viernes, 21 de abril de 2017

Una recomendación cada viernes: “Big Little Lies” de Liane Moriarty.




Lo doméstico, lo invisible de lo cotidiano y los pequeños dolores ocultos del seno familiar, se suelen abordar en la literatura desde el drama o en el mejor de los casos, con una perspectiva satírica que busca desacralizar sus extremos más complejos y emotivos. Pero cuando las perspectiva bordea ambas cosas, no es tan sencillo comprender su objetivo. Por ese motivo, a la obra de Liane Moriarty se le suele catalogar como barata e incluso superficial, a pesar de haber tenido dos éxitos de librería casi consecutivos y sobre todo, una buena recepción de crítica y público. No obstante, la visión de Moriarty sobre el mundo femenino — sus secretos, deslices y matices — no suele ser del todo bien recibida. Quizás se deba a su rara percepción sobre el dolor y la tragedia — muy cercana a la burla nihilista — o al hecho que Moriarty analiza sus historia desde cierto desparpajo festivo. Cual sea la razón, su obra sorprende e incómoda y para la autora — que se confiesa rebelde, intranquila y petulante — eso es más que suficiente.

“Big Little Lies” no es diferente al resto de la obra de Moriarty: la historia está llena de mujeres con problemas éticos y emocionales, un misterio inquietante y problemas domésticos convertidos en alegoría del dolor femenino. Pero en esta ocasión, Moriarty forza la barra para reflexionar sobre la angustia, el miedo y la confusión desde una óptica que sorprende por su inesperada profundidad. De nuevo Moriarty juega con los acostumbrados elementos que hicieron éxitos de librería a sus obras precedentes, pero esta vez, la lección es más retorcida, mucho más dura de asimilar. La escritora asume el rostro de la feminidad moderna — que parece ser tan ambigua, mutable y desconcertante — para crear algo más refinado y duro de asimilar. En este juego de espejos que comienza como un melodrama al uso y termina convertido en una insólita mezcla de thriller y especulación filosófica sobre la vida filosófica, la autora encuentra el tono y el ritmo correcto para meditar con dureza sobre la identidad, la caída en desgracia de sus personajes y sus pequeño dolores incomprensibles. Y lo hace con una habilidad que sorprende por su eficacia.

A la novela se le ha llamado “una historia de suspenso doméstico con sofisticados toques de humor” y hay quien incluso se ha empeñado en comparar la estructura limpia — por momentos simple — de la obra de Moriarty con cualquiera de las magnificos mecanismos literarios de Agatha Christie. No obstante, “Big Little lies” no es ni cosa ni la otra: Entre ambos extremos, el libro maneja su propia batería de símbolos y pequeños juegos de dimensión y símbolos, para lograr algo novedoso. Las mujeres de Moriarty son algo más que excusas para analizar el universo femenino: son complejas entidades que batallan entre sí para encontrar un sentido profundo a sus personales vicisitudes. No siempre lo logran, pero el trayecto a la iluminación — el largo camino endeble hacia la liberación y una eventual moraleja — es tan intrigante como para captar por completo la atención del lector. La cuidada atmósfera, los cambios de estructura y punto de vista, logran sostener no sólo una historia que podría parecer tópica y remilgada, pero que en realidad, es una mirada inteligente al dolor, el desarraigo, la angustia e incluso temas tan específicos como el maltrato y la violencia doméstica.

Más de un crítico ha insistido que la obra de Moriarty es un gran colección de chismes ordenados con astuto esmero. Y durante las primeras páginas de la novela, la acción podría resumirse justamente en una justificación a un cotilleo repetitivo y cursi casi ingenuo. Aún así, la novela remonta sus peores momentos y hasta alcanzar una vigorosa perspectiva sobre el uso de los rumores y el cliché como parte del drama central. Moriarty deja muy claro que su historia se basa en la hipocresía social y también, en las debilidades de esa percepción de normalidad que se impone y que a veces, resulta casi imposible de vencer. Es entonces cuando la novela alcanza sus puntos más altos y se deleita en su capacidad para avanzar a través de lo trivial con un tono venenoso y ofensivo. No hay nada sencillo ni mucho menos superficial, en esta épica doméstica, mitad reflexión pesimista y mitad sátira retorcida. En medio de ambas cosas, Moriarty escoge los momentos y escenas a través de las cuales, dejará muy clara la diferencia entre ambas cosas.

