jueves, 8 de enero de 2015

Todos los rostros del juicio moral: Homofobia a la Venezolana.



Hace unas semanas, mi amigo L. se encontraba almorzando en un restaurante con su novio, cuando uno de los mesoneros se acercó para pedirles con cierta timidez “se cambiaran a una mesa menos visible”. Desconcertado, L. no supo que responder a una petición semejante.

— ¿Por qué nos pide algo semejante? ¿Quién lo pide? — le preguntó. El mesonero, cada vez más incómodo, señaló una mesa unos cuantos metros más allá, donde un hombre y una mujer observaban la suya con gesto reprobador.

— Los señores dicen que se sienten muy afectados por…su comportamiento — explicó como pudo — si quiere, puede ocupar una mesa al fondo, menos visible.

Por supuesto, mi amigo no lo hizo. No sólo no comprendía la velada insinuación en las palabras del mesonero sino que además, se sintió inmediatamente atacado. ¿Que había provocado la reacción? durante todo el rato, sólo había conversado con B., su pareja. En un par de ocasiones le había estrechado la mano, pero estaba seguro de no haber hecho otra cosa que pudiera incomodar a la concurrencia. De manera que la discusión subió de tono, sobre todo cuando varios de los comensales del lugar comenzaron a protestar, a favor y en contra, de la petición del mesonero. Alguien insistió que L. y su pareja “habían provocado” la situación al tomarse de las manos en público y que el establecimiento donde se encontraban “era de ambiente familiar”. Un desconocido, les señaló como “indecentes” y alguien más, les recomendó “ir a su lugares para hacer sus sinverguenzuras”. Unos pocos y con cierta timidez, apoyaron la decisión de L. de continuar en la mesa que ocupaba y continuar con su almuerzo, a pesar del desagrable debate. No obstante, al cabo de un rato, el gerente del lugar se acercó a la mesa para “intentar mediar” en una “situación preocupante”.

— No nos moveremos de la mesa y si lo hacemos, no pagaremos lo que consumimos — le replico B., que hasta entonces había intentado conservar un tono conciliador y tranquilizar los ánimos. El gerente sacudió la cabeza, aparentemente preocupado.

— Nuestro local no tiene inconveniente en obsequiarle lo que hayan consumido por el bien común — insistió — así que si son tan amables…

Señaló una mesa al fondo, en una de las esquinas junto a la cocina. Era un lugar alejado del resto del local y según me comentó L. “casi oculto por mesas en desuso”. Cuando L. se negó de nuevo a aceptar la sugerencia y volvió a recordarle al empleado que no había ninguna razón por la cual debiera ocupar otra mesa, el hombre cambió y el tono y el tratamiento.

— Este local se reserva el derecho de admisión. Y le pedimos de manera muy educada pero firme lo abandonen.

Finalmente, mi amigo y su pareja debieron abandonar el lugar. Lo hicieron escoltados por el gerente y en medio de un forcejeo poco menos que incómodo, que según me cuenta B. incluso pudo terminar en una situación aún más tensa, a no ser porque ambos decidieron claudicar y abandonar el local por su propio pie. Al salir, la pareja que había insistiendo en que debían cambiarse de mesa soltó una palmada triunfante que hizo que L. por un momento considerara realmente la posibilidad de enfrentarse a ambos de cualquier manera posible. No lo hizo.

— ¿Qué sentido tiene? — me comentaría días después — cuando fui a la policía municipal para denunciar el caso, nadie quiso atenderme y uno de los agentes se burló de nosotros. Nos encontrábamos en plena época decembrina y la mayoría de los funcionarios se encontraban más preocupados por salir de allí que por atender al público. Nos explicaron que habíamos abandonado el local por decisión propia y que no teníamos como demostrar lo contrario. De manera que decidimos no tenía mucho sentido insistir.

