lunes, 12 de enero de 2015

La libertad y el poder de las ideas: Algunas consideraciones sobre Charlie Hebdo.





Durante los últimos días, se ha debatido con frecuencia las causas que pudieron haber provocado el atentado a la redacción de Charlie Hebdo. Aunque hay unanimidad en la condena del asesinato de doce personas por tres extremistas armados, los motivos que motivaron el ataque siguen debatiéndose. La percepción sobre el hecho que Charlie Hebdo pudo “provocar” a una minoría fanática a cometer un ataque violento, continúa siendo analizada tanto en medios de comunicación como en debates intelectuales y políticos. Y es que la pregunta que parece surgir de inmediato, luego de un ataque de las proporciones al que sufrió el Semanario, es hasta que punto somos conscientes de los alcances de la Libertad de expresión, si deben existir alguno incluso y cual es la línea que puede dividir lo satírico de la burla.

La discusión se ha llevado a cabo sobre todo, entre quienes consideran que el humor de Charlie Hebdo es mucho más burlón y ofensivo que satírico y que de hecho, su línea editorial estaba mucho más interesada en la provocación directa que en el debate de puntos de vista. Aún así, esa interpretación sobre la “culpabilidad” de la victima en una circunstancia de la magnitud que se vivió en las oficinas de Charlie Hebdo, pone en tela de juicio la visión que se tiene sobre los orígenes, motivos y consecuencias del fanatismo y sobre todo, asume la postura de señalar responsabilidades de una acción armada por completo inaudita. En otras palabras, se justifica una acción provocada por el extremismo bajo la postura de la instigación de una idea. Un supuesto cuando menos preocupante en un momento histórico donde el enfrentamiento con el fanatismo intelectual y el que toma las armas para imponer sus preceptos está más vigente que nunca.

De manera que, luego de leer toda una serie de opiniones, reflexiones y análisis, decidí hacerme tres preguntas claves sobre lo sucedido con Charlie Hebdo y sus consecuencias, para comprender los alcances no sólo de como se comprende un hecho semejante sino también de la manera como se asume sus inevitables implicaciones. Una forma de comprender — al menos en mi caso — cual es el verdadero alcance de lo sucedido en las oficinas de Charlie Hebdo y sobre todo, sus consecuencias históricas inmediatas. Porque más allá de la tragedia evidente, hay un legado de temor y desconcierto que parece construirse a partir de esa necesidad de asumir la idea de la violencia como inevitable, e incluso, permisible, algo que resulta cuando menos inquietante como planteamiento cultural.

¿Cuales son las preguntas que me formulé y que he intentado responder sobre lo ocurrido en la redacción de Charlie Hebdo? las siguientes:

* ¿Provocó Charlie Hebdo el ataque que sufrió?

Nadie lo menciona en voz alta — tal vez llevado por la necesaria corrección política que provoca toda tragedia — pero al menos, se insinúa entre líneas. Y es que un nutrido de intelectuales y políticos han comenzado a preguntarse en voz alta si la chirriante línea editorial de Charlie Hebdo, provocó un atentado de la envergadura que sufrió. No se trata sólo del hecho que se analiza la postura de Charlie Hebdo como una incitación directa al odio ( o así lo deja entrever David Brook en su artículo “Yo no soy Charlie” publicado en el New York Times esta semana) sino también por el caricaturista musulmán, Khalid Albaih, quién señaló en un artículo publicado en la BBC y que ha despertado profundo malestar que Charlie Hebdo era “racista y vulgar”. Insistió en que “los caricaturistas tienen la responsabilidad de transmitir un mensaje y no simplemente alimentar los estereotipos que circulan en los medios de prensa”. Una opinión que parece sugerir la inquietante idea que la libertad de expresión tiene un límite y de que de hecho, ese límite parece signado por la provocación.

Y es que a pesar que todas las voces críticas hacia la postura de Charlie Hebdo se apresuran a dejar bien claro que repudian el ataque, el planteamiento sobre la responsabilidad en el ejercicio de la libertad de opinión se debate como un motivo evidente para provocar no sólo a un grupo de fanatizados sino también, a una cultura en especifico. Se ha comentado sobre el hecho que Charlie Hebdo a ofendido de manera sistemática a la religión musulmana y que su humor, es colonial, una especie de simplificación de las ideas fundamentales de integración en busca de una sátira barata. Aún así, la pregunta persiste ¿Provocó Charlie Hebdo el ataque que sufrió?