Con todo y a pesar del buen esfuerzo de la escritora por disimularlo, la novela tiene momentos de brillo falso que quizás, demuestran la incapacidad de la escritora para abandonar por completo los pequeños clichés sobre la identidad de la mujer. A pesar de los esfuerzos de Moriarty por brindar complejidad a personajes, no tiene otro remedio que analizar el estereotipo para reforzar la idea multicultural y levemente clasista de la historia que cuenta. El libro sitúa la acción en una pintoresca península en las afueras de Sydney (Australia) en un intento por dotar de capas de significado a las extrañas combinaciones sociales y culturales que Moriarty utiliza como telón de fondo para la trama. En medio de la democrática bahía sin nombre en la que habitan el cuarteto de mujeres protagonistas, hay madres solteras muy pobres que apenas alcanzan el final de mes, autoritarias matronas que viven en mansiones lujosas y también, simpáticas damas que intentan encarnar el ideal de la independencia femenina moderna. Moriarty traspone los elementos y crea un mosaico lo suficientemente sólido como para funcionar pero en el que cuesta comprender motivaciones y puntos de vista. La escritora dedica una considerable cantidad de tiempo a ocultar las intenciones de sus personajes y no el suficiente, a dotar de realismo a los pequeños elementos que sostienen sus — en apariencia — poderosas personalidades. El resultado es una visión mixta, incompleta y desigual de sus diferentes circunstancias.

Por supuesto, para Moriarty el misterio es de importancia capital y lo deja claro desde las primeras páginas de la novela: la intención de cada una de las escenas y personajes parece esconder algo tenebroso, tendencioso y la mayoría de las veces peligrosos. El recurso resulta efectivo cuando el enigma escabroso se entremezcla con el rápido discurrir de la trama. Pero cuando no lo hace, el resultado es un blando y machacón anuncio de algo pérfido que Moriarty anuncia en cada oportunidad posible. La insinuación se hace repetitiva, innecesaria e incluso, amenaza la fina noción de la autora sobre la necesidad de mantener el equilibrio entre lo que se muestra y lo que se oculta.


Claro está,  el tema principal del libro es una alegoría a la rivalidad femenina en clave de crítica, con algunas percepciones sobre todo lo que una mujer oculta para sostener la fantasía social de una vida perfecta. La crueldad, la intimidación, la agresión sutil, el odio y el resentimiento sostienen un análisis casi cruel sobre el rol femenino, el tópico y la exigencia social. En mitad de todo, hay una definitiva intención de sostener el discurso del libro sobre la percepción del horror de los secretos domésticos como una forma de control y prejuicio. Pero Moriarty carece de la pericia para profundizar en el concepto con mayor propiedad y la idea termina convirtiéndose en un mirada simplona que evade lo más incómodo del tema.

Aún así, la novela funciona: como crítica, como alegoría y como excusa para un thriller de misterio lo suficientemente logrado para no decepcionar. Hay una ferocidad helada y durísima en la perspectiva de Moriarty sobre el comportamiento masculino, que sorprende en mitad de las descripciones edulcoradas y ambivalentes. El ritmo de la historia cambia de súbito y hacia el tramo final, la novela muestra sus mejores cartas. El tono siniestro y durísimo de las descripciones de la violencia, la despiadada mirada sobre la resignación y la angustia alcanzan un realismo casi doloroso. Es entonces, cuando “Big Little Lies” demuestra que hay una percepción del horror y la decadencia muy poderoso en aparente banalidad. Una grieta obscena y sorprendentemente efectiva en medio su paisaje en apariencia inofensivo. Una sonrisa siniestra detrás del carmín de labios aplicado con esmero en el rostro de sus personajes.

Al final, la novela gravita quizás de manera inevitable hacia cierta ambigüedad moral. La historia termina sin mostrar todas sus cartas — quizás no debe hacerlo para resultar efectiva — y evade el motivo principal que parece sostener el resto de la historia: la moraleja oculta que insiste que a veces hacer lo incorrecto también es correcto.

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