el trabajo que llevaron a cabo para la revista Mexican Folkways. La serie de viajes y paisajes de un México rural y remoto muestra un tipo de belleza pero también precisión técnica que enarbola una nueva profundidad en la narrativa fotográfica de ambos fotógrafos. Una noción sobre el quehacer fotográfico como expresión documental. El trabajo llegó a ser tan apreciado en México, que el mismísimo Diego Rivera llegó decir que “muy pocas expresiones plásticas modernas me producen un goce más puro y más intenso que las muchas obras maestras de Weston y Modotti”. Un reflejo no sólo de la mirada fotográfica de ambos autores — y su colaboración — sino de la necesidad de la expresión vanguardista en su obra estética.

Pero para Modotti, México además le brindó un tipo de contacto que despertó su responsabilidad política y cuyos alcances la atormentó de por vida. De pronto, Modotti tuvo que decidir entre su compromiso político — y su sensibilidad social — y su capacidad para la expresión artística. Y quizás, sea esa dicotomía, lo que convirtió su trabajo fotográfico en México en un registro emocional con un enorme valor estético que aún sorprende por su poder de evocación. En 1925, escribe una carta a Weston donde expresa su angustia existencial y la dolorosa cicatriz que le dejó su búsqueda política. “No he sido muy ‘creativa’, como puedes ver –menos de una impresión al mes–. ¡Qué terrible! […] No puedo, como alguna vez me propusiste, ‘resolver los problemas de mi vida perdiéndome en los problemas del arte’ […] Debería haber un equilibrio [pero] en mi caso, la vida lucha en todo momento por el predominio, y el arte, naturalmente, se resiente […] en otras palabras, pongo demasiado arte en mi vida y, por tanto, no me queda mucho que dar a mi arte”.

Hasta el final de su vida, ese fue el gran drama de Modotti, el último con el que luchó y con el cual debatió con todas sus profundas implicaciones: la oposición entre satisfacer sus necesidades artísticas y su recién descubierta noción sobre la realidad. Para Modotti la fotografía se convirtió en el medio esencial para “registrar la vida objetiva en todas sus manifestaciones”. Una herramienta que abandonó en favor de “causas justas” pero que jamás pudo olvidar. Unos días antes de morir de un infarto en su querido México adoptivo, escribiría “la fotografía fue mis ojos. A veces creo que hay una parte de mi espíritu que perdió su norte al abandonarla”. Una frase dramática que quizás resume una apasionada relación con la imagen que perduró como un documento de enorme valor artístico y más allá de eso, un visión sobre la capacidad de Modotti para encontrar su propio lenguaje creativo. Tal vez, la gran lucha de su vida.

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