miércoles, 30 de abril de 2014

La Canción del bosque perdido y otras historias de magia olvidada.






A mi abuela - la bruja, la sabia -  le gustaba coser, aunque yo nunca entendí por qué. Con mis descreídos ocho años, me parecía que no tenía demasiado sentido crear con hilo y agua - y paciencia, no olvidemos la paciencia - lo mismo que podía comprarse en una tienda. Era un proceso tan laborioso que me parecía incluso misterioso y que más de una vez, me pregunté que sentido podría tener. Mi abuela solía sonreír al escuchar mis comentarios, incrédulos y un poco desconcertados, sobre sus largas horas de labor silenciosa.

- Es una manera de soñar - me respondía a veces - Cuando creas, construyes algo que nadie ha visto nunca, que nació gracias a ti, que se hizo real porque lo imaginaste ¿No te parece eso hermoso?

Me lo parecía claro, aunque seguía sin entender demasiado la belleza que mi abuela veía en el largo proceso de coser y cantar. Porque para ella, era toda una ceremonia: las tardes de los jueves, ibamos al Centro de Caracas para comprar la tela que utilizaría. Recorríamos viejas tiendas del ramo, tan pequeñas que yo sabía formaban parte de esa otra ciudad, antigua y entrañable que abuela había conocido y que yo solo podía imaginar. Revisaba con sus dedos expertos la textura de la tela, comparaba sus colores y diseños. Compraba los carretes de hilos, mirándolos a la luz con atención de ojo experto. Finalmente, una anciana sonriente le vendía los botones: casi siempre de nácar, diminutas piezas de arte que mi abuela apreciaba especialmente.   Yo lo observaba todo boquiabierta, asombrada que algo que me parecía tan simple y cotidiano como la ropa llevara tanto esfuerzo y dedicación.

- Crear es abrir puertas en tu mente - solía decir mi abuela. Sobre su mesa de trabajo, conservaba en papel de cebolla los patrones que usaba para confeccionar sus ropas favoritas. Los había heredado de mi bisabuela y eran una curiosa mezcla de lineas y dibujos que yo entendía muy poco. Más de una vez, levanté la delicadas hojas de papel cebolla al sol para intentar comprenderlo, sin lograrlo. Pero para mi abuela, eran un mapa de ruta al fino arte de construir algo bello y profundamente personal. Los colocaba con cuidado sobre la tela, los aseguraba con alfileres y entonces, comenzaba a cortar, con una delicadeza infinita la tela. De pie a su lado, miraba todo con ojos asombrados. El Chas chas de la tijera al cortar parecía lanzar destellos en medio de la luz del mediodía, como si la tela tuviera vida propia o aún mejor, comenzara a despertar de su sueño tranquilo gracias a las manos de mi abuela.

- La ropa es una parte de tu historia. Muestra quien eres, por sencilla y anónima que sea. De manera que coser a mano es una visión de quien eres desde el origen. Una reflejo de tu mirada al mundo a través de que llevarás puesto, lo que contará a todos los que te miren pequeñas historias sobre ti - me explicó una vez. Luego de cortar las piezas que formaban la prenda, venía el laborioso trabajo de coser, puntada a puntada mangas y esquinas, borlas y tiros. Abuela lo hacia con una delicadeza manual envidiable y también con una atención al detalle que tenía mucho que ver por el amor que le brindaba a lo que asumía como una manera de crear. Para ella, se trataba de crear un lenguaje silencioso, puntada tras puntada, la tela convertida en el lienzo de lo que creía era una forma de crear un tipo de belleza muy particular.

Sin embargo, seguía sin comprender su esfuerzo, incluso cuando me maravillaba siempre del resultado: los hermosos vestidos que parecían flotar en el aire de la tarde, las blusas delicadas que se ajustaban como un guante a su cuerpo, las delicadas obras de pasamineria que llevaba como un simbolo de su manera de pensar y de comprender la ternura de lo artesanal. Por entonces, yo aún no escribía o fotografiaba, aunque ya estaba medio enamorada de las palabras, de las narraciones en voz alta que escuchaba en la cocina de mi abuela y de esos paisajes enigmáticos que los libros guardaban en sus hojas. Pero aún no comprendía lo esencial del milagro de crear, de brindar un lugar en el mundo de las cosas a los sueños. Tal vez por ese motivo mi abuela siempre sonreía ante mi asombro y esa juvenil incredulidad.