El caso de L. y B. no fue reseñado por la prensa, ni tampoco denunciado por ningún otro medio de comunicación local o nacional. Tampoco lo fue el caso de una pareja de jóvenes que fueron amenazados con ser encarcelados por caminar por una plaza de la ciudad tomado de las manos, o el caso de la enfermera que fue despedida de la Centro médico donde trabajaba cuando su superior inmediato descubrió que su orientación sexual. La homofobía en Venezuela parece ser un secreto a voces, una prejuicio sutil que sin embargo afecta a una considerable parte de la población y que se sobre todo, se manifiesta en una serie de códigos e ideas culturales que hacen de la diferencia un estigma. Una idea preocupante que además, parece englobar no sólo a la percepción Venezolana sobre los derechos individuales sino también, a esa noción general sobre la igualdad y la inclusión social tan necesaria en nuestra cultura.

Venezuela, como otros países del hemisferio, padece de una fuerte herencia machista, pero más allá, la intolerancia por la sexualidad ajena parece mezclarse con toda una serie de circunstancias más o menos sutiles que delimitan y contaminan la opinión general sobre las minorías sexo Diversas. Desde el uso de la orientación sexual como insulto, hacia el deliberado rechazo por la expresión sexual del otro, la homofobia Venezolana parece directamente relacionada con esa noción del prejuicio histórico, de un planteamiento cultural que forma parte de esa identidad social que todos asumimos inmediata. Tal vez por ese motivo, la homofobia Venezolana sea difícil desde analizar desde los parámetros habituales y sea mucho más comprensible, a través de esa idea elemental sobre el respeto a la libertad individual personal.

Porque en Venezuela, la homofobia se manifiesta en esa percepción de la orientación sexual como parte de un entramado de ideas muy precisas sobre el deber ser y la normalidad. En Venezuela hay patrones y tópicos que se consideran absolutos y esa visión sobre la identidad, lo que hace que cualquier comportamiento sea analizado desde ese limitadisimo punto de vista. Desde la percepción de la pareja tradicional, hasta los patrones de conductas del sexo e incluso, la mezcla de religiosidad con aspectos morales, hace que para la sociedad Venezolana la homosexualidad trasgreda, no sólo el ámbito de lo que se supone es “moral” sino algo más confuso: La individualidad como concepto. Para buena parte de la población, la homosexualidad es no sólo una conducta incomprensible, sino que agrede directamente una serie de valores elementales de lo que se considera esencial del país.

O así, lo asume K., quien se define así misma como “muy religiosa” y para quién el tema es cuando menos incómodo. Es profesora de un Colegio privado de Caracas y me insiste, mientras conversamos, que la “homofobia” no es sino una manera de llamar a “un punto de vista”. Cuando me sorprendo por el comentario, me dedica una mirada impaciente.

— La idea de la fobia implica algún tipo de trastorno. En mi caso, sólo se trata que no acepto la idea de la homosexualidad. ¿Eso me hace inmediatamente una mujer trastornada?
— Te refieres sobre la vida privada de alguien más — puntualizo.
— No me refiero a su vida privada. Pueden hacer lo que quieran puertas adentro, pero en la calle, que respeten.

Respeto. He escuchado la palabra en varias conversaciones sobre la homofobia y no siempre referida a la tolerancia debida hacia la privacidad de alguien más. Para K. como para mucha otra gente, cualquier gesto o comportamiento que agreda su visión sobre la “normalidad” no sólo es “irrespetuoso” sino además, directamente ofensivo. Un contrasentido por donde se le mire.

— ¿Qué respeten tu punto de vista? — pregunto.
— Que respeten las buenas costumbres.
— ¿Como las trasgreden?

K. guarda silencio, aprieta los labios con evidente incomodidad. En más de una ocasión hemos debatido el tema: para ella es inaceptable cualquier manifestación de amor que no sea exclusivamente entre un hombre y una mujer. Varias veces le he preguntado por qué le irrita o le preocupa cualquier comportamiento que contradiga esa visión y la respuesta siempre es la misma o alguna muy parecida “no es natural”.

— Sabes a lo que me refiero, el orden natural de las cosas es muy definido y tiene motivos biológicos muy claro. La homosexualidad no sólo transgrede sino que vulgariza la idea de la identidad humana.

K. es profesora de biología en un colegio dirigido por religiosas. Su hija mayor es mi amiga desde niña y conozco su férrea visión sobre diversos tópicos morales y éticos. Para K. la idea de la homosexualidad no sólo es escandalosa sino que le resulta directamente ofensiva. Y lo manifiesta cada vez que puede.