En el extraordinario artículo “Humor, civilización y barbarie” y que analiza los ataques extremistas contra la libertad de expresión, la escritora Piedad Bonet pondera el tema desde una reflexión intelectual necesaria. Abre la discusión no sólo sobre el hecho que el humor procaz, el crudo y sobre todo, el irritante es necesario para la comprensión de la sociedad como una forma de estructura cultural, sino que además, lo asume como parte de un proceso histórico. Precisa que “el humor chabacano, el sexista o el racista, develan el alma de una sociedad, sus prejuicios y sus miedos. El otro, el humor más refinado, es un ejercicio intelectual que permite ver la realidad con distancia, relativizar la idea de verdad y desacralizar todo desde un escepticismo burlón. El humor, en general, no deja títere con cabeza, ni admite el sentimentalismo: es impiadoso. Por eso es subversivo, un arma de combate con gran poder político, que desarma al contendor a punta de inteligencia. Y que por radical que sea — como el de Charlie Hebdo — , se propone siempre desde la subjetividad, no como una verdad general.”

En otras palabras, Charlie Hebdo con toda su carga de enorme burla social, racial e incluso clasista, es necesario para comprender los extremos de nuestra propia opinión sobre lo que nos rodea, quienes somos, la cultura a la que pertenecemos. ¿Es una provocación? Sin duda que lo es, pero esa reacción nuestra al humor profano, grosero y a menudo ofensivo al estilo Charb y su grupo de dibujantes, lo que nos deja bien claro que el humor — el burlón, el ofensivo, el inteligente, el mesurado, el sutil — es una forma de expresión de ideas que busca traducir y reconstruir nuestra visión sobre la sociedad y quienes somos como ciudadanos de un mundo cuyos valores parecen transformarse con una rapidez sorprendente.

El humor es el espejo donde puede mirarse la cultura. Lo que nos hace reír o en todo caso, lo que no lo hace, es la medida simple de nuestra tolerancia a todo un cúmulo de nociones sobre lo que hace la sociedad viable. El Semanario Charlie Hebdo, chirriante, a menudo infantil, demostró en más de una ocasión, que la sociedad que puede reírse de sus propias grietas, sinsabores y desigualdades, puede tomar decisiones constructivas para elaborar nuevas ideas al respecto. Eso a pesar, que muy probablemente Charlie Hebdo no tenía otro objetivo que desconcertar, inquietar, incluso irritar. Pero esa labor de mirar el mundo y asumirlo desde el punto de vista de lo que molesta, de lo que realmente no calza en lo políticamente correcto, es lo que sin duda permite analizar nuestra sociedad como un todo y no sólo, desde lo que deseamos pueda ser.

El humor forma de crítica. Y también es quizás el arma más certera contra el temor. Probablemente, Charlie Hebdo pagó un precio muy alto por llegar a la frontera de lo que podría considerarse inadmisible, pero aún así, su insistencia en demostrar que la Libertad de expresión debe irritar antes que agradar, es un planteamiento que parece demostrar la necesidad de asumir la opinión — incluso las que no nos agraden — como necesarias.

* ¿Fue Charlie Hebdo demasiado lejos?

Durante los últimos días, se ha acusado a Charlie Hebdo de ser una publicación racista, clasista y directamente ofensiva. Se debate sobre todo, hasta que punto es lícito que el humor deba basarse en percepciones distorsionadas sobre elementos culturales y hasta donde, puede llegar un humorista en su intención de ridiculizar un tema concreto. Y a Charlie Hebdo sin duda, podría acusarsele de ir muy lejos: No sólo desafió dogmas religiosos, sino que además, caricaturizó elementos muy sensibles de culturas y creencias, a sabiendas que su interpretación podía provocar una reacción inmediata. Aún así, continúo haciéndolo y la pregunta que surge, en medio de la conmoción que provocó su ataque es ¿Fue Charlie Hebdo muy lejos?

Esa es al menos, la opinión de David Brook de New York Time. Según el articulista, el humor de Charlie Hebdo rebasó y hace bastante tiempo, la línea entre lo soportable, lo burlesco y lo ofensivo. “A los periodistas de Charlie Hebdo se les aclama ahora justamente como mártires de la libertad de expresión, pero seamos francos: si hubiesen intentado publicar su periódico satírico en cualquier campus universitario estadounidense durante las dos últimas décadas, no habría durado ni treinta segundos. Los grupos de estudiantes y docentes los habrían acusado de incitación al odio. La Administración les habría retirado toda financiación y habría ordenado su cierre” comenta en su artículo, que se convirtió en el más leído en la semana en la edición web del periódico. Y es que para un nutrido grupo de periodistas e intelectuales, la sátira de Charlie Hebdo parecía ensañarse con un grupo cultural menospreciado, discriminado y sobre todo disminuido en una Europa cada vez más xenófobica. Se insiste en que Charlie Hebdo sabía que había llegado a un extremo definitivamente peligroso en su insistencia con burlarse de lo establecido. Un extremo peligroso. ¿Era necesario llegar a ese límite? ¿Es justificable la insistencia de la redacción de Charlie Hebdo en continuar con su línea humorística a pesar que cada vez se acercaba más al insulto e incluso al riesgo y la amenaza.

Para Ricardo Peirano, del periódico el Observador, si era necesario. En su elocuente artículo No soy Charlie, pero… analiza la idea de los límites de la libertad de expresión, el humor y el manifiesto con un pragmatismo que deja muy claro que no hay una línea concreta que deba mantenerse incólume frente al humor. “Mirando más a fondo y con el transcurrir de las horas, no puedo decir “Yo soy Charlie”. Primero, porque carezco del valor, coraje o temeridad de este grupo de periodistas para seguir empujando los límites de la libertad aún cuando hayan quemado la redacción, aún cuando hayan puesto bombas en ella, aún cuando las amenazas que reciba sean continuas y más aún cuando el peligro de muerte sea concreto e inminente. Es fácil decir “yo soy Charlie” cuando uno escribe lejos, a miles de kilómetros de lugar de los hechos. “Charlie” eran, son y serán unos valerosos y desmadrados periodistas que con sus plumas ejercían su derecho a la libertad de expresión y de prensa. Y donde, solo si violaban la ley, podían ser llevados a juicio, civil o penal. Pero nunca a ser asesinados como a animales por gente que no se sabe qué tienen de humano en la cabeza.” insiste. Además, para Peiraro, la cuestión sobre si Charlie Hebdo cuestionó y rebasó cierto limite invisible sobre la provocación de la Sátira, parece sugerir que sólo asumimos la libertad de expresión mientras nos sea soportable las ideas que predica: (…) “Tampoco podría decir “Yo soy Charlie” porque no comparto, aunque tolero y respeto (respeto más que tolero, pues el respeto va más allá del simple tolerar opiniones diversas), el periodismo satírico de CharlieHebdo, o de los daneses que fueron amenazados hace unos años por publicar caricaturas del Profeta Mahoma. CharlieHebdo no solo se ha reído de Mahoma sino del Papa, y de los principales políticos de Francia. Pero ningún católico pidió su muerte y ningún presidente intentó clausurarlo y si lo hizo fue mediante el inicio de una proceso conforme a las leyes civiles y penales, de las que la prensa y los periodistas no estamos exentos” dice Peirano, en un alegato profundo sobre cual es la perspectiva sobre la expresión como idea que rebasa nuestra personalísima opinión sobre lo que idóneo o no, o de la opinión como base estructural de la libertad intelectual en nuestra sociedad.

Peirano tiene razón. La revista Charlie Hebdon no sólo se burló de los musulmanes, sino también de los cristianos, católicos, mujeres, hombres, ultraderechistas, izquierdistas de salón. Incluso llegó a burlarse de si mismo, de sus caricaturistas. Y es que Charlie Hebdo celebraba el humor al límite mismo de lo que se considera admisible y no se lamentaba por ello. Una muestra — una muy evidente — que quizás la libertad de expresión exige una nueva reinvención del término y una verdadera comprensión de sus alcances.



* ¿Todos somos Charlie? ¿debemos serlo?

Pienso en la pregunta mientras miro las imágenes de la retransmisión en vivo de la marcha que recorre en París como repudio a lo ocurrido en Charlie Hebdo. Una multitud silenciosa avanza, con pancartas, en silencio, acompañada de sus líderes políticos, incluso de algún que otro clérigo. Y me pregunto cuantos de ellos criticaron — y probablemente, con mucha dureza — las portadas infantiles, vulgares y chirriantes de Charlie Hebdo. Cuantos de ellos se irritaron por las ilustraciones provocadores que intentaban no sólo hace reír, sino directamente encolerizar al posible lector. Me pregunto, cuantos de los cientos de hombres y mujeres de rostros cansados, abatidos, preocupados, realmente disfrutaron de la sátira de Charlie Hebdo, de la procacidad de Charb y sobre todo, de esa insistencia de la Revista a mostrarse absurda y desafiante. Y quizás la respuesta sobre si somos o no Charlie, surge de allí, de en medio de esa silenciosa multitud que defiende los derechos inalienables, a pesar incluso de no estar de acuerdo, de quizás reprochar algunas posturas. Aún así, la necesidad de defender esa noción de libertad de las ideas resulta muchísimo más importante que las diferencias. Mucho más sustancial que cualquier diferencia formal con respecto a la postura de lo que se plantea.

Quizás lo anterior lo resume mejor que nadie Ricardo Peirano, que culmina su artículo con una reflexión invaluable: “Pero no han ganado los fanáticos, ni los de hoy ni los que los seguirán mañana. Un usuario de Twitter escribió: “No soy Charlie, soy Ahmed, el policía muerto. Charlie ridiculizó mi fe y mi cultura y morí defendiendo su derecho a hacerlo”. Yo noy Charlie, no tengo la valentía de Ahmed pero es preciso defender a ambos en su derecho. Y defender el derecho de los terroristas a un juicio justo si se los captura con vida. Eso es lo que diferencia la civilización de la barbarie”

La libertad de las ideas como un derecho necesario, que se construye a diario. Como una forma de enfrentarse al dolor, al temor y sobre todo, a la violencia. Una proclama de paz incluso a la distancia.

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