- Vendrá el tiempo en que traerás a la luz lo que vive en tu mente - decía. Con cuidado, doblaba el vestido que pieza de ropa recién nacida de sus manos. La envolvía en papel y la guardaba con enorme delicadeza en los gabinetes de madera de su habitación - y entonces comprenderás porque cada cosa que haces tiene un lugar especial en el tiempo que transcurre, en la belleza de lo que se ama, en el poder de la imaginación.

El sonido de su voz, ondeando bajo la luz del sol.


La primera vez que leí un libro, era muy pequeña, de manera que en ese recuerdo, el libro me parece muy grande, tanto como la vida misma. Lo sostengo entre las manos, y saboreo las palabras con cuidado. Los ojos muy abiertos para no perderme de nada, los dedos palpando la hoja para disfrutar de su textura, del sonido de las palabras entre los dedos. ¡Y la historia! ¡Ah, que extraordinaria belleza! sinuosa y elegante, alzandose a mi alrededor, creando castillos desconocidos, montañas anónimas, un nuevo paisaje en mi espiritu. Cuando acabé de leer la última frase, apreté el libro muy fuerte contra el pecho y pensé que aquello era un milagro, algo fuera del mundo de las cosas normales. Magia pura.

Y pensé que eso era lo que deseaba para mi. Lo supe muy claro los días siguientes, cuando leí el libro de nuevo y tuvo un sabor distinto. Las palabras flotando a mi alrededor, las páginas susurrandome secretos. ¡Eso quiero! pensé asombrada por lo evidente, lo fácil que resultaba la idea. ¡Quiero unir palabras con palabras! ¡Quiero crearlas! ¡Quiero que nazcan en mi! ¡Quiero que me canten viejas canciones olvidadas! ¡Quiero tomarlas entre mis dedos y lanzarlas al aire para verlas volar! ¡Palabras! ¡Las quiero todas, las atesoro todas! ¡Quiero que sean mías, parte de mi vida, parte de todo lo que hago, de cada sueño, de cada despertar, del sonido de mis pasos, del olor del viento en la ventana, de los pequeños y grandes conquistas! ¡Quiero el poder de verlas nacer, de acunarla entre mis brazos, de cuidarla con cuidado, de acariciarla con una sonrisa! ¡La quiero todas para mi!

Me obsesionaba la idea. Me seguía a todas partes. Me la encontraba al mirarme en el espejo, mientras bebía un poco de te mirando por la ventana. ¿Y las palabras? ¿Me escuchan? ¿Están allí? La siguiente ocasión en que acompañé a mi abuela para comprar telas, le pedí en voz muy bajita y avergonzada, si podía comprarme un cuaderno. No para la escuela. Un cuaderno para mí, con rayitas pero donde no escribiría tareas. Ella me miró con una sonrisa, tan alta y radiante como el sol de esa tarde agosto de una Caracas olvidada.

- Por supuesto. Y también te regalaré un lapiz.

¡Un lapiz y un cuaderno! lo miré todo sin poder creemerlo. Un cuaderno con todas sus hojas en blanco donde podría escribir lo que quisiera. Un lugar para llevar a vivir mis palabras recién descubiertas. Sentada en el escritorio de mi abuela, tomé el lapiz y respiré muy hondo. Ella me dedicó una mirada atenta y cariñosa, desde su mesa de coser. El brillo de la aguja entre los dedos, el hilo flotando enredado en su muñeca. Me sonrío y supe que ella entendía ese mínimo silencio que yo disfrutaba, el sabor de la emoción que me llenaba la boca. Y las palabras, allí, al borde del lapiz, tan cerca del mundo real que casi podía escucharlas, susurrando. Cerré los ojos. Intenté escucharlas mejor. El murmullo de un sueño, una puerta abriendose en mi mente. Entonces ocurrió. Lo sentí con tanta claridad que se escapó un jadeo de emoción.