— O sea que las mujeres que no pueden concebir, los hombres solteros, cualquiera que no esté dedicando su tiempo a la vida en pareja y la reproducción es antinatural ¿No? — digo, con toda intención. Su hija menor tuvo que recurrir a la inseminación artificial para concebir y el hijo más pequeño de la familia, continúa soltero con treinta y tres años cumplidos. Sacude la cabeza irritada.
— Es distinto.
— ¿Por qué lo es?
— La biblia no condena a los hombres solteros y las mujeres estériles. La homosexualidad, sí.

K. se llama así misma “cristiana devota” pero acude muy esporádicamente a la Iglesia. Insiste en que Dios no puede ser comprendido a través del dogma y tampoco presta demasiada atención a mandamientos, preceptos morales y fiestas de guardar. Pero sobre el tema de la homosexualidad, su opinión parece basarse por completo en el ámbito de lo religioso, lo insustancial y sobre todo esa abstracción nebulosa que llamamos devoción.

Puede parecer una postura extrema o circunstancial, pero en Venezuela es muy común y sobre todo, significativa, en la manera como se comprende la tolerancia por la SexoDiversidad y el respeto a las minorías. Hace unas semanas, la activista Tamara Adrián, y el director general de Diversa Venezuela, Yonathan Matheus, declararon en una entrevista concedida a la página web Noticias 24 que el tema religioso ha obstaculizado la percepción de los derechos de la comunidad LGBTI en Venezuela. De hecho, con respecto a otros países de la región, como Uruguay, Argentina, Brasil, Colombia y México, “en Venezuela una ola de conservadurismo ligado a grupos religiosos ha bloqueado leyes relativas a los derechos de homosexuales, lesbianas y transexuales” señala Adrián.

No obstante, el problema no es sólo de percepción y comprensión sobre la diferencia, y la indiferencia hacia la necesaria inclusión. En nuestro político y cultural es ferozmente prejuiciado y de hecho, tiene una durísima concepción sobre las libertades sexuales. Desde crear una campaña política basada en denigrar la sexualidad del contrincante, hasta el hecho que diputado de la República denigre y menosprecia la Sexo Diversidad en plena Asamblea Nacional sin que ocurra nada más que una tímida oposición pública, este es un país donde aún no existe reconocimiento sobre el género. Este es país donde se caricaturiza la homosexualidad, donde aún la palabra “maricón” y lesbiana se utiliza como insulto.

Mi amiga P. es lesbiana. Lo es desde que lo recuerda y de hecho, no hay un momento de su vida en que haya dudado serlo. Su familia respeta su opción de vida y de hecho, buena parte de su entorno lo asume como algo natural. Es también una profesional muy competente. Por ese motivo, le sorprendió cuando fue despedida de la oficina de contabilidad donde trabajaba debido a “su comportamiento directamente ofensivo e irregular”.

— Intenté que alguien me explicara que supuesto para despido era ese, porque no aparece en ningún parámetro legal, pero en Recursos humanos me pidieron firmar una renuncia y aceptar un cheque por una indemnización doble, pero no acepté y pedí reenganche. La reacción de la gerencia fue pedirle al vigilante me acompañara hasta la puerta de la empresa — me cuenta, seis meses después de la complicada situación, que aún continúa sufriendo. Siguió negándose a firmar la carta de renuncia y la empresa acabó despidiendola por una poco fundamentada acusación de irresponsabilidad en el manejo de cuentas que aún no puede probar. Pero, me insiste, que está segura que la razón de su despido fue sin duda su orientación sexual. Me cuenta que aunque jamás ocultó su vida privada, siempre procuró mantenerla fuera de la oficina, hasta que coincidió con uno de sus compañeros de trabajo en un evento músical. Le acompañaba su pareja y no vio motivo alguno para ocultarle que lo era. Desde entonces todo cambió.

— ¿Como cambio? — le pregunto. Ella suspira, con expresión cansada y preocupada.
— De inmediato noté el rechazo. Hubo semanas de tensión en la oficina y finalmente alguien me comentó que había comentarios sobre “mis rarezas”. Después perdí algunas cuentas. Nunca supe bien si se trataba de paranoia o presión hasta que ocurrió el despido. Nunca pensé tampoco que ocurriría algo semejante.

P. no tiene como probar que fue victima del prejuicio pero tampoco, ignora lo evidente. “De ahora en adelante, me cuidaré mucho más con respecto a mi vida personal” me explica, abrumada y apesadumbrada. “Es una idea triste, esa. Es como volver al closet, después de haberme logrado liberar” me explica. No sé que responder a eso.

Un debate fragmento e incompleto: la visión hipócrita del prejuicio.

El primero de enero, el youtuber Alejandro Hernandez decidió hablar sobre su sexualidad. Lo hizo desde su blog y de manera muy pública, lo que provocó una extensa discusión vía redes Sociales sobre la homofobia en Venezuela. Hubo todo tipo de comentarios, desde algunos asegurando que nuestro país es el más agresivo del mundo en cuanto al tema de la sexualidad y sus opciones, hasta insistiendo que en Venezuela no existe la homofobia. Entre ambos puntos, se encuentra una visión muy especifica sobre nuestra sociedad: La sociedad Venezolana aún no comprende bien los alcances sobre nuestros prejuicios como cultura.

Porque lamentablemente en Venezuela, la homofobia es un elemento social imposible de ignorar o disimular. De lo peyorativo a lo directamente ofensivo, el menosprecio por la decisión sexual del otro es una idea insistente en nuestra sociedad. La sorpresa que provocó la declaración Alejandro Hernandez — quién además lo hizo en un texto blando y preocupante que deja en el tintero algunas interrogantes sobre sus prejuicios sobre su orientación sexual — es una demostración que aún somos adolescentes con respecto a la percepción de la sexoDiversidad. Es una situación que aún — lamentablemente — se entremezcla con una serie de códigos sociales que parecen contaminar lo que debería ser una visión de respeto y sobre todo, dignidad por la sexualidad ajena. La homofobia a la Venezolana, es una percepción muy concreta sobre la manera como asumimos el respeto al diferente y sobre todo, nuestra capacidad para asumir los derechos individuales y colectivos.

¿Cambiará el hecho que una celebridad virtual y local haya declarado su sexualidad de manera pública? Lo dudo. Pero sí, el hecho que aún sorprenda a buena parte de la población deja muy claro que el trayecto aún es largo — y sobre todo con cientos de implicaciones — hacia la inclusión.

Mi amigo L. sacude la cabeza cuando le pregunto sobre su percepción sobre la Venezuela homofóbica. Luego de lo ocurrido en el restaurante semanas atrás, me cuenta que evita de manera inconciente encontrarse con B. en locales públicos y que ahora, está mucho más atento que antes a sus manifiestaciones públicas de afecto, algo en lo que hasta entonces no había pensado. Me explica que desde la adolescencia, había sido todo lo abierto sobre su sexualidad que pudo y que jamás recibió critica o ataques alguno. La situación actual para él es desconocida, preocupante y sobre todo dolorosa. Una especie de restricción invisible a todo lo que había logrado superar durante buena parte de su vida.

— Pienso que quizás, estamos en un proceso de hacernos más intolerantes hacia cualquier manifestación de independencia emocional o espiritual — me dice, en tono cansado, incluso triste — la homosexualidad es una opción personal, una expresión de individualidad muy profunda. Y Venezuela atraviesa un momento ideológico tan limitado que probablemente, esta nueva visión sobre la sexualidad del otro, sea una expresión sobre ese resentimiento muy visible, ese odio contra todo lo diferente.

No respondo. Nos quedamos en silencio, mirando la multitud de transeuntes que atraviesan de un lado a otro la calle fuera del café donde nos encontramos. Y de pronto, pienso en la suprema soledad de esta Venezuela herida, en la sensación de aislamiento que produce con frecuencia este país incomprensible, a medio camino entre la aspiración y la realidad. Tengo la impresión comprendo mejor que nunca a L. y quizás, a todos los que somos victimas de un país cada vez más intolerante e irracional.

Para leer:

Por si alguien quiere leerlo, aquí les dejo el post de Alejandro Hernandez → http://t.co/ewv3Na9G0i

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