La primera palabra.

El lapiz apoyado en el papel, creando, creando. Las palabras brotando. Y esa sensación portentosa, de nacer otra vez, de construir algo nuevo, que nadie ha visto nunca, que comienza a cobrar sentido porque yo se lo brindo. Mi abuela mirandome, la tela entre las manos. Sus dedos hábiles creando también, un sueño, un lenguaje secreto. ¿Esto es? ¿Esto es la magia que nace de entre las manos abiertas? ¿Las que brota, como la semilla de la Tierra? ¿Como el árbol que estira las ramas hacia el cielo?

Magia verdadera.

Cuando escribí la primera hoja estaba llorando. No recuerdo bien que escribí, si fue un corto relato torpe o simplemente uní las palabras a Capricho, pero si recuerdo haber llorado, feliz, asombrada, desconcertada. Las manos vibrando de calor, de ese poder inaudito recién descubierto. Acaricié la hoja con la punta de los dedos, con cuidado. El olor de las palabras flotando a mi alrededor.

- Crear es una manera de soñar - repitió sonriéndome - ¿Ya lo entiendes no? Esa semilla que brota de un lugar muy profundo, inolvidable. Esa necesidad de construir lo que será, lo que en el futuro será tuyo tanto como lo es tu mente. Cada cosa que creas...
- Es magia - murmuro. Lo hace la mujer que toma el lápiz con los dedos doloridos, la sonrisa emocionada. Lo hace la mujer en la que me convertí, creando y soñando, que mira el mundo a través de las palabras y las páginas de un libro. La mujer que aprendió que cada obra de la imaginación es un sueño, es una muestra de voluntad de trascendencia, es una forma de poder real.

Silencio. Las manos extendidas sobre la hoja. El sonido del viento y del sol danzando en mi cabello. Silencio, soy este poder, esta sensación pura y ferviente. Soy esta sonrisa al despertar de lo que sueño, de lo que admiro, de lo que deseo. Tomo otra vez el lapiz, me inclino. La vela encendida a mi lado chisporretea, la pequeña llama se eleva en un pequeño chisporreteo. Y las palabras brotan, las palabras nacen.

La sonrisa en mi espíritu. El placer de soñar.


La canción del tiempo olvidado: Paisaje de sonrisas.

Para la Tradición de Brujería que practica mi familia, toda forma de arte es una manera de crear poder y magia. En diversas tradiciones y creencias de origen pagano, los artistas son considerados no solo como visionarios sino también, constructores del lenguaje divino. Con frecuencia se llevan a cabo rituales que celebran esa poder y esa conexión con lo trascendental, una celebración a ese poder de mirar el tiempo y la propia historia personal como una obra de arte. Uno de ellos es el siguiente:


Necesitarás:

* Una vela Blanca.
* Hojas de Laurel (al menos diez)
* Cualquier obra artistica que hayas creado, de cualquier tipo.

Disposición:

Toma las hojas de Laurel y forma un ciculo con ellas. Sientate en el centro y enciende la vela mientras invocas:

"Que el poder del Universo bendiga mi visión
Que la Tierra recuerde el color de la historia
Que el viento cante mi canción
Que el mar atesore mis secretos
El fuego baila en mi corazón
Así sea".


Ahora toma tu obra de arte y levantala. Invoca de la siguiente manera:

"Soy mis palabras
Soy mis ideas
Soy el tiempo infinito
Que el Universo escuche mi voz
Así sea"

Disfruta un momento de tu propia necesidad y capacidad para crear. Escribe, pinta.  esculpe a la luz de la vela y recuerda que hace ese momento de especial belleza, esa emoción que te brinda construir tu propia opinión sobre el mundo y lo que te rodea. Una forma de comprenderte, quizás.


La palabras cantan desde la hoja en blanco. Y siento, en medio del silencio que nace después, que es parte de mi mente, que construye paisajes y rostros en mi imaginación, genuina paz.

C'est la vie.